En Estados Unidos, con una población de 315 millones de habitantes, residen actualmente 40.4 millones de inmigrantes, según el análisis del Pew Research Center a partir del último censo de población. Y que el centro de estudios ha publicado coincidiendo con el pacto entre demócratas y republicanos sobre la reforma migratoria. La cifra ha crecido de forma constante durante la última década y desde 2007 casi dos millones y medio de inmigrantes mas viven el país.
El estudio confirma también el aumento de la población indocumentada en la última década, hasta los 11 millones de personas. Una cifra que permanece estable desde hace dos años. La crisis económica en EEUU (que comenzó con el derrumbe de Lehman Brothers apenas unas semanas antes de las elecciones presidenciales del 2008) tuvo el efecto de redirigir los flujos migratorios hacia otros países como Australia, Corea del Sur o Canadá. Y la mejora de la coyuntura económica en algunos de los países de origen –especialmente de América Latina y el Caribe- y las medidas contra la inmigración ilegal llevadas a cabo por la Administración Obama -mucho más dura que su predecesora- redujeron la entrada de inmigrantes en el país.
Barack Obama –un anti Rajoy que sí sabe como emocionar a los ciudadanos- dedicó su primer discurso del segundo mandato a defender la necesidad de una remodelación del modelo migratorio norteamericano. Una promesa incumplida de 2008, que puede convertirse en una de las mayores reformas del presidente, como ya lo fue la ley de reforma sanitaria aprobada en el 2010.
En su alegato desde Las Vegas (Nevada) el presidente –que un día después repetiría prácticamente el mismo discurso en la cadena de televisión hispana Telemundo- recordó como Estados Unidos fue levantado por inmigrantes y afirmó que “salvo que ustedes sean indios-americanos, todos ustedes vienen de otro país” y las estadísticas le dan la razón. EEUU sigue siendo el país preferido para los emigrantes de todo el mundo, muy por delante de Rusia -segundo en la lista- que cuenta con más de 12 millones de inmigrantes y donde a la sombra de un gobierno que se define como demócrata, ha ido creciendo un nacionalismo populista y xenófobo.
La población inmigrante de Estados Unidos, incluidos aquellos que no tienen papeles, suponen el 13 % de la población total del país. Un porcentaje inferior al de finales del siglo XIX y principios del XX, donde los habitantes nacidos fuera del país suponían el 15 % de la población, como consecuencia de una gran ola migratoria. Se calcula que entre 1880 y 1925 unos 25 millones de personas entraron en el país, especialmente europeos. A finales de los 60, los efectos del cambio legislativo en materia migratoria y la mejora de las condiciones de vida en Europa, marcan un punto de inflexión y los nuevos inmigrantes llegan especialmente de América Latina (el 50%) y de Asia (27%). México, China e India son los tres principales países de origen.
Pero también hay un importante número de personas que llegan desde Corea, Filipinas y Centroamérica según datos del Instituto de Política de Inmigración.
La población inmigrante se reparte de manera desigual en la geografía de los Estados Unidos y en solo seis estados – que representan el 40% de la población norteamericana- viven el 65 % de las personas nacidas fuera del país. California es el estado con mayor número de inmigrantes; 10 millones, el 27 % de sus habitantes. Y donde la población hispana será mayoría desde principios de 2014 según un informe del Departamento estatal de Finanzas publicado hace escasos días.
De manera desigual también, se reparte la población extranjera que ha obtenido la nacionalidad estadounidense en los últimos cuatro años. California, Florida y Nueva York son los tres estados que encabezan el ranking. Y el 14 % de los nuevos ciudadanos vivían en la ciudad de los rascacielos.
Uno de los temas más debatidos en materia migratoria en la última década, ha sido sin duda, el futuro de los denominados dreamers (soñadores) como se les conoce a los cerca de dos millones de jóvenes sin papeles (la mayoría de origen hispano, sobre todo mexicanos) que se hubieran beneficiado de la ley Dream Act si los republicanos -con el apoyo de algunos demócratas- no la hubieran rechazado una y otra vez. Jóvenes entre 16 y 30 años que llegaron a los Estados Unidos siendo niños o adolescentes y en muchos casos, como recordó el propio Obama, “descubrieron que no eran ciudadanos a la hora de solicitar un trabajo”.
Su suerte cambiaría en el 2010, con la aprobación del programa de acción diferida (Deferred Action for Childhood Arrivals, DACA). Una orden ejecutiva de Obama que cancelaba cualquier orden de deportación pendiente sobre ellos y les concedía un permiso de trabajo temporal renovable, siempre que cumpliesen una serie de requisitos: Haber entrado en Estados Unidos antes de cumplir 16 años, tener cinco años de estancia consecutiva en el país desde el 15 de junio de 2007 o presentar pruebas de estar cursando estudios o sirviendo en las fuerzas armadas entre otras.
Está claro que con la reforma, que ha empezado ya a debatirse en el Subcomité de Inmigración de la Cámara de Representantes, las condiciones no deberían seguir siendo las mismas para estos jóvenes, ya que la amenaza de deportación no solo recae sobre personas individuales, sino que cambia la vida de familias enteras: Casi el 50 por ciento de los hispanos tienen un pariente indocumentado y casi un tercio de los que son deportados (millón y medio de personas en la primera legislatura de Barack Obama) tienen familiares estadounidenses.
Pero ni el futuro de los “soñadores” ni el de los 11 millones de indocumentados fueron el principal tema que trato el grupo bipartito en su primera reunión. El comité centró su discusión en cómo atraer a nuevos inmigrantes altamente cualificados y cómo facilitar la estancia de aquellos extranjeros que ya han estudiado en universidades norteamericanas, porque tanto demócratas como republicanos saben que el futuro económico de los Estados Unidos depende en gran parte de ellos.
El programa para trabajadores agrícolas será otra de las grandes áreas, que centre la reforma. En los Estados Unidos hay cerca de tres millones de trabajadores agrícolas, el 80% de ellos nacidos fuera del país y el 50 por ciento indocumentados mexicanos, hondureños o guatemaltecos obligados a trabajar en las peores condiciones y que carecen de las mínimas protecciones legales.
Barack Obama dejó una cuenta pendiente en su primer mandato: rompió la promesa electoral de 2008 de que reformaría el sistema migratorio en su primer año en la Casa Blanca. Ésta es la segunda (y la última) oportunidad que el presidente tiene para no defraudar a esos millones de ciudadanos, que volvieron a darle otra oportunidad en las elecciones presidenciales del año pasado. Esperemos que no les falle.