Don't You Get It?!?!?

Whosoever loveth wisdom is righteous but he that keepeth company with fowl is weird.

Woody Allen, Without Feathers 

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Woody Allen lo sabía: para un comediante de night club, la vía más recta para arrancar la carcajada a un público distraído es convertirse en el punto. En esa posición de víctima, Woody le daba a su auditorio el poder de reír y, así, convertirle a él en el Otro. Freud ya lo decía en su famoso libro El chiste y su relación con lo inconsciente: nos reímos “con” y nos reímos “de”. Reír funda comunidad en tanto traza fronteras ciertas entre nosotros y los otros. No existe tal cosa como “reírse solo”: …cuando, antes de dormir, soltamos la carcajada acerca de algo que ocurrió durante el día, nos reímos de alguien y a nombre de una comunidad de la cual nos sentimos agentes y representantes. Al posar la cabeza sobre la almohada, reímos últimos, pero ríen con nosotros todos los fantasmas que pertenecen a esa enorme comunidad imaginada de Los Mismos.

La comunidad que ríe es siempre la comunidad que ejerce su poder de marginar al Otro. Esta comunidad socarrona y humillante, al reír, se convierte en una comunidad que impone criterios de corrección: nos reímos de aquél o de aquélla cuya conducta es objetable. El chiste, la caricatura, la ridiculización son modos de censura: todo chiste es mortal. Pero, ¿qué gana el Otro que insiste en ser siempre el Otro y en ser blanco de nuestra risa? ¿Cómo entender esa puesta en escena de la autobiografía cómica? ¿Qué saca el comediante al atraer sobre sí la risa de los demás?

Esta es la ciencia de Mundo cruel, extraordinario libro de relatos del escritor puertorriqueño Luis Negrón, que va por su segunda edición en Puerto Rico y que acaba de lanzar su tercera edición en San José, Costa Rica, año y medio luego de publicarse por primera vez. Este libro inaugura una carrera brillante para un autor que ha decidido convertir su libro en el punto: nos hace reír al convertirse en vehículo de una agresión contra una serie de personajes que narran sus propias historias.

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Pensemos en el bufón, profesional del ridículo: un enano, un jorobado, un “anormal”, aquél cuyos manierismos resultan risibles por ser diferentes, aquél que logra, incluso, que superemos la compasión ante la anormalidad, y que nos revolquemos en la risa que hiere y que mata. Según Henri Bergson en su seminal texto La risa, el bufón nos hace reír porque sus manierismos exageran la conducta normal: sus movimientos son repetitivos y automáticos; afecta imitar sin éxito conductas aceptadas por la sociedad; fracasa en ser humano y sólo parece humano. La torpeza es su signo: torpeza al hacer; torpeza al pensar; es incapaz de evitar un movimiento reflejo; sólo puede repetir frases que, al repetirse, devienen cómicas.

Es rígido; no puede adaptarse a nuevas circunstancias. Constantemente se equivoca. El bufón, el payaso, se colocan por debajo de la norma: el público se siente superior a estos profesionales del error que, al errar, nos hacen reír.Luis Negrón lleva la irrisión de sus protagonistas al máximo cuando los hace narrar sus propias historias y colocarse, una y otra vez, en la posición del bufón. No sólo nos reímos de sus actos, sino del hecho mismo de que usualmente no puedan reconocer su propia estupidez por su torpeza y falta de conciencia de sí.

Los protagonistas de este libro viven un chiste cruel que escenifica su desgracia fatal de ser el punto, y lo que nos hace reír a carcajadas es el desvalimiento de ese personaje ante nuestra prepotencia. Luis Negrón nos complica la cosa: construye cuentos en que dos personajes oponen sus conductas de forma extrema, o crea narraciones en las cuales el protagonista tiene la ocasión de ir labrando su propio retrato caricaturesco, deformado, reducido a unos pocos rasgos.

En “El elegido”, el protagonista y su padre se oponen, del mismo modo que en “Mundo cruel”, se oponen José A. y Pachi. En “El vampiro de Moca”, se oponen el protagonista y su amigo La Carlos. Y en “Muchos”, son las dos vecinas chismosas las que componen el binomio contrastante que nos provoca la risa. En “Botella”, se oponen el protagonista y “la esposa”. En “La Edwin”, el único personaje habla sin parar a un interlocutor cuya voz no escuchamos, y parecemos no necesitar interlocutor. Igualmente en “Guayama” y en  “Junito”. Nadie escucha o tiene por qué escuchar al narrador: tanta es su estupidez, su vacuidad.

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Por más trágico que alguno de estos personajes parezca, lo cierto es que lo que parece empujarle a la desgracia es precisamente lo que nos causa risa. Si la caricatura no es otra cosa que un retrato deformado, cuyos rasgos han sido minimizados exagerando lo dominante como definitorio, estos personajes abocetan su propia caricatura.

Así, Luis Negrón parece ser uno de entre Los Mismos que se burlan de estos homosexuales acantinflados. Luis, literalmente, se gufea a estos gays, y parece invitarnos a reír con él. Varios amigos que respeto me han cuestionado por qué esta burla de parte de Luis Negrón hacia su propia comunidad gay. Me parece que esta crítica tan politically correct se debe a que estos amigos just don’t get it. De hecho, los chistes crueles nunca son politically correct, como tampoco suele serlo la buena literatura.

