Regiones, clases, generaciones, sexos, individuos: islas, islotes y peñascos perdidos en los mares de la inercia, el desapego, el menosprecio, el rencor. Horizonte de espacios vacantes: los puentes son raros en la América hispana y en España.
-Octavio Paz, Islas y Puentes
Cuando yo hablo de la comunidad de Ceiba, voy a distinguir, a los 20,000 ciudadanos respetados del área y los ocho o diez líderes que yo voy a llamar aquí unas crápulas, garrapatitas vividoras, porque ellos no representan a nadie.
-Cheo Madera, en Noti Uno 630AM
Marithelma Costa es escritora y profesora de literatura en el Hunter College de la City University of New York, ciudad a donde llegó en 1978. Hace poco más de un año decidió ir a una presentación de Calle 13 en el Best Buy Theater, el domingo 16 de octubre de 2011, tras ser invitada por varias de sus estudiantes latinoamericanas. Aunque tenía planeado ir a ver a Joaquín Sabina a la misma hora, conocía la música del dúo y había oído tantos elogios que accedió a la invitación, acudiendo finalmente junto a una colega.
Mientras hacían la fila de espera para entrar al show, las profesoras se encontraron con sus estudiantes, involucradas en lo que es (¿fuera?) el movimiento Occupy, que a menos de un mes de iniciarse con la protesta original Occupy Wall Street (OWS, por sus siglas en inglés) del 17 de septiembre de 2011, empezaba a tomar el impulso que llevaría a manifestaciones nunca antes vistas en la ciudad; desde las marchas sobre el Brooklyn Bridge, hasta la famosa carga de la unidad montada de la policía en Times Square.
En medio de las conversaciones del momento —que como en muchos entornos neoyorquinos giraban alrededor de las protestas y la efervescencia existente en la ciudad— las profesoras y sus estudiantes decidieron improvisar unas pancartas alusivas a OWS para mostrarlas durante el show. Los demás presentes en la fila se unieron; compartieron marcadores, buscaron cartones en las esquinas cercanas y crearon las pancartas juntos, con la estética típica que resultaba de aquella precaria conjugación de materiales. Era la misma solidaridad que caracterizaría el movimiento Occupy en sus comienzos (que quizá, más que un movimiento, fue un momento en el tiempo y en el espacio).
Vez tras vez, las estudiantes levantaron sus pancartas durante del show, buscando palabras de apoyo de Residente (René Pérez Joglar), famoso entre otras cosas por sus usuales intercambios performativos con el público. Pero vez tras vez, la estrella hablaba de otros temas. Tanta fue la pichaera de Residente que, en algún momento donde el público se unió a los reclamos de las occupiers, se le hizo imposible ignorar las pancartas y exclamó: “yo sólo miro a Latinoamérica. No me interesa ese movimiento de no-latinoamericanos”.
Así recuerda Marithelma su decepción. Había pagado por ir a ver en persona aquella estrella admirada por jóvenes de todas partes, y ahora el objeto de sus expectativas la defraudaba completamente. Sin pensarlo mucho, la profesora se regresó a su casa antes que terminara el show, con el mismo amor con el que hizo la fila y ayudó en las pancartas bajo el frío de octubre. Poco después las estudiantes le tiraron las pancartas sobre el escenario.
Como en Puerto Rico “todo el mundo se conoce”, poco después un allegado a OWS y a Calle 13 le indagó a René Pérez su desdén e inherente ignorancia sobre lo que comentó en tarima. En cuestión de una opinión, el artista se referiría a quienes protestaban reduciendo toda diferencia, color y gris que podría existir en un concepto, a una sola tonalidad: “blanquitos”. Igual pudo ser “negritos”, o cualquier epíteto coloquial de esos que se mastican a diario en el caribe. Con aquello el cantante se enajenaba de toda comunión posible con el movimiento, a la vez que cercenaba con un mero balbuceo todas las alianzas, solidaridades y comunicaciones posibles entre su público y el recién nacido movimiento.
Si algo impactaba al inicio del movimiento Occupy, era la condición de tener que escuchar genuinamente al otro —usualmente un completo extraño— durante las asambleas generales, en las múltiples conversaciones que ocurrían en Zuccotti Park, o entre un almuerzo, unas cervezas o en la fila al baño. No se pre-codificaba lo que se iba a escuchar antes de que el emisor abriera la boca. Lejos de eso, el uso del human microphone forzaba a los presentes a repetir las palabras del extraño, fueran o no de su agrado. En Puerto Rico esto fue imposible.
