Una historia de las historias[1] constata la práctica de escribir sobre el pasado fragmentándolo en épocas y periodos historiográficamente manejables. Una de las posibilidades es dividir el estudio en décadas. Como ejemplos clásicos podemos mencionar varios. Explícitamente, la obra de Tito Livio titulada Ab urbe condita (en español, “Desde la fundación de la Ciudad”), pero mejor recordada como Décadas. En ella, el autor consigna el acontecer histórico de la ciudad de Roma desde su fundación.
Otros historiadores antiguos también registraron hechos que consideraron sobresalientes. Así el griego Tucídides, estratega ateniense y luego exiliado a causa de un fracaso militar, redactó su Historia de la Guerra del Peloponeso. Algunos, como Polibio, cifraron objetivos historiográficos de largo alcance; por ejemplo, abarcar el estudio de más de un siglo. Tamaña tarea metodológicamente llena de escollos.[2] El caso de Tácito es peculiar, porque recurre a la explicación del desarrollo del carácter romano; algo más provincialista que universalista.
Gajes del oficio del historiador en la búsqueda de estudiar el pasado para comprender el presente y proyectar rumbos futuros. Si lo pretérito trasluce el tiempo ido, la memoria difuminada y la selectividad de los hechos, el presente no es menos objeto de dudas e interrogantes. La décadas vividas son nuestras; los antepasados, referentes remotos o inmediatos de tiempos que bien podemos catalogar como mejores o peores al hacer las consabidas comparaciones, muchas veces inadecuadas.
Pero este escrito no tiene como propósito una mirada metahistórica. Lo anterior es un pretexto para contrastar la tendencia a ver las vallas del devenir de un pueblo, en la inmediatez de las coyunturas históricas, como cercos para imposibilitar un futuro distinto al presente que nos aqueja. En el contexto nacional, no es novel la pregunta: ¿Puerto Rico tendrá salida del atolladero en que estamos? Subyace al cuestionamiento una variante del lamento borincano perenne. Cierto que vivimos tiempos difíciles, no hay duda; pero de modo similar percibieron el propio quienes vivieron antes.
Consideremos la primera mitad del siglo XX, iniciado con las consecuencias del fin del siglo decimonónico que abrieron paso a condicionamientos sociopolíticos y económicos posteriores. Nuestro siglo fue heredero legítimo de la grave crisis económica que sufrió la Isla en los años siguientes a la Guerra Hispanoamericana y la instauración del poder político y económico de Estados Unidos en Puerto Rico. A esto debemos añadir las consecuencias materiales del azote del Huracán San Ciriaco (agosto de 1899).
La sociedad puertorriqueña entró en el radio de acción política de los Estados Unidos con un gobierno militar y luego uno de tipo civil. Para el pueblo, esperanzas y desilusiones. Las primeras décadas del Siglo produjeron un periodo de americanización de la economía. Entre 1900 y 1930, la industria azucarera, principal centro de atención del capital norteamericano, recibió la inyección financiera y el subsidio tarifario que se necesitaban para salvar la vida de un renglón económico que estuvo en franca decadencia bajo el dominio español. El tabaco fue la otra agroindustria que, después del azúcar, advino al beneficio de las inversiones norteamericanas. El café, fruto de la zona montañosa, no tuvo igual suerte, pues no resultó favorecido por el capital ni por las políticas arancelarias norteamericanas, lo que ocasionó problemas socioeconómicos a quienes, para sobrevivir, dependían de cultivarlo y mercadearlo.
Mientras tanto, en el plano político, la implantación de la ciudadanía estadunidense mediante el Acta Jones de 1917 produjo cambios en el régimen colonial e imprimió un nuevo sello a las luchas políticas entre los bandos puertorriqueños. Un sector de la opinión pública asimiló el discurso ideológico del régimen, mientras que otros bandos levantaron la oposición. Comenzaban a reconfigurarse las fuerzas políticas rivales divididas entre anexionistas, autonomistas e independentistas en controversia hasta nuestros días. El entramado partidista incluyó alianzas tácticas y coaliciones que marcaron el porvenir político de la década de 1920.[3] Asimismo, el contexto histórico incluyó pugnas sociales cuyo balance atestigua alteraciones significativas, entre otros, para la participación electoral femenina a partir de las legislaciones aprobadas desde 1929.
Con esos antecedentes, la tercera década del siglo marcó una crisis económica para el capitalismo mundial: la Gran Depresión, toda una debacle del comercio internacional, la parálisis industrial y la bancarrota empresarial. Wall Street vio desplomarse la bolsa de valores; Puerto Rico sintió el azote feroz de la miseria revestida de salarios bajos, necesidades y enfermedad. Bien lo plasmó musicalmente el compositor Rafael Hernández Marín (1891-1965) en su harto conocido Lamento Borincano: “Todo está desierto, el pueblo está muerto de necesidad”.
La relación política del País con los Estados Unidos llevó a la implantación local, a partir de 1933, de la política del presidente demócrata Franklin D. Roosevelt conocida como el Nuevo Trato (New Deal).[4] Para la realidad de la Isla, supuso una especie de criollización de proyectos estadounidenses que formó parte la evolución del quehacer nacional previo al desarrollo de la visión política de país que instituyo Partido Popular Democrático (PPD) en las décadas subsiguientes.
