La disciplina de la historia y el público en general: notas para comenzar un diálogo [1]

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 ~A Fernando Picó y a Delisa, por su puesto~


The architecture of this work is rooted in the temporal. Every human problem must be considered from the standpoint of [its] time.
—Frantz Fanon, Black Skin, White Masks


 

I

Se espera que los profesionales egresados de la Universidad pongan su conocimiento al servicio de la comunidad. Basado entonces en esta premisa: ¿qué papel desempeña el historiador y la historiadora cuando parece que al profesionalizarse la disciplina su conocimiento se hizo exclusivo? Esta preocupación no es nueva. En la década de los ochenta en Estados Unidos se dio un debate que giró alrededor de esto. ¿Cuáles fueron los puntos medulares que se discutieron? ¿Habrá alguna relación con la disciplina de la historia practicada en Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras? ¿Qué propongo?
 

II

Para el 1912, James Harvey Robinson publicó su libro The New History. En este clásico de la historiografía estadounidense, el autor dejó claro sus ideas acerca de la disciplina de la historia. La nueva historia, como le llamaba, debía ser interdisciplinaria; un estudio del pasado, con un particular interés por los conflictos, dirigido a las preocupaciones presentes de los lectores no especialistas. Para la década del 50 entró en escena la “Escuela del Consenso” negando importancia a los conflictos socio-políticos del pasado estadounidense. Surgida durante la Guerra Fría esta Escuela buscaba presentar la Historia como un frente nacional. Ante la amenaza comunista había que reivindicar ‘lo americano’, es decir, todo aquello que exaltara a los estadounidenses. Los sesenta provocaron una ruptura.

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El redescubrimiento de la pobreza y del racismo, el compromiso con los derechos para los negros, la crítica de las intervenciones en Cuba y en Vietnam, empujó a los intelectuales estadounidenses a reevaluar su pasado. Se dio una fragmentación historiográfica producida principalmente desde la historia social. Grupos y temas ignorados, de pronto se hicieron visibles, clamando por inclusión en un marco histórico que en un momento dado no tuvo un lugar para ellos. Tiempo después, Thomas Bender, señaló el lado menos simpático de la situación: la fragmentación dentro de la disciplina desarrolló grupos especializados que se comunicaban solo entre ellos mismos, y por consiguiente, la disciplina dejaba de ser accesible al público no especializado. Frente a esto abogó por un retorno a los principios establecidos por la Nueva Historia de Robinson.

Para el historiador Eric Monkkonen la fragmentación historiográfica era el avance del conocimiento. La investigación empírica, metodológica y experta proveía trabajos que podían servirle a otros profesionales. Esto había que celebrarlo, en vez de perturbarse por ello. De hecho, el que la disciplina perdiera contacto con el público no era responsabilidad de los historiadores. Siguiendo a otro historiador, John Higham, añadía: “este culpó la poca popularidad de los historiadores en su audiencia, no en ellos. Los profesionales comenzaban a llegar a las audiencias sofisticadas e interesadas que tanto merecen”.

Un debate como este pudiera no tener fin. Yo no creo que el problema sea la fragmentación. Incluso, veo con buenos ojos la gran cantidad de investigaciones que ha generado la nueva historia social, notablemente en la vida de los inmigrantes, las mujeres, los negros y los trabajadores. Para mí el problema radica en la disciplina misma. Ésta, según se ha ido profesionalizando se ha encerrado cada vez más en las paredes universitarias. Su lenguaje teórico la hace menos accesible al público no especializado. Y me pregunto: ¿no será que de la misma manera que la historia tradicional marginó a ciertos sujetos de la escritura de la historia, los historiadores profesionales han segregado al público en general?
 

III


Si los historiadores desean justificar los recursos que la sociedad destina a su tema de estudio, por modestos que sean, no deberían escribir exclusivamente para otros historiadores.
—Eric Hobsbawm


 

Esto me recuerda las palabras de Theodore Hammerow en el foro de la American Historical Review de 1989 el cual exploraba la exclusión de los ‘amateurs’ de los círculos profesionales y la marginación del lector ‘no profesional’ en la conformación de la profesión.