En “El elegido”, padre e hijo son caricaturas del padre intransigente y el hijo loquita impenitente y exitoso. La cursilería implícita en el imaginario de ambos personajes nos hace cuestionar la validez de esa loquita sacada del imaginario antigay de nuestra sociedad. Luis nos hace reír de nuestra propia caricatura de lo gay. En “El vampiro de Moca”, el protagonista que reincide en seducir al Mocoso, o al Moqueño, o al Moquero, o al Moconés —al machito de Moca—, se enfrenta a otra loca que seduce al machito  y a quien un día, el machito se le vira y deja de ser machito.

El protagonista de “Botella” —un relato siniestro— termina enviando a casa de su hermana a otro asesino como él. La Edwin, personaje dentro del relato del protagonista, es otro machito que niega su homosexualidad y que, de momento, se vira. Pachi y José A. caricaturizan conductas heterosexuales cursis y adocenadas, y cuando José A. decide atrincherarse en su exclusividad, se queda fuera del mundo gay. El foco de nuestra atención está en la ironía del desenlace. 

“Guayama” me parece un cuento ejemplar: a Naldi se le muere su perra Guayama y trata desesperadamente de cobrarle unos chavitos que le prestó a su ex Sammy quien quería “comprar unas cortinitas”. Con esos chavitos podría llevar a República Dominicana a Guayama para disecarla. En el proceso, Guayama es secuestrada por una banda criminal que en tránsito hacia R.D. la llena de tarjetas de crédito y pasaportes robados. Naldi acaba preso y Guayama termina en un freezer en el FBI.

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El problema de este cuento es que me río mucho, pero no estoy segura de qué. Me río de la insistencia de Naldi en cobrar los chavitos, me río de las cortinitas del ex, me río de la idea de disecar a una perra rescatada en la calle, me río de que Naldi, al seguirle los pasos a Sammy, le esté achacando todos sus gastos de viaje, me río de cómo el cuerpo de Guayama es secuestrado por traficantes de identidad y usada como mula, me río de cómo Naldi no se da cuenta de la situación tan ridícula en que ha caído por desear cobrar las cortinitas y por viajar medio Caribe para disecar a Guayama habiendo un taxidermista en el medio de Santurce, a unos pasos de su casa. Me río mucho, pero no entiendo bien el punto del cuento. No sé de qué me río ni con quién. Y me doy cuenta de que en ninguno de los cuentos de Mundo cruel está claro quién es quién: quién es el que ríe y quién es el objeto de la risa.

La risa suele dividir el mundo en rientes y pacientes. El chiste suele trazar un margen cierto, y por lo tanto, aunque se juega con dobles sentidos y sorpresas semánticas, el chiste suele estar claro al final. You got to get it. El que entiende el chiste, pertenece. El que no lo entiende, se queda fuera del mundo ordenado y sobrio de la mismidad. Pero… un chiste que no segrega el mundo con suficiente nitidez, ¿será un chiste?

Quizás por eso es que el título de este libro sea tan afortunado. En este mundo en que el propio lector comienza a dudar de las categorías claras que le colocan del lado del reír y no del sufrir, en que el lector se ríe de su propia capacidad para caricaturizar, y en que el lector se encuentra, de momento, siendo solidario con un niño excepcional que logra que todo hombre lo desee, en este mundo, digo, cuyas fronteras ciertas entre lo apropiado y lo inapropiado comienzan a tambalear, no podemos sino hablar de crueldad.

En cualquier momento cada uno de nosotros —al igual que cada uno de los personajes— puede convertirse en el punto. Al igual que los presos convierten a Naldi en “esposa” dentro de la prisión, al igual que Guayama duerme en el congelador del FBI en lo que se dilucida su destino, al igual que Sammy tendrá que correr con la cuenta de hotel de Naldi en República Dominicana, incluso los que están —y los que estamos— fuera del cuento, todos nos las veremos negras en tanto nos las veremos crueles.  

Nadie está seguro en el mundo cruel de Luis Negrón. Su mundo es incierto, y la risa es apenas un espasmo muscular que nunca augura un final que asigne a cada cual su lugar en esta impredecible política de la risa. A fin de cuentas, nuestra risa nerviosa termina por delatar la ambigüedad de un mundo de nuestra propia creación. Este mundo es cruel porque nos resiste, porque nos niega el control, porque en él la risa no nos da ninguna ventaja y nos devuelve el tiro por la culata. En este mundo cruel, nadie ríe último y nadie ríe mejor. Cualquiera es el punto del chiste, es decir, cualquiera es la llaga. Don’t you get it?!?!?

Calces de las imágenes:

1. Luis Negrón, autor del exitoso libro de cuentos Mundo cruel.

2. Portada de la primera edición de Mundo cruel, Río Piedras, Secta de los Perros, 2010.

3. Portada de la segunda edición de Mundo cruel, Río Piedras, Libros AC, 2011.

4. Portada de la tercera edición de Mundo cruel, San José de Costa Rica, Editorial Germinal, Colección Pezón, 2011.

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