El urbanismo y las políticas de la distracción

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Cuando el influyente arquitecto y urbanista Colin Rowe expuso el nuevo título de su publicación: The Architecture of Good Intentions (1994), formuló una mirada retroactiva al proyecto de la modernidad arquitectónica. En la misma, propone una serie de argumentos que cuestionan la capacidad política/social del programa moderno de principios y mediados del siglo XX. Por consecuencia, y como parte de su conclusión, declara la incapacidad en general de que la arquitectura pueda involucrarse en estos procesos tan complejos, y de paso, tilda como ingenuo cualquier intento por realizarlo.

El entendimiento de que el urbanismo no es apto de participar en arreglos de una alta carga ideológica y política es algo considerado indiscutible; en parte por la influencia de Rowe —entre muchos otros de los arquitectos, urbanistas y planificadores que desde hace ya décadas han desestimado estos procesos—. Se asume como una verdad absoluta, y se escarnece al implicado que persiga este trayecto. La destrucción de cualquier actuación o experimento de índole socio-político fue tajante.

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I have never tried to analyze anything whatsoever from the point of view of politics, but always to ask politics what it had to say about the problems with which it was confronted.

-Michel Foucault

Por otro lado, el filosofo y teórico cultural, Michel Foucault pronunció en una entrevista que se le realizaba en mayo del 1984 (poco antes de su muerte) que los “asuntos políticos” asociados a cualquier práctica filosófica o cultural eran imposible de resolverse cabalmente como polémica discursiva. O sea, él acepta de antemano la incapacidad de desenredar y resolver por completo cualquier canon ideológico que informa una noción con alta carga política. Sin embargo, más adelante en la entrevista, Foucault estipula que esto no debería de suponer que se abandone dicha búsqueda, por lo contrario, propone en vez que se elabore un “problema”: una formulación de preguntas que pongan en jaque estas ideologías.

It is a question, then, of thinking about the relations of these different experiences to politics, which doesn’t mean that one will seek in politics the main constituent of these experiences or the solution that will definitively settle their fate. The problems that experiences like these pose to politics have to be elaborated. But it is also necessary to determine what “posing a problem” to politics really means.[1]

En el proceso de descubrir los sistemas y consensos que validan que cualquier actuación política se realice, se desatan una serie de cuestionamientos y herramientas de indagación necesarias para revelarlas. A partir de ello, una sociedad se enfrenta y formula posturas ante estos paradigmas ideológicos. La responsabilidad, en este caso, de quién investiga sobre estos patrones no es resolverlos, si no desatar los escenarios que logren la futura y posible transformación de estos procesos a través de su reconocimiento.

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Cuando del espacio público se trata, estos mismos panoramas —pero en este caso físicos y espaciales— constantemente se proponen para que se desenvuelva en ellos cualquier tipo de práctica o interacción de índole “democrática”. El urbanista, en este caso, se ve como el facilitador para que esos procedimientos ocurran.

Sin embargo, a diferencia de la propuesta discursiva de Foucault, aquí las preguntas no se proponen; la formulación de un “problema” nunca ocurre. Por lo contrario, en su lugar se impone un dogma del “urbanismo correcto”: unas reglas de juego para poner en marcha el urbanismo de las buenas intenciones —pero apolíticas, en este caso—.

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La ingenuidad que atribuía Rowe a la arquitectura de la modernidad, en el caso del diseño urbano, se palpan desde su inicio; se piensa que el mero hecho de proveer espacio público aporta al desarrollo democrático de una sociedad. El urbanismo por ende se entiende como una “verdad absoluta”.

Como nos enseña Foucault, en la formulación de una “verdad” —y su consecuente aceptación— se estipula una declaración. El modo en que esa declaración se convierte en “verdad” es por medio de una imposición de reglas que logran que esa declaración sea discursivamente válida. Con el urbanismo, a través de la historia, se han desatado un sinnúmero de “verdades” que posibilitan los procesos para la realización de la ciudad.

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Los proyectos de la remodelación del Paseo de Covadonga son ejemplos de cómo se concretiza este urbanismo de las buenas intenciones. Las farolas equidistantes, los paseos peatonales, las arboladas y los bancos para sentarse no faltan a través de este recorrido lineal. Sobran, a su vez, los monumentos, las estatuas y las esculturas —fruto de la aparición de unos fondos federales para la creación de dichas piezas y espacios—. La atroz cercanía y la pobre ejecución de estos elementos a través del Paseo abona evidencia al problema: el diseño urbano en Puerto Rico no se problematiza, se ejecuta (y en grandes cantidades).

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Sobra este urbanismo de la buena intención porque distrae. No podemos olvidar que las desviaciones de toda clase son deliberadamente políticas; como la Roma Imperial en decadencia con los espectáculos de gladiadores para distraer a sus ciudadanos, y la reciente pronunciación de desahucio a Big Bird por parte de Mitt Romney.

Con este último ejemplo, el candidato a presidente republicano logró que su contrincante y los medios se concentraran en discusiones a la escala intelectual de Plaza Sesamo y no en la manipulación y distorsión de información que resonó a través del debate presidencial. De esa misma manera el diseño urbano del Paseo de Covadonga, me atrevo a decir, es feo, kitsch y sobre articulado porque intencionalmente quiere distraernos de los derechos a la ciudad, la convivencia y la libre expresión que se arrebatan a diario en las aulas de la “democracia” a solo pasos de aquí.

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A su vez, no hay porqué pensar que la alternativa al otro lado del espectro ideológico de producción urbana se salva de este embrujo apolítico. Es por eso que prefiero que los muros pregunten en vez de hablar. Hago esta breve salvedad, pero esto es mejor discutirlo en otro momento.

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La codificación dogmática, pericial o legal, son los propulsores en la toma de decisión del urbanismo. Y aunque estos aspectos son cruciales atender e incorporar, el tomarlos como hechos o verdades incuestionables es parte del problema que Foucault vaticina al ignorar  y aceptar los procesos ideológicos que informan estos esquemas preestablecidos.

En gran medida, el canon que informa la práctica del diseño urbano está basado en los preceptos espaciales del siglo XIX; en el que una nueva clase burguesa y una reorganización del poder (ahora basado en naciones-estados) quería hacerse sentir sobre el territorio. La aparición de los bulevares, paseos, calles comerciales, sedes culturales, entre muchos otros, se convirtieron en el repertorio que contaba el diseñador para desarrollar estos nuevos escenarios socioculturales representativos de este nuevo poder.

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Sin embargo, ¿por qué este canon sigue siendo la referencia incuestionable de cómo ejercer el diseño urbano? Me sospecho que poco o nada tiene que ver con preferencia o gusto. Existen una serie de declaraciones —fundamentadas en gran medida en las esbozadas por Rowe— que cancelan el desarrollo y aparición de nuevos modelos de ciudad; basados en los procesos tangibles e intangibles que informan cualquier operación del espacio público. El “eso no nos toca a nosotros” y el “espacio es solo mero facilitador de intercambios entre usuarios” son las declaraciones que imposibilitan el que las preguntas, aunque sean con las mejores de intenciones, provoquen el andamiaje necesario para fortalecer el espacio público y democrático en Puerto Rico.

Si la curiosidad mató al gato, aún le quedan ocho vidas para seguir husmeando.

Notas:

[1] Lydia Davis, Polemics, Politics and Problematizations. Essential Works of Foucault. New York: The New Press. 1997.

*Imágenes suministradas por el autor.