El cine ha estado enamorado de las injusticias, persecuciones y controles aberrantes que puede generar un gobierno contra sus ciudadanos desde que Fritz Lang filmó Metrópolis en los estudios UFA, en Potsdam, Alemania. En esa película visionaria de 1927, el director y su coguionista Thea von Harbou predijeron el desarrollo de la influencia del 1% que acapara las riquezas mundiales hoy día, y lo pusieron a vivir en rascacielos desde donde controlaba los destinos de una población urbana. Además, le atribuyeron características que luego serían paradigmáticas de los Nazis (o de los billonarios de Wall Street de hoy).
Desde entonces hemos tenido la novela 1984 que se reconoce generalmente como el ejemplo máximo de una distopía (ya es tiempo que el DRAE incorpore este término) en el siglo XX. Publicada en 1949, en ella la tiranía del “hermano mayor” (“Big Brother”) era tal, que cuando primero leí la obra maestra de George Orwell en la escuela superior (1951) me aterraba pensar que alguien estuviera viendo y juzgando cada uno de mis movimientos. Vivía entonces al margen de la Ley de la Mordaza porque mi atención estaba volcada en el baloncesto, la pelota, la lectura y la poesía. Pero había muchos —demasiados— que estaban bajo la mirilla del “hermano mayor” en la Isla, situación que no vino a aclararse y despejarse hasta la primera década de este siglo. Éramos, se puede decir, una semidistopía.
En el siglo XX han sido muchas condiciones extremas que califican para la rúbrica de distopía. Ciertamente todos los gobiernos totalitarios de derecha o izquierda han sido distópicos. Solo hay que pensar en los de Hitler, Stalin, Mussolini, Franco, Mao Tse Tung y sus imitadores caribeños, centro y sudamericanos, para saber que para muchos ciudadanos los tiempos distópicos han predominado sobre gran parte de sus vidas. Que la democracia, mucho menos la utopía, la conocieron poco. Pensar en Trujillo y Somoza, Pérez Jiménez y Perón basta para convencernos de que de este lado del Atlántico el “hermano mayor” se ha despachado con cuchara de oro. De los doce países sudamericanos, once han tenido una dictadura militar en algún momento del siglo XIX o XX. El poder de los dictadores ha sido tal que cada uno de esos países ha sido una verdadera distopía por algún intervalo histórico.
El cine nos ha familiarizado con las dictaduras de los militares en Argentina (La historia oficial, 1985; La noche de los lápices, 1986); Uruguay (State of Siege, 1972); Chile (No, 2012); Cuba (We Were Strangers, 1949) y la República Dominicana (En el tiempo de las mariposas, 1994; La fiesta del chivo, 2005), por mencionar algunas. Sin embargo, son las distopías futuras, como lo fue 1984 en su momento, las que parecen tener más influencias en Hollywood (entiéndase las distribuidas por estudios o compañías allí basadas). Parece ser que la influencia de la derecha y los fundamentalistas cristianos extremos —junto con el racismo, que se ha endurecido y esparcido más desde que tienen un presidente negro, y el capitalismo desmesurado de los que quieren ser dueños de todo— han polarizado la vida estadounidense a niveles paranoicos que amenaza al resto de los ciudadanos.
Sabemos que la utopía, nombre acuñado del griego por Tomás Moro —que proviene de “eu”, o buen, y “topos”, o lugar (buen lugar)— es un paraje imaginario que no puede estar “en ningún sitio” y, por tanto, no puede existir. De igual forma es evidente que ni aún en el cine existe una situación que alcance una distopía perfecta, y en la historia se han alcanzado situaciones que solo llegan a cuasidistopías, porque es muy difícil sostener una condición de control absoluto sobre los humanos por mucho tiempo. Las cuasidistopías o distopías futuras son difíciles de visualizar sin considerar grandes fallas en los sistemas políticos y en los procesos sociales que hoy reconocemos y que supuestamente evolucionan continuamente. Los momentos cuasiutópicos ceden siempre a los cuasi o semidistópicos, y estos, a aquellos, en ciclos impredecibles y relativamente breves, aunque largos en sufrimiento humano.