Por más de doscientos años la investigación histórica, más que cualquier otro campo del saber, había sido conducida por amateurs auto-didactas. No poseían pericia técnica, ni metodología, pero sí entusiasmo y curiosidad por el pasado. Su escritura estaba informada por su participación en la política o en la guerra, en el periodismo o en la literatura. Estas mismas fortalezas eran también sus debilidades. La historia que escribían era una elitista, además de que había muy poca participación de las mujeres. Pero atraía público. Durante el siglo XIX era común que los principales científicos, economistas, filósofos, lingüistas e historiadores dieran conferencias frente a grandes audiencias especialistas y no especialistas. Esto fue cambiando como resultado de la profesionalización de las disciplinas, amplio proceso cultural por el cual el saber se fue burocratizando en el curso del siglo XX. En el caso de la historia, se introdujo un estricto programa de capacitación, el cual consistía de un periodo prolongado de estudios en una institución de alta educación, exigiendo su finalización como requisito para ser admitido en la profesión. Una creciente distinción se iría desarrollando entre profesionales y aficionados. Eventualmente, los aficionados fueron desplazados por no poseer los credenciales adecuados. Otro resultado de la especialización fue la burocratización del conocimiento lo cual llevó al distanciamiento cada vez mayor entre el público en general y el mundo académico. Creció un interés en escribir para otros historiadores. Dentro de las paredes de los campus universitarios, la disciplina se redujo a estar sólo pendiente de los discursos de otros académicos y de ver qué colega tendrá el próximo nombramiento importante, la próxima cátedra o el siguiente premio de distinción.
 

IV

¿Qué relación pudieran tener las palabras de Hammerow con la disciplina de la historia practicada en el Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras? No sería correcto pensar que la experiencia estadounidense fue la que se vivió en Puerto Rico. De hecho, tomar esta narrativa como una representación universal de la profesionalización de la disciplina sería hacer lo mismo que hizo la crítica posmoderna en Puerto Rico en la década de los 90, la cual dio por sentado que el levantamiento de la disciplina histórica a estatuto de ciencia durante el siglo XIX fue un proceso homogéneo. En Río Piedras, por ejemplo, se enseña cómo Leopoldo Von Ranke y la Escuela Alemana contribuyeron en la formación de la historia como disciplina; o acerca de cómo Marc Bloch y la Escuela de los Annales reformularon algunos planteamientos de Ranke. Pero esta experiencia europea acerca del desarrollo de la disciplina se ha tomado como metonimia sin considerar que los fundadores del Departamento de Historia en este recinto, aunque influenciados por éstas y otras escuelas, respondían a otro tiempo y a otro espacio.Haría falta una historia de la profesionalización de la disciplina en la isla. No estoy hablando de trabajos como el de doña Isabel Gutiérrez del Arroyo, María de los Ángeles Castro y Arcadio Díaz Quiñones. Éstos logran hacer una excelente labor de organización del saber, destacándose mayormente los esfuerzos por desarrollar y mantener una disciplina de la historia en Puerto Rico.

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Pero no se pasa juicio crítico sobre cómo y de qué maneras la profesionalización de la disciplina y la burocratización del saber se desvinculan de escribir historias que alcancen al público general. A pesar de esto, vale la pena comenzar este diálogo pues, como señala Pablo Samuel Torres, “si el conocimiento histórico no sale de las aulas y pasillos académicos, de seguro terminará en la irrelevancia social”. Una humilde alternativa a este problema puede estar en el ejemplo de Fernando Picó. Este historiador profesional no escatimó en acercarse a su comunidad. Picó ha sabido producir para la academia, pero supo salir del ensimismamiento de los historiadores que tienden a hablar demasiado entre ellos mismos, interesados más en disputar los puntos finos entre sí que el abordar las preocupaciones más grandes que comparten —como ciudadanos— con sus estudiantes y el público. No se trata de reclamar el privilegio de ‘expertise’, sino de reconocer que de las variadas maneras de diálogos que existen sobre la faz de la tierra, la historia es solo una.

