Según Aristóteles el telos (meta) de los seres humanos incluye el vivir en una comunidad política. Somos, pues, ‘animales políticos’. Además, reconoce que la precondición para poder vivir en una comunidad política es tener logos, lenguaje, discurso racional. El logos es un componente político imprescindible ya que es sólo a partir de ello que podemos hilvanar la noción de un ‘nosotros’ común a pesar de la diversidad real implicada en las sociedades humanas.
Yo le insisto a mis estudiantes de los cursos introductorios de política la importancia de no sólo remitirse a la palabra griega antigua polis (estado, ciudad-estado) cuando se trazan los orígenes mismos de la palabra política. Si bien esta raíz brindaría ese sentido originario implicado en toda práctica política, que es el pretender dar un ordenamiento común a la convivencia humana, no es el único componente de esta práctica. Les planteo, además, que es fundamental para tener una mayor comprensión de la política como actividad –y más aún de una política democrática– que reconozcan en ella los ecos de otra palabra griega, polemos (disputa, polémica, debate, lucha).
Así, la política entonces no es sólo el dar un ordenamiento particular a la convivencia, sino que este ordenamiento siempre debería ser el resultado contingente de una disputa previa entre distintas visiones de cómo llevarlo a cabo. En las democracias liberales modernas, por ejemplo, con su transformación del antagonismo constitutivo que yace en el fondo de toda sociedad a un sistema adversarial, este polemos está institucionalizado principalmente mediante elecciones regulares y libres.
El punto es el siguiente: para que este polemos se desarrolle, hace falta logos, uso de la palabra, con la cual presentar o expresar la perspectiva política de un bando que aspira dirigir. Si no hay logos, ¿como se aquilatan los méritos de una perspectiva? ¿Cómo se logra presentar contrastes entre distintas visiones o agendas? Preocupa que en las sociedades modernas, aún las que se tienen por democráticas, el logos está siendo desplazado por el bombardeo incesante de imágenes audiovisuales, de mensajes repetitivos, de estribillos vacíos, del spin oportuno. Incluso hay quienes adoptan al silencio como estrategia para una victoria política. Mientras menos se dice, menos oportunidad hay de decir lo inoportuno.
Logorama, H5, François Alaux, Hervé de Crécy y Ludovic Houplain, 2010Tiempos duros para la democracia: el desplazamiento del logos se suma al diagnóstico de teóricos políticos como Sheldon Wolin, que llevan tiempo denunciando que vivimos en democracias sin demos, o como Jacques Rancière que plantea que vivimos en sociedades postdemocráticas. Democracias sin demos, política sin logos, estos síntomas tenebrosos de la posibilidad de que estemos viviendo la época de transición a sociedades postpolíticas. Y, por ende, que con ellas vivamos la transición a sistemas de pura imposición de poder: del paso de una cultura de ciudadanos al retorno de una cultura de súbditos, de la libertad a la opresión.