Miedo a la ciencia

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Comenzando la segunda década del siglo XXI tal parece que estamos en un retroceso temerario a las épocas oscurantistas en que nada se sabía ni se entendía, a tiempos en que había que recurrir a explicaciones místicas para interpretar los vaivenes de la naturaleza. De pronto, la ciencia y el método científico están bajo el ataque de tanto laicos como religiosos que pretenden decir que la ciencia no lo ha resuelto todo, como si la ciencia hiciera tal reclamo (que, hasta donde yo sé, nunca ha hecho) o como si la religión y la política lo hubiesen conseguido. En un viraje confuso se quiere remozar una pugna entre lo racional y lo especulativo aludiendo a referencias que nada tienen que ver con la ciencia en sí y mucho menos con el método científico.[1]

En un artículo titulado “La verdad se evanece”, en la usualmente racional The New Yorker, un columnista insensato intenta cuestionar la validez del método científico, citando ejemplos que presumiblemente muestran sus fallas. El autor, Jonah Lehrer, le añade a su artículo el subtítulo, “¿Hay algo malo con el método científico?” Es una revelación parcial del tono de la pieza. El autor esgrime sus argumentos citando una preponderancia de experimentos de psicología y de ejercicios mentales que, para comenzar, no son grandes ejemplos de lo que es ciencia ni abordan principios científicos fundamentales. El primer gran ejemplo que da Leher es la aparente reducción en la respuesta clínica al uso de los agentes antidepresivos entre su deslumbrante debut en 1999 y el 2007 (hoy se dice que no son mejores que placebo) a pesar de estudios iniciales que revelaron mejorías contundentes en los usuarios de la droga. 

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Que los resultados de experimentos de esa categoría se hayan desmentido poco tiene que ver con la validez del método científico y mucho menos aún con la rigurosidad de la ciencia. Las pruebas clínicas pretenden demostrar que un medicamento tiene efectos reproducibles cuando éste se usa para aliviar, mejorar o curar una condición. En el caso de los antibióticos, sabemos que curan cuando ejercen su efecto esperado: las bacterias mueren, al paciente se le quita la infección y no tiene que seguir usando el medicamento. Pero, lo más importante en el caso de los antibióticos es que la ciencia ha descubierto qué antibiótico mata qué bacteria, a través de estudios básicos de la susceptibilidad del microorganismo a los agentes terapéuticos. En el caso de las psicosis, no sabemos exactamente qué las causa y, por lo tanto, no las podemos curar todas, si algunas.

Lo que Lehrer llama pérdida o evanescencia de la verdad es que el uso promiscuo de algunas medicinas lleva a que se le administran a personas cuya enfermedad es muy leve o mal diagnosticada. O, como lo es el caso de muchos diagnósticos psiquiátricos, los criterios clínicos a penas logran dar en el clavo. Añádale a eso las veces que las compañías farmacéuticas han sido culpables de compensar a “investigadores” médicos mientras conducen estudios clínicos en los que la subjetividad puede viciar los resultados. Peor aún, muchas revistas de ciencia no quieren publicar estudios negativos, de modo que muchos médicos que dependen de ellas para su información, no la tienen y, claro, aquellos que dependen de los representantes de las farmacéuticas, tampoco. El público sufre estas situaciones que acumulan mala información, aunque no porque algo ande mal con el método científico, sino por errores de juicio humano, muchos de ellos antiéticos.

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Que en estudios posteriores se encuentre que lo publicado es falso, incorrecto o solamente parcialmente correcto, en vez de descalificar al método científico, solidifica su validez: uno se acerca más a la verdad. En el caso particular de la psicofarmacología, o de cualquier terapia en que la respuesta se valida con comentarios subjetivos del paciente, nada debe de aceptarse como definitivo. La virtud de la ciencia (la médica en particular) es que cambia según se refinan los conocimientos y los procedimientos de diagnóstico y detección. Decir que la “verdad se esté evaneciendo” es una exageración. Lo que está sucediendo es que el conocimiento científico, particularmente el conocimiento médico, está en constante evolución.

Lehrer dice, “claims that have been enshrined (énfasis mío) in textbooks are suddenly unprovable”. Esta cita absurda dice más del autor que del método científico y la ciencia. Hay cientos de cosas establecidas en los textos que nadie ha de revertir con el tiempo: esta bacteria, hongo, o virus causa ésta o aquélla infección; que existen átomos y electrones; que existieron los dinosaurios, etc. Pero, nada está escrito en piedra mucho menos consagrado en la perenne carrera entre las casas farmacéuticas de quién vende más pastillas, que es a lo que se refiere indirectamente el autor. Aunque la ciencia se basa en leyes organizativas y explicativas, el tiempo las podría cambiar. Eso es lo que distingue la ciencia de la religión: la religión, básicamente, no cambia.

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El método científico tiene tres pasos fundamentales: a) la observación de un fenómeno; b) la postulación de una hipótesis para explicarlo; 3) llevar a cabo experimentos objetivos para comprobar la hipótesis. Estos experimentos son el fundamento de la ciencia, y son los que permiten, y exigen, la objetividad. La ciencia también se rige por el principio de “falsifiabilidad” o “refutabilidad”, términos acuñados por el filósofo Karl Popper, que quieren decir que si algo es falso, algún experimento u observación reproducible comprobará que lo es. 

