Los cuentos de Francisco y su amo: una historia silenciada de la esclavitud

Petrona, puertorriqueña de quince años; Pedro, africano de veinte, Luisa, africana de veinticinco; Hilarion, puertorriqueño de siete, Victoriana, puertorriqueña de cinco; Octavia, africana de veintidós…

Del Registro de Esclavos surge la narración de los amos y sus esclavos. De un lado, los esclavos y esclavas con sus oficios: lavanderas,  labradores..; orígenes: puertorriqueños, africanas; y señas físicas descritas por el discurso del poder: una cicatriz en la barriga, pelo pasa, nariz ancha, chata, “cejaz pobrez”, ojos alegres…

En contraste elocuente, los nombres de los dueños y dueñas: Doña Ana María  Josefa Castaing, Don José de la Rocha... Obviamente de estos no se nos da ningún dato, ni descripción. Los títulos de don y doña les bastan; los apellidos familiares junto a las posesiones son su carta de presentación. No están expuestos al escrutinio. Se describe lo diferente, lo inusual, se vigila y se cuantifica lo que necesita estar bajo control. En ambas columnas está “la historia” de la esclavitud en Puerto Rico.

Aunque la historia de estas relaciones entre amos y esclavos en Puerto Rico, vista desde las dos perspectivas, se tardó bastante en llegar, los y las historiadores/as puertorriqueños/as nos ayudaron a rectificar el cuento monológico de cómo era esa relación. Hoy sabemos bastante sobre ese pasado esclavo; pero la historia es tan compleja que el tema no se agota. Todo lo que nos ayude a entender y a reconocer esas narrativas de lucha y desafío nos colocarán en una senda mejor que lo que nos construye como dependientes, pasivos y resignados.

Un camino alternativo es acercarnos a las narraciones folclóricas que nos permiten complementar la investigación histórica puertorriqueña. Es como confrontar la historia con la memoria. Porque, a veces, estipular un dato histórico puede ser la mejor manera de neutralizarlo. Viéndolo así, parece que en las instituciones y entre mucha gente, en Puerto Rico se pasó la página de la esclavitud y no aprendimos las lecciones.

Todavía retumban en mi memoria las palabras de una profesora universitaria que, a instancias de otra colega, intentó leer con sus estudiantes algunos cuentos folclóricos puertorriqueños. Un día, con la mayor candidez me comentó: “He leído esos cuentos con mis estudiantes, pero son tan aburridos”. El aburrimiento de la profesora surge de que los cuentos folclóricos no tienen espacio en nuestra cultura, no se nos ha enseñado a leerlos con sus propios estándares. No se nos ha adiestrado a verlos como productos alternativos de grupos alternativos que no tienen acceso al poder institucionalizado. Por eso, el típico esquema de ambiente, título, personajes, acción, idea central, no les aplica. Me parece entonces que repetimos el esquema del Registro de Esclavos: nombre, color, ocupación, descripción y origen. Y en medio de ese “censo” perdemos lo que fue la vida de Petrona, Hilarion y Victoriana. Mejor atendemos a Doña Ana María Josefa Castaing o a Don José de la Rocha.

Podemos conjurar el aburrimiento si cobramos conciencia de que los datos del Registro pueden parearse con narraciones que estimulan el pensamiento político. Un cuento folclórico, mediante la memoria y la ficción populares, puede ayudarnos a  imaginar cómo pudo haber sido la vida cotidiana en la casona de Don José y Pedro, su labrador en el campo, por ejemplo. Es posible “oír“ hablar al de “la cicatriz en la barriga” o a la del “pelo pasa”, exactamente igual que por décadas hemos abierto la puerta para que generaciones completas de puertorriqueños/as “oigan” y autentiquen la voz burguesa y patriarcal del Juan del Salto de La charca. 

Contamos la historia de Juan del Salto, pero no contamos la del esclavo Francisco porque la cultura oficial se niega a conceder rango de “conocimiento” a estos productos folclóricos. Convertimos el cuento de Juan del Salto en el “sentido común” (Stone-Mediatori 6) y desprestigiamos y olvidamos las narrativas que a través de la ficción podrían ayudarnos a imaginar las circunstancias de esos ancestros cuantificados en el Registro de esclavos. Así tenemos el “documento histórico” y le quitamos predominio a la “memoria”, desprestigiándola.