El incidente con René Pérez trascendió el chisme de corillo tras numerosos tweets donde lucía su ignorancia sobre aquellos eventos, que marcarían indeleblemente la discusión pública en los Estados Unidos: «luego de robarle el dinero al mundo entero los ciudadanos salen a protestar en “wallstreet” porque se les esta acabando». Así escribió públicamente tontería tras tontería que hoy tendría que tragarse tras la visita a Nueva York de la líder estudiantil chilena Camila Vallejo, donde estuvo con representantes del movimiento estudiantil canadiense, Yo soy 132 (México) y Occupy, entre los que fluyen redes enteras de solidaridad, colaboraciones y alianzas de todo tipo.
Pero estamos acostumbrados a estos rants de René Pérez, quien casi un año después se pintó “Yo soy 132” en su espalda. Así somos los puertorriqueños —unos más y unos menos— nos gusta hablar sin saber, creemos conocer al otro sin tener idea de quién es. «Este es blanquito», «esta es socialista», «aquella es popular», «aquel es pato», «aquellos son liberales», «aquellas son penepés»... codificamos todo antes de escuchar, etiquetamos al otro antes de que haya hablado.
A veces también proclamamos identidades a los cuatro vientos antes de hablar para que —quizá intencionalmente— no tengamos oportunidad de ser escuchados. Monólogos gritados desde islotes, prolongamos el mismo aislamiento del que ya había escrito Paz hace décadas [1].
Aunque las razones para el ocaso del movimiento Occupy en Puerto Rico (y en Estados Unidos) son muchas y escaparían este texto, la omnipresencia de prejuicios basados en las (micro) políticas identitarias sin duda fueron un impedimento para la comunicación más básica. Así pasó apenas germinada la semilla de Ocupa Puerto Rico. A lo largo de un sábado, yhabiendo hablado quien sea que haya hablado primero, algún destacamento de nacionalistas entonó fortuitamente la borinqueña revolucionaria, puño en alto.
Tras aquello nunca se recuperaría el quórum multitudinario y notablemente multi-generacional que había logrado la convocatoria. Fue como un peo químico que se repetiría para cada cual desde entonces, dependiendo de quién tomara la palabra por el fotuto, puesto que el human microphoneno duró más de tres o cuatro turnos (evidentemente somos también demasiado orgullosos para repetir las palabras de otro).
“Dices eso porque eres______”, “lo que pasa es que él es______”, “hay que entender que el autor es_______”: gay, lesbiana, popular, penepé, babyboomer, queda’o, guaynabito, se puede completar ese tipo de enunciado con cualquier epíteto; y en primera persona “digo esto porque soy x, y, z”: yoísmo generalizado, nuestra isleta de cada día. Lo hacemos en la cotidianidad y en nuestras relaciones, se multiplica por doquier a toda escala, como el Mandelbrot Set de la violencia que describe Miguel Androver Lausell.
Desde la radio, hasta la televisión, y también a nivel discursivo en nuestras mentes mas destacadas. La columna reciente del colega Miguel Rodríguez Casellas, “Chamaquitismo” [2], es un excelente ejemplo de este fenómeno llevado a su máxima expresión.
Lejos del instructivo precautorio que pretende ser inicialmente, el artículo es primero una declaración no de independencia, sino del mismo aislacionismo que sufrimos a diario [3], una joya del arte de tener leído al otro. No la línea ni la grieta con que el autor se separa generacionalmente de los “chamaquitos”, sino el estrecho por donde fluye el mar que separa su islote de los precarios bancos de arena que ocupan los más jóvenes.
El artículo comenta de quienes “retoman [...] callejones oscuros”, refiriéndose al proyecto colectivo Iluminacción del colectivo Urbano Activo (Andrea Bauzá); de quienes “muestran desconfianza hacia el gran plan” refiriéndose a los cuestionamientos urbanos de Oscar Oliver-Didier, y de que “no porque la lechuga se adquiera en un local sin aire acondicionado vendrá redimida de las plagas del capital”[4], refiriéndose a los mercados orgánicos que han proliferado afortunadamente en San Juan (el argumento solo deja espacio para adquirir vegetales por correo).
