Debemos luchar contra el espíritu inconsciente de crueldad con que tratamos a los animales. Los animales sufren tanto como nosotros. La verdadera humanidad no nos permite imponer tal sufrimiento en ellos. Es nuestro deber hacer que el mundo entero lo reconozca. Hasta que extendamos nuestro círculo de compasión a todos los seres vivos, la humanidad no hallará la paz.
—Albert Schweitzer
CIPIÓN.- Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad;…
—El coloquio de los perros, Miguel de Cervantes
Leer a Rosa Montero y sus Maneras de vivir ha sido para mí una lectura honda y grata —y estoy segura de que para miles de otros lectores aquí y acullá—; es, como dice la línea editorial de su publicación, “una recopilación de vida” que hace que “encontremos en sus páginas una belleza nueva”.
Vida y belleza nos regala su escritura: sencilla, fluida, ligera como el segundo de tiempo que sabemos que pasa pero que no notamos, de enjundia clara, medular. La suya es una escritura que nunca pierde su humanidad, y que me recuerda algunos segmentos favoritos de Hannah Arendt y de Michel de Montaigne.
“Amar a un animal” es el penúltimo ensayo de este libro corto, con letra impresa clara, de solamente tres páginas, publicado en el periódico El País el 24 de enero de 2010 y reproducido en Maneras de vivir este año (La Pereza Ediciones, 2014). Cada una de sus páginas nos lleva a nosotr@s mism@s, y no solamente a l@s que tenemos mascotas. Montero cita así a Anatole France —recogida de un texto que lee en la Internet—: “Hasta que no hayas amado a un animal, parte de tu alma estará dormida”. También nos ofrece otras dos citas de France de su alforja de reflexiones; una de ellas es: “¿Cuál es la frase más bella? La más corta”.
Al leer el pensamiento de France y del amor y de nuestra alma y de lo dormida que está una parte de ella si no amamos a un animal, los lectores pensamos en nuestras mascotas. Es más, estoy segura de que los lectores que no tienen mascotas piensan en cualquier animal que hayan conocido, en sus familias, de sus amigos, de láminas impresas, de películas. Incluso, me atrevo a asegurar que los lectores han de pensar en los animales icónicos de la televisión que todos disfrutamos en nuestra infancia, incluso del animal que algunos quieren (niños y adultos) traer a casa para convertirlos en ciudadanos de ese espacio de hogar y transformarlo en una mascota.
Por mi parte pienso en Cipión, mi mascota, sato rescatado de un refugio del Municipio de San Juan hace un año y un mes. Su madrina oficial es la amiga Eva Villalón —quien me llevó a recogerlo ese primer día que nos encontramos—, y su otra madrina es Limarie Nieves, quien me acompañó a recoger a la mascota luego de decidir que ya era tiempo de tener una mascota. Esta decisión nace, en parte, en el tiempo de la muerte de mi hermano Roberto José y con el duelo que esa pérdida trajo a mi vida.
¿Por qué el nombre Cipión? Al compartir con mi amigo Michael Armstrong Roche (a quien designé unilateralmente como padrino) mi decisión de adoptar una mascota, me ofreció el nombre “Berganza”, uno de los dos perros de la Novela ejemplar de Cervantes El coloquio de los perros; el otro nombre de ese dúo es Cipión. Resulta que estos dos perros hablan, acostados en esteras en un hospital. Entre ellos se cursan disquisiciones sobre casi todo: meditan, examinan y analizan, hasta el punto que los lectores nos percatamos —en algún tramo del camino de lectura—, que hemos estado leyendo, no solamente una historia, un relato de un coloquio entre perros, sino a la propia verosimilitud cervantina y todo lo que allí se nos muestra y se nos cuenta nos “parece verdadero”. También hemos estado leyendo pespuntes de la amicitia, de la amistad.
Estos son los tres primeros enunciados de El coloquio de los perros que empiezan a lanzarnos al meollo de la verosimilitud; Cipión inicia el diálogo:
“CIPIÓN.- Berganza amigo, dejemos esta noche el Hospital en guarda de la confianza y retirémonos a esta soledad y entre estas esteras, donde podremos gozar sin ser sentidos desta no vista merced que el cielo en un mismo punto a los dos nos ha hecho.
BERGANZA.- Cipión hermano, óyote hablar y sé que te hablo, y no puedo creerlo, por parecerme que el hablar nosotros pasa de los términos de naturaleza.
CIPIÓN.- Así es la verdad, Berganza; y viene a ser mayor este milagro en que no solamente hablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón, estando tan sin ella que la diferencia que hay del animal bruto al hombre es ser el hombre animal racional, y el bruto, irracional”.
Cipión y Berganza hablan. La figura autorial nos habla a través de ellos, y son múltiples las lecciones literarias, de vida, y de otros asuntos, los que allí se plantean. Una de ellas ha sido para mí, como lectora, el recordar el nombre de mi mascota al leer el texto de Rosa Montero. “Amar a un animal” en las Maneras de vivir de Rosa Montero me lleva a mí misma, a mi vida, a mi mascota, y me hacen recordar su nombre, ligado a la amistad —a la amicitia—, a algunos de los que considero mis amigos, al segundo epígrafe de esta breve reflexión en la voz de Cipión.
Al comentar el impacto que tuvo en ella la frase de France: “Hasta que no hayas amado a un animal, parte de tu alma estará dormida”, Rosa Montero, la mujer, el ser humano, la escritora, enuncia así:
“no conocía esa reflexión sobre los animales, y cuando la he leído me ha impresionado. Ha sido como reconocer algo que yo ya intuía, pero que no sabía de manera consciente porque no había sido capaz de expresarlo. France lo dijo por mí, y ahí me enteré de lo que pasaba. Esa es la maravilla de la comunicación humana, ese es el milagro de los buenos escritores: resulta que sus palabras nos explican nuestra propia vida”.
Anatole France, le explica a Rosa Montero, y Rosa Montero y Miguel de Cervantes —en este breve ejercicio de reflexión que escribo— también nos explican, con sus palabras, algunos hilvanados de nuestras propias vidas. Y la amicitia siempre presente en estas lides de escritura y de explicaciones de vidas.
Añade Rosa Montero a su reflexión del 2010:
“Convivir con un animal te hace más sabio. Contemplas las cosas de manera distinta y llegas a entenderte a ti de otro modo, como formando parte de algo más vasto”.
Y, me parece, que la escritora supo explicar una manera de vivir.
Lista de referencias:
Enlace de El coloquio de los perros (Enlace de Ciudad Seva).
Lista de imágenes:
1) Portada de Maneras de vivir (La Pereza Ediciones) de Rosa Montero, 2014.
2) Cipión, la mascota de la autora, Julieta Muñoz.
3) Cipión, junto a la autora, Julieta Muñoz, y estudiantes de la Escuela de Artes Plásticas.
4) Foto de Jordi Socías. Rosa Montero en su casa de Madrid, donde vive con su vieja perra 'Bruna', y 'Carlota', recogida hace poco en una protectora de animales, 2011.