Nací después de las grandes exploraciones del globo: 500 años después de las circunnavegaciones y las primeras travesías transatlánticas de Iberia, pero antes de la exploración del Universo. Hace menos de un año nos convertimos en una especie interestelar… ¡Nos falta tó’! El zeitgeist es omphaloskepsis, selfies, superávit de data y déficit de bienes; si lo que hay son limones, voy a hacer limonada. ¡Gracias, baby boomers! No me queda otro remedio que explorar multimedios; beber de una Hipocrene de hipertextos y algoritmos; y estrimear HBO, Netflix, Hulu, en mi televisor.
Hace poco empecé a ver The Leftovers, serie de HBO basada en una novela del mismo título, escrita en el 2011 por Tom Perrotta. No voy a argumentar sobre proezas o fallas técnicas de la serie (medio que cobra más seriedad con cada año que pasa). Los comentarios serán refracciones a partir de lo que me ha parecido interesante hasta el momento. (La primera temporada de la serie acabó el domingo antes de enviar este ensayo a Cruce).
En este ensayo, The Leftovers será un cristal calidoscópico. Sin espolear mucho, la serie narra los efectos de un extraño evento en el cual desaparecieron —sin razón aparente— más de 120 millones de personas en todo el Planeta. Artificios fantásticos como este no tienen nada de nuevo (Saramago lo hizo con Ensayo sobre la ceguera), sin embargo, siguen siendo útiles metáforas de nuestras ansiedades escatológicas.
Además de narcisismo, selfies y superávit de info., hay cierto pavor escatológico que se lleva cocinando desde antes del 9/11, y todavía le falta. Series como Under the Dome (una serie mala que empecé a ver por Amazon) y esta (al igual que en el libro) dan cuenta del caos a partir de una extraña crisis. En The Leftovers, hay eventos misteriosos que dan pie a que aflore todo lo feo en el ser humano, y la gente (arquetípica del suburbio estadounidense) degenera.
A propósito del 9/11, la serie comienza con una desaparición de personas un 14 de octubre, fecha que, como pasa hoy día con el 11 de septiembre del 2001, es un “meme” recurrente. El evento fue imprevisto: nadie sabe a dónde fueron sus seres queridos, ni nadie tiene respuestas. Desapareció un 2% de la población de todo el planeta, pero no fue a partir del fail de una utopía, ni por una infestación zombi. Contrario a MadMax, Rise of the Planet of the Apes, Hunger Games, The Walking Dead, entre muchas otras, en The Leftovers no vemos la apoteosis de una civilización, ni un planeta abrazado por las llamas de un holocausto radioactivo. Las infraestructuras de lo económico quedaron intactas y las cosas siguieron su curso (business as usual).
Se hace eco de Estados Unidos de América, en los albores del siglo XXI, peleando dos guerras por más de 10 años. Netflix, Apple, Amazon y Google doran la píldora existencial del más izquierdoso. Las cosas no están como en Haití; así que, aunque hayan guerras, mega huracanes, heat waves, sequías, NSA velando, no se ve el caos. No se huelen cuerpos pudriéndose, ni hay capitolios colapsando; todo sigue como si ná’. Slavoj Zizek [1] describe bien esta comodidad:
"Long ago Friedrich Nietzsche perceived how Western civilization was moving in the direction of the Last Man, an apathetic creature with no great passion or commitment. Unable to dream, tired of life, he takes no risks, seeking only comfort and security: “A little poison now and then: that makes for pleasant dreams. And much poison at the end, for a pleasant death. They have their little pleasures for the day, and their little pleasures for the night, but they have a regard for health. ‘We have discovered happiness’, say the Last Men, and they blink".
Acá en Puertorro —mueca simia del proyecto estadounidense— pasa algo parecido: el caos no se palpa con un explícito taste tercermundista. La flaca y fickle clase media no ve, o ignora, a la see no evil: los “se alquila” y “se vende”; la demagogia bankster de “echa pa’ lante”; el odio neonacionalista a los pobres; hedge funds [2] secuestrando a fuerza de degradaciones. Los signos del degenere pintan débiles blips en el radar de aspirantes a Primer Mundo.
