En torno a 'Artesanía de la escritura filosófica' de Dennis Alicea*

 

A veces distintos tipos de libros tienen virtudes particulares distintas. Algunos procuran placer por su estilismo, otros por el mérito de su contenido. Algunos procuran tener acogida popular, otros hacerse un espacio entre los especialistas. Algunos procuran entretener, otros exponer con la mayor seriedad. Y todo esto dejando de lado los diversos géneros literarios y distinciones disciplinarias y del saber. El libro que nos compete tratar, Artesanía de la escritura (San Juan: Ediciones Callejón, 2014), de Dennis Alicea, se mece libremente entre distintos propósitos y linderos disciplinarios.

Es un trabajo que guarda continuidad con su libro anterior, Los rostros de la crítica (San Juan: Ediciones Callejón, 2011), en tanto la escritura navega con agilidad, ahora por los mares literarios, ahora por los filosóficos, dejando entrever, por un lado, el dominio del autor de una amplia cultura y saber, y por otro, mostrando la porosidad en las fronteras que se empeñan en separar unas disciplinas de otras. Para estos efectos amerita recordar que la filosofía, irrespectivamente de su socavo y puesta en entredicho en innumerables instituciones universitarias por carecer de rentabilidad o de futuro laboral y mercado, es el saber madre. Entiéndase, el saber racional y reflexivo del cual emanarán todos los demás. No es poca cosa, aunque así se le trate por los “conocedores” y “administradores” académicos.

Parecería paradójico, se celebra por todas partes la llamada economía del conocimiento a la vez que se recortan y eliminan programas académicos que tratan sobre los fundamentos del saber. O para decirlo de otra forma, se celebra la economía del conocimiento en la medida en que el conocimiento es cada vez más chato, menos amplio; se celebra la economía del conocimiento en una cultura en donde predomina lo efímero, el presentismo y la imbecilidad funcional. Acaso el futuro de la filosofía —y el de buena parte de las disciplinas o saberes asociados a ella— yace fuera de la academia. Ironías de la historia: al idiota Sócrates lo mataron por su afán de procurar incesantemente el conocimiento (philo-sophos), de hacer de la filosofía un modo de vivir, de hacer, y tal vez la filosofía ahora se vea en la necesidad de dejar de limitarse a meramente tratar con conceptos para volver a ser un modo de ser, de hacer. Como decía el viejo Hegel, la tragedia de Sócrates se debió a que era un hombre a destiempo.

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En todo caso, el libro que tratamos aquí es uno que pone el discurso filosófico a dialogar con el literario y el artístico. Se compone de dos partes. La primera parte consta de tres ensayos de índole más bien conceptuales. El primero de ellos, el más extenso, trata sobre el rol del lenguaje en la construcción del conocimiento y los alcances y limitaciones de la posibilidad de la comprensión de la realidad. Es una excelente presentación de una apuesta por una racionalidad crítica que, aunque no debe cesar de procurar el conocimiento, tenga la humildad de reconocer sus limitaciones dada la terrible complejidad de la realidad siembre cambiante. Para decirlo de otra forma, es un trabajo que si bien por un lado recoge el planteamiento heideggeriano (o igual luego lacaniano) según el cual “el lenguaje es la morada del ser” —es decir, sólo se es a través del lenguaje— por otro lado no descuida los planteamientos materialistas al respecto de la objetividad del mundo exterior.

Frente a los chatos cientificistas empedernidos, Dennis Alicea nos recuerda, siguiendo en ello a Daniel Dennett, que la ciencia no se libra nunca de la filosofía, y que “[c]iencia y filosofía están imbricados antes, durante y después de la modernidad” (41). Vale la pena citar extensamente a Alicea:

La ciencia empírica no puede dejar de hacer lo que con éxito está haciendo. Obtener conocimiento parcial, razonablemente seguro y estable, de parcelas acotadas de la realidad, tal es su norte. Por otro lado, convertir a la filosofía en ciencia empírica, a la Quine, es despojarla de su valor intelectual y cultural más preciado, esto es, aspirar a proveer respuestas racionales y coherentes a interrogantes y paradojas donde la ciencia es silente. La filosofía existe y va a continuar existiendo, pese a los augurios apocalípticos que proclaman su fin […].

