Walt Disney desde otra perspectiva: 'Saving Mr. Banks'

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Albergo la fantasía de que todos los niños que en los Estados Unidos nacieron en la primera década del siglo pasado fueron vendedores de periódicos. Me fascinaba cuando era un muchachito que otro, no mucho mayor que yo, pasaba por mi casa en Hato Rey, luego de caer el sol, vendiendo el Imparcial. De haber sabido entonces que Walt Disney lo había hecho, tal vez me hubiera lanzado por otra ruta en mi vida.

Habría sido un “newsie” (como se les llamaba a estos niños) como muchos otros en cada ciudad en que circulaban los periódicos de Pulitzer y Hearst. Yo me di por vencido e hice otra cosa, pero a Disney lo llevó a muchos trabajos relacionados con el mundo periodístico, incluyendo uno en una compañía que preparaba anuncios para los periódicos. Fue en el Pesemen-Rubin Art Studio, donde Walt, que estudió arte por mucho tiempo, coincidió con otro dibujante, Ub Iwerks, con quien hizo amistad y, eventualmente, formó una compañía. Fue la semilla, aunque tuvo que cultivar varios árboles entretanto, de lo que hoy se conoce como “The Walt Disney Company”.

Todo amante del cine sabe que la magia del genio de Disney comenzó con la película animada “Steamboat Willie” de 1929, en la que apareció por primera vez Mickey Mouse. De ahí, luego del triunfo y la popularidad enormes de Mickey, Disney hizo historia con el primer largometraje en color de dibujos animados, “Blancanieves y los siete enanitos” (1938). Con ese triunfo, Disney comenzó una carrera meteórica desde el punto de vista crítico y comercial, que incluyó 22 premios Oscar y reconocimiento mundial.

 

Sin embargo, el hombre que todo lo podía y que era admirado por reyes, dictadores (por ejemplo, Mussolini), presidentes y magnates, no podía conseguir que P. L. Travers autor de una serie de libros sobre una nodriza con poderes mágicos, le permitiera hacer una película sobre ellos. Tuvo que recurrir a la tenacidad que desarrolló como vendedor de periódicos en la calle para lograr lo que quería. Resultó que Travers era una mujer de origen australiano que vivía en Inglaterra y que, por casualidades, estaba viviendo temporalmente en Nueva York, donde Roy Disney la abordó primeramente con la idea de trasladar al cine sus libros.

En esa campaña de Disney se basa “Saving Mr. Banks”, una versión de un libro sobre la relación entre Disney (Tom Hanks) y la señorita Travers (Emma Thompson) durante las dos semanas que estuvo en Los Ángeles.  Es la historia de cómo llegó “Mary Poppins” a la pantalla. La película está construida como dos historias paralelas. Una, lo que sucede en la ciudad de los sueños; la otra, lo que recuerda Travers de su niñez en Australia. Resultan bien unidas, a pesar de la distancia entre los estudios Disney en los años 60 y el campo australiano de la primera década del siglo XX, por la excelente partitura del filme, escrita por Thomas Newman.

Esas retrospecciones son muy eficientes desde el principio de la película hasta poco más de la mitad. La razón para esto es que el padre de Travers (que es la inspiración para Mr. Banks) es Colin Farrell, un estupendo actor que demasiadas veces anda perdido por producciones que no le hacen justicia a su talento. Esa combinación de intensidad y encanto que Farrell siempre trae a sus papeles está a plena vista en las retrospecciones, pero una vez que él desaparece el interés en la niñez de Travers se desvanece como un dingo en el campo australiano.

En el LA al que arriba la autora hay una serie de personajes especiales que mantienen a flote la comedia. Para empezar está el estupendo Paul Giamatti como Ralph, el chofer asignado a la autora durante su estadía. Giamatti siempre es simpático y aquí representa una persona que está en choque cultural reverso: es el huésped involuntario de una imperiosa mujer británica que no solo viene de una cultura distinta, sino de un siglo diferente. Aunque en la vida real (y en la película) Travers nació en 1899, su comportamiento (era así también en la vida real) es el de una victoriana que aún piensa que el imperio británico no se ha disuelto. Giamatti sirve de contrapunto emocional a la rigidez de carácter de la mujer que creó una de las fantasías más hermosas a la literatura infantil, aunque es evidentemente que “Mary Poppins” tenía algo de Peter Pan.

