Fue para finales de la década de los ochenta del siglo pasado cuando por primera vez trabajé en un hogar de esquizofrénicos en la ciudad de Hartford. Recuerdo que el primer día de trabajo vi entrar por la sala de admisiones a este extraño sujeto delgaducho con el pelo rapado que parecía estar en los treintas. Vestía con una polo blanca sin mangas —que, de tan corta que le quedaba, se le podía ver el ombligo—; pantalón bermuda rosado hasta las rodillas; medias negras largas, que casi tocaban el bermuda; y zapatos mocasines marrones. Tenía un caminar rígido y robótico. Presentaba gesticulación facial y corporal; ojos súper abiertos y brotados; boca semiabierta con labios agrietados y escamosos, cubiertos por una baba blanca seca; y un moco viscoso, grueso y verdoso, que al compás de la respiración entraba y salía de uno de los orificios de la nariz.
El paciente llega al hogar luego de haber estado varios meses ingresado en un hospital psiquiátrico. Resulta que este sujeto llevaba 10 años entrando y saliendo de hospitales y de hogares, por manifestaciones delirantes, alucinaciones y comportamientos desorganizados. Según el expediente médico, cuando el paciente salía a la libre comunidad se dedicaba a visitar las fuentes de agua de los centros comerciales de la ciudad para tirarles unas piedras que provenían de un "terreno secreto en los alrededores de su casa". Esas piedras tenían unos químicos "que mataban la radioactividad del agua". El argumento del sujeto era que "desde las fuentes de los centros comerciales provenía el agua potable para toda la población de la ciudad”; de ahí que “los crímenes, enfermedades y muertes en la ciudad eran por causa de la radioactividad en el agua”. Era tanta su entrega con este asunto que en un centro comercial sacó de su bulto un bloque de cemento, de los que se utiliza para construir muros, y lo tiró bruscamente en la fuente.
La información que obtenía de este y demás pacientes provenía mayormente de los expedientes médicos. Resultaba difícil hablar directamente con ellos porque los efectos colaterales de los medicamentos les producían afectación cognitiva, disminución de la velocidad del pensamiento, dificultad de concentración y atención, pobreza del lenguaje, apatía, disforia y anhedonia. A su vez, presentaban reacciones agudas de intranquilidad motora que los mantenían caminando inquietos, de un lado a otro, con movimientos estereotipados, como tics en la cara, los párpados, la lengua, así como en las extremidades, entre otros...
Años más tarde, mientras cursaba mis estudios graduados en psicología, continué con el asunto de seguir trabajando en hospitales psiquiátricos. El panorama era igual de tétrico porque el tratamiento con modelos psicoterapéuticos condescendientes, disfrazados de derechos humanos, y con psicotrópicos antipsicóticos, cuyos efectos causaban restricción humana, hacían que aquellos pacientes parecieran zombis caminando con grillos encadenados a una pesada bola de hierro.
La psiquiatría y la psicología tradicional entienden que la psicosis, en algunos casos, es producto de un incremento en la función de receptores dopaminérgicos, mientras que en otros casos es producto de un déficit de dichos receptores, lo que trae como resultado que los pacientes se desorienten en tres esferas: en tiempo, espacio y lugar. De ahí se dice que los antipsicóticos tienen la capacidad de trabajar ambos casos, estabilizando el "desbarajuste" cognoscitivo del paciente.
Desde la psiquiatría y la psicología tradicional, cuando se habla de antipsicóticos se pretende utilizar el término en cuestión de semántica de la misma manera que se utiliza en medicamentos anticoagulantes, anticonvulsivos, antivirales, entre otros, donde el prefijo "anti" tiene la connotación de combatir alguna anomalía que afecte la homeostasis del organismo. Sin embargo, desde el psicoanálisis, el término "antipsicótico", no se conceptualiza únicamente como bloqueador de receptores dopaminérgicos, sino como agente que combate a todo aquel que tiente contra el "buen funcionamiento" del orden social.