Así pues, la filosofía existe y va a seguir existiendo, y no es posible diluir su lenguaje en el lenguaje de la ciencia. Su mirada integradora, anti mítica y fundada en la racionalidad, alcanzada históricamente por la especie humana tras veinticinco siglos de reflexión, es valiosa e insustituible por razones intelectuales y culturales. La filosofía posee la paradójica propiedad de que, cuando intentamos negarla, la afirmamos. No puede ser pensada, aniquilada ni fortalecida, sino desde su propio lenguaje (41-42).

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Demuestra esto un afán de un abanderado de la importancia del procurar el saber, o sea, de la filosofía. Este afán, lejos de remitirse a un mero asunto privado, o meramente académico, deviene realmente en un planteamiento o convicción plenamente ético-política si se toma en cuenta, nuevamente, que el capitalismo tardío y global, en la presente condición de —para hablar en términos de Marx— la subsunción real de la sociedad bajo el capital es uno en el que su expresión cultural hegemónica incentiva lo efímero, la novedad incesante que se encarna en un eterno presente, un hedonismo irreflexivo que procura satisfacerse a través de la mercantilización de todo el tejido social, y que se sostiene y reproduce a través de un complejo entramado de prácticas que producen subjetividades irreflexivas, a veces irracionales, y que naturalizan todo su entorno, con la consecuencia de que todo siempre es ya como puede ser; no hay historia pasada ni posibilidad de futuro distinto.

Este primer ensayo es seguido por dos que tratan, uno sobre la riqueza para el observador que emana de las ópticas filosóficas y literarias respectivamente, y el otro sobre la naturaleza compleja pero rica del aforismo como vehículo expresivo del saber. El aforismo, practicado por Nietzsche, Adorno, Benjamin, y otros, delata una gran riqueza y una gran apertura a la complejidad de la realidad a la vez que se acerca a otras formas de abordaje discursivo, entre ellos al acercamiento poético. El aforismo es juguetón, dinámico, rítmico, escurridizo, disruptivo, pero no por ello menos necesario como intervención discursiva en torno a la realidad si se quiere apreciar toda su complejidad.

La segunda parte del libro trata de algunas figuras en la historia de las ideas y de las letras que demuestran en su trabajo los cruces discursivos sobre los que se tratan en la primera parte, entre discursos filosóficos, teóricos, literarios y artísticos. Se tratan las figuras de Ernesto Sábato, Roland Barthes, Susan Sontag, V.S. Naipul y Jean Paul Sartre. Esos cruces discursivos hacen que no sea casualidad que este listado de nombre no resuene como el listado de nombres obvios a tratar en un libro producto de un estudioso formado en filosofía. Constituyen estos nombres, por así decir, un listado de una corriente menor, algo subterránea desde la óptica de la tradicional historia de la filosofía; aunque igual tal vez refleje el itinerario de lecturas personales del autor.

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Cambio un poco el orden de los ensayos al tratarlos brevemente. El texto sobre Roland Barthes de alguna forma guarda relación más estrecha con los previos en tanto se trata de una figura muy importante cuya obra ayudó y ayuda a fomentar perspectivas novedosas sobre la importancia de la significación activa por parte de las personas de su realidad circundante. Barthes “recupera la pluralidad de los niveles semánticos de la superficie, eludiendo el reductivismo simplificador” (106). El mundo existe independientemente de nosotros, pero Barthes recuerda que lo vivimos en un proceso continuo de construcción y reconstrucción de sus significados.

Esta desarticulación entre una pretendida relación fija entre significante y significado, esta entrada en escena de los individuos como lectores y receptores activos en complejas relaciones sociales que subyacen todo proceso de significación, estimula y promoverá toda práctica de cultural critique, pues entre esos espacios entre significantes y significados se ponen a correr los complicados entrejuegos de elementos ideológicos que nunca son inocentes y que siempre aspiran a reproducir relaciones que siempre sostienen el poder de unos sobre otros. La aportación de Roland Barthes, sobre la que Alicea explica con claridad y simpatía, fue crucial por ejemplo, para el establecimiento y profundización de campos discursivos críticos como los estudios culturales. Sus aportaciones están muy en sintonía con lo que fueron las aportaciones iniciales de Stuart Hall a los cultural studies.

