Todo lo desvanecido en el aire

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Vivimos en tiempos de gran complejidad, decimos, olvidando a conveniencia que todo tiempo ha contado con su propia carga de complejidades y complicaciones. Vemos lo que ocurre en sitios como Venezuela o la Crimea y pensamos “se repite la historia” sin considerar que la historia no se repite, pues actores y variables nunca son iguales dos veces. Y tal vez lo que más preocupa es la tendencia a pretender simplificar todo a ejercicios banales, a rabietas cibernéticas, a prefiguraciones pasadas de moda que sólo viven en el aire.

Karl Marx escribió que todo lo sólido se convierte en aire, pero la pretensión de lo sólido es sólo eso. La historia, esa placentera narrativa que nos ancla entre siglos, vive amenazada por el ahora. El lenguaje fragua trampas frecuentes al una vez confrontar el horror del presente inmediato. Es experimentar el ahora en su expresión más cruda y libre del peso crítico de historia, plagado por lo estático, por la ausencia de movimiento. Despertar en medio de ese estado es chocar contra el fin de la memoria y la ausencia de la imaginación, es aniquilar la turbidez de lo pasado y la neblina de lo que pasará; meros filtros que preservan la lucidez y niegan el pánico del desierto de lo real. La historia es la narrativa de lo pasado aunque nunca accesible, la palabra al servicio de esa turbidez espectral. El presente inmediato, una vez liberado, se forma en palabra y dogma, lo relativo en absoluto, especialmente entre miembros de generaciones más recientes que ven en el presente inmediato la extensión total de lo revolucionario. Ya no sólo lo sólido se convierte en aire, sino que también la memoria reviste su brecha en hierro, y lo nostálgico se convierte en imperio.

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Tal imperio de nostalgia es nostalgia de corte imperial. Se incorpora el presente crudo tanto en su forma pragmática como en ropaje idealista, y deforma todo en credo, en dogma, en fidelidad a palabra antes que duda y en el culto a la figura. En la nostalgia al imperio no hay grises, no hay matices, sino el más terrible maniqueísmo. Blanco y negro. Bueno y malo. Conmigo o en mi contra. El presente inmediato no tiene límite de duración. Creemos vivir ya lo pasado cuando no lo hemos generado, o pretendemos entrar en el futuro sin tan siquiera imaginarlo.

El recordar y el imaginar requieren de una multiplicidad de pinceles y medios, pero el presente es una sola brocha gorda sobre todo el lienzo. Ante el dogma y el sectarismo sólo pueden existir extremos que polarizan la palabra y niegan lo pasado, pero no acceden a la crítica. El revisionismo pasa de ser de una herramienta útil a servir de libreto para falsas vanguardias.

Cuando el presente desvanece lo pasado en nostalgia se asienta una ceguera distópica disfrazada de modelo utópico, revanchismo vestido de reclamo a la justicia, absolutismo con cara humana y sonrisa democrática. Sacamos, ante la brecha de la memoria, los viejos muertos a pasear. La hoz, el águila y estrellas, la cruz gamada, tanto símbolo de percibida libertad y de olvidado terror. Este presente es el Jacobino más absoluto.

La rendición de la memoria puede durar muchas vidas. Vengo de una isla que experimenta la multiplicidad temporal en su estado más agonizante. Un lugar que ha descartado su legado histórico a favor de un falso progreso. Se ha despolitizado en nombre del partidismo tribal. Se ha entregado su soberanía ante dioses y apóstoles. Se ha estacionado un clima de apatía ante el percibido presente interminable de la negación, particularmente a su propia explotación. Lo sólido se desvaneció hace tanto que ni se percibe tan siquiera huella alguna. Esa misma rendición se ha apoderado de muchos que esgrimen el puñal de la intelectualidad. Aquí es que hace su aparición la nostalgia al imperio del aire. Comienza la danza macabra de los muertos. 

He visto cómo se vive la contradicción como normativa. La aclamación de la soberanía sobre tierra y pueblo por un lado y la celebración al violarse esa misma condición en otros lugares. Se apodera una psicosis particular que refuerza a la nostalgia imperial. Porque lo que pide la condición auto-impuesta del olvido a lo pasado y la negación a lo futuro es fuerza sobre libertad y seguridad sobre derecho. El presente crudo aterra, y los muertos en marcha conocen bien ese terror. Saben bien que el “ahora” presenta a lo desconocido como un “otro” que amenaza desde cada esquina. La violencia y la subyugación adquieren aceptación, la bota pisa fuerte pero el cuello agradece la presión como liberación ante el miedo de la autogestión. No hay espacio para la responsabilidad de la democracia en el presente inmediato, sólo un estado de infantilismo permanente es permitido entre sectas reales y sus representaciones virtuales. La derecha y la izquierda se confunden.

El presente inmediato reduce lo externo en interno, y el congreso de naciones en maniqueísmo de adolescente. Aquel que vive preso en el limbo del presente interminable ve en la defensa del gobierno de Nicolás Maduro, por ejemplo, un acto de fe ante un imaginario revolucionario no existente. Se consagra en la ficción de la utopía populista, bendita por pájaros parlanchines, y declara sacra la soberanía del pueblo venezolano. Santo y bueno, todo pueblo tiene el derecho a la autodeterminación, pero se cae en el reduccionismo que las partes del mismo país han adoptado como su lenguaje. Mentiras, exageraciones, contradicciones, todas en honor a un país que se encuentra sumido en grandes complejidades que atentan con caer en reduccionismos peligrosos y en borradas de memorias críticas a los absolutos. Pero el imperio es nostalgia absoluta. Tal vez por eso mismo es que se ve a la invasión rusa al territorio de la Crimea como un regreso a una Rusia fuerte, con las prestaciones necesarias para un regreso al comunismo, como si las condiciones aplastantes de la Rusia tzarista no terminaron con el proyecto revolucionario y de-evolucionaron al partidismo de Lenin y al totalitarismo de Stalin.

Ante un nuevo tzar y ante las intervenciones extranjeras en Ucrania de toda parte concebible se rinde lo defendido en Venezuela. Estas contradicciones no son producto de la complejidad, sino de la rendición de la crítica ante lo percibido como verdad, como lo inescapable.

Cierto es que el ahora es prisión formidable, pero no inescapable. Sólo necesitamos regresar a las memorias, retomar la historia, reconstituir relatos sobre lo pasado al ver con ojos críticos dentro de los límites de nuestra subjetividad humana. Atrevernos a soñar futuros imprecisos pero dignos de construir, conscientes de que no es posible la libertad humana si insistimos en atrincherarnos dentro del miedo de lo que percibimos como lo que es, enajenados de lo que fue o de lo que puede ser.

No es cuestión de una marcha lineal a un progreso determinado, pues al fin y al cabo somos autores y actores de nuestra agencia y nuestro destino. Ahí vive lo revolucionario.

Tal vez Marx no pudo confiar lo suficiente en la libertad del ser humano en escapar del libreto materialista, de la lucha de clases, de la prisión del presente. O tal vez, dentro de todo, sí pudo percibir que era posible, y que tal vez existe algo más luego de que todo lo sólido se desvaneciera en aire.

Lista de imágenes:

1. Museum of Communism. "Karl Marx's Toenails: Get Intimate With History."
2. Museum of Communism. "Come See a Forty Year Episode of Big Brother."
3. Museum of Communism. "It Was a Time of Happy, Shiny People. The Shiniest Were in The Uranium Mines."
4. Museum of Communism. "They Coined The Term Politically Correct Fifty Years Before The West Caught On."
5. Museum of Communism. "Lenin Showers: Get Intimate With History."

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