 

Múltiples formas de hacer historia: mi propuesta

Los jóvenes con los que comparto, en su mayoría, encuentran la historia aburridísima. Algunos me comentan que no entienden lo que leen y de ahí su desinterés. Otros prefieren ver películas como Lincoln (2012). El asunto es que se ha perdido terreno en la cultura general. El historiador estadounidense Thomas Bender pensó que se trató de la fragmentación historiográfica. Yo alego que ha sido más un problema de la disciplina: al profesionalizarse y jerarquizar su saber, su conocimiento se hizo exclusivo. Esto resulta paradójico si aceptamos la premisa de que se espera que los profesionales egresados de la Universidad pongan su conocimiento al servicio de la comunidad. ¿Cómo se concilia la idea de expandir el conocimiento histórico con esta tendencia a dirigirse a públicos especializados en ámbitos restringidos? Pues una cosa es la fragmentación historiográfica que aboga por la democratización de su discurso y otra la burocratización del conocimiento. ¿No hay una contradicción, o quizás hipocresía intelectual, cuando se aboga por una narrativa histórica inclusiva, sensible a todas las particularidades y a lo cotidiano, mientras se es insensible y exclusivo hacia el lector no profesional? Observo que la formación de campos específicos del saber sirve para renovar y sostener la distinción de élites. Si no es para dialogar con las personas ¿entonces, historia para qué?

¿Quién pudiera considerarse parte de ese público al cual el discurso historiográfico también debe ir dirigido? Bender opina que cualquiera que esté dispuesto a escuchar o leer lo que los historiadores construyen es público en potencia. El historiador Roy Rosenzweig pone en duda a esta propuesta y pregunta: ¿habrá un sólo público que consuma conocimiento histórico? Y esa tal audiencia, ¿estará buscando una sola versión del pasado o un sólo modo de representación histórica? Este historiador apunta a que se debe considerar el desarrollo y aumento de otras formas de presentación histórica no profesional. Las series de televisión, filmes y documentales basados en hechos históricos, y el incremento en el número en museos son factores importantes que no se deben descartar de la discusión. Esto me parece significativo. En vez de determinar quién es ese tal público o justificar las posibles fugas debido al desarrollo de otras formas de presentación histórica no profesional, la crítica de Rosenzweig abre la puerta a otra reflexión: ¿qué otro tipo de narrativas históricas se pudieran elaborar?

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La Historia, como disciplina, es una manera de acercarse al pasado; una manera muy Occidental. La forma que prefirió para comunicar su conocimiento fue la escritura. Entonces, siempre y cuando se siga privilegiando esta manera de comunicación va a ser necesario, como alega Picó, que se le preste atención a pulir nuestras destrezas como redactores. Sin embargo, esta manera presenta sus límites. Por un lado, está la queja generalizada de los profesores de “que nuestros estudiantes hagan maravillosas investigaciones, pero cuando llega el momento de redactar la tesis de grado se estancan y tardan años en hacer los primeros borradores de sus trabajos”. Pero, ¿escribir es para todos y todas? ¿Por qué estancarse en la queja de la pobre redacción por parte del estudiante? Al fin y al cabo, de lo que se trata es de comunicar una representación del pasado. ¿Por qué no pensar en un performance como otra forma de comunicarlo? ¿En un documental; una canción; un video juego; un cómic?

Yo abogo porque la destreza que tenga el o la estudiante se valore. Se debe romper con la presunción de que los jóvenes que ingresan a estudiar historia tienen los mismos deseos. No se les debe forzar a hacer una forma de historia: investigar, escribir, publicar, ir a congresos, dar clases. Se les debería exhortar para que el talento que posean —pintar, hacer cine, tomar fotografías, bailar, etc.— lo traigan a la mesa y que se utilice para comunicar su investigación. Esto pudiera redundar en beneficio para la disciplina y el Departamento. Así, en lugar de mirar a la disciplina como una que escribe mayormente para otros historiadores o como otra víctima ‘devorada’ por la tecnología, o incluso al Departamento como el gran herido por las políticas neoliberales que cada vez recortan más fondos a la educación, incidiendo directamente en las Humanidades, se puede tener otra perspectiva.

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Dejar la queja y abrir el campo de estudio a otras formas de comunicar el pasado pudiera ser una respuesta que enriquezca y diversifique aún más el discurso historiográfico. Incluso, puede acortar la brecha entre la disciplina y el público. Digo esto pensando que otro de los límites de la escritura es que no toda persona va a tomar placer de acercarse al pasado leyendo de la manera tradicional. Hay también tantas formas, gustos y maneras de acercarse al pasado como seres humanos sobre la tierra. Esto lo ha demostrado la acogida que ha tenido la más reciente puesta en escena de Lin-Manuel Miranda. Los críticos aseveran que se puede aprender más historia de Estados Unidos de su “Hamilton” que de libros de historia. Entonces la televisión, la radio, el internet, el cine en sus variadas formas, igual las artes y la música son lugares otros por los cuales el público puede acercarse al conocimiento histórico. Esto, en vez de presentarle competencia al historiador tradicional, quien investiga solo para publicar en formato escrito, debería presentarle un reto sobre cómo utilizar estas otras formas a su favor. Acá dejo un ejemplo: mi versión del “Grito de Coayuco” en forma de rap.

