Nadie podría estar en desacuerdo con la idea que los conocimientos e inventos que se desarrollan en los centros de educación superior deben usarse para el bien común y para el desarrollo de la economía. Parcialmente, de esto se trata la famosa acta Bayh-Dole, que liberalizó el desarrollo de descubrimientos o inventos hechos con fondos federales, a través de propuestas de investigación, sin que mediara el gobierno en ello. La idea fundamental detrás de Bayh-Dole es que la propiedad intelectual le pertenezca a las universidades sin fines de lucro, a los investigadores y a las pequeñas empresas que a veces solicitan fondos federales para mejorar o desarrollar sus inventos. Sin embargo, salta a las vista de inmediato que esto no puede ser la mejor forma de resolver los problemas de la economía universitaria, mucho menos de la puertorriqueña.
1. La universidad y la comunidad
El impacto social y económico de las universidades sobre sus comunidades es innegable, pero tiene que ir más allá de que genera empleos y que su propiedad intelectual puede contribuir a la economía. Su principal función es la educación de profesionales que sostengan la sociedad con honradez, con sentido común y lógico, y que puedan contribuir a articular una política y una visión de país que permita la solvencia económica y moral (las leyes del hombre) de la nación. Además, es imprescindible que los líderes universitarios entiendan que la universidad estatal no es un negocio, aunque tiene que funcionar como uno: no puede gastar más de lo que recibe, pero, a pesar de que sería ideal que así fuera, no tiene que generar ganancias.
Nuestras universidades han construido exitosamente algunos puentes con la industria que han generando y generan actividad económica. El problema es que líderes de las instituciones académicas nacionales (hablo aquí de los Estados Unidos), ante la merma de fondos estatales para sus funciones creen que, además de subir la matrícula y tener profesores a tiempo parcial (para no pagar beneficios) la respuesta a sus dificultades económicas reside en desarrollar a su máximo la práctica detrás del principio teórico del Bayh-Dole. Sin duda que algunas de las grandes universidades de investigación pueden ganar en lo que se ha convertido en una carrera de las instituciones por desarrollar patentes y licencias con los hallazgos de sus investigadores.
Ese discurso es en parte ideológico en los Estados Unidos, una especie de mandato neoliberal subliminal: los que pagan impuestos son los que permiten los fondos para la investigación, de modo que hay que devolvérselos de alguna forma. Entonces, ya tiene a los administradores universitarios locales hablando de patentes y de la formación de “compañías”, como si eso fuera sustituto de la buena educación y de la publicación de la actividad intelectual de sus profesores. De pronto, ha surgido la fantasía de que hay una plétora de descubrimientos y de ideas noveles que andan por los pasillos de las universidades sin que se comercialicen, y que hay que desarrollar contactos con la industria para que el gasto gubernamental en la educación superior se justifique. En esto las universidades locales no son líderes: lo mismo ocurre en los Estados Unidos.
2. Origen de las relaciones académico-industriales[1]
Desde el siglo diecinueve, los gobiernos europeos se vieron necesitados del uso del intelecto universitario para el desarrollo y mejoramiento social, que incluía, en particular, el de armamentos y tecnologías bélicas, lo que ha continuado hasta nuestros días. La relación entre la academia y la industria de la guerra en el siglo XIX y XX lo respaldaba una amplia gama de la ciudadanía porque muchos jóvenes sacrificaban sus vidas defendiendo los intereses de su nación. Para defenderla era necesario tener bien armados el ejército y la marina de la nación.
En la primera mitad del siglo XIX, los alemanes enfatizaron las ciencias y aumentaron el tiempo que los profesores le dedicaban a la investigación. La intención era completamente pragmática. La universidad le demostraba a la industria, particularmente la armamentista, su compromiso con el desarrollo de nuevas ideas y enfoques industriales que ayudaría a la empresa e, indirectamente, a la sociedad. La empresa ganaba más dinero y defendía o mejoraba la nación. La universidad podía hacer reclamos similares, y, además, recibir donativos de la empresa. Es posible que hoy día, la Universidad de Stanford sea el ejemplo máximo de ese tipo de investigación aplicada que estrecha la relación entre la academia y la industria.[2]
La movida en Alemania (y en Francia) causó desasosiego en Inglaterra. En Oxford y Cambridge, se debatía el lugar de las ciencias y la educación profesional hasta el punto que, un erudito genial como John Stuart Mill, insistía que la universidad no era lugar para la educación profesional, sino para desarrollar el intelecto y la moral. Desde el 1850 se habían creado en Oxford escuelas de Ciencias Naturales, y Matemáticas y Física, pero los jerarcas gubernamentales ingleses asistentes a la feria de 1867 en París quedaron asombrados antes los adelantos tecnológicos en el continente, e indicaron la necesidad de emular los nuevos currículos al otro lado del Canal.
En esa Feria, nuestro representante Román Baldorioty de Castro quedó horrorizado por la pobre presentación y el pobre contenido intelectual del pabellón de Puerto Rico. Cuando consideramos que la Universidad de Puerto Rico no comenzó hasta cuarenta y seis años después de la Feria, y que las ciencias eran casi inexistentes en Puerto Rico, nos damos cuenta del atraso que llevamos, a pesar de nuestros logros recientes, en el pensamiento y la investigación científica.
3. Sin dinero y sin talento no se puede
Las universidades europeas descubrieron que para conducir el tipo de ciencia que tiene impacto internacional y atrae la atención y el dinero de la industria, se requerían dos cosas: intelecto de primer orden y laboratorios en donde conducir los experimentos que generan nuevo conocimiento. Se necesitaba dinero para la planta física, para los instrumentos y materiales experimentales, los maestros e instructores, y estudiantes que ayudarían a completar las investigaciones. Las universidades escocesas lo hallaron en el genio de William Thomson —mejor conocido como Lord Kelvin— el ingeniero y físico a quien se le debe el concepto de la escala de temperatura que lleva su nombre y fue la figura máxima en la instalación del cable telegráfico transatlántico. Kelvin atrajo estudiantes y otros profesores a impartir cátedra de alto nivel que perpetuara la supremacía de la ciencias sin menoscabar las humanidades.
Surgió, además, el donante que quería que su alma máter se distinguiera (son escasos los ejemplos en nuestro medio). Tal vez el ejemplo máximo de la visión del donante sea el donativo de ?6330 de William Cavendish en 1874, para establecer un laboratorio para el estudio de la física en la Universidad de Cambridge. Desde que se entregaron los primeros premios Nobel en física, química, y medicina o fisiología, en el 1901, hasta el presente, 29 han sido otorgados al trabajo experimental conducido en el laboratorio. Los premios han sido en las tres categorías. Esto merece recalcarse porque indica que no vino ningún burócrata tonto a decir “aquí no se puede estudiar química ni problemas médicos”. Los directores del Cavendish siempre han sido científicos y visionarios, no burócratas.
4. La investigación en Puerto Rico[3]
En Puerto Rico hay actividad investigativa, pero mucha consiste en conducir estudios clínicos (“clinical trials”), que son valiosos pero se conducen en un microcosmos que mantiene ocupados solamente a algunos médicos y a su poco personal, y desde el punto de vista científico, escasas veces constituyen un gran avance.[4]
Para la investigación biomédica y programas asociados, la Universidad de Puerto Rico y sus dependencias tienen un portafolio del NIH, que pude fluctuar anualmente, de alrededor de $26 millones. La UPR tiene además donativos para las ciencias físicas y químicas (ciencia “dura”) de la Fundación Nacional de las Ciencias (NSF) y, desde el 2006 hasta ahora, esos donativos suman $8.4 millones. Juntas, la Universidad del Este, el Departamento de Salud de San Juan, la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de Ponce y Universidad Central del Caribe, reciben unos $8.3 millones anuales. Entre todas las instituciones que reciben fondos del NIH hay 55 proyectos, que incluyen programas de entrenamiento para fomentar la investigación, o para sostener la colonia de monos.
Aunque estos últimos son de gran valía, por lo general, no producen el tipo de conocimiento que ayudaría a la economía del país. Dada esta muy modesta actividad científica, es improbable que a corto plazo (de cinco a diez años) ninguna alianza industrial-académica basada en la investigación biomédica o la biotecnología actual ayude a resolver la crisis económica que atraviesa Puerto Rico.
5. Lo que necesita la academia
La capacidad para atraer fondos para la investigación y así mejorar las probabilidades de generar el tipo de descubrimiento y avance que puede contribuir a la economía depende, por lo general, del número y del talento de los investigadores que laboran en una institución, y de la excelencia de sus publicaciones. Además, las personas que administran estos fondos deben de tener la experiencia necesaria para responder a las reglas que rigen los donativos federales, y no ser principiantes nombrados por motivos políticos o por amiguismo.
En el sistema norteamericano, al que estamos ligados al presente (y por suerte, en el sentido que podemos solicitar fondos para la investigación de las agencias federales), las universidades compiten por fondos que provienen de la Fundación Nacional de las Ciencias, para química, física, matemáticas y otras ciencias que no sean biomédicas. Para esta última, hay que solicitar a los Institutos Nacionales de Salud (NIH en inglés). Estos donativos no los traen los senadores, congresistas, comisionados residentes, ni los burócratas universitarios; los consiguen los investigadores que escriben las propuestas y el éxito depende del juicio de pares que las evalúan. Es un sistema bastante justo, que ha sobrevivido la prueba del tiempo.
La realidad es que, mientras más investigadores sometan buenas propuestas, mejores las posibilidades y probabilidades de tener fondos para la investigación, Mientras más y mejores investigadores y más y mejores publicaciones, mejores las posibilidades que algo se produzca que pueda ser patentizado o licenciado para que el investigador y a su institución reciban regalías.
En Puerto Rico se ha hablado de una “ciudad de las ciencias”, se ha dicho que los científicos puertorriqueños que viven en los Estados Unidos estarían dispuestos a regresar y, además, que podemos reclutar “los mejores científicos de Latinoamérica y el Caribe”. Esto ciertamente aumentaría el número de investigadores, que es lo que se necesita en un “ciudad de las ciencias”, pero ¿cuál es la evidencia que tales cosas podrían suceder? Ninguna. No puede haber una “ciudad de las ciencias” que se distinga en un lugar de poca actividad científica.
El costo de reclutar a alguien que valga la pena es altísimo. ¿Dónde está el dinero y la voluntad para aceptar que alguien que viene de “afuera” llegue bajo condiciones que jamás nadie ha tenido aquí? No hay dinero, y no creo que haya la voluntad de la que hablo.
6. La generación de ingresos de descubrimientos biomédicos
Aún si pudiéramos desarrollar un gran centro de investigación biomédica, la posibilidad de que esa actividad sea autosuficiente y que, a su vez, produzca lo suficiente para ayudar a la universidad del estado o al país, a salir del hoyo económico, es poco realista. El sistema universitario de California, posee sobre mil patentes basados en el ADN (de donde puede que surjan medicamentos con potencial comercial). Además, tiene 6600 invenciones activas que, en el año fiscal 2006, generaron $93.2 millones para el sistema.
De esos $93.2 millones (una cifra cuantiosa en cualquier liga), una tercera parte va al sistema –que tiene diez campus de investigación–, una tercera parte al investigador, y el restante al departamento del investigador. Es evidente que el sistema de la universidad de California, ni ninguno de su diez campus, mucho menos el estado, subsiste con $30.7 millones (o sea, $3.07 millones por institución). Obviamente, es difícil depender de los ingresos de “la comercialización” de resultados de la investigación.
7. ¿Hay otros proyectos que no sean la biotecnología?
Tal vez esas alianzas académicas-industriales tengan más éxito en otras disciplinas que sí pueden influir más de inmediato en la economía y los problemas sociales del país. Ya existen relaciones de ese tipo para entrenar personal para que tengan las destrezas tecnológicas que requieren muchos negocios e industrias locales, particularmente las compañías farmacéuticas. Pero, entre muchas cosas, ¿por qué no un programa entre el sector privado y las universidades para que Puerto Rico produzca sus alimentos? ¿Por qué no un programa universitario-gobierno-privado que ayude a re diseñar los cascos urbanos deteriorados como lugares verdes para que regrese el ciudadano a vivir en comunidad y a sostener al pequeño comerciante?
De seguro que existen muchas ideas. Las buenas pueden organizarse en aquellas que son apremiantes y que mejor responden la pregunta: ¿Cuáles son las oportunidades más prometedoras para mejorar la economía de Puerto Rico? La contestación a esa pregunta no solo la debe tener la academia, sino la ciudadanía empresarial.
8. Conservemos lo poco que hay
La cantidad de recursos que se reciben en Puerto Rico para la investigación, aunque pocos, son un reflejo del tesón de los investigadores científicos que aquí laboran a pesar de los inconvenientes. Hay que seguir respaldándolos y atraer (o no dejar marchar) a todos los que se pueda.
Es cierto que hay que explorar las posibilidades de que ideas noveles ayuden a reconstruir y darle nueva vida a nuestra economía, y que muchas de esas ideas pueden residir en la academia. Pero la venta de nuestras instituciones y nuestros haberes a especuladores nos van poco a poco haciendo más prisioneros de personas o entidades que no les interesa Puerto Rico como país, sino como lugar de realizar ganancias. Las ideas que se generen en los próximos diez años decidirán si el país sobrevive o sucumbe a las repercusiones de los terremotos económicos causados por la globalización y el neoliberalismo en la primera década del siglo XXI.
Notas:
[1] Mucha de la información a la que hago referencia en esta sección se puede hallar en The Universities in the Nineteenth Century, M. Sanderson, editor; Birth of Modern Britain Series, Royledge and Kegan Paul, London, 1975. También refiero al lector a: Simon Head: The Grim Threat to British Universities, NY Review of Books, January 13, 2011; p 58-64; A. Ripley: College is Dead. Long Live College! Time Magazine, p 33-41, October 22, 2012.
[2] Los peligros de relaciones demasiado estrechas entre la academia y la industria, particularmente en Stanford, están expuestas con gran claridad por Ken Auletta en Annals of Higher Education, Get Rich University, The New Yorker, April 30, 2012.
[3] Ir a NIH y a NSF para corroborar los datos.
[4] Hay algunos estudios clínicos que sí son científicamente importantes y, tal vez, de futuro impacto económico. Doy el reciente ejemplo de A Thousand Genomes, un esfuerzo internacional en el que participaron Juan Carlos Martínez Cruzado y Tarás Oleksyk del RUM y Julie Dutil de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de Ponce. Nature 491:56-65, Nov 1, 2012.