Sin embargo, bien sabemos que la historia nos cuenta una historia (story); subrayemos, además, que las lecturas críticas, son lecturas políticas. Shari Stone-Mediatore nos explica que en sus investigaciones sobre las complicaciones de salud de los obreros que trabajan en la construcción de videoterminales[1] encontró que esos problemas no se convirtieron en estadísticas, ni obtuvieron reconocimiento público hasta tanto no se contaron muchas historias o testimonios de esos mismos obreros (4). Es decir, fue la capacidad de los obreros de “telling stories, […] articulating their actions and sufferings within a creative but inteligible narrative logic” (4), la que les obtuvo esa validación. Es obvio que los cuentos folclóricos no pueden tener el peso de un testimonio, porque el mismo proceso de ficcionalización y de transmisión oral les arrebata toda posibilidad de enmarcarlos en la “historia real”.

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Esta investigadora, basándose en Arendt, Ricoeur y otros, nos recuerda cómo “we experience events in terms of beginnings and endings, how we meaningfully communicate life events by recounting patterns of actors and action, and how we consider the significance of possible actions by imagining them with narratives" (4). Tal aseveración nos permite, aun salvando las distancias, acercarnos a las narraciones folclóricas sobre esclavos en Puerto Rico como una alternativa que posibilita encontrar significados vicarios de la experiencia de la esclavitud en Puerto Rico. Por mucho tiempo, en Puerto Rico, contar historias, contar cuentos, fue una opción, una alternativa para el encuentro, para la diversión y para la reflexión.

En Estados Unidos existe un cuerpo de cuentos orales de la esclavitud al que se conoce como John and the Old Master. Son cuentos de un trickster humano y sus estudiosos concluyen que pueden verse como “anécdotas de la esclavitud” (Ortiz, 59). A falta de narrativas escritas por esclavos, a falta de su historia contada por ellos/as mismos, la experiencia de los/as esclavos/as en Puerto Rico hay que recomponerla. La tradición oral que se ha podido recuperar propone la posibilidad de armarla por medio de las narraciones cuyos personajes son los esclavos. ¿Cómo puedo aceptar que la literatura canónica de mi país me cuenta y explica la realidad puertorriqueña, y a la misma vez rechazar que las narraciones populares hacen lo mismo por la historia silenciada, por ejemplo, de la esclavitud?

En Puerto Rico, como en otros lugares del Caribe, hay cuentos de esclavos. Narraciones que parecen “anécdotas de la esclavitud". En tres cuentos que he discutido ampliamente[2] pueden consignarse algunas instancias que nos ayudan a “recomponer” esa historia. Los brevísimos sucesos que se nos narran nos ayudan a darle espacio a otra lectura posible de la injusticia, la que surge si atendemos la perspectiva de quienes la sufren. Igualmente, se convierten en ejes de la trama, las herramientas que permiten “reordenar” el mundo marginal usando otros esquemas. Desde el planeta “Desigualdad”[3] la negociación, la picardía, la observación, la supuesta aceptación de las lecturas que da el poder son todas estrategias razonables y alternativas para sobrevivir.

Dos de estos relatos se refieren a cómo un esclavo se enfrenta a su venta, uno; y el otro, a sus posibilidades de encontrar la libertad. En el primero, mientras el amo negocia con el posible amo las “bondades” del esclavo que vende, entre la cuales se encuentra lo poco que come y lo económico que es, Francisco va todo el tiempo apostillando, desde la escalera, que él es barato porque “no a dan” (refiriéndose a que él no come ni esto ni lo otro porque no le dan). Y, finalmente, cuando el amo dice que Francisco solo come lo mismo todo el tiempo, el esclavo contesta “porque eso es lo a dan”. No puede pasar inadvertido que así termina el cuento, con la aseveración del esclavo retumbando en el público y como declaración afirmativa de que, al menos en la ficción, quien tuvo la última palabra fue el esclavo.

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Estas estrategias, obviamente tienen su éxito en las siguientes consideraciones. El esclavo no tiene poder para negociar su venta. Pasará a manos de quien pague lo que su amo del momento pida. Pero la maña y la decidida actitud contestataria del esclavo se convierten en la trama del cuento. La profesora amiga se aburre con este cuento porque el cuento no termina con la venta, no sabemos si el otro amo lo compra, si el amo actual castiga al esclavo, etc. La misma dinámica de la vida del sujeto como objeto no lo permite y es la gran lección del cuento. La vida agónica del esclavo por sobrevivir es más aleccionadora de esa forma que imaginando los silencios en un mercado de esclavos. La última palabra la tiene el esclavo porque se ha declarado como un esclavo contestón, majadero, porque es capaz de cambiar “desde el lugar asignado y aceptado […] no sólo el sentido del lugar sino el espacio desde donde se puede practicar lo vedado en otros; siempre es posible anexar otros campos e instaurar otras territorialidades” (Ludmer 53). La imposibilidad del amo de reconocerlo, mediante regaños o polémicas frente a su igual (el probable futuro amo), es la única jugada potencialmente medida que el esclavo puede permitirse.

