Las biopolíticas del tercer espacio

Un tratamiento comprometido con apaciguar la alteridad social requiere que se descarte, ya sea en el fragmento o en el entero, cualquier intento por homogeneizar la ciudad. La otredad se tiene que abordar dentro de los mismos semblantes de diferencia que la generan, para así fomentar la multiplicidad y no la intolerancia y la segregación. Es una nueva política de la discrepancia, que al reorientar su discurso alrededor de los mismos espacios que provocan su divergencia, puede intentar desdibujar el conflicto social encarnado en el borde arquitectónico; el Tercer Espacio.

 

El Tercer Espacio (que desarrolla Edward Soja en base a la trialéctica espacial de  Henri Lefebvre) es aquel que enmarca las experiencias espaciales entre lo real y lo perceptivo. Es el que formaliza la coexistencia de lo abstracto y lo concreto, lo conceptual y lo vivido. El Tercer Espacio encuadra la reciprocidad entre el conocimiento y la concretización espacial.

La co-dependencia que existe entre la representación del espacio y los espacios de representación es imprescindible para entender los significados en la arquitectura. Ambos términos, la ideología; la representación del espacio y el entorno físico; el espacio de representación, al interrelacionarse, son los que producen los procesos de significación. 

La idea de que el margen entre arquitecturas de sociabilidad desigual genera una línea donde termina una y empieza la otra, ignora la presencia del entremedio, de un tercer personaje –real e imaginado– generado por la presencia de diferentes. El desatender este entremedio imposibilita que una mediación que pretenda desdibujar la diferencia pueda alcanzar su verdadero designio.

Imperialismo cultural: la homogenización de la ciudad

There is nothing more unequal than the equal treatment of unequals.[1]

La intervención de índole totalitaria es aquella que subyace las particularidades y las diferencias para generar un solo raciocinio íntegro y universal para la ciudad. Dicha concepción se engendró y se popularizó durante el periodo de la Ilustración en Europa y América. Es innegable que el paradigma que emplea a cabalidad este argumento es el Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau. Tal obra pretende formular una sociedad que se idealiza como entera, en donde el entorno le puede proveer una espacialidad común para todos. El ideario de la Ilustración que reitera Juan Jacobo en su manuscrito, aspira a la democratización del ciudadano bajo unos derechos universales. Sin embargo, esta modalidad no logra transferir sus ideales a la realidad, no trasciende su plano utópico.

 

Bajo esta lógica, para que subsista el codiciado espacio democrático, se requiere que se elimine la fragmentación y se emprenda un espacio público en el que todos los ciudadanos tengan el derecho de habitar, independientemente de las diferencias. Sin embargo, este modelo requiere que se imponga una unívoca concepción para la ciudad. En el caso del siglo XIX, se utilizaba una única ideología burguesa de orden que no aplicaba para toda la sociedad. Este imperialismo cultural impone la concepción de ciudad de una elite o de un grupo dominante sobre el resto. David Harvey explica:

Universality in the sense of the participation and inclusion of everyone in moral and social life does not imply universality in the sense of adoption of a general point of view that leaves particular affiliations, feelings, commitments, and desires.[2]

Por ende, el espacio universal asume como punto de partida la exclusión de heterogeneidades, de identidades y de particularidades. El espacio democrático es sólo un imaginario del deseo por igualar y ordenar formalmente la ciudad. Esta ilusión reprime las partes que pretendía unir en un principio al imponerle al entorno, a pesar de las diferencias que existen en él, una cubierta totalitaria. En gran medida este argumento citadino se ha transferido a la época actual; no cabe duda que la mayoría de nuestras voluntades urbanas son herederas de la concepción de ciudad del siglo XVIII y XIX. Intervenciones formales y espaciales que aluden, con o sin intención, a la urbanidad de la Ilustración, se conciben como construcciones naturales para el tratamiento de la ciudad, cuando en realidad sólo suplantan la situación que efectivamente existe.

 

Archipiélago identitario: la homogenización del fragmento

En ocasiones, la diferencia se ha tratado de remediar por medio del refuerzo de los enclaves, para así enfatizar la identidad particular de un área. Para desdibujar la alteridad social se crean límites claros y territorialidades internas. Si la conceptualización de la ciudad homogénea se generaba bajo los parámetros de la modernidad, el tratamiento del fragmento es una idea rescatada por los postmodernos. Figuras como las de Leon Krier –arquitecto que se invitó a Puerto Rico durante la década de los 80 para que “repensara” a Santurce– pretenden que la ciudad se interconecte y se reconcilie por medio de la presencia de un sinnúmero de comunidades independientes.

