En son de burla, dos analistas puertorriqueños comentan por radio que en Estados Unidos algún periódico ha hecho alusión a la “inestabilidad electoral” que ha habido en Puerto Rico después de las elecciones con la posibilidad de un recuento para la candidatura a la gobernación. Después de reírse de Edwin Mundo y de su intento por aferrarse al supuesto recuento, uno de ellos afirma: “No, hombre no, eso es acá Edwin Mundo, en el folclor de nosotros, acá en nuestro país”.
Llegan investigadores enviados desde Roma… el objetivo: el Monseñor. Entrevistan a un obispo y como reacción al revuelo nos explica: “nuestro pueblo se ha mostrado muy folclórico al momento de referirse a la visita. Se han realizado especulaciones sobre si se ordenó por cuestiones políticas, por fallas en su administración. De una manera serena el visitador podrá dar una respuesta adecuada a todas las personas” (Nuestro pueblo se ha mostrado muy folclórico).
Un analista se refiere a un líder del narcotráfico como alguien que “era muy conocido,” “muy folclórico. “En Puerto Rico, el término folclórico es un adjetivo común, casi un comodín. Cuando queremos describir algo falso, ridículo, digno de burla o pasado de moda lo calificamos espontáneamente como ‘folclórico’. Todo lo que es así es “parte de nuestro folclor”.
De la misma manera, para una buena cantidad de gente, muy educada incluida, lo folclórico se relaciona con las tradiciones del campo, las manifestaciones de una clase social (casi siempre baja) o las creencias pasadas de moda (lo que mucha gente denomina como “supersticiones”). En síntesis, hemos convertido el término en un vehículo útil, sencillo y de consenso para la degradación. Este fenómeno no es exclusivo de Puerto Rico.
La folclorología, explican Robert A. Georges y Michael Owen Jones, es “la disciplina dedicada a la identificación, documentación, caracterización y análisis de las formas expresivas y de los comportamientos tradicionales” (1, traducción mía). El objeto de estudio de la folclorología, el folclor, por otra parte, se refiere “al conocimiento (énfasis mío), no oficial que tenemos sobre nosotros, nuestro mundo, nuestras comunidades, creencias, culturas y tradiciones “(Sims and Stephens 8). Conocimiento que aprendemos los/as unos/as de los otros/as. Ese conocimiento “se expresa creativamente (énfasis mío) a través de las palabras, la música, las costumbres, las acciones, los comportamientos y los materiales” (Sims and Stephens 8).
Estos nuevos enfoques (que ya no son tan nuevos, pero que son desconocidos para la inmensa mayoría de las personas) conceden suma importancia a la expresión creativa, a la estética que está detrás del acto folclórico. Se ha subrayado y entendido tanto la cualidad de arte inherente al acto folclórico, que hace mucho tiempo ha quedado en desuso la característica de anonimato que antes era consustancial a la definición de lo folclórico. El no tener “autor conocido” se ha contextualizado de otra manera, puesto que se reconoce que cada persona que traspasa el evento folclórico lo marca con su sello, le imprime su impronta. Es parte de la expresión creativa que genera el acto de la transmisión.
Y si bien puede pensarse que en los ejemplos del principio los emisores están resaltando la “particularidad” de las manifestaciones a las que denominan como folclóricas, la realidad es que ni el arte, con toda su dimensión de creatividad, ni el conocimiento, son áreas que tradicionalmente se asocien con lo falso, lo ridículo ni mucho menos lo pasado de moda. Una posibilidad para entender esta estigmatización del folclor es la incapacidad que tenemos para concederle valor de arte o conocimiento. Es por eso que al no estar acostumbrados/as a asociar el folclor con esos procesos de expresión creativa que generan conocimiento, estamos prestos/as a minimizar y a confundir aquello que produce el folclor en su dinámica creadora.
