A destiempo ofrezco unas notas para la salida pública del “especial” ¡Sonó, Sonó… Tite Curet!
Entre los comentarios de todo tipo y extensión en torno a la calidad del “especial”, entre elogios, contextualizaciones y, otra vez, más celebraciones (en Internet al menos) apenas se ha asomado una reflexión sostenida ante lo que las canciones de Curet Alonso hicieron audible, en verdad sensible, en el espacio cultural puertorriqueño y latinoamericano. La conversación que hasta ahora se ha generado sobre el “especial” subvencionado por el Banco Popular y producido por Rojo Chiringa es, con todo rigor, más una reflexión sobre los aciertos técnicos del “especial”, que una consideración en torno a la significación de la obra de Curet Alonso.
El “especial” (palabra y género que ameritaría toda una reflexión a parte) construye el foco monográfico de sus énfasis en una suerte de movimiento pendular que va de la figura biográfica del autor a la entrega de esa vasta caja de resonancias donde Curet Alonso devino autoridad poética y musical. Al final, la transmisión de una mercancía identitaria enorgullece por igual al Banco, las arcas de su Fundación empeñada en “contribuir a la educación musical de nuestros jóvenes”, la reunión de sabios que ofrecieron raudas “interpretaciones” para lo que “dirían” las canciones, como a los “intérpretes” que participaron en el performance histórico de la obra de Curet como en su re-edición para el “especial”. Es ya un acierto del “especial” haber convocado una asamblea de voces y ojos a intercambiar criterios y experiencias de recepción. También Sonó, Sonó… logra alejarse, en momentos puntuales, del panegírico moral o de la hagiografía que achata aún más el frágil espacio público boricua. Hay fugaces momentos ópticos que desdicen la melcocha culturalista con la que obligadamente transa cualquier “producto cultural” que aspire a ser financiado por una institución como el Banco Popular. De igual manera, hay lamentables remesas visuales a la preciosura de la pobreza: la pobreza como paisaje de aspiraciones.
Sin embargo, la falta de paladeo de la acústica textual de Curet Alonso no es solamente el efecto de un proceso de edición y horizonte discursivo, de la especificidad del medio, también es una marca sintomática de los modos de discusión cultural en la esfera pública contemporánea. Darle cuerpo estético, resucitar al autor, al escritor que fue Curet Alonso, no pudo evitarnos un relato moral bien pensante que habría de escamotear el trazo negativo que sostiene su matriz poética. Sin duda, el “especial” registra aquí y allá este trazo: las palabras de Blades sobre lo que acicatea una canción de amor, la conversación en un bar-cafeteria con Roberto Roena en torno a “Lamento de Concepción”, la aparición de un(a) black face en medio de las fiestas de Loíza, entre otras.
Las que hasta el momento me parecen las lecturas-reseñas destacadas de Sonó, Sonó…, “¡Sonó... sonó una balacera y desaparecieron el cuerpo!” (II) de Javier Román-Nieves y “Reseña de ¡Sonó, sonó… Tite Curet!” de Alejandro Carpio, por su parte, coinciden, desde sus respectivos énfasis, en señalar que estamos ante el mejor especial navideño producido hasta ahora por el Banco Popular. Ambos autores, conscientes de que no se trata de un documental convencional o alternativo, anotan, a su modo, la incomodidad, el desacomodo de la textualidad de Curet en la entrega visual del “especial”.
Carpio: “Las imágenes de Sonó, sonó son tan hermosas que por momentos parecería como si pudiésemos prescindir de las canciones de Curet para apreciar la totalidad de la película. De hecho, ¿no están curiosamente reñidos audio e imagen?”
Román-Nieves: “Hacer hablar al difunto Curet es irónico cuando pensamos en que precisamente esto era lo que mejor hacía: poner su voz en otros, escribir para sus artistas con el virtuosismo de un “obsesivo compulsivo”, pensando en las palabras que mejor serían dichas por otros cuerpos. Es un Curet que, en muchos casos, también escribe para musas atormentadas como La Lupe, Héctor Lavoe, Maelo y Cheo Feliciano, todos reducidos —exceptuando el último— a breves menciones, fondos musicales o tomas de transición.”
Así, mientras Carpio todavía cree que “si uno se pone a pensar” no “está tan mal” sugerir “mediante imágenes, los consabidos consejos gubernamentales/corporativos para forjar un mejor futuro”, Román-Nieves insiste en subrayar que el contexto de producción y social de este “especial” es el mismo que contempla una atroz competencia anual de cifras de muertos, el colapso financiero e intelectual de instituciones claves; el mismo “contexto” que alentó la apendejada “re-escritura” del éxito de El Gran Combo “No hago más ná”.
La gran pregunta que parecía anclar la conversación en la red era qué significaba este “especial” en el Puerto Rico contemporáneo, qué lograba hacer visible el filme. El “especial” y su potencial para el diálogo, a pesar de matizaciones importantes, devino por sí mismo el objeto de la conversación y el objeto representado, en este caso la lógica de significación amplia de Curet Alonso, terminó como pretexto o decorado musical, otra vez, para lo obvio.
¿Por qué cualquier pregunta en torno a los sentidos de la política que transporta un objeto cultural en la isla se verá obligada a detenerse y saludar esa aduana de “realidades” que enfrentaron sus autores? No que no existan y ejerzan una fuerza, incluso determinante. Sospecho que, con ese “recordarnos” de que se trata de un “especial” hecho en Puerto Rico, NO una película de autor, una canción de amor, una demanda política o un texto académico, va adherido, cual rémora, un efecto institucional que neutraliza la polémica y la conversación que las cualidades del filme pudieran abrir.