 

Sin embargo, esta visión parcelizada de la ciudad ignora los espacios liminales que quedan fuera del alcance identitario entre ambas otredades. Al enfatizar la interioridad y reforzar el límite se promulga la incertidumbre y la intolerancia en el Tercer Espacio. En estos márgenes se genera la alteridad misma que se quería evadir de un principio, donde aunque no ocurre un conflicto físico, sí existe una representación espacial antagónica.

En los bordes, por ende, se genera una fragmentación competitiva y no una combinatoria. Nuestro afán por territorializar nuestra identidad particular fomenta que el borde se manifieste físicamente y que se le aplique a la arquitectura significados de segregación y conflicto. Tal fenómeno ocurre al no quedar claro el designio identitario del espacio liminal. La ambigüedad, en este caso, no tiene espacio en la manera de concebir las identidades independientes entre sí. Tal concepto reclama una división clara y ordenada. Sin embargo, ésta, al no poder obtenerse debido a la presencia innegable de lo diferente y del Otro, provoca la intolerancia.

En Puerto Rico las urbanizaciones cerradas y el cierre de calles públicas son todas partidarias de la segregación comunitarista. Sin embargo, no debemos olvidar que el residencial público también la utilizó como paradigma. Las cualidades físicas del “caserío” demuestran una negación al contexto circundante, evidenciado por el posicionamiento de los edificios, el cerramiento de vías de acceso y la carencia de espacios y programas que sirvan a sus alrededores. En gran medida, se piensa que esta desconexión y carencia de espacios públicos y semi-públicos, que propician un sentido de territorialidad, han agraviado la percepción del residencial y de sus espacios liminales. Las demoliciones recientes –como es el caso de Las Gladiolas– y la ocupación constante por parte de la policía hacen eco también de esta afección. 

Diagrama de Oscar Oliver-Didier.

En fin, todos estas transformaciones del modelo y la naturaleza volátil de sufragar estos programas no hacen más que exacerbar el hecho de que la vivienda pública es un sistema controversial con un sinnúmero de obstáculos que provocan que este asunto tan delicado se pueda remendar, el de proveer vivienda para los pobres; los moribundos del sistema capital. El programa de vivienda pública siempre está apenas sobreviviendo, principalmente por las condiciones ya mencionadas, pero también porque un replanteamiento radical del modelo, el diseño y los mecanismos de implementación de los proyectos y de sus respectivas políticas públicas nunca se han desarrollado. Además, hoy, es crucial proponer una redefinición de lo “público” —una denominación que no se debería limitar meramente a algo que es financiado por el Estado o propio del gobierno.

El único modo adepto para manejar este problema es re-imaginar un programa, que mediante un nuevo entendimiento de lo que se considera lo “público”, repiense el rol de las subjetividades que habitan estos espacios. Slavoj Žižek, al acercarse al sujeto formula:

The Foucauldian motif of the interconnection between discipline and subjective freedom thus appears in a different light: by submitting myself to some disciplinatory machine, I, as it were, transfer to the Other the responsibility to maintain the smooth run of things, and thus gain the precious space in which to exercise my freedoom...[3]

Este tipo de rol que Žižek describe es uno en que la participación del sujeto —y la producción del sujeto en sí— es determinada por su correspondencia a estos repositorios y a las relaciones de poder que se sostienen dentro de estos.

Por ende, la arquitectura de los complejos de vivienda pública se convierten en “cuerpos sin órganos” —ya que su rol como emancipadores económicos y sociales se han extinguido ante el giro distópico de la ideología política actual. Sólo permanece su rol como estructuras de disciplina y control. En el proceso, los cuerpos que habitan estos repositorios de poder se tornan en “órganos sin cuerpos"[4] (apropiándome del término de Deleuze que luego rescata Žižek) —se han dejado errabundos, subordinados pero a la vez aislados de las estructuras disciplinarias que intentaron engendrar y controlarlos.

 

En este sentido, el entendimiento del biopoder nos es útil para entender los aparatos que producen y controlan los cuerpos que habitan estos espacios. En los mecanismos complejos de los proyectos de vivienda pública —y las relaciones de poder altamente jerárquicas que persisten en ellos— las operaciones disciplinarias que son endémicas a la aprensión de lo que se considera “público” no pueden más que tornar este término en una calificación sumamente estigmatizada. Tal vez, por medio del sujeto, y celebrando sus diferencias como parte de la multitud, se puede atener una liberación prolífica en términos políticos, sociales y espaciales.

