Al igual que sus vecinos en el llamado Oriente Próximo o en Europa misma, miles de israelíes se alzaron en 2011 a favor de un cambio. Era el despertar social de un país que esos días vivió su propio Mayo del 68.
Dos meses después del nacimiento del 15-M en España, profesores, estudiantes y taxistas, enfermeras, médicos o jubilados formaban parte de un abanico social que se levantó en contra de un gobierno que, decían, hacía mucho tiempo que había dejado de escucharles.
Mostraban el lado más humano y global de una sociedad que luchaba por tener una buena educación, mejores servicios sociales o una vivienda más barata. Veíamos una imagen muy distinta de la que estamos acostumbrados a ver: un país deshumanizado y obsesionado con la guerra contra sus vecinos (y ciudadanos) árabes.
Por unos días, los lemas a favor de la revolución egipcia y las pancartas en contra del primer ministro Netanyahu sustituían en Al Jazeera (y en todas las televisiones del mundo) a las habituales imágenes que nos llegan todos los días desde Jerusalén o Tel Aviv.
La ocupación israelí ha arruinado la economía de los territorios palestinos (además de matar personas, los israelíes bombardean cualquier cosa que se parezca a una empresa) pero también ha tenido un alto costo económico para Israel. Eso sí, nadie o casi nadie se atrevía a criticarlo por temor a ser acusado de traidor, de no ser un buen judío.
Esto, claro está, hasta que miles de personas dijeron basta y decidieron que ya era hora de hacer oír sus voces. Nacía el Movimiento de los indignados israelíes.
Stav Shaffir, Itzik Shmuli y Alon-Lee Green fueron los líderes más visibles del movimiento “indignado”. Un año y medio después, dos de ellos se convertían este martes en diputados de La Knéset, el parlamento israelí, en unas elecciones generales anticipadas por Netanyahu en las que el primer ministro obtuvo 11 escaños menos que en el 2009.
Stav Shaffir e Itzik Shmuli ocupaban los números 8 y 11 respectivamente en las listas del Partido Laborista, que ha registrado un modesto avance de 2 escaños, pasando de 13 a 15 diputados. La decisión de la periodista y del presidente del sindicato de estudiantes de participar en política era esperada e incluso deseada, aunque a muchos les sorprendió que se decantaran por el partido de Shelly Yachimovich.
Green hace tiempo que participa activamente en política, pero lo hace en el Hadash (Frente Democrático por la Paz y la Igualdad), un movimiento de izquierdas con cuatro diputados en la Knéset y en cuyos principios fundacionales figuran la evacuación de todos los territorios ocupados por Israel en junio de 1967 y el establecimiento de un