Las dictaduras que he mencionado como las de Franco (36 años), Mao (33 años), Stalin (30 años) y Hitler (15 años) eran casi perfectas distopías (o cuasidistopías) y, como en sus versiones futuras, sangrientas y violentas. Por eso fueron cediendo a intervenciones contrarias que se generaron para ponerles fin: las guerras. Para alcanzar o llegar a los gobiernos de Franco, Mussolini, Stalin y Mao, millones perecieron en guerras internas entre el gobierno y los ciudadanos. En el caso de Hitler, las situaciones cuasidistópicas, implantadas en su país y en aquellos que invadió, involucraron el globo en una debacle que consumió 60 millones de vidas o 2.5% de la población mundial. Un daño en seis años (1939-1945) que es casi inimaginable.
Mi filme favorito de una sociedad distópica es Blade Runner (1982), que considero la mejor muestra de ciencia ficción (el nicho que el cinéfilo común le asigna). La película va mucho más allá que el género, y sus simbolismos se pasean por las calles de la filosofía y la religión, recogiendo comparaciones que nos dejan atónitos. Menciono esta cinta porque, en ella, el tema de la genética es fundamental y se encuentra disfrazado de otras cosas en películas más recientes. La genética es algo que se quiere controlar en las distopías.
En Divergent (2014), una sociedad futura está dividida en cinco facciones: verdad (sinceridad), erudición (inteligencia), cordialidad (paz), osadía (valentía) y abnegación (generosidad), características inherentes que pueden ser detectadas con una prueba onírica en la que se detectan “aberraciones” de comportamiento. Particularmente el sujeto es capaz de manipular las situaciones y tomar decisiones “prohibidas”, lo que lo hace divergente. Lo prohibido es pensar más allá de su “grupo” y participar en actos condenados por el gobierno.
El control de la mente es un aspecto crítico en las distopías. Los que están al mando no quieren manejar a entes pensantes que vayan a cuestionar sus decisiones o el porqué de leyes arbitrarias. Poner en entre dicho al estado es una de las faltas más graves en las distopías. En Elysium (2013), para el 2154 la mente llega a tal extremo que un humano puede almacenar en su cabeza programas de computadoras de gran complejidad. Uno de los personajes lo hace con el programa que defiende la entrada al "elysium" del título: una estación espacial donde los bien ricos viven vidas de lujo y libres de enfermedad gracias a unas máquinas curativas llamadas Med-Pods, que les niegan a los habitantes de la Tierra, la cual está superpoblada y contaminada. Todo está controlado por una corporación llamada Armadyne, que es la que ofrece trabajos en la Tierra. Es curioso que los ricos se han mudado de los rascacielos de Metrópolis a una estación espacial que los distancia aún más de tener que ver o experimentar las vicisitudes de los pobres y los desafortunados. Una mujer (Jodie Foster) es la mala del filme, y se evidencia que la femme fatale de las distopías no depende tanto de sus encantos femeninos, como era el caso en los filmes noir, sino más bien usa el dinero y el poder que ello trae para conseguir sus fines.
Mientras tanto, en el fenómeno taquillero que ha resultado ser la serie The Hunger Games, hay una heroína que, junto a su novio (más bien una especie de "apéndice" de ella, como ella hubiera sido de él en películas antes de los movimientos feministas), reta el poder absoluto del Gobierno, que cada año monta y transmite, por una especie de cadena de televisión, los llamados “juegos del hambre”, una competencia en que todos menos uno de los participantes mueren para distraer a los ciudadanos. Todos los distritos en esta distopía están controlados por “el Capitolio”, el lugar desde donde se controlan los otros doce distritos y donde la gente vive con lujos y riquezas. De nuevo vemos una distopía futura en la que el dinero y el bienestar son las metas más codiciadas (a expensas de otros) y en la que hay obvios tonos raciales y sociales, además de todas las características fascistas de los regímenes que capitanean la mayoría de las distopías futuras que están de moda.
