¡Ciencia Boricua!

Hace cinco años se presentó en mi oficina en la Escuela de Medicina de Ponce un joven puertorriqueño estudiante de Stanford con una idea novel: construir un lugar en la red donde se dieran cita los científicos puertorriqueños y todos los que les interesara la ciencia en Puerto Rico. Me sedujo el concepto, y me hice miembro del grupo que vive y opera en www.cienciapr.com y que hoy día cuenta con más de 5000 miembros, según dice su creador Daniel A. Colón Ramos, PhD., quien recibió su entrenamiento en Duke y Stanford. Al presente es catedrático auxiliar en la escuela de medicina de Yale, en el departamento de biología celular. Hasta el pasado junio, había publicado nueve trabajos, en su mayoría investigaciones originales en revistas de primer orden, algunos de ellos con un destacado científico puertorriqueño que labora en Duke, el doctor Mariano García Blanco. Es evidente que Colón Ramos está en vías de convertirse en un científico biomédico independiente.

El desarrollo de CienciaPR ha sido un gran logro para la ciencia puertorriqueña, un aspecto de la vida intelectual que en la isla ha tenido una existencia variopinta. De hecho, pienso que este sitio web es una vitamina poderosísima para avivar el interés en la ciencia que sigue tímidamente asomando su cabeza por aquí y por allá en nuestra isla. La ciencia siempre ha luchado por sobrevivir en nuestro entorno, no sólo porque hay falta de entendimiento institucional sobre lo que es y lo que no es, sino porque el pueblo es básicamente analfabeto en cuestiones científicas.

Los medios noticiosos tampoco ayudan ya que sus corresponsales, pobremente preparados en la materia, se dejan llevar por reclamos excesivos de muchos que no son científicos o malos científicos, y la mayoría de las veces no entienden que la palabra “investigador” tiene varios significados, tanto teóricos como prácticos, y que a menudo el término se usa de forma superficial y errónea. Peor aún, se publican en libros y enciclopedias artículos deficientes sobre el tema de la investigación científica médica en Puerto Rico. Circulan también libros, que supuestamente tocan el tema, escritos por ideólogos que soslayan la verdad para ensalzar a personalidades de quehaceres políticos similares a los suyos. Todo esto lo que hace es coadyuvar a que se perpetúen visiones incompletas, anacrónicas y falsas, de lo que ha sido esta actividad en la isla, particularmente en el siglo pasado, cuya última mitad fue la cumbre sobre la que se construyó lo que hay hoy.

El sine qua non de un científico es que hace investigación original, ya bien sea por su cuenta, como parte de un grupo, o como director de un grupo, pero el énfasis siempre debe de estar en original. Además, un científico envía sus resultados a revistas que someten los trabajos que publican a evaluación por pares.  En el caso de la medicina, hay investigadores clínicos que diseñan protocolos originales y hay quienes reclutan pacientes para incluirlos en protocolos de investigación clínica hechos por otros, usualmente compañías farmacéuticas o, posiblemente de mucho más valor científico, los institutos nacionales del cáncer (NCI) o los institutos nacionales de salud (NIH) de los EEUU. También hay científicos básicos que elaboran hipótesis fundamentales de cómo funciona un sistema o las redes metabólicas de uno. A esos estudios se les pueden aplicar varias modalidades tecnológicas, entre las cuales se encuentra la biología molecular.

La mayoría de los nuevos científicos puertorriqueños que se entrenan o se han entrenado en una ciencia biológica —investigadores científicos de verdad—, usan metodología molecular para acercarse a los detalles más fundamentales de cómo funcionan los organismos, y dirigen sus pesquisas científicas a la dilucidación de enfermedades hasta ahora incurables, o que se pueden controlar sólo parcialmente. La arteriosclerosis que causa la enfermedad coronaria, el cáncer, y las condiciones neurodegenerativas que amenazan con desterrar al que envejece a un plano en el que no parece existir la vida consciente, son motivo de intenso y profundo estudio por parte de investigadores jóvenes y viejos.