 


Notas:

[1] Algunas de estas ideas fueron presentadas en la ponencia “Las partes, el todo y el público en general: fragmentación y síntesis en las narraciones históricas” en el 1er Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia, celebrado del 26 al 28 de septiembre de 2013 en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan, Puerto Rico. Luego en una charla titulada “La profesionalización de la historia: ventajas y límites”, para la clase de la profesora Lara Caride el 24 de febrero de 2014 en la Facultad de Humanidades, Universidad de Puerto Rico, Río Piedras. 

[2] Ver Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, Barcelona: Paidós, (2006), particularmente, el Capítulo 3: “El momento de la antropología histórica”, pp. 47-68.

[3] Thomas Bender, “Whole and Parts: The Need for Synthesis in American History”, The Journal of American History, Vol. 73, No. 1 (Jun., 1986). 

[4] Eric H. Monkkonen, “The Dangers of Synthesis”, The American Historical Review, Vol. 91, No. 5 (Dec., 1986). Traducción mía, en Mokkonen, nota 1, Op. Cit., p. 1147.

[5] Se invita al lector a hacer la lectura de las ponencias del “AHR Forum: The Old History and the New”, en The American Historical Review, vol. 94, No. 3 (Jun., 1989), pp, 654-698.

[6] Resumen de ponencia, para más ver: Theodore S. Hammerow, “The Bureaucratization of History”, en “AHR Forum: The Old History and the New”, The American Historical Review, vol. 94, No. 3 (Jun., 1989), pp. 654-660.

[7] Isabel Gutiérrez del Arroyo, Historiografía puertorriqueña, desde la Memoria Melgarejo (1582) hasta el Boletín histórico (1914-27), San Juan de Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1957; Arcadio Díaz Quiñones, “Recordando el futuro imaginario: la escritura histórica en la década del treinta”, Sin Nombre, San Juan de Puerto Rico, vol. xvi, núm. 3, abril-junio 1984; María de los Ángeles Castro “De Salvador Brau hasta la “novísima” historia: un replanteamiento y una crítica”, Op. Cit., núm. 4, 1988-89.

[8] Pablo Samuel Torres, “Los opuestos se atraen: fragmentación y síntesis en las narraciones históricas”. Historia y Sociedad, Año XVI-XVII (2005-2006). Otra historia que quedara por hacer sería cómo y de qué maneras la profesionalización de la disciplina y la burocratización del saber en el Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras excluyó o forzó a que otros programas de Historia dentro del mismo sistema de la UPR o fuera a que se desarrollaran bajo su sombra.

[9] Thomas Bender, “Wholes and Parts: Continuing the Conversation”, en A Round Table: Synthesis in American History. The Journal of American History, Vol. 74, No. 1, (Jun., 1987), pp. 123-130.

[10] Roy Rosenzweig, “What Is the Matter with History?” Op. Cit., pp. 117-122.

[11] Fernando Picó, “¿Es literatura la historia?” en Vocaciones Caribeñas, SJ: Ediciones Callejón, 2013, pp. 151.

[12] Agradezco al amigo Manuel Martínez Maldonado el dato, para más ver: Ben Brantley, “Review: ‘Hamilton,’ Young Rebels Changing History and Theater”, nytimes.com, (august 6, 2015) http://www.nytimes.com/2015/08/07/theater/review-hamilton-young-rebels-changing-history-and-theater.html?_r=0(accedido por última vez el 9 de febrero de 2016). La idea de las múltiples formas de acercarse al pasado la saco de mis propias inquietudes y de la lectura del sugerente libre de James M. Banner, Being a Historian, Cambridge University Press, 2012.


Lista de imágenes:

1. Joanne Jacobs, "Why do Students—and Teachers—Hate History", 2015.
2. Jacky Fleming, del libro The Trouble with Women, 2016.
3. Tom Gauld, "Intellectual Maze", 2014.
4. Tom Gauld, "The History of Nationalism", 2015.
5. Jacky Fleming, del libro The Trouble with Women, 2016.