¡TOMA VIDA, criticón!

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La crítica está bajo ataque. En tiempos recientes, el tema ha estado muy presente en los medios, ya que existe todo un andamiaje, visible o invisible, que funge como mecanismo para silenciar al crítico. Este aparato no es nada nuevo, impedir que se suscite la critica ya ha sido institucionalizado en el psiquis y el modus operandi del puertorriqueño. Mientras tanto, los mismos que propagan el aparato censurador, se nutren del beneficio y la comodidad de saber que el silencio del otro es su mejor cómplice. Es por eso que se promulga: el ciudadano decente no critica, trabaja.

Un mensaje muy similar a éste se emplea en los nuevos carteles publicitarios del Partido Nuevo Progresista, en el que se ausculta: “Ser puertorriqueño es hacer, no criticar”. El anuncio plantea que criticar es contraproducente y que en vez lo que hay que hacer es ponerse a laborar sin cuestionar. Esta visión improductiva de la crítica es una argumentación basada en la formulación de que si algo no produce capital —económico o discursivo en apoyo a la conservación del status quo—, automáticamente se torna innecesario para la sociedad. 

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Es el mismo parámetro que nutre la pauta normativa y la defensa incuestionable del esquema económico y político neoliberal. Éste, entre muchas otras maniobras, han provocado que un sinnúmero de programas académicos alrededor del mundo se hayan eliminado, puesto en probatoria o drenado de fondos por considerarse improductivos a la sociedad que supuestamente sirve. La academia es vista, en este caso, como criadero de criticones. Removerle recursos es purgarla de su capacidad transformadora. 

Este entendimiento negativo de la crítica no siempre había sido tan vehemente. En un momento dado, el crítico cultural y político se veía como un agente imprescindible para la construcción, evolución y sustento de una sociedad. Lo que ocurre es que, aunque los sistemas legales, morales y económicos que rigen a esa sociedad son productos de un ejercicio filosófico y crítico inicial, por lo general, son los que anhelan conservar el esquema prevaleciente los que se resisten a que se siga transformando y reinterpretando el mismo. Cuando ese sistema es sólo para rendirle beneficios a unos pocos en el poder, al criticón se le va a silenciar a como de lugar; el trabajo que hagas más vale que al servicio del sistema esté —al fin del día, productivo tienes que ser.

Siguiendo esta línea de amarre entre el rol del trabajo como mero instrumento al servicio del sistema, descubrimos que no es ninguna casualidad que la desaparición del crítico coincida con la eliminación del regulador económico. Del mismo modo que el rol de un  contralor público pasa ahora a manos del privado que se autorregula, al crítico lo sustituye el consumidor —en este caso, la figura centralizada del crítico no desaparece, se suplanta. En un ejercicio de democracia dúctil, se le entrega la voz determinante de tendencias y gustos a las masas, y de tildar al crítico de elitista enajenado. En este argumento se basa, en gran medida, el ataque orquestado al criticón. 

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Es por eso que existe una línea muy fina entre crítico y criticón. Hoy, todos somos críticos. Con el acceso infinito a nuevos medios digitales, todo el mundo participa en la realización de la crítica. El problema es, que en la mayoría de los casos, estos son soundbites breves y muy poco informados, en vez de ejercicios profundos y rigurosos. La severidad aburre en una sociedad que valora el hablar de súbito, antes que ponderar exhaustivamente. No lo pienses mucho, que el mundo es del listo, no del pensador.

El crítico-consumidor le sirve al sistema, y es por eso que se acepta su rol de reseñador. Sin embargo, esta determinación deja fuera las voces que surgen de un espacio de más rigor intelectual. El que critica solamente con un vistazo a vuelo de pájaro, jamás se enterará del potencial de una práctica de pensamiento más incisiva. La heterogeneidad de voces terminan por igualarse; siendo su único potencial el de cualificar modas fugaces, en vez de vicisitudes contundentes y dirigidas.

Se alega que criticar a este sector por su vagancia intelectual pone en peligro su capacidad de conseguir el tan anhelado trabajo —al mismo que se hace alusión en el cartel publicitario del Partido Nuevo Progresista. Por eso es que es mejor callar, porque si no, no se estaría mostrando un compromiso con el oficio, gremio o la institución educativa del cual participas. Sin embargo, ¿no es el que se preocupa por la calidad de su trabajo el que más demuestra compromiso con éste?

Para colmo, en muchas ocasiones ese crítico-consumidor proyecta y aparenta una imagen de un discurso ideológicamente cargado y político para disimular su pereza. Un ejemplo de esto es el consumidor típico de la tienda estadounidense, Urban Outfitters. Ésta vende vestimenta y parafernalia con mensajes de supuesta radicalidad. Sin embargo, el dueño de estas tiendas es un reconocido ultraconservador, que de hecho, se ha topado con mucha prensa negativa debido a la remoción selectiva de algunos de sus productos —por estar demasiado asociados a ideales anticonservadores. El crítico-consumidor por lo general no se entera de este tipo de asunto. No le interesa tampoco. La pose de ser crítico es suficiente.

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El ataque contra la crítica y el crítico no es nada nuevo. Con la aparición de los preceptos de la pos-crítica en el arte, se demonizó a esta figura —o al que emplea estrategias críticas en su trabajo—, por perder tiempo y por nadar en contra de la corriente, en vez de servirle y navegar con ella. En la arquitectura especialmente este movimiento anti-teórico se puso muy de moda en la academia norteamericana hace algún tiempo (y de ahí se exportó al resto del mundo). En parte entendible, por el desgaste y la reincidencia de los mismos temas y las mismas estrategias de parte de un campo de figuras en el poder; que solían seguir repitiéndose con tal de no perder la autoridad sobre la producción teórica de la arquitectura. El relevo generacional sólo se daría si se iba a agarrar fogosamente el mismo bastón discursivo que se te entregó al principio.