Nos encontramos también con el guionista Don DaGradi (Bradley Whitford) quien tiene la no envidiable tarea de tener que convencer a la Travers de lo que ha de aparecer en la pantalla y cómo ha de hacerlo. Whitford, cuyo trabajo como Josh Lyman admiré en “The West Wing”, provee el puente entre Travers y los compositores de la música original de “Mary Poppins” y entre ella y Disney. A pesar de su facilidad de convencimiento el personaje tiene que navegar las aguas turbulentas de los caprichos de Travers, y Whitford demuestra ser un marino de grandes destrezas y un diplomático consumado. 

También asisten a lo que semeja un partido de tenis entre Martina Navratilova y cuatro novatos, los compositores de la música de “Mary Poppins”, los hermanos Richard (Jason Schwartzman) y Robert (B.J Novak) Sherman. Cuando la Travers se queja de que algo en el guión no es una palabra, Richard esconde la música de Supercalifragilisticexpialidocious. Con ellos batalla también Travers sin saber que, eventualmente ellos ganarían: obtuvieron el Oscar por la mejor música y la mejor canción (“Chim Chim Cheree”) de un filme cuando llegó el momento. Novak y Schwartzman están en el trasfondo, pero uno los nota porque en la cinta son dos personajes afables de cartón, pintados por Disney.

 

Tom Hanks interpreta a Disney con dignidad y cierta ternura distante que enfatiza que, antes que nada, se había convertido en un hombre de negocios. Nunca, como me imagino que fue en la realidad, es irrespetuoso ni descortés con la intransigente Travers. Hanks despliega algunos de los talentos que usó al principio de su carrera para hacernos sonreír con su paciencia en las negociaciones con una mujer que no cede. Hay que considerar que la película fue producida por la compañía Disney, pero lo que se sabe del hombre en la vida real no contradice lo que está sucediendo en la pantalla.

La estrella indiscutible de la película es Emma Thompson. Grandota (como lo era Travers), con sus dientes torcidos y su sonrisa irresistible (que en esta usa poco), representa una mujer compleja que no se ha repuesto de la muerte de su padre ni de su soledad. Cede en parte porque necesita el dinero, como si fuera un personaje de Charles Dickens sobornado por los ricos. Vive con unos principios aprendidos en los años previos a la Gran Guerra y a cada vuelta nos sorprende con un gesto en su rostro que desdeña algo que le choca.

Su respuesta al tuteo hollywoodiense y norteamericano es una serie de pequeñas movidas de los ojos o torcimientos de la boca que es lo que se espera de alguien que se crió en la época entre la reina Victoria y su hijo Eduardo VII. Nos convence de que su personaje Mary Poppins no es un compendio de sentimentalismos y de pura fantasía. Poppins es un personaje fantástico, pero según entendemos su origen en la relación paternal nos damos cuenta de porqué la autora defiende sus libros de la forma en que lo hace.

 

Thompson logra la continuidad de una emoción representada por otra actriz (la que la representa de niña) sin perder de vista que se grabaron cuando ella era, básicamente, otra persona. Su altivez no se percibe en sus escenas con Giamatti, porque a ella le parece que el chofer es la única persona que no es presa de esa patina de lujo, bondad y engaño que es el barniz de Hollywood. La de Thompson es una actuación sublime, dinámica y llena de patetismo.

Walt Disney sigue siendo un ícono mundial y su compañía ha logrado con este filme tierno y gracioso devolvernos parte de la influencia que tuvo cuando salía frecuentemente en las pantallas de televisión. Siempre lo considerábamos como el dibujante divertido y burlón que era capaz de mezclar a Mickey Mouse con Leopoldo Stokowski sin que ninguno de los dos perdiera el lugar que le correspondía.

Esta película, que no es sobre la vida de él, sino de la de Travers, nos da una breve visión de su tenacidad gentil como hombre de negocios, y de su tesón cuando decidía hacer algo. Por eso la película es tan apreciable. Nos revela el poder del dinero usado para crear algo que ha dado mucho placer emocional a personas de todas las edades. También nos muestra la realidad: aún la gente con los más altos principios, sucumbe al dinero ante la necesidad.    

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