En el segundo cuento, se exhibe la misma relación de inequidad. El esclavo riega el rumor de que el día que encuentre una mina, la mitad será para su amo. El rumor, naturalmente, le llegó al amo. Y el amo le aseguró que el día que eso ocurriera le daría la libertad a su esclavo. Francisco le pide insistentemente que lo certifique legalmente primero hasta que el amo cede, le da la libertad y cuando le pide su parte de la mina, el esclavo le contesta: “no bien la encuentre…” La maña del esclavo quiebra de tal manera la relación de subordinación que mientras dura la narración, quien establece las condiciones en la relación entre el amo y el esclavo es este último.

En este universo creado por esta conducta, el esclavo tiene el poder del trueque (si me das, te doy). El esclavo urde su plan sirviéndose de las actitudes y comportamientos propios del paternalismo que regía la relación entre amos y esclavos. Era un tratamiento que intentaba crear la ilusión de “algo” compartido. En este arreglo los esclavos eran algo así como “colaboradores” (Roberts 40). Solo esta alterada visión del mundo y de las relaciones, que parte de una mirada inferiorizante al otro, unida a la ambición, es lo que explica que el amo acepte el supuesto de que el esclavo verdaderamente compartirá el hallazgo de la mina; una mina que de existir, le aseguraría la libertad y la independencia.

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La profesora de mi reflexión se aburre porque muchos de estos cuentos no tienen una historia tradicional con principio y resolución. Ese esquema de acción y resolución puede estar lejos de la experiencia de los seres marginados, porque en el mundo marginal no siempre el orden se “restaura” y también, porque el mundo puede “ordenarse” de otras formas (Stone-Mediatori 8). Acercarse a la oralidad a través de la letra escrita, es un salto para el que se necesitan “redes”. Esto, para lectores/as domesticados/as, puede ser un ejercicio complicado o “aburrido”. Igualmente desafiante es aplicar otros patrones de heroísmo, no los que se utilizan en la ficción burguesa y patriarcal. La burla, la resistencia, la protesta, el engaño, la negociación son otras maneras de vivir, de enfrentarse. Y quién duda de que fueron estas las maneras de vivir que muchas veces, día a día, tuvieron Petrona, Pedro, HIlarion, Victoriana, Luisa y Octavia.

Notas:

[1] Video display units.

[2] “La negociación y la majadería: dos tretas del poder del esclavo” y “Letra, oralidad y otredad: poder y legitimación en un cuento de tradición oral” en Saben más que las arañas. Ensayos sobre narrativa oral afropuertorriqueña. Ponce: Centro de Investigaciones Folklóricas de Puerto Rico, Inc./Casa Paoli, 2004.

[3] Tomo el nombre modelando la sugerente construcción de Luis Rafael Sánchez del “Planeta Hambre” en su ensayo “Las escrituras del destino” para referirse a los múltiples lugares de donde salen los inmigrantes que caminan por el mundo.

Lista de referencias:

Ludmer, Josefina. El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. Buenos Aires: Sudamericana, 1988.

Ortiz Lugo, Julia Cristina. Saben más que las arañas. Ensayos sobre narrativa oral afropuertorriqueña Ponce: Centro de Investigaciones Folklóricas de Puerto Rico, Inc./Casa Paoli, 2004.

Registro de esclavos de la villa de Ponce, mayo de 1852.

Roberts, John W. From Trickster to Badman. The Black Folk Hero in Slavery and Freedom. Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1990.

Stone-Mediatori, Sharon. Reading across Borders. Storytelling and Knowledges of Resistance. New York: PalgraveMacmillan, 2003.

Lista de imágenes:

1. Registro de esclavos de una pequeña dotación en Guayama, Puerto Rico, 1870s.
2. Cédula de empadronamiento general de esclavos en Utuado, Puerto Rico, 1867.
3. Clasificados de un periódico en Uruguay, 1800s.
4. Esclavo con bozal.
5. Pase de tránsito para esclava, Morovis, Puerto Rico, 1870.
6. Fred, Mike & Rudy, Daguerrotipo de niños esclavos en la plantación Newton, al sur de Barbados.
7. Un esclavo cimarrón en Venezuela, es traído de vuelta a la plantación.

 

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