A las otras cuatro figuras intelectuales, por otro lado, las une no solamente el cruce de perspectivas filosóficas, literarias y artísticas, sino la prevalencia en ellas del motivo de la preocupación existencialista, el cuestionamiento del desgarramiento de la vida del individuo en la modernidad. Alicea rastrea en la rica obra de Ernesto Sábato el motivo del existencialismo cuando este trata continuamente sobre asuntos como la angustia, la soledad, la muerte, la libertad del individuo y la enajenación. Esta exploración sobre “la condición humana” de Sábato, nos repasa el autor, opta por no ‘tirar los guantes’ y apuesta a la verdad y la libertad, y propone una especie de agenda de resistencia molecular, por así decir, que trata de rescatar actos de redención humana en la vida cotidiana: en el compartir con amigos y la familia, en el disfrutar una pieza musical, en la reflexión serena. Nos dice Alicea:

“El existencialismo de Sábato […] es una propuesta a favor del progreso humano que pretende rescatar al individuo, no al individualismo, de las estructuras avasalladoras del poder. Es, pues, en la versión de Sábato y de los existencialistas franceses, una filosofía de la resistencia” (101).

Otro tanto nos muestra el autor con la obra de Susan Sontag, en la que se defiende la autonomía relativa del arte pero sin por ello renunciar al compromiso ético con los problemas que aquejan el mundo. En la obra de Sontag, sostiene el autor, lo ético y lo estético se articulan de forma tal que se producirá una agenda de rescatar la experiencia propiamente humana, no enajenada, a través del arte, algo que de forma distinta puede verse reflejado un tanto en el último Adorno y el último Marcuse. Nos dice Alicea que Sontag suscribió un idealismo moral radical fundamentado en tres valores centrales: la verdad, la justicia y la libertad.

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El interesante ensayo sobre la obra de V. S. Naipul trata de proveer un balance entre la crítica fácilmente condenatoria de sus perspectivas etnocéntricas y racistas, al resaltar el tema de las contradicciones implicadas en su vida de extranjero, de “vivir en una contradicción existencial radical” (131). El ensayo nos termina planteando que, no importa lo que se expresa claramente en sus planteamientos más política y éticamente problemáticos, Naipul es hijo de las paradojas de la modernidad.

Finalmente, el libro concluye con un breve ensayo sobre el exponente del existencialismo por excelencia, Jean Paul Sartre. Alicea repasa planteamientos centrales del itinerario existencialista de Sartre, como su defensa de la libertad individual y de la identidad del sujeto frente a los autoritarismos o la enajenación implicada en el capitalismo tardío, y las relaciones entre los elementos fundamentales en su obra de la libertad, la razón crítica y el poder. El autor también nos recuerda la gravedad ontológica de sus planteamientos al respecto de la responsabilidad y la libertad de los individuos, libertad absoluta e incondicional que por ello mismo nos condena y nos pesa. En Sartre tenemos, también, la prefiguración paradigmática del intelectual público comprometido, en su caso con las causas que asociamos a la izquierda. Estos compromisos políticos lo llevaron a asumir el marxismo, corriente con la que siempre tuvo problemas en conciliar con su itinerario existencialista y que lo llevó a intentos malogrados de articulación entre elementos de ambas posiciones, y que le produjo la crítica de muchos, aún dentro de la izquierda.

Estos ensayos de la segunda parte del libro cumplen una doble función. Primero, escenifican a través de una escritura muy cultivada, pulida y clara, una exposición de planteamientos de las figuras tratadas, así de cómo ejemplifican los cruces discursivos que se tratan en la primera parte del libro. Y segundo, y esto no es menos importante, constituyen una invitación a la lectura o relectura de un grupo de pensadores (y otros posibles) que reflejan tanto en su obra, como en sus experiencias vitales, retos valientes y comprometidos a la vida de desgarramiento y anomía que prevalece en el mundo moderno.

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Notas:

* Este texto se leyó a modo de presentación del libro Artesanía de la escritura filosófica de Dennis Alicea el 30 de octubre de 2014 en la Biblioteca Jesús T. Piñero en la Universidad del Este.

Lista de referencias:

Alicea, Dennis. 2011. Los rostros de la crítica. San Juan: Ediciones Callejón.

_____. 2014. Artesanía de la escritura filosófica. San Juan: Ediciones Callejón.

Lista de imágenes:

1) Portada de Artesanía de la escritura filosófica (Ediciones Callejón) de Dennis Alicea, 2014.
2) Montaje de Philosophy Humor sobre Friedrich Nietzsche. 
3) Montaje de Cafe Press sobre Karl Marx. 
4) Montaje de Sticky Embraces sobre Michel Foucault. 
5) Matheus Lopes Castro, "Übermensch". 
6) Montaje de Brain Pickings sobre Susan Sontag.
7) Protagoras, Paulie, Bricolage, "Albert Camus Trolls Jean-Paul Sartre". 

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