Contrastando con la heroína de TheHunger Games, viene ahora a la pantalla esta excitante y tenebrosa película The Maze Runner, sobre unos jóvenes, todos varones, que suben a un “claro” en un ascensor que le llaman “la caja”. Al llegar no recuerdan quiénes son. De nuevo, y por supuesto, es la mente lo que controlan los poderosos, y qué mejor mecanismo para ello que borrar las memorias. [La memoria es uno de los grandes temas de Blade Runner y de Total Recall (1990; 2010), otro filme que igualmente está basado en un cuento del genial Phillip K. Dick]. Es curioso que solo sean varones los jóvenes que se confrontan con la situación aberrante que se encuentran en el “claro”. El lugar está rodeado de enormes muros que cierran por la noche y abren por las mañanas; algunos de los chicos han explorado y descubierto que es un laberinto gigante que se transmuta cada momento, lo que lo hace más difícil de navegar. En vez de un Minotauro, en el laberinto hay unos seres llamados “penitentes” (Grievers), que matan a los que permanecen allí de noche.
De pronto, “la caja” sube (envían a una persona por mes) y en ella hay una muchacha con una nota que dice: “Es la última”. Se nos ocurre que pueda ser el reverso de Eva, que fue la primera; o, tal vez, la última persona que enviaran al “claro”; o, a lo mejor, resulta que ella es la Ariadna que ha de sacar a su Teseo del laberinto. El personaje principal se llama Tomás, de modo que comparte con Teseo su inicial y el ser corredor de laberintos. Es difícil dar más detalles sin revelar lo que sucede, de modo que me los reservo.
Valga decir que esta película se acerca, como es evidente, a la mitología griega, mientras que The Hunger Games es más cercana a lo latino (romano), con sus visos de circo y gladiadores que están patentes en su trama y en su enfoque. En The Hunger Games el país se llama Panem, que proviene de panem et circences (literalmente 'pan y circo'), que es lo que provee el gobierno de esta distopía a sus ciudadanos. Este concepto también se puede analizar con el giro estadounidense y cómico que le di en mi reseña del filme: Pan’em, separando la piedra del oro o los valientes de los cobardes.
En conclusión, podemos decir que The Maze Runner, junto con The Hunger Games y bajo la influencia obvia de la película japonesa Battle Royale (2000), es un filme que alerta que las distopías y los desmanes de los gobiernos están dirigido a los jóvenes. Ese enfoque me parece uno genial, ya que los jóvenes son los que pueden prevenir y, si no, sufrir los vejámenes de gobiernos futuros que los quieran doblegar. Aunque los movimientos Occupy no han sido del todo exitosos, son una muestra de la voluntad de los jóvenes y los mayores más conscientes de no permitir que los ricos y poderosos aplasten con sus botas de diseñadores la libertad y la razón. Por eso, quisiera estimular a todos a ver The Maze Runner y que se vayan dando cuenta que la responsabilidad social no se ejerce con la queja y el desespero, sino con el voto y la razón en contra de los que solo quieren tener poder y control.
Lista de imágenes:
1) Toma de la película Metrópolis (1982), Fritz Lang.
2) Cartel inspirado en la novela 1984, George Orwell (1949).
3) Dictators and other dicks (2012), Brenda Bogart.
4) Trailer oficial de la película Blade Runner (1982), Ridley Scott.
5) Uno de los Med-Pods utilizados en la película Elysium (2013).
6) Toma de la película The Maze Runner (2014), Wes Ball.
7) Ilustración de los distritos de Panem en The Hunger Games Trilogy.
8) Trailer oficial de la película The Maze Runner (2014), Wes Ball.