Sin embargo, es importante entender que a lo que se le apostó fue a todo lo contrario, a un escepticismo hacia el cuestionamiento de los modos, fenómenos e ideologías que informan a la producción arquitectónica como tal. Se pensó, en vez, que el arquitecto tenía que ser una figura que interpretaba, no que se cuestionaba, los preceptos económicos y las estructuras de poder que se heredaban. Dibujar sin pensar, los hacia a todos cómplices.

Uno de los principales precursores de este movimiento anti-teórico lo fue Michael Speaks. Éste planteaba que la crítica inhibía la creatividad y que la arquitectura, en vez, debería integrar más lecciones de las prácticas de negocios. Speaks llegó a plantear que repudiaba la agenda crítica, ya que según él, el mundo ya no se regía por la filosofía y la teoría.

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Speaks es en gran medida el responsable de diferenciar tajantemente la intelectualidad de la inteligencia en la arquitectura. Esta última la plantea como un modo de resolver los problemas que enfrenta el arquitecto cuando este sirve de mero interprete a las influencias y flujos del capital económico y político en boga. El rendimiento, la instrumentalidad, el progreso y el pragmatismo son los mecanismos que ahora se emplearían para promulgar esta nueva arquitectura y al arquitecto “productivo” de la poscrítica.

Michael Speaks fue en gran medida influenciado por el arquitecto holandés de gran renombre, Rem Koolhaas. Años antes este había esbozado los argumentos que luego conducirían a la aceptación del canon de la poscrítica en la elaboración de la arquitectura. Al considerar que la estética ya no respondería a una carga ideológica crítica, ésta en vez se prestaría a una flexibilidad jamás antes vista, que por otro lado la tornaría excesiva y peor aún, irrelevante. 

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Cuando el arquitecto empezó a jugar al rol de crítico-consumidor, se desató un anything goes arquitectónico, que muy peligrosamente inculcó una estética de radicalidad, y no un criterio ético que acompañara estas decisiones de diseño. Koolhaas ahora pronunciaría que ante el vacío ideológico que se infiltraba directamente en el corazón de la arquitectura, lo único que quedaba por diseñar era la superficie o la envoltura de esta inevitable afección vacua.

En la obra de Koolhaas, como ocurre con su investigación asociada al City of the Captive Globe, el vacío se emplea como un medio para comprender los territorios que ahora están privados de significado y donde la ideología de cambio ha sido expulsada a favor de los nuevos vanos jerárquicos reclamados por el capital. En esta propuesta, el vacío mismo es exhumado como una inexorable cualidad de la economía orientada hacia la imagen. 

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El rol de este vacío es de reforzar, en vez de rearticular, la superestructura que lo informa. Nos quedamos sólo con la capacidad de participar en el proyecto arquitectónico en su superficie, ya que la guarida del silencio alojada en su centro queda altamente vigilada y protegida por sus defensores. En el proceso, el sujeto se ha quedado sin rumbo, limitado a sólo participar pasivamente del anti-evento proyectado.

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El destino curiosamente condujo a que uno de los proyectos más emblemáticos de Koolhaas se quemara en el 2009. El edificio era una de las torres que componían la sede de la CCTV de China, el canal oficial del Estado; reconocido mundialmente por su censura y sus abusos de poder. El día de la inauguración de la torre principal uno de los fuegos artificiales cayó en el techo de su torre hermana. Ésta se incineró cuando estaba  todavía sin terminar, y no tenía la capa incombustible que requería el material que lo revestía. Cómo resultado, quedó una ruina instantánea en el contorno urbano de Pekín. El vacío ideológico y carente de crítica que embrujaba su interior ahora se hacía sentir en la piel de la estructura. Plantear una mejor metáfora para nuestros tiempos sería imposible  ahora obtener.

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Ante estas cargas de significado —y ante el tema publicitario que aquí indirectamente se ha manejado—, propongamos lo siguiente: robémosle uno de los eslogan utilizados por el Municipio de San Juan a la entrada de Puerta de Tierra. El mismo lee, “¡TOMA VIDA!”. Al ponderar, éste se pudiera interpretar de dos maneras. La primera, como un gesto de ofrecimiento de vitalidad urbana a la ciudadanía de la capital, que ahora encendería en vida a este sector. La segunda, como un bofetón silenciador a cualquiera que critique al caudillo por no construir suficiente obra. El “TOMA” en este caso es de humillación y confrontación hacia el criticón, y no un obsequio pacificador para remendar diferencias como propone la primera interpretación. La propuesta sería apropiarse del eslogan, sólo que se le añadiría al final una coma y la palabra “criticón”.

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Si las mejores maniobras publicitarias actuales son las que coartan mensajes de la cultura popular y la vuelcan a su beneficio, pues hagamos lo mismo con ésta. Invadamos el espacio del crítico-consumidor para infiltrar un mensaje de estimulo detractor. Si las metáforas de ruina ya nos sobran, en vez construyamos un aparato de apoyo vigorizante  al criticón. ¡TOMA VIDA, criticón!

Ponte a trabajar por nuestra sociedad.

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