Pareciera que todo objeto estético que aspire a (ser) “especial” y que desee “circular” tendrá que hacer migas (cínica o inconscientemente) con el “ay bendito” ecuménico o la cantinela de la superación que se ha vuelto dogma y moralina en el orden del discurso isleño.
¿Por qué será que leer, usar o escuchar a un autor como Tite Curet Alonso es siempre hablar del mismo modo sobre la (su) identidad, la belleza nuestra en medio de tanto destrozo, sobre el orgullo de cualquier-toda-o-ninguna identidad, de cómo ÉL Representaba Lo Mejor de Nosotros, el Sentido de Futuro, el Optimismo que Bendice Nuestras Mejores Tradiciones? En otras palabras, Sonó, Sonó…circula cómodo entre los protocolos de promoción de egos, talentos y personalidades, entre la alharaca narcisista con la que se ejecuta el memorándum mercantil liberal en la isla.
Quizá esto no es algo que pueda ni quiera ser atendido ni por los creadores del “especial”, el autor homenajeado ni su comunidad de recepción. Pregunto: Al final, ¿lo que blasona el título del “especial”, el “sonó, sonó” aconteció en el “especial”; se llevó a cabo? ¿Lo realizado con efectividad por Sonó, Sonó… no habrá sido el ansia de un “se vio, se vio”, la utopía de un perfil mediático particular? Si hay algo profundamente revelador y, cómo no, conmovedor del “especial” es la manera como se figura la ausencia de Curet Alonso y las resonancias opacas, turbias de su cancionero.
Esos tiros a espacios vacíos, pero llenos de recortes de periódicos del ayer, carátulas de LP, fotos, pergaminos, un sillón vacío en un balcón, un taburete desocupado en una barra, inscriben también eso o aquel que brilla por su ausencia, eso o ese que se ha retirado incluso de los subrayados ópticos del “especial”. Esta ausencia no es sólo resultado de la muerte física de Curet Alonso, es también el modo a través del cual se cuela, a contrapelo, lo que sus textos y canciones dicen y hacen. Román-Nieves establece que, en algún sentido, el “especial” verifica la sustracción simbólica y real de “lo negro” en la isla. Creo que Román-Nieves, en parte, está en lo cierto, pero es también la presencia-ausente, la recurrencia de un declinar, del acabose de un ethos ciudadano. En específico, este trabajo con el tiempo pasado de la escucha de la obra de Curet Alonso es la técnica que escribe, por vía del desalojo, la escucha inaudible del sentido político que recorre sus canciones.
Óyelo bien. Curet Alonso, el poeta indiscutible del género salsero, en pleno 1977 (nada más y nada menos), graba en la voz de Ismael Rivera la canción “Mi música”. Una canción que entre otras, podría ayudar a “precisar” el sentido de un “sonó sonó” desde la perceptiva de la obra de Curet.
Mi música no queda ni a la derecha ni a la izquierda,
tampoco da las señas de protesta general.
Mi música no queda ni a la derecha ni a la izquierda,
queda en el centro de un tambor legal,
queda en el centro de un tambor bien legal.
Yo soy un pasaporte para un viaje
sabrosón y musical,
yo estoy contigo, contigo y también contigo
para ponerte a gozar,
y por eso yo canto música
música pura música
para que todos puedan vacilar.[1]
“Mi música” es una respuesta a un contexto específico y una refutación de las demandas de cierta cultura del poder que filia siempre las “tomas de posición políticas” de los sujetos. La canción insiste en distanciar su verdad acústica (su donde queda) de cualquier encuadre político convencional que desee fijar el sentido de sus enunciados. Es más, “Mi música” es la representación “precisa” del punto de emanación del sonido y la política musical de Curet Alonso: desde un centro vacío, sobre la piel y el tronco muertos que son el tambor, emana un cuerpo de efectos para la querencia del otro.
La onda percusiva del tambor, su potencialidad de efectos es una ley desaforada de cualquier protocolo identitario o estatal. La ley del gozo y su política tripeosa no responde al Parlamento o a los Partidos; no es un centro definido por alguna lengua sociológica que imagina todo objeto estético como pieza para el landscaping de alguna ideología. La traslación horizontal, el transporte de goces, “el viaje” no calcula identidades, inaugura las singularidades expansivas de un cuerpo político en estado y afectación percusiva. La ley del tambor es un acto que no ambiciona la toma del poder, ni tiene que ser idealizada. La ley del tambor abre y autoriza un pasaporte irrepresentable: el don de un goce indiferenciado para la otredad indefinible de los demás. Maelo: Linda música para ti.
* "Políticas de la escucha" es la primera parte en una serie que publicará Juan Carlos Quintero-Herencia en Cruce.
Notas:
[1] “Mi música” en Ismael Rivera y sus cachimbos. De todas maneras rosas. Productores Ismael Rivera y Louie Ramírez, canta: Ismael Rivera, autor: C. Curet Alonso, Tico Records, TSLP 1415, 3:51,1977.
Lista de imágenes:
1. "Tite-scopio". (Fotomontaje por Cruce)
2. Escena del trailer de ¡Sonó, sonó... Tite Curet!, 2011.
3. Richard Carrión junto a El Gran Combo anunciando el especial de navidad de 2010.
4. Ismael Rivera, Eclipse total front cover, 1975.
5. Ismael Rivera, Eclipse total back cover, 1975.
6. Escena del trailer de ¡Sonó, sonó... Tite Curet!, 2011.