Considero que cuando de residuos desechados y otros desperdicios se trata, también cabe intentar reconstruir su historia. Quienes lo han hecho, abordan una narración sobre el devenir de esa relación tan estrecha entre el consumo humano y la disposición de los desechos. No es para menos, la basura es, probablemente, el objeto de mayor producción de la sociedad consumista, que ha evolucionado desde tiempos remotos, pasando por un periodo de “esplendor” durante el desarrollo de la Revolución Industrial hasta llegar a ser hoy un problema ecológico, por tanto, social y de política pública con múltiples implicaciones humanas.
A partir del momento preciso cuando los grupos humanos orientaron su quehacer productivo hacia un orden sedentario y agrícola, las consecuencias de la construcción de viviendas, la cotidianidad, el consumo en un mismo lugar y el crecimiento de las aldeas, no se hicieron esperar. Al respecto, ya conocemos la importancia de la arqueología y sus hallazgos testimoniales de que todos los pueblos y culturas que en el mundo han sido dejan huellas de sus estilos de vida. Junto a las ruinas de casas y edificios yacen artefactos de valor arqueológico que en algún momento fueron residuos de actividades humanas. Mediante su estudio inferimos aspectos conductuales, étnicos y etnoarqueológicos, entre otros. El registro arqueológico de la basura en dos tiempos, ayer y hoy, es testigo fehaciente de la complejidad del desarrollo de la vida urbana.
El arqueólogo argentino Daniel Shávelzon, quien ha estudiado la vida cotidiana en diversas sociedades de América Latina, especialmente, en Buenos Aires, donde investiga los hábitos del comer y beber poblacional, habla de la basura como un patrimonio cultural. Explica que en las ciudades la gente opta por guardar o conservar el 1% de lo que posee, lo cual refleja perspectivas de clase, porque algunos de esos valores irán a museos o a colecciones privadas, si proceden de familias socialmente reconocidas; otros pasarán de generación en generación como recuerdo de algún antepasado, pero el 99% de lo consumido se bota:
“Esa basura es la acumulación del trabajo colectivo de la sociedad a lo largo de los siglos, es el 99% del producto de las sociedades, acá o en cualquier lado. Y a través de un análisis sistematizado puedes llegar a reconstruir comportamientos, que es el gran objetivo de la arqueología, no es individual sino entender el funcionamiento de las sociedades”. [1]
En la disciplina historiográfica, J. R. Hale escribió un trabajo titulado La Europa del Renacimiento: 1480-1520,[2] para dar a conocer aspectos del modo de vida de la gente común durante ese periodo histórico. Su perspectiva añade puntos de referencia que, por lo general, no están presentes en obras que resaltan el carácter tradicionalmente representativo del Renacimiento. La presencia de la basura es uno de los elementos, veamos:
“La basura que los vecinos de París arrojaban a las murallas llegó a alcanzar tal altura en algunos puntos que hubo que cavar y apartarla de alli por miedo a facilitarles el ataque a los ingleses en 1512. Erasmo atribuía la peste y la enfermedad del sudor inglés a la inmundicia en las calles, a los esputos y a los orines de perro que obstruían los arroyos cavados en el suelo”.[3]
Tal es el significado de la basura como producto que apela a imaginarios simbólicos construidos para responder a idiosincrasias particulares perpetuadas en formas físicas, sea en museos o en vertederos. Si los archivos históricos guardan documentos escritos e imágenes, fidedignos o no, que otrora poseyeron valores de comunicación formal, los espacios de acumulación de sobras revelan componentes de la vida cotidiana que igualmente deben ser considerados como fuentes para reconstruir los retratos del pasado. Cada uno de los objetos tiene su propia función en el andamiaje interpretativo de la historia que se intenta narrar.