Para el psicoanálisis, la psicosis no es un síntoma psiquiátrico proveniente de una enfermedad, sino una estructura, un posicionamiento, que construye el sujeto para relacionarse con el otro. Tal y como plantea Valdecasas (2011), al hablar de estructura hay que automáticamente situar el lenguaje en el centro vital de interés y aproximación, ya que en "buena medida, todos los sistemas que constituyen una estructura son sistemas lingüísticos". Siguiendo esa misma línea, el mismo autor refiere que "tal y como la estructura del lenguaje no se construye, sino que preexiste al sujeto, la estructura de dicho sujeto, por el contrario, es una construcción o modalidad de acomodación a esa estructura del lenguaje" (Valdecasas, 2011).
Las estructuras se forman en las etapas bien tempranas de la niñez, cuando la criatura vive experiencias que sobrepasan por mucho los límites de la palabra. Estas experiencias son previas al desarrollo de su mundo perceptual, agujerean su cuerpo y crean marcas y excesos. Este fenómeno se convierte en impulso psíquico que sirve de motor de arranque hacia la eterna búsqueda de objetos y significantes que den cuenta de aquella excitación interna.
En relación con lo anteriormente expuesto, para el psicoanálisis el ser humano trata de retornar al origen de su vida para revivir las experiencias primarias. Según Gerber (2013), no importa el rumbo que tomemos en nuestras vidas, siempre desembocamos en el mismo lugar. No obstante, aunque ya estuvimos allí resulta imposible el regreso, "ya que lo incompleto del lenguaje convierte dicha travesía en un paradero mítico".
En el caso de la estructura neurótica, por ejemplo, el regreso al estadio del espejo es el regreso a la experiencia del imago que, ante el ojo del otro, constituye al sujeto en identidad, en persona, en el Yo (Cruz, 2013). El neurótico, al no saber de su cuerpo agujereado, acepta ciegamente la totalidad gestáltica que brinda la imagen y al Otro, como entidad que legitima su existencia: "La aceptación de que aquello en la imagen es su Yo completo y la experiencia de ver que lo ven abren las puertas al universo simbólico del discurso que se da entre el Yo y el Otro" (Cruz, 2013). De ahí que el neurótico, en su afán de seguir viendo su imagen, tiene que siempre construir un otro que le rinda cuentas y posea los referentes que necesita y busca. El Otro, entonces, brinda la palabra perdida y el neurótico la acepta de forma incondicional.
Apollon (2013) plantea que en la estructura psicótica no se produce el mismo fenómeno que en la neurótica, ya que la criatura se espanta con lo que ve en la imagen del espejo y el ojo del otro no se percata de ese acontecimiento. Tanto es así que la criatura no acepta la imagen, porque sabe que no la representa, y tampoco acepta al Otro, por no darse cuenta de lo sucedido. El Otro, entonces, no es confiable ni le sirve de significante, y no legitima a la criatura. Por tal razón el psicótico tiene que construir su propio lenguaje, un lenguaje ajeno a las codificaciones simbólicas que se necesitan para responderle a ese otro. Este particular lenguaje creará a su vez una particular conciencia que dará como resultado un campo perceptivo sin límites. Para el psicótico entonces el Otro es el sujeto mismo que estará buscando, a través de delirios y alucinaciones, respuestas de aquella experiencia con la imagen que nunca lo representó.
La estructura del psicótico resulta sumamente desafiante, no solamente por su característica indomable, sino porque transgrede el lenguaje que precisamente es lo que nos hace humanos. Sobre esto, Apollon (2013) nos dice que el resultado ha sido que las civilizaciones vivan aterradas ante estos seres, por no existir ningún saber que les brinde respuestas. El psicótico, al rechazar la imagen que se le presenta ante sí, rechaza ser persona, cualquier identidad y al Yo como cuerpo integrado, o sea, todos aquellos significantes que lo conviertan en objeto y que intenten representarlo. Es por eso que al rehusar ser objeto, el psicótico le da una encerrona a las civilizaciones, haciéndonos ver que vivimos en un mundo neurótico donde los saberes están dirigidos a las representaciones simbólicas de las imágenes y no al sujeto que poseemos.