El folclor, ha comentado Elaine J. Lawless, “provides for us a map that helps us to better understand those we know as family, as community, as friends, as neighbors, at their deepest, most intimate levels” (129). Colocar las expresiones folclóricas dentro de una lista de cosas ridículas, passé o inútiles en nuestra vida contemporánea o tildar de folclóricas aquellas manifestaciones que son ridículas, degradantes o antisociales es otra forma de excluir del diálogo a amplios sectores de nuestra nación que generan el conocimiento por otras vías. ¿Cómo olvidar que los linderos que se establecieron entre lo “popular” y lo “culto” se montaron sobre la base de prejuicios de clase y raza que construyeron muchas de las jerarquías que hoy día seguimos manejando?
Como contraposición a esas falsas concepciones, vale recordar que Tim Lloyd se refiere a la folclorología como la “listening discipline”. Y es así porque la folclorología es la que nos permite tener acceso al quehacer de los diferentes grupos que conforman nuestra cotidianidad. Contrario a la historia oficial o la gran literatura canónica que estudiamos en las instituciones educativas, los/as folcloristas:
“Miran lo cotidiano, lo no oficial, la comunicación expresiva” (Sims and Stephens 3, citando a Richard Dorson). “Estudian cómo los miembros de una comunidad se comunican creativamente unos con los otros, así como lo que comunican y a quién lo comunican. Los/as investigadores/as del folclor evitan usar terminología como "primitivo", "simple." Esta terminología supone jerarquías que surgen desde los espacios letrados “(3).
El o la investigadora del folclor sabe escuchar, atender y respetar el conocimiento que de formas no tradicionales la gente produce. Sabe cómo escuchar, atender y respetar la expresión creativa de los grupos cuyos parámetros responden a esos mismos grupos. Conocimiento y formas creativas que para nada tienen que ver con el desempeño politiquero y vicioso de un individuo en su entorno personal. Tampoco el conocimiento y las formas creativas tienen nada que ver con la interpretación particular que haga un individuo sobre una respuesta colectiva y mucho menos con el comportamiento antisocial de un narcotraficante.
En todos estos casos nos enfrentamos a comportamientos individuales, comportamientos que no han sido generados por, ni a partir de grupos, no son parte de un proceso colectivo de pensamiento o de generación de conocimiento, ni comunican los valores o creencias compartidas por un grupo. Usar las palabras folclor o folclórico para denominar esos fenómenos individuales y descontextualizados es demostrar que no se domina el término, pero sobre todo una vez más es neutralizar y estigmatizar aquellos saberes que nos representan, aquellas tradiciones que nos explican y aquellas actividades que nos enriquecen.
¿De verdad que Edwin Mundo puede ser parte de ese “mapa” que es nuestro folclor?
Lista de referencias:
Georges, Robert A. y Michael Owen Jones. Folkloristics. An Introduction. Bloomington e Indianapolis: Indiana University Press, 1995. Libro.
Ivey, Bill. "Values and Value in Folklore." Journal of American Folklore (Winter 2011): 6-18.Artículo.
Lawless, Elaine J. "Folklore as a Map of the World: Rejecting 'Home' as a Failure of the Imagination." Journal of American Folklore (Summer 2011): 127-146. Artículo.
Lloyd, Tim. " H-folk Discussion Logs." 12 noviembre 2008. H Net Humanities and Social Sciences Online. Web. 22 diciembre 2012.
"Nuestro pueblo se ha mostrado muy folclórico." 26 noviembre 2011. Endi.com. Web. 16 diciembre 2012.
Sims, Martha C. y Martine Stephens. Living Folklore. Logan, Utah: Utah University Press, 2005. Libro.
Lista de imágenes:
1. Archivo/END, En el 2002 Edwin Mundo estuvo involucrado en el motín que se formó en la Oficina de la Procuradora de la Mujer, 2002.
2. La Planchadora, Ramón Frade, 1948.
3. La Promesa, Miguel Pou Becerra, 1928.
4. La billetera, Jorge Rechany (1914-1990).
5. Niños con cabra, Julio Rosado del Valle, 1953.