Resulta interesante que el arrojo de basura en lugares particulares ha dado nombre y notoriedad no solo a los vertederos, oficiales o clandestinos, sino a zonas residenciales, tales como calles o barrios. En Puerto Rico, el Viejo San Juan, por la antigüedad de la ciudad, rememora eventos vinculados a la búsqueda de soluciones para descartar la basura fuera de la casa. De la bahía, siempre emblemática para los sanjuaneros, escribió Fray Iñigo Abbad y Lasierra que era un cuerpo de agua “capaz, de buen fondo y resguardada”.[4] Sin embargo, la entrada al puerto ameritaba cuidado debido a “algún peñasco que sale por debajo del agua”; y llama la atención el problema ecológico y de seguridad pública implicado en la descripción de esta parte, y cito:
“Los escombros de las fábricas de las casas, que llevan las lluvias por falta de policía, han deteriorado bastante la bahía. En lo menos hondo de ella hay muchos manglares, que cubren el agua, y una hermosa isleta, que llaman Miraflores, en la que hay un grande almacén de pólvora, con un cuerpo de guardia para el destacamento de la custodia”.[5]
Otro historiador, Adolfo de Hostos, en su obra Historia de San Juan, Ciudad Muradaaporta un relato de la descripción de las calles durante el primer siglo de la Ciudad, entre ellas la archifamosa San Sebastián, conocida durante un tiempo como la calle de los Bobos, “llamada también más tarde, calle del Mondongo, porque había un zanjón frente a Párvlos donde se arrojaban los desperdicios de animales sacrificados fuera del Matadero”.[6] El siguiente pasaje es elocuente en datos legales, una pizca de ironía, y la descripción física, además de paisajista, de las primeras calles:
"Desprovistas éstas (las calles) de alcantarillas y cloacas, las lluvias torrenciales buscaban turbulentamente los niveles más bajos socavándolas por todas partes, haciéndolas intransitables. El desagüe natural, de norte a sur, desde la parte alta de la ciudad, ocurría a lo largo de la Tanca, en su zanjón que, como en el caso de las corrientes que desaguaban en el canal de entrada, a lo largo de la calle de San Francisco, fue convertido en un caño que desembocaba en el recinto sur. Afortunadamente, el suelo de la isleta era en partes muy arenoso, circunstancia que permitía a nuestros antepasados, según un autor del siglo 17 conservar limpios los zapatos blancos después de un aguacero”.[7]
De modo que los residuos de índole diversa han sido parte del desarrollo histórico de la Capital. Como en otras ciudades del mundo, las del pasado y el presente, hemos enfrentado problemas sociales que, al no resolverse adecuadamente, propician que sea opacada la belleza natural y la arquitectónica del entorno debido a la ausencia de planes bien concertados para el manejo de los desperdicios. Encontramos basura por todas partes y todo puede serlo. Mas la creatividad insertada en la voluntad ciudadana contribuye significativamente a cambiar en nuestro tiempo las probabilidades de un desastre ecológico mayor en el futuro. Sea esa nuestra dignificación estética del consumo y sus resultados materiales.
Notas:
[1] Ricardo Greene, La cultura de la basura: entrevista a Daniel Shávelzon, Bifurcaciones, Revista de Estudios Culturales Urbanos, Número 9, julio de 2009, disponible en línea: http://www.bifurcaciones.cl/009/pdf/bifurcaciones_009_Schavelzon.pdf
[2] J. R. Hale, La Europa del Renacimiento: 1480-1520 (Madrid: Siglo XXI de España Editores, 1993, octava edición).
[3] Ibid., 18-19.
[4] Iñigo Abbad y Lasierra, Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico (Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1979), 105.
[5] Ibid.
[6] Adolfo de Hostos, Ciudad murada. Ensayo acerca del proceso de la civilización en la ciudad española de San Juan Bautista de Puerto Rico [1521-1898] (La Habana: Editorial Lex, 1948), 31.
[7] Ibid., 38.
Lista de imágenes:
1. The New York Times, A horseload of trash being deposited on 72nd Street and First Avenue, 1911.
2. Everett, Victims of the black plague, being buried in London: Around this time Britain introduced their first garbage men, perhaps the first official garbage men in history. They called themselves “rakers,” and their job was simply to rake up the trash, into a cart, on a weekly basis, 1665.
3. Harper's Weekly, Trash piled up on Varick Street in 1893 New York City, before sanitation reform.
4. Drawing of an early Garwood Load-Packer, Anatomy of a garbage truck with compactor, 1949.
5. Britain's "night soil" workers had to climb into sewage pits (cesspits) at night to empty people's sewage by bucket and rope. The nightsoil workers were paid 4 times the average wage - a "good job," 1815.