Cómo se aprende, cómo se entiende, cómo se usa: cada término utilizado para denominar a un colectivo humano lleva en sí una amplia carga semántica. Cuando se trata de términos identitarios esa carga está relacionada al devenir histórico de ese pueblo o pueblos y sus expresiones culturales. Durante la visita de la profesora y escritora mexicana Pilar Melero a mi clase de Latina Writers (impartida en inglés) este semestre, se retomó uno de los temas presentados a principios del curso: ¿latinas y/o hispanas? ¿Hay un término más apropiado que otro, o menos polémico? Se trata de una discusión relevante por lo que espero que estos apuntes y reflexiones sean útiles para diálogos al respecto.
¿Hispano? ¿Latino? Estos vocablos describen, a veces amalgaman, otras veces incomodan, y en muchos casos su uso suele ser confuso y circunstancial. Ambos a su vez provienen del contexto del mundo románico, lo que acentúa las connotaciones coloniales y/o imperiales. Es por eso que mucha gente tradicionalmente clasificada en estas categorías en los Estados Unidos encuentra mayor identificación con el término Latinx —pronunciado: latinex y acuñado recientemente— borrando así binarismos problemáticos en cuanto al género y resistiendo a la vez la imposición politizada de la etiqueta Hispanic.
Vayamos al “cómo se aprende” de manera contextual. Habiendo nacido y crecido en Puerto Rico, en la escuela aprendí que “hispano” se refiere a toda persona que proviene de un país de habla española, por lo que España —la antigua Hispania bajo el imperio romano— queda incluida en ese mapa. Lingüísticamente también, la idea de “latino” comprende al mundo en que se habla una lengua romance: lenguas que provienen del latín, lo que nos lleva a Italia y al valle del Latio. En ese sentido, una persona de Rumanía es tan latina como alguien de Honduras, aunque sabemos que a nivel del cómo se entiende y cómo se usa para efectos del censo estadounidense, ésa no es la aplicación del concepto. El cómo se aprende nos lleva a considerar el cómo se entiende, precisamente por los usos muchas veces limitados y las contextualizaciones usualmente políticas de los términos identitarios.
Recordemos también que en Latinoamérica nos aprendemos y nos entendemos como americanos, no en el sentido anglo-sajón que solamente se refiere a Estados Unidos sino en el sentido más amplio, continental y hemisférico, como también en el del mundo hispanohablante a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, lo que comprendíamos como americano, hispano y/o latino adquiere otros matices dentro del contexto estadounidense. Los hispanos/latinos se aglutinan dentro de un grupo “minoritario” como si supusieran un elemento marginal y foráneo, desde la perspectiva mainstream. Por eso la escritora-activista chicana Cherríe Moraga insiste en el concepto de “América”retando de esa manera el proceso de asimilación que borra diferencias raciales, étnicas, lingüísticas y culturales. Históricamente, los hispanos —en el sentido original y más abarcador del término— han estado en tierras norteamericanas desde el siglo XVI, especialmente si se piensa en la época de los conquistadores y en figuras como Ponce de León y Cabeza de Vaca. Así pues, si los hispanos fueran elementos foráneos en dichas tierras —que lo vienen a ser si nos desencajamos del encuadre histórico eurocéntrico— los anglo-sajones tendrían que ser considerados bajo los mismos estándares.
En gran medida, la incomodidad que “hispano” y/o “latino” causan tiene mucho que ver con la carga imperial que acarrean tras su evolución histórica. Aunque “hispano” se use desde la perspectiva lingüística —la cual es adecuada en su contexto— su vínculo con la época colonial latinoamericana así como su utilización sociológica en los Estados Unidos lo vuelven un término útil pero también problemático. En cuanto a su uso, “latino” tiende a tener connotaciones más culturales que lingüísticas. Esto permite que alguien con raíces y/o afinidades en el mundo latinoamericano y caribeño pueda identificarse culturalmente sin miedo a juicios por no saber español o no hablarlo “perfectamente”, como suelen criticar los sectores recalcitrantes del nacionalismo insularista, por ejemplo, en Puerto Rico a los boricuas de la diáspora. No obstante, se puede argumentar que “hispano” termina siendo una sub-categoría de “latino”. Curiosamente, el consenso es que estos vocablos son diferentes aunque muchas veces optemos, haciendo las salvedades necesarias, por utilizarlos de modo intercambiable. Y es que así se manifiesta el peso de la historia de dichos términos y sus manifestaciones imperiales y coloniales. Su utilización no ocurre sin el obligatorio reconocimiento de su insuficiencia representativa, precisamente porque nos estamos enfrentando al discurso colonial con que hemos aprendido, entendido y aplicado los conceptos, los cuales luego han sido apropiados políticamente sin considerar cómo la gente se siente/se entiende/se relaciona con respecto a ellos.