Dado que no ha dicho nombres el autor, se trata de conjeturas que ejemplifican el arte de tener leído al otro sin proveer hechos, argumentos, ni tan siquiera nombres que contextualicen y den base a las opiniones. Se articula la ambivalencia de la insinuación (“¿he dicho nombre yo?”); se declara que “habrán quienes se sientan aludidos” antes de despotricar sobre identidades dejadas a la imaginación del lector.
Existen poseurs en toda ocupación y en toda demografía, pero aquí, como en otras columnas, el autor exhibe cierta obsesión con esta figura, una sospecha del impostor que igual lo lleva a escribir del hipster (5), luego de chamaquitos que cuidan “no caer en el hipsterismo”[6], y mañana podría ser del PPT como socialistas, y pasado mañana quién sabe qué. Lo notable es la manera en que el lector es cautivado por esta eterna sospecha.
El estado de nuestra convivencia social demuestra lo insostenible de vivir bajo ese topos; sospechando vínculos al poder corrupto en los gestos más sencillos, o acusando caprichosamente a todo filántropo de condescendencia de clase. Mucha publicidad del efervescente Partido del Pueblo Trabajador parece levantarse sobre esa misma sospecha —una peligrosa trampa inexplorada, que asume un antes y un después del monopolio bipartidista que nunca será posible al 100% (ni aunque se abriera el paso por mayoría absoluta).
En otra columna el autor coloca a René Pérez como señor del Petite Trianon, y antes de terminarla lo defiende del populacho que le arroja botellas de agua [7]. No que se exija total coherencia, todo el mundo se contradice, pero es precisamente el autor quien cierra todo cerco y toda posibilidad en sus tautologías [8]. La pureza en la isla del incesto es imposible; cada cual ha negociado y negocia a diario con el poder de turno, unos más y otros menos, para poder subsistir.
Queremos tener al otro leído siempre, antes de que abra la boca, antes de saber lo que ha dicho o hecho, está haciendo, o va a hacer. Tendríamos leído a Marx por publicar junto a Friedrich Engels (burgués adinerado), o a Debord por ser producido por Gérard Libovici (empresario capitalista), o a Sartre por conocer a Heidegger por manos de un guardia militar (debió ser secretamente nazi). Desde nuestras islas nos perdemos todas las solidaridades de lucha, todas las Brigadas Internacionales, todos los Williams Alexanders de la vida.
Tener leído al otro es una especie de auto-castración: impide de antemano todo consenso posible —falso o verdadero— y garantiza la exclusión mutua en el más profundo ensimismamiento. Siempre debe haber espacio para comentarios y opiniones, sean fundadas o infundadas, pero cuando éstas se vuelven la norma, cual sobredosis continua de pensar el otro como una ficción eternamente maleable a la sospecha o al capricho, entonces hay algo muy preocupante en la manera en que vivimos.
Cuando le damos a los prejuicios convertidos en opinión demasiada importancia y pretendemos construir la opinión pública alrededor de opiniones infundadas (o los rumores de La Comay), entonces hay algo profundamente jodido en nuestra existencia. La entrega incondicional a la opinión también es evidente en todas las esferas de la vida: desde los políticos que dan cuenta a locutores radiales como si fueran santos inquisidores, o cada vez que discutimos lo que dijo fulano o sutana de cualquier estupidez, o cuando pretendemos hacer política pública del comentario radial o una columna de opinión.
El porqué asumimos tanta auto-importancia es un misterio que se escapa del alcance de esta reflexión. Pero el insularismo y el infantilismo deben estar entre las causas de esta condición, de esta ansiedad por clasificar, etiquetar y preconcebir todo lo que no conocemos y nos parece extraño o abyecto.
No que unos sean chamaquitos y otros sean maduritos, es que domina la inmadurez provincial de esperar por la aprobación del hacendado, y por consiguiente, de asumir que el otro espera por la nuestra (o que cualquier cosa que digamos es importante). El “qué dirán” es hermano del “te tengo leído”, y ambas son criaturas del aislamiento, de esa comodidad que da asumir sin conocer, de la facilidad de opinar detrás de una pantalla sin arrojarse a las experiencias desconocidas, innombrables y absolutamente incomprensibles que a menudo guardan las ciudades y los desconocidos.
