El éxito en Puerto Rico, es irse.
-Elías Gutierrez
A principios de este año, el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico presentó el documento, Perfil del migrante 2011 (Ayuso et al., 2013), el cual examina el movimiento migratorio de Puerto Rico en el año 2011, utilizando encuestas y estadísticas del U.S. Census Bureau, Bureau of Transportation Statistic, y de la Autoridad de los Puertos de Puerto Rico. Formalmente, las tablas desglosan a los migrantes por tales clasificaciones como edad, género, estado civil, escolaridad, estatus de pobreza, ingresos, lugar de emigración y de inmigración, etc. Ahora bien, a un nivel más profundo la evidencia nos permite poder repasar temas centrales en la historia moderna de Puerto Rico, como lo son la emigración y la diáspora, discusiones igualmente esenciales en la formación de la identidad puertorriqueña.
La realidad recurrente de la emigración de puertorriqueños a los EEUU retoma nueva vigencia en estas primeras décadas del siglo 21. A fin de poder entender de mejor manera el alcance de las cifras de este informe, un punto de partida principal tiene que ser el entendimiento que la emigración numerosa —como lo es la oleada migratoria de esta década— no ocurre en un vacío socio-económico y político, como tampoco fue el caso en los ciclos migratorios de puertorriqueños del siglo 20 pasado. En otras palabras, ninguno de estos fenómenos ha sido, ni son, neutrales.
La emigración puertorriqueña se ha vivido, históricamente, como un movimiento circular —un ir y volver que los economistas describen como el revolving door of emigration (Dietz, 1989) — o lo que el antropólogo Jorge Duany define como una nación en vaivén (Duany, 2011), o el escritor Luis Rafael Sanchez expresa como La Guagua Aérea (Sánchez, 1993). Aún más, el regreso de los puertorriqueños al País tampoco es un fenómeno neutral, sino reflejo de la naturaleza cíclica de la producción norteamericana a partir de la década de los 70, al igual que el discrimen, marginación y enajenación que han experimentado repetidamente los puertorriqueños en los EEUU, sentimientos que mantienen vivo el deseo de un “retorno a casa”.
Una distinción significativa en los ciclos migratorios es la naturaleza y la ubicación del empleo. Los trabajadores puertorriqueños que emigraron en el siglo 20 se concentraban predominantemente en las industrias de carácter aún nacional norteamericano, como por ejemplo, el conocido caso de las costureras puertorriqueñas en la industria de la aguja en las ciudades del Este, particularmente en la ciudad de Nueva York, pero también en Filadelfia, Newark y otras regiones de New Jersey. En contraste, hoy en día, y como nos indica el Informe, el grueso de los emigrantes se dirigen hacia el Sur de los EEUU, particularmente los estados de Florida y Texas; o más de 38,000 migrantes en el 2011 y en contraste con los 24,000 que se reubicaron en el Noreste. Estos trabajadores ya no están situados en la manufactura norteamericana, sector agonizante y casi inexistente en estos momentos, sino en los servicios; y enfocados en ciertas categorías, a saber y por orden descendente: ventas y apoyo de oficina, transportación, limpieza, preparación de alimentos, cuidado personal, educación, salud, y por último, el sector militar.
Cabe resaltar que el grueso de las industrias a las que pertenecen estos servicios no son de carácter nacional norteamericano, sino transnacional. El conglomerado Disney, por ejemplo, tan presente en el estado de Florida, hace tiempo que no es una industria simplemente norteamericana, sino una firma global, cuyos inversionistas mueven su producción, desde Haití a China, en la búsqueda constante de abaratamiento de costos —incluyendo los salarios— sin consideración de fronteras nacionales. Esta realidad nos debe hacer reflexionar sobre la naturaleza posiblemente precaria de estos nuevos empleos y la anticipación de nuevas formas de migración circular futuras.
Todas estas consideraciones nos tienen que alertar sobre la saturación analítica de encauzar todas las discusiones socio-económicas de Puerto Rico exclusivamente a partir del estatus político, o nuestra relación política con los EEUU. Es imperativo incluir, además, el contexto actual de producción transnacional. Esto significa el poder comprender las implicaciones de la incorporación del neoliberalismo,o capitalismo extremo, en la economía mundial y su impacto en Puerto Rico. Como señalara recientemente el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO):
El neoliberalismo ha adquirido enorme influencia a nivel mundial. Ha entronado al mercado como el eje de la vida social en todas las esferas y minimizado, incluso reprimido, aspiraciones democráticas, especialmente, cuando entran directamente en conflicto con su credo.[1]
En relación a esto, me parece bastante elocuente que el informe del Censo de los EEUU reciente (US Census Bureau, 2010) indica que junto a Puerto Rico, el estado de Michigan, asiento en el pasado de la hasta entonces emblemática industria automotriz norteamericana, es el estado que más fuga migratoria ha experimentado en estos últimos años. Y esto, como resultado directo de la caída de esta industria y del dominio de la producción transnacional.
Por otro lado, si es necesario ubicar el fenómeno de la emigración/inmigración puertorriqueña dentro de un punto de partida concreto. En nuestra realidad, ese contexto es el modelo del Estado Libre Asociado. Cabe resaltar que desde finales del siglo 19 y principios del siglo 20 ya se registran niveles de emigración puertorriqueña a los Estados Unidos.
Esta emigración se acentúa con la libre entrada que otorga la ciudadanía norteamericana, a partir de la aprobación de la Ley Jones del 1917. Sin embargo, las cifras más altas de emigración a los EEUU, anterior a las del período reciente, se dan entre los años 1952-3 —paralelamente con la inauguración del modelo del Estado Libre Asociado (ELA). En este período más de 70,000 personas emigran a los EEUU, cifra muy similar a la de 76,000 emigrantes en el 2011 que nos detalle el Informe (Vázquez Calzada, 2009).