Dado el espacio disponible, este artículo no pretende ser una crítica minuciosa del de Lehrer, mas debo decir que en el resto de ese artículo se discuten mayormente estudios de psicología y comportamiento que son ciencia “blandita” o “fofa” porque en ella entra un gran componente subjetivo o porque las variaciones naturales son demasiado amplias para llegar a conclusiones. Como ejemplo de los problemas del método científico, el autor del artículo del New Yorker indica la incertidumbre que existe sobre el efecto que induce la simetría del macho sobre cuán atractivo le resulta a la hembra. Sí, como lo oyen. De hecho, usando muchos de los argumentos del propio artículo, lo que se demuestra es que la ciencia funciona, y que va detectando lo que es cierto y lo que no lo es en base a la perseverancia del científico por probar hipótesis y teorías.

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El problema del ataque a la ciencia no es sólo en el New Yorker, en El Nuevo Día leí una columna que demuestra confusión y desconocimiento de la ciencia. Luego de reclamar que el discurso científico se ha “apropiado del discurso religioso […] para [hacerse] de sí misma un nuevo absoluto al que debiéramos rendir adoración”, se dice “Es la falacia de lo científico como sinónimo de verdad.” No conozco ningún científico que piense así, y si existen científicos que aspiran a que los adoren, sea a ellos o a sus resultados, que no suspendan la respiración hasta que llegue ese momento. Y sí: a veces la ciencia es sinónimo de la verdad. Por ejemplo, la mayor parte, si no toda, de la energía celular depende de las mitocondrias. Esa es la verdad.

El artículo continúa divagando sin rumbo y llega a un clímax: “Ya no podemos decir que reine entre nosotros esa confianza en el hombre racional como ser capaz de dominar las leyes de un mundo que yacía absolutamente en las manos de Dios”. Estar en las manos de Dios sin cuestionarse algo y sin ser racional era el problema de la ignorancia en el mundo hasta el siglo XIX, y tal parece que está alzando su vacía testa en el XXI. La historia establece claramente que por retar lo que decía “Dios”, que es lo que absolutamente decía la Iglesia, sabemos que la tierra le da vueltas al sol, que las plagas no son enviadas por nadie, sino que las causa alguna pulga que podemos racionalmente matar y que hemos controlado. Lo peor que podría hacer el hombre es rendirse a manos de alguien.

Stanley Kubrick, director

Como evidencia de la gran decisión de los “ateos de la ciencia”, la columna, como lo hacen muchos que expresan opiniones similares, hace referencia a los campos de concentración, a las bombas atómicas y a “la continua experimentación clandestina con grupos humanos, sobre todo con mujeres pobres, que han hecho descreer rápidamente de la nueva religión científica”.

Qué tiene que ver nada de esto con la ciencia o con la llamada “religión científica” es un misterio para mí. Yo no sabía que el Holocausto y el uso de las bombas de Hiroshima y Nagasaki habían sido causados por la ciencia o por la soberbia de la “religión científica”. El Holocausto fue un programa político maldito de exterminación de una raza y, como ha contado superlativamente Thimothy D. Snyder en su reciente libro Bloodlands: Europe between Hitler and Stalin, llevado a cabo con ametralladoras, además de con Zyclon B (este compuesto químico es, si acaso, la parte “científica” del Holocausto). Las bombas fueron parte de una guerra (yo no las justifico, no obstante así fue) y su lanzamiento también fue una decisión política y militar. Que la ciencia creó las bombas, sin duda; pero usarlas como ejemplo para por ello dejar de creer en la ciencia es altamente reprochable. Muchos descubrimientos tienen aplicación dualista y son maníqueos. En el caso de la radiación, lo malo es la muerte (bomba) y lo bueno la vida (cura contra el cáncer).

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El abuso “clandestino” de sujetos para la experimentación se le debe, no a la ciencia, sino a los inescrupulosos que explotan a los indefensos y que, en su mayoría casi absoluta, no son científicos, sino peones de las industrias o gobiernos. Por eso se han castigado y los gobiernos han pedido perdón por sus acciones.  

Si basado en estas razones se está formando un grupo de “ateos científicos”, hago un llamado general para que los medios les expliquen a sus lectores el grave error que cometen en culpar a la ciencia y a los científicos, en vez de a los explotadores, buscones y tergiversadores de la verdad. Lo único “irracional y perverso” que se puede hacer hoy en día es hacer promesas, a gente ignorante, que “lo natural” o que las fuerzas místicas son las que curan enfermedades, tales como el cáncer, y que resuelven nuestros problemas. Eso sí que sería, y es, la creación de una mala religión anticientífica. De hecho, es meramente un culto anti intelectual y criminal.

Notas:

[1] No tengo el espacio en este artículo para comentar sobre los ataques contra la evolución y el cambio de clima global. Estas demencias sí se han convertido en religiones políticas e ideológicas que atentan contra la vida en el planeta y la libertad de expresión y conocimiento de las generaciones atrapadas en lugares donde, tal parece, se quiere regresar a la era de las cavernas.

Lista de imágenes:

1. Joseph Wright, "An Experiment on a Bird in the Air Pump", 1768. (National Gallery, London)
2. Rembrandt, "The Anatomy Lesson of Dr. Nicolaes Tulp", 1632. (Mauritshuis)
3. Joseph Wright, "The Alchemist Discovering Phosphorus", 1771. (Derby Museum and Art Gallery)
4. Joseph Wright, "A Philosopher Lecturing on the Orrery", 1766. (Derby Museum and Art Gallery)
5. Joseph Nicolas Robert-Fleury, "Galileo before the Holy Office", S.XIX. (Luxembourg Museum)
6. 2001: A Space Odyssey, 1968. Stanley Kubrick, director.
7. 2001: A Space Odyssey, 1968. Stanley Kubrick, director.