Ha sido la neurosis de las civilizaciones la que se ha atribuido el exclusivo apoderamiento del lenguaje, creando del mismo una especie de territorio amurallado que concibe la esencia natural que habita en las palabras. Sin embargo, la psicosis atenta contra la intransigencia neurótica y "la naturaleza del territorio" al darse cuenta que el lenguaje es un estrechísimo colador en el que las palabras terminan raquíticas, presentando poca o ninguna relación con las cosas. Es por eso que cuando la psicosis intenta construir su espacio dentro del territorio para crear otros símbolos y darle un nuevo espíritu a la palabra, le dan de tapabocas para callarla y la expulsan del territorio. Fabricar al psicótico como un Otro extranjero ilegal que hay que agredir por invasor y malvado es la típica estrategia de la neurosis de las civilizaciones para legitimar su poder.
El psicótico —al no tener procedencia, no saber dónde está parado, ni saber hacia dónde se dirige— es visto como un ser sin naturaleza y carente de autenticidad. No basta con que el psicótico, de por sí, se encuentre atrapado en el lenguaje, que para nada apela a su experiencia intuitiva y evidente. Por ser considerado un ente errante e incapaz de involucrarse y aportar al lazo social, las civilizaciones han hecho del encierro físico y psíquico su único territorio para que desde allí sea el arquitecto de sus "castillitos en el aire". Y es ahí que entra en acción el antipsicótico, el cual, más allá de ser un medicamento, es una práctica que —al igual que lo antigay, antiextranjero, antinegro, antimusulmán, antisemita, entre otros "anti"— no escatima en gritar a los cuatro vientos su odio y repudio hacia el Otro.
En fin, el odio al psicótico loco es milenario, sin embargo, ese odio para nada ha detenido la marcha del psicótico. Como dice Apollon (2013), la misión del psicótico es cambiar el orden de las cosas, cambiar el lenguaje y cambiar al mundo y para ello sabe que tiene que sacrificar su cuerpo (de eso sabe aquel loco que le tiraba piedras a las fuentes de agua de los centros comerciales). Mientras que las civilizaciones siguen con sus prácticas antipsicóticas lideradas por la psiquiatría y la psicología tradicional, la estructura psicótica seguirá demostrando la falta que produce el lenguaje y la hecatombe que eso le produce no solo al psicótico, sino a la humanidad entera.
Lista de referencias:
Apollon, W. (2013, June). Structure in Psychoanalysis. In Clinical Strategies And The Different Psychical Structures. Yearly Training Seminar in Lacanian Psychoanalysis, Sixth Year, Québec, Canada.
Cruz, D. (2013). El estadio del espejo como formador de la función del Yo. J. Lacan. Tomado de https://www.youtube.com/watch?v=g2jiYgwqiCY&app=desktop
Gerber, D. (2013). Tótem y tabú de la clínica al mito y retorno. Conferencia magistral. Tomado de http://m.youtube.com/watch?v=XQzpkftXpe8.
Valdecasas, J. (2011). La psicosis como estructura. Tomado de http://postpsiquiatria.blogspot.com/search?q=-psicosis-
Lista de imágenes:
1) Patrick, Free pre-NHS heath care in Middlesex, January 22, 2013.
2) Bloques de cemento.
3) Lloyd I. Sederer, MD, Things You Want to Know About Psychiatric Medications But Didn’t Know Who (or How) to Ask, June, 18, 2013.
4) Hannah Hoch, Cut with the Kitchen Knife through the Beer-Belly of the Weimar Republic, 1919.
5) Fatima Azimova, Conception of the mind, 2006.
6) Louise Williams/Science Photo Library.
7) Katherine Killick, Day Workshop: Alchemy of Working with Psychosis, February 1, 2014.