En el ámbito académico suelo escuchar reacciones de sorpresa en cuanto a por qué un español no cae en la categoría de Hispanic en los Estados Unidos mientras que unx puertorriqueñx, unx cubanx, o unx mexicanx sí. A pesar de que hay una miopía lingüística en el uso del término en dicho contexto, lo que sucede es que lo que hay detrás de toda esta articulación discursiva es la etiqueta de minoría y, sobre todo, el lastre de la historia imperial en las Américas. Aunque expresado en términos no exactamente apropiados, es obvio que las circunstancias de estos países/naciones no han sido equiparables a la experiencia y alcance imperial de una España o un Estados Unidos. Y Puerto Rico precisamente lleva más de cinco siglos bajo el dominio de uno o del otro. Del mismo modo, tanto México como Cuba han tenido historias muy próximas y complicadas con el formidable vecino del norte, como llamaba Martí a los Estados Unidos.
Es además en el contexto estadounidense y angloparlante que Hispanic pierde la marca de género, mientras que Latino/a subraya dicha marca, una de las razones por la cual muchos optan por referirse a Latin@. Es una manera de reclamar la inclusión de las mujeres y de lo que se considera femenino. Por otra parte, el término Latinx sigue cobrando auge pues éste rebasa el binarismo tradicional en cuanto a género, abriendo el espacio, como señala Raquel Reichard, para las personas de mayor fluidez génerica y/o que se resisten a ceñirse a categorías de género que no reflejan su identidad personal, cultural y sexual. De Latino/a a Latin@ a Latinx se hace evidente el deseo de inclusión y visibilidad para múltiples sectores de la comunidad humana.
Es en el cómo se usa cuando podemos ejercer la libertad de escoger el término que mejor nos describa según lo entendemos y lo vivimos. La conversación en cuánto a cuál término es más apropiado —o sea, adecuado— es una que debe de continuarse. Una persona tendrá sus razones para preferir describirse como hispana, otra como latina, otra como chicana o Xicana, otra como boricua, otra como Blaxican, otra como Latinx y más, en sus propios términos e incluso entre varios de ellos. En cada circunstancia, lo adecuado sería escuchar las razones y dialogar sobre las posibilidades. En cualquier caso, nadie tiene derecho a imponerle o cuestionarle una identidad a un grupo ni a una persona. Las afinidades —algo muy diferente a las apropiaciones o falsas representaciones— se respetan. El cómo aprendemos y cómo entendemos debe tener la apertura para continuar las reflexiones ante los usos y las nuevas costumbres y posibilidades.
Notas:
[1] http://www.buzzfeed.com/yessicahernandez/whats-the-difference-between-latino-and-hispanic#.xvqYlWLrE.
[2] Suzanne Oboler examina el uso político de la categoría “Hispanic” en los Estados Unidos. Sobre ello, Gracia y De Greiff señalan: “For Oboler, the label homogenizes people with a different ethnic, racial, historical, religious, and linguistic backgrounds” (9).
[3] “Arte en América con acento” aparece en la antología de Lillian Castillo-Speed.
[4] David Spurr, en relación al tema del lenguaje y lo imperial, destaca: David Spurr: “When we obey or are obeyed, how much of that obedience is mere mimicry? Colonial discourse bears this constant uncertainty…” (7).
[5] https://www.latina.com/lifestyle/our-issues/why-we-say-latinx-trans-gender-non-conforming-people-explain#1.
Lista de referencias:
Castillo-Speed. Lillian. Ed. (1995). Latina: Women’s Voices from the Borderlands. New York: Touchstone.
Gracia, Jorge J.E. & Pablo De Greiff. (2000). Hispanic/Latinos in the United States. New York and London: Routledge.
Oboler, Suzanne. (1995). Ethnic Labels. Latino Lives. Identity and the Politics of (Re)Presentation in the United States. Minneapolis and London: U of Minnesota P.
Reichard, Raquel. (5 Nov 2015). “Why We Say Latinx: Trans & Gender Non-Conforming People Explain.”https://www.latina.com/lifestyle/our-issues/why-we-say-latinx-trans-gender-non-conforming-people-explain#1. Web.
Spurr, David. (1993). The Rhetoric of Empire. Durham and London, Duke UP.
Lista de imágenes:
1. Gilbert Guerra, The argument against the use of the term "Latinx",The Phoenix, 2015.
2-3. Imágenes de la campaña This is What a Latin@ Looks Like, un proyecto de Alvin Gordian-Arroyo de Harvard Fuerza Latina, 2015.