Como un blanco que cruza a la otra acera al ver un negro caminando en frente, olemos al vagabundo antes que se acerque, nombramos lo emergente antes que emerja. En esta lógica cotidiana, perdemos a todas las escalas —socialmente somos incapaces de tolerar al otro, individualmente somos incapaces de amar— no hay aventuras posibles fuera de la zona de confort. Quizá por ello sienta tan bien el republicanismo libertario entre los mantenidos —pobres y ricos.
Habría que darle la razón a Paz: somos como Desecheos, Monas, Monitos, Icacos, Palominos, Culebras, Viques; cada cual una isla rodeada de otras islas en un archipiélago que ignoramos completamente (mapas de Caribes inventados en lo invisible—hic svnt dracones).
Quizá fuimos ingenuos en pensar que habría un pueblo que sabría ver la conexión con la miseria de la cara del banquero que premia el esfuerzo cuesta arriba del atleta. Entre el Banco Popular, el CAREF y la Ley 7, solo vemos medallas y oímos borinqueñas. “Nos hacen falta obras-puentes y hombres puentes”, reclamó Paz [9], pero a décadas de ello no hay vocación de crear puentes, ni entre nosotros ni entre los conceptos.
Igual que se largó Marithelma a su casa decepcionada, nos gastamos la vida en este resabio del imperio español, olvidado en el Caribe hispano: dándole la espalda a gente admirada que de momento sorprende de la peor manera.
*Todas las imágenes son del caricaturista Joaquín "Quino" Lavado.
Notas:
[1] Escribe Paz antes de la cita introductoria, “Entre México Tenochtitlán y Buenos Aires hay muchas ciudades y cada una de ellas está separada de las otras no sólo por la inmensidad física sino por la indiferencia y su gemela, la ignorancia. En cuanto a España: nos separa de ella, más que el Atlántico y los siglos, esa suprema forma de ignorancia e indiferencia que se llama olvido. En el interior de cada país y de cada ciudad se repite el fenómeno de la incomunicación”, y más adelante, “el aislamiento hispánico empieza por ser un defecto moral y termina por ser una falla intelectual. ¿Por qué nuestros filósofos o historiadores de la cultura no han explorado este tema?”. Octavio Paz, “Islas y Puentes” (respuesta al discurso de ingreso de Ramón Xirau en El Colegio Nacional, México, 26 de febrero de 1974), In/Mediaciones, (Seix Barral, Barcelona 1979), 181-182.
[2] Miguel Rodríguez Casellas, “Chamaquitismo”, Revista Cruce, 2012.
[3] Reclama el autor, aparentemente como medida de autenticidad: “Invoco como defensa preventiva que tanto el gremio como mi imaginario personal de quién soy y a qué respondo nos consideramos mutuamente excluyentes, que ellos allá y yo acea, que yo no soy parte de, ni aspiro a serlo (arquitecto) [...] y me siento privilegiado en ocupar esa zona fronteriza, por no decir, laboriosamente auto-gestionada de alma en pena, marginado, expulsado, si se quiere decir”, Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Miguel Rodríguez Casellas, Hispters, El Nuevo Día, 2 de febrero de 2012.
[6] Miguel Rodríguez Casellas, “Chamaquitismo”, Revista Cruce, 2012.
[7] “la contradicción de quererse construir como figura redentora y paladín de las clases populares y los oprimidos, siendo él, y su hermano mercancías en sí mismas [...] lo que molesta de René aquí es que tiene voz propia, que es inteligente, que denuncia la falsa mojigatería, que su marca, tan comercial como cualquier cosa, es de su entera creación.” Miguel Rodríguez Casellas, “Renefobia”, El Nuevo Día, 16 de agosto de 2012.
[8] Critica negativamente igual a quienes “se vuelcan al mecenas privado” que a quienes reclaman “autonomía de cualquier entidad gubernamental (salvo que sea para pedir fondos)”, olvida el autor incluir el crowdfunding, while he’s at it: parecería que ninguna gesta de financiación es admisible para el autor que no sea la auto-financiación (lo que cerraría el mundo creativo a quienes pueden pagar su propio trabajo). Miguel Rodríguez Casellas, “Chamaquitismo”, Revista Cruce, 2012.
[9] Octavio Paz, “Islas y Puentes” (respuesta al discurso de ingreso de Ramón Xirau en El Colegio Nacional, México, 26 de febrero de 1974), In/Mediaciones, (Seix Barral, Barcelona 1979), 182.