Durante el ciclo de 1945-1959 —lapso que cubre desde la etapa preliminar a la inauguración del ELA hasta la culminación del modelo— más de medio millón de personas, casi una cuarta parte de la población del País en esos momentos, se vio necesitada de desplazarse a los EEUU en búsqueda de empleo. Estas cifras, al igual que la realidad actual, apuntan a una incapacidad del modelo de atender las necesidades de sobrevivencia y desarrollo de una parte considerable de la ciudadanía.
La introducción del modelo económico de capitalismo del estado de industrialización por invitación, o Manos a la Obra, que comienza en la década de los 50 no logra absorber a un segmento numeroso de la ruralía; desplazado, a su vez, del monocultivo del azúcar, café, tabaco, cabe señalar, en condiciones de extrema pobreza. Como resultado, se provoca el éxodo: primeramente, a los centros urbanos del País y a la absoluta precariedad deshumanizante del arrabal, y luego al gueto en los EEUU, pero siempre en búsqueda de empleos.
Esta población, ofensivamente descrita por los economistas de la época como “excedentes poblacionales” (surplus population), contaba en esos momentos con posibilidades de ubicación laboral de mano de obra barata dentro del sector manufacturero y agrícola norteamericano (las costureras y los llamados “tomateros”) y de servicios primarios (lavaplatos, guardias, conserjes). Dentro del modelo transnacional-neoliberal actual, la búsqueda constante de mano de obra barata permite la incorporación de nuevos emigrantes, no ciudadanos, para atender estas necesidades. Por consiguiente, no debe sorprendernos, como constata el Informe, que el desplazamiento de puertorriqueños en el presente se da con poblaciones con mayores índices de educación, y por ende, con mayor edad.
Otro contraste reciente es que durante el ciclo migratorio de la posguerra de los años 50 y 60, el gobierno de Puerto Rico fomentó la emigración a los EEUU, aunque extraoficialmente, con incentivos que incluyeron desde arreglos económicos para facilitar el traslado aéreo hasta programas de educación a la comunidad de orientación ciudadana en los procesos de emigración. Estos esfuerzos respondían a la estrategia que variados sociólogos y analistas han descrito como la “válvula de escape” de la emigración (Bonilla, 1981, Duany 1993), como táctica gubernamental no tan solo para reducir el desempleo y la pobreza, pero para desarticular, además, posibles presiones sociales (huelgas, movilización ciudadana, etc.)
En contraste, el flujo migratorio reciente no se da con un evidente apoyo del gobierno, o de la clase dirigente, si no que pareciese ser resultado de un cúmulo de decisiones aparentemente individuales que llevan a miles a la misma conclusión: que el desempleo, la crisis gubernamental, el narcotráfico y criminalidad, y el deterioro social generalizado se han convertido en intolerables.
Aún sin un endoso oficial del gobierno, resulta indiscutible que la válvula de escape de la migración continua como escape a las presiones —la función de una válvula, justamente. Si aceptamos el hecho, como tenemos que aceptarlo, que la era contemporánea es una global, también tiene que ser cierto que la nación, como constructo político, o lo que Arcadio Díaz Quiñones describe como el discurso autoritario de la nación en la historia moderna, ha perdido gran centralidad protagónica-histórica dentro del capitalismo global actual (Díaz Quiñones, 1993) —desde la nación puertorriqueña hasta la nación norteamericana. Es preciso, por consiguiente, desarrollar nuevos modelos de organización social y de análisis que puedan recoger esta realidad transnacional de manera más democrática.
Para cerrar me remonto al comentario que hiciera el economista Elías Gutierrez hace varias décadas: el éxito en Puerto Rico, es irse (CENTRO, 1983). Con esta conclusión tan desgarradora, pero en muchos sentidos tan cierta, tendríamos que reflexionar sobre la necesidad de todos nosotros de asumir una postura ciudadana firme, responsable y asertiva en la búsqueda de soluciones a los males profundos de nuestro País. La trayectoria de desarrollo que ambos partidos políticos mayoritarios han sostenido —y esto, para su propio beneficio político— ha sido una estática, como señala Gutierrez, en donde la producción, como eje de la economía, dio paso al consumo y esto, como sabemos, apoyado por el influjo de las transferencias federales.
Lo que esto quiere decir es que no podremos aspirar a un proyecto económico viable —y por ende, detener los ciclos migratorios— hasta que no nos comprometamos a hacer unos cambios profundos en nuestra convivencia social, la cual es una basada en el interés individual y no en un bienestar colectivo, en estos momentos. Por un lado, la vida de excesos en que vivimos —desde Plaza las Américas hasta el narcotráfico— y la burbuja artificial que la ha sostenido, está a punto de explotar.
Por otro lado, el proceso migratorio siempre ha estado acompañado por una carga importante de prejuicios y exclusiones —tanto de parte del País receptor, como de parte de los propios puertorriqueños “de acá”. Sin embargo, hace tiempo que los puertorriqueños, como grupo, dejamos de ser uno definido por barreras territoriales, por lo que las enunciaciones de la identidad nacional —los de aquí y los de allá— son cada vez menos relevantes. Lo que si tendríamos que ir entendiendo es cómo hacer de nuestra identidad diaspórica, el vaivén que nos describe Duany, una más reparadora y enriquecedora para nosotros mismos.
Notas:
[1] Ver , CLACSO, 2013.