Heterotópolis: un espacio para la diferencia

Saber vivir en democracia es saber vivir con las diferencias.[5]

El concepto de la “heterotopía” de Michel Foucault representa un recurso importante para el replanteamiento de la condición de la alteridad en el espacio. Sin embargo, en todas sus variadas definiciones y subsecuentes interpretaciones es la “heterotopía de la desviación” la que con más urgencia se tendría que deconstruir y reformular. Estas estructuras alojan a los sujetos que quedan fuera de las normas establecidas por la sociedad (cárceles, asilos, etc.). Como sabemos, Foucalt planteaba que las prácticas de poder establecidas en estos arreglos espaciales luego se infiltran y se establecen como paradigma para el resto de la ciudad.

A partir de una inversión de esta lógica, se pudiera intentar reconstituir estos “espacios de desviación” en unos que establezcan una política cultural conjurada por la diferencia. La “heterotópolis” se basa entonces en la realidad del entorno, tomando en cuenta todas sus complejidades y sus valores discrepantes. Tal concepto logra articular las heterogeneidades y el pluralismo del espacio social al cuestionarse la concepción universalizante de la razón y el liberalismo moderno. La “heterotópolis” se opone al ideal utópico al plantearse la diversidad como elemento central para concebir el espacio urbano. Pacientes, sin embargo, tendremos que ser ante la consecuente y esperanzadora infiltración de la diferencia al resto de la urbe –desvinculada en este caso por la presencia del Tercer Espacio que recién discutíamos.

 

Al elaborar este posible paradigma, la conjetura de lo “común” que desarrolla Michael Hardt y Antonio Negri probará ser muy útil, porque amplía las limitaciones tradicionales de la dicotomía entre lo público y lo privado. Para ellos, la mancomunidad reposiciona al pobre, no como sujeto rezagado de las maquinaciones hiper-modernizantes del proyecto de desmantelamiento pos-industrial, sino como individuos con la capacidad para auto-gobernarse y de producir en colectivo. Este acercamiento tiene la habilidad para replantear la vivienda pública de un repositorio condescendiente a un espacio de expansión proactiva para la transformación social y el empoderamiento político. 

The poor, migrants, and “precarious” workers (that is, those without stable employment) are often conceived as excluded, but really, though subordinated, they are completely within the global rhythms of bio-political production. Economic statistics can grasp the condition of poverty in negative terms but not the forms of life, languages, movements. or capacities for innovation they generate. Our challenge will be to find ways to translate the productivity and possibility of the poor into power.[6]

Propongamos, en ese sentido, estudiar estructuras sociales que surgen de fideicomisos residenciales y comunitarios en Estados Unidos, Europa y a nivel local como con el grupo ENLACE del Caño Martín Peña. A su vez, a sorpresa de algunos, los asentamientos informales como los de Brasil y otros países latinoamericanos y los campamentos temporeros que resultan de escenarios de crisis política o ambiental alrededor del mundo también pudieran arrojar luz sobre posibilidades y potenciales.

Aunque muy lejos de considerarse resueltos, por medio de la inclusión activa de estos arquetipos de auto-gobernanza, un rol nuevo y emancipador para el sujeto puede evolucionar y ser puesto en marcha. Como parte de esta propuesta, estos fideicomisos pueden proveer un paradigma productivo para un nuevo tipo de territorialidad de vigor. En estos arreglos, el colectivo se transforma en un activo para redefinir y ampliar la objeción biopolítica evidenciada en el Tercer Espacio.

Y al parecer, es en el cuerpo donde yace nuestro único agente liberalizador —en estrecha convivencia con nuestros conflictos y deseos más radicales de ciudad.

Notas:

[1] Harvey, David, Class Relations, Social Justice and the Politics of Difference. En Keith, Michael ed. Place and the Politics of Identity. London: Routledge, 1993, p. 48.

[2] Harvey, Class Relations, Social Justice and the Politics of Difference, p. 57.

[3] Slavoj Žižek, The Interpassive Subject: Fetish Between Structure and Humanism.

[4] Ver Slavoj Žižek, Organs Without Bodies: On Deleuze and Consequences. Londres: Routledge. 2004.

[5] Fernando Mires, Civilidad: teoría política de la postmodernidad. Madrid: Editorial Trotta. 2001. p. 110.

[6] Michael Hardt and Antonio Negri, Commonwealth. Cambridge: Harvard University Press. 2009. p. xi.