Cómo se establecen los circuitos cerebrales que permiten el funcionamiento neural normal, es el interés científico primordial de Daniel Colón Ramos, el creador de cienciapr.com. Aprender lo normal es esencial si se ha de descubrir qué es y cómo emerge lo patológico. Cómo se comunican las células cerebrales, y cómo se modifican esas comunicaciones en la adicción a drogas, es el interés principal de Mónica I. Feliú Mójer, quien cursa sus estudios para su PhD en la escuela graduada de la escuela de medicina de la universidad de Harvard y que codirige cienciapr.com. Junto al educador de las ciencias, el doctor Wilson J. González Espada, Colón Ramos y Feliú Mójer han lanzado un libro titulado ¡Ciencia Boricua!: ensayos y anécdotas del científico puertorro.

Éste es el primero de su tipo en la isla. Es un compendio de ensayos y experiencias escritas por científicos y profesores de ciencias puertorriqueños que se dan a la tarea de exponer conocimientos en varias ramas del saber científico, desde la geología, la arqueología y la astronomía hasta las ciencias biológicas y médicas. Muchos, si no la mayoría, de los breves artículos tienen obvias intenciones didácticas. El profesor González Espada, catedrático asociado de Ciencias Terrestres y Espaciales en Morehead State University en Kentucky, debe de ser un maestro muy popular no sólo por su humor -¡sus artículos adémas de especiales son espaciales!- sino por su capacidad explicativa.

El libro enfatiza felizmente esto último: que el científico, particularmente en un lugar como Puerto Rico, donde el conocimiento científico y el entendimiento de lo científico son deficientes, tiene el deber de explicar y  hacer que se comprenda la ciencia. Un poco de humor apropiado, como existe en el libro,  vendría bien. El tomo podría ser un punto de partida para hacer que los niños de nuestras escuelas primarias y secundarias (alta escuela también) lean textos en que la ciencia se presenta de forma simple sin ser simplista. Además, el libro ensalza la idea de querer dedicarse a la ciencia y, mejor aún, hace un llamado a nuestros científicos en diáspora por los Estados Unidos a recordar a Puerto Rico como un lugar que necesita de su ayuda.      

La gran contribución que representa el libro no se ve amenazada por demasiado entusiasmo de parte de los autores de reclamar que estamos a punto de curar todas las enfermedades y los males del mundo. Todo científico debe de saber hoy día la distancia y el tiempo que separan un descubrimiento en el laboratorio del desarrollo de una cura, o de un medicamento paliativo o atenuante, o de algo “comercializable”.

Es imprescindible que parte de la educación de los medios comunicativos sea no darle demasiadas esperanzas al público de mejorar su condición de salud a base de un descubrimiento aún en ciernes. Con demasiada frecuencia los medios hacen generalizaciones y cometarios de barrido sobre el descubrimiento de un nuevo gen o una nueva proteína que podría ayudar a entender el origen molecular de una enfermedad, revelando así posibilidades de cómo tratarla adecuadamente, pero se comenta el avance como si se pudieran esperar resultados mañana.

A pesar de lo mucho que me gustó el libro y el concepto de sus ensayos, como científico al fin, me quejaré. A veces los escritos tienen demasiadas expresiones del inglés traducidas literalmente al español. Perdono la mayoría, pues nos pasa a todos los que nos hemos formado científicamente en el Norte. Sin embargo, detesto eso de “Hacer ciencia”, que es algo imposible, a menos que no sean ciencias ocultas. Preferiría que “do science”, que me parece un disparate en inglés también, fuera “dedicarse a la ciencia”. Otra falla es que en demasiadas ocasiones se hace referencia a “estudios recientes” sin que se diga el año o se dé una referencia sobre el hecho. De aquí a un año nadie sabrá lo que eso quiere decir, ya que aún hoy no se puede descifrar. Un índice de materias al final hubiera facilitado la búsqueda de temas en los escritos, algo que los niños y los jóvenes que usen el libro apreciarán cuando llegue el momento.

De todos modos, hay que aplaudir de pie a Colón Santos, Feliú Mójer y González Espada por su contribución pionera, a la Pfizer por su respaldo a la empresa, y a la Editorial Callejón por publicarla.