El fundamentalismo gringo del siglo XXI —que en Puerto Rico figura con una mueca criolla— coge su agua en The Leftovers. Mapleton, N.Y. —suburbio bucólico, muestra del Primer Mundo— brega con lo que trae la desaparición de muchos de sus habitantes, tres años después. No pocos piensan que lo que pasó fue el Rapto. El evento —que parece ser el prólogo del mismo Apocalípsis— le da tremendo jamaqueón a las ansiedades judeocristianas, de modo que uno de los problemas “post catorce de octubre” es —como en nuestro mundo, el “post nueve once”— de corte religioso. Muchos de los que se quedaron, aunque hacen lo posible por seguir viviendo como si nada hubiese pasado, tienen que bregar con la posibilidad de que los desaparecidos, más bien, fueron llamados. Y si fueron llamados, ¿se llevaron a los buenos?
La extraña desaparición da pie a poner en un pedestal a los que se fueron, de hecho, los llaman “héroes”. ¿Habrán sido justos y píos? ¿Se quedaron los pecadores? The Leftovers sugiere que no. Se fueron pederastas, alcohólicos, ladrones, niños, niñas, justos y pecadores. Esto apunta a un absurdo difícil de tragar: si hubo un Rapto, ¿por qué se fueron tantos malos? Estas preguntas ponen en tela de juicio la justicia divina. La soga parte por lo más fino: si no hay juicio envuelto en el plan de Dios, entonces fuck it. ¿Para qué el performance de la liturgia? ¿Para qué iterar, domingo tras domingo, el mismo canibalismo milenario?
Imagínese un prólogo del Apocalipsis en Toa Alta, en el que llamaron a tecos de Dos Piñas, pero Wanda Rolón y un 80% de su congregación se quedó. Algo así pasó en el Mapleton de The Leftover: las iglesias se vaciaron y la ramificación fractal de sectas —que por siglos se ha visto en todas las grandes religiones— mutó aceleradamente.
Una de esas mutaciones fue la organización, o culto, Guilty Remnant [3]. Visten de blanco, fuman cigarrillos, no hablan, y viven una misión sagrada: recordarles a los que se quedaron, a los que siguen como si na’, que millones se esfumaron un 14 de octubre, hace tres años. Se paran a fumar frente a las casas de quienes perdieron seres queridos en el evento; antagonizan actividades oficiales para recordar a los “héroes”. Aunque la misteriosa organización no es, por el momento, explícitamente cristiana, en un genial giro de la serie, compra una de las iglesias para usarla como base. Es como si el vacío de una religión tuviera que ser llenado por otra.
Guilty Remnant es la Westboro Baptist Church de un mundo posrapto, la religión “post catorce de octubre”. Esta nueva religión de revelación, en la estela del evento más absurdo en la historia de la humanidad, cristaliza el fervor proselitista del fundamentalismo contemporáneo. Es la religión para un mundo nuevo, una alternativa muda, pero que grita a todos los vientos sus críticas:
“Perhaps the true fantasy of apocalypse is not so much that we will be destroyed but that something might intervene in time to force us to change—apocalypse in its original, biblical sense, from the greek ??????????, connoting not a final end but an unveiling: revelation. The fantasy of apocalypse is here unveiled as itself as mode of critique, a crying out for change”. [4]
En The Leftovers, la promesa del Apocalipsis está en todas partes; también está el pánico al gaping hole que dejaron millones de llamados. Hay caudillos-dioses, cada uno de ellos con sus rebaños. Está Patti y Holy Wayne, mi favorito hasta ahora. Wayne es un caudillo en la calle, perseguido por las autoridades, pero su numen, o hustle, requiere matrimonios sagrados. Promete hacerte inocuo; carga con la pena de los que se quedaron; se queda con el dolor tuyo después de darte un abrazo (también se queda con par de miles de pesos). Este “santo” —que pudiera ser Papa Legba— pide mujeres sagradas, que tienen que ser asiáticas; preña a dos; y no permite que hombre alguno desee sus consortes.
El egoísmo sacro de Holy Wayne me recuerda a la referencia que James George Frazer hace de Bel —un terrible dios babilónico— en su clásico The Golden Bough, en un capítulo dedicado a las bodas sagradas: “[T]he deity himself came into the temple at night and slept in the great bed; and the woman, as a consort of the god, might have no intercourse with mortal man”[5]. Wayne no es monógamo como Bel, pero el celo divino que Frazer anotó en su texto, con diversos ejemplos de muchas culturas, también lo vemos en este emergente mesías.
El evento del 14 de octubre creó un afloramiento mesiánico, en el que las autoridades ya están empezando a intervenir. No es muy diferente a Jerusalén ocupada por los romanos. En la antigüedad, la crisis era el sanguinario destino manifiesto de los romanos, por tanto, aparecen profetas con promesas. De hecho, según Reza Aslan, en su libro Zealot [6], para la época de Jesús había muchos profetas, mesías, revolucionarios, etc., “jangueando” por toda Judea.
Perrotta usa la crisis del absurdo evento para ponerle un espejo en la cara a la cultura global. En el mundo al otro lado de la pantalla (en donde está el sofá en el cual reposan nuestros cuerpos sobretrabajados, mientras “estrimeamos” TV), los profetas y panhandlers de la palabra están choretos. Los nuevos dioses siguen igual de hambrientos, como el fundador de Sakigake en IQ84, como Font y su hijo, como Jesucristo Hombre, Aarón, entre muchos otros.
The Leftovers, lo que he visto hasta ahora, es una casa de espejos circenses, reflejando el alba del siglo XXI, pero sin dejar de hacer referencias a la trama humana —tan antigua y tan humana— de la religión y de cómo emerge. Habrán muchas otras cosas más que merezcan reseña y atención, pero el Puertorro de ahora, el Planeta de ahora, me sabe demasiado a religión, a fundamentalismo y a guerras culturales.
El ahora —que tanto tiene que ver con yo, yo, tú, si me conviene, y yo— casi se puede tocar en The Leftovers. La serie invita a mirarla como una refracción de lo contemporáneo: comodidad en medio del caos, vacío existencial que con nada se llena, absurdo, nimiedad, familias podridas, la bancarrota ideológica de las religiones…
Vivimos en el alba de un siglo con el hangover de dos guerras mundiales y la promesa de la democracia y el mercado libre. La realidad, con cada año que pasa, se hace más distópica que cualquier ficción. Y es posible que en Netflix, HBO, Hulu, etc., estén los walkthroughs de una futura apoteosis. Estrimear aguas de Hipocrene, en el alba del siglo XXI, es un gesto apocalíptico y enciclopédico.
Si no puedo apuntarme para voluntario a una misión sin regreso a Marte, no me queda otro remedio que “guiquear” como cosa loca: Google Fiber estrimeando Hipocrene a mi Broca —laminada con nanocintas de grafeno— vía una interface BCI-CBI.
Lista de referencias:
1) Zizek, Slavoj. ISIS is a Disgrace to True Fundamentalism. Web.
2) Goldstein, Jacob. http://www.npr.org/blogs/money/2012/10/22/163384810/why-a-hedge-fund-seized-an-argentine-navy-ship-in-ghana. Web.
3) http://guiltyremnant.com. Web.
4) Gibson, William. Tweet. Web.
5) Frazer, J. (1890). The Sacred Marriage. In The Golden Bough (2009 ed., p. 109). Oxford: Oxford University Press.
6) Aslan, Reza. (2013). Zealot: The Life and Times of Jesus of Nazareth. New York: Random House.
Lista de imágenes:
1) Portada de la novela The Leftovers, de Tom Perrota.
2) Ilustración de la colección de HBO, The ABCs of the Sudden Departure: A-Z, del artista argentino Pablo Bernasconi, 2014.
3) Gustave Doré,Paraíso perdido, 1866.
4) La estela de Ba’al o Bel, Museo del Louvre, París.
5) Ilustración de la colección de HBO, The ABCs of the Sudden Departure: A-Z, del artista argentino Pablo Bernasconi, 2014