Junto a la reconstrucción de Puerto Rico coincidió una década políticamente violenta. Un gobernador inexperto, Robert H. Gore, generó reacciones adversas mediante huelgas obreras del sector del azucarero, el auge del nacionalismo en tiempos de la dirección del Dr. Pedro Albizu Campos,[5] la Masacre de Río Piedras (1935), la muerte violenta del Jefe de la Policía Insular, Coronel Francis Riggs (1936) y la Masacre de Ponce (1937). Todo un clima social explosivo reforzado por la agenda congresional del Senador Millard Tydings para imponer la independencia de Puerto Rico en condiciones desfavorables para el País.
¿Pudo salir Puerto Rico de aquella crisis? La respuesta es sí, pero no definitivo, sino condicional, como la historia misma, que es influida por tantas dinámicas, contradicciones, incertidumbres, cambios continuos y discontinuos, en fin, es un proceso dialéctico. Hubo un ensayo de cambio drástico en la década de 1940 con el génesis de la influencia legislativa y política en general de Luis Muñoz Marín desde la presidencia del Senado con el PPD como movimiento en ascenso tras su creación en 1938, tras la disidencia del Partido Liberal (1937).[6]
Era el tiempo del estreno de un proceso de elaboración programática centralizada encaminado a apuntalar los diversos proyectos gubernamentales del Estado. En las elecciones de 1940 el PPD alcanzó una cuota de poder gubernamental con un avance significativo en las elecciones generales. De inmediato implantó una serie de medidas y prácticas políticas, algunas de las cuales conformaron adaptaciones del Nuevo Trato a la realidad de la Isla. A finales de la década, en 1946, por vez primera, el Presidente de Estados Unidos eligió a un puertorriqueño para gobernar la Isla, Jesús T. Piñero, un estrecho colaborador de Muñoz.
El tránsito de una sociedad agrícola a otra industrial marcó las décadas de 1940 al 1960. Al comienzo de esos años, el PPD promovió un proyecto industrial con autonomía económica; luego trasladó su proceder a la búsqueda de capitales importados, particularmente, estadunidenses, lo cual ocurrió entre 1944 y 1946, con el objetivo de producir para la exportación al mercado de los Estados Unidos. Esa etapa, denominada Operación Manos a la Obra, tuvo el sustento de los incentivos económicos gubernamentales para la industrialización de la Isla.
La quinta década vio transformada la faz social puertorriqueña. Un país pobre y dependiente políticamente emprendió una marcha económica inédita a la vez que experimentaba un nuevo estatus u Operación Estado Libre Asociado. Era de esperarse la conflictividad surgida. El último lustro de la década trabó controversias arduas en la política isleña. Con la fundación del Estado Libre Asociado (ELA) en el año 1952 parecía que salíamos de un dilema político, pero, realmente, comenzábamos a entrar en otros.
Ningún tiempo pasado fue mejor ni peor, pero existen relaciones estrechas entre los eventos históricos de diversas épocas que propician la percepción del mejoramiento o empeoramiento de las condiciones materiales que vivimos. En el próximo artículo auscultaremos las otras décadas del siglo XX.
Notas:
[1] La expresión hace referencia a la siguiente obra: John Burrow, Historia de las historias: de Herodoto al siglo XX (Barcelona:Editorial Crítica, 2007).
[2] Es importante acotar los aportes que desde la historia cultural ha hecho el historiador inglés Peter Burke. Específicamente, recomendamos las teorizaciones expuestas en: Peter Burke, Historia y teoría social (Buenos Aires: Amorrotu Editores, 2005).
[3] Ciertamente, es menester referirnos a un trabajo clásico sobre los partidos políticos puertorriqueños: Bolivar Pagán, Historia de los partidos políticos puertorriqueños (San Juan: Academia Puertorriqueña de la Historia, 1972).
[4] Véase al respecto: Thomas Mathews, La política puertorriqueña y el Nuevo Trato (Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2007 [tercera edición]).
[5] Es harto recomendable la lectura de un trabajo académico enjundioso y emprendedor de acercamiento al tema de la construcción de una comunidad nacional puertorriqueña en diversas épocas y fases, a saber: José Juan Rodríguez Vázquez, El sueño que no cesa: la nación deseada en el debate intelectual y político puertorriqueño [1920-1940] (San Juan: Ediciones Callejón, 2004).
[6] Consúltese: Luis Muñoz Marín, La historia del Partido Popular Democrático (San Juan: Editorial El Batey, 1984).
Lista de imágenes:
1. Desembarco de la marina de los Estados Unidos por Arroyo, 1898.
2. Tropas estadounidenses en el Viejo San Juan en el 1898, de la página UnitedStatesImperialism.wordpress.
3. Foto de Ángel Lebró Robles, para El Mundo, 1937, Archivo de Claridad, policías cargando a Ceferino Loyola López, policía tiroteado en la masacre de Ponce.
4. Foto de Ángel Lebró Robles, para El Mundo, 1937, Archivo de Claridad, policía disparando tras cuerpo de cadete nacionalista abatido.
5. Luis Muñoz Marín en campaña política, 1940, autor desconocido.
6. Instante en que Luiz Muñoz Marín iza la bandera de Puerto Rico el 25 de julio del 1952 durante la proclamación del Estado Libre Asociado. Fue la primera vez que se izó la bandera de Puerto Rico oficial y legalmente desde el 1898.