El Bosco pintó a Puerto Rico

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Estamos viviendo momentos calientes en Puerto Rico: asesinatos, masacres, y muestras vergonzosas de odio racial. El atletismo nos ha rescatado por un instante del asedio de la violencia, pero solo por un instante. Nada más cruento que el ambiente social y la vida diaria en esta isla por la que tiene que haber pasado Jerónimo Bosch, El Bosco, que viajando a través del tiempo en un universo paralelo, posiblemente impulsado por la energía de las estrella (como Sirio), pintó en sus famosos trípticos la saga puertorriqueña, según se desenvuelve ante nuestros ojos hoy día.

En las tapas de “El Carro de Heno” está retratado el emigrante puertorriqueño de estos años: atribulado, medroso, sin trabajo aquí, tal vez con mejor trabajo allá, rodeado de pillaje, asediado por la violencia, encorvado por el peso que constituye dejar la patria, caminando hacia un puente rústico que lo llevará a la pérdida de su integridad cultural. Sin nada que ofrecer para al menos paliar el cáncer de la corrupción que nos devora, se va dándole la espalda a todo. En la escena del Bosco, se ven a lo lejos los patíbulos, pero no se sabe si se ha hecho justicia o si son de los justos los esqueletos que yacen al borde del camino del peregrino.

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O tal vez sea que la horca está libre para ahorcar en ella el derecho a la libre expresión y a la justicia imparcial. Mientras tanto, otros bailan y festejan el espectáculo del saqueo de las arcas del pueblo, sin ocuparse de sus posesiones, que le sobran, y sin pesar las consecuencias. Esos no tienen que emigrar porque van y viene cuando quieren, y su puente es la línea aérea, que ahora comienza donde se acaba la libertad del ciudadano común para desplazarse, porque el aeropuerto ya no les pertenece.

También El Bosco intuyó que la Isla estaba presa del machismo y, en el panel izquierdo del tríptico, nos recuerda que aún hay quien cree que Eva fue formada de una costilla de Adán y que es la malvada responsable por la pérdida del paraíso, y que le pertenece al hombre. La reducción de la mujer a costilla, a engendradora de la lujuria, a propiedad, no sorprende en un país donde los hombres aún matan a las mujeres por la más mínima causa y, muchos de ellos, se libran —olvidémonos del patíbulo— de la cárcel, ya bien sea por sus conexiones o por su desfachatez. O por la incompetencia de la policía y del sistema judicial.

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El pintor se ha dado cuenta de la mezquindad, y en el panel central tiene a los buscones siguiendo el carro pingüe de heno, y estos aducen derecho divino a la abundancia. Y los ha retratado a todos: los religiosos corruptos que se vanaglorian y se bañan en fuentes “de agua viva”, los oficiales, los nuevos “arrimaos” (¿consultores?) y los que podrían matar por un puñado de papeles con los retratos de presidentes norteamericanos muertos. La adoración del dinero es tan intensa que no se dan cuenta los avariciosos que van camino a su fin, a la muerte, al infierno que los espera con su fuego y sus torturas.

Pero yo no creo en el infierno y pienso que, en eso, El Bosco nos quiere tomar el pelo. Es lo que se merecen, nos dice, todos estos atorrantes, todos estos saqueadores, no importa la calidad ni el color de la ropa que visten. ¡Hay que quemarlos!

Pero no debemos esperar a que sufran en un lugar mítico. Hay que desmitificar metiéndolos a la cárcel. A todos los que nos roban, a todos los que se esconden tras leyes acomodaticias, aprobadas por ellos mismos para que sus fechorías estén bendecidas por las “leyes”, cosa de no ofender a Dios con sus trampas. Después de todo, si está  bien con la ley, no es robo. Pues a violar cualquier ley que quieran atosigarle al pueblo, dice el Bosco. ¡Fuego para todos! En el ínterin, celebren y prepárense para ir votar y gracias por haberlo hecho el 19 de agosto..   

No se le escapó al artista el prejuicio racial en la isla y, no se ven negros ni pardos por ningún sitio, aunque es posible que estén disfrazados, aprovechándose del exceso de heno. Porque se supone que una vez que uno es rico el color de la piel se olvida. Pero Jerónimo no es ningún bobo, y nos representó, tal y como nos hemos comportado en estos días, en el panel central de “El Jardín de las Delicias”.

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En ese tríptico, que posiblemente terminó durante el tiempo que pintaba “El Carro de Heno”, en la esquina inferior izquierda del panel central, hay una mujer negra que está de espaldas al festín de las delicias. Una mujer blanca le dice que se vaya, y le señala el camino a Kenia, mientras otra mujer sostiene en sus brazos un pavo real, como si tratara de evitar que la negra lo toque y lo contamine.    

Pero según el artista, también hay aceptación en esta isla llena de fantasía y de fantasiosos y que está abandonada por sus supuestos líderes. En la esquina opuesta del mismo panel, un hombre negro rodeado por tres mujeres, parece preguntar qué está ocurriendo al fondo, donde una caravana política se mueve hacia un plebiscito en un círculo interminable de ofertas y promesas que no llegarán a ningún sitio. El hombre parece estar preguntando qué sucede a lo lejos, en una laguna idílica, donde mujeres negras como él retozan junto a otras blancas en aguas que están muy lejanas a su capacidad de disfrute.

También puede que señale a que hay de todo en este paraíso incomprensible en que vivimos. Por un río de la vida, pájaros gigantes acompañan a parejas de enamorados: mujer y hombre, negro y blanca, mujer y mujer, hombre y hombre, mulato y mulata, desafiantes a lo que puedan pensar de sus uniones los retrógrados que terminarán devorados por un demonio, si es que existe. Celebran a lo mejor al Adán negro y la Eva blanca (parece que El Bosco no sabe que posiblemente fue al revés) a punto de copular, en una góndola que flota cerca de una estructura hermafrodita, que es una especie de punto de fuga del panel.

La fuga, sin embrago, no conduce a nada. Existe la necesidad de decir “nos quedamos”, y de evaluar con perspicacia lo que tenemos para no perderlo, luchando porque se escuche a todos por igual, no importa lo distinto que seamos. Eso sí lo sabe y lo entendía El Bosco.   

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* Las primeras tres imágenes son del tríptico El carruaje de heno (1500-02) y las últimas dos son del tríptico El jardín de las delicias terrenales (1500) ambas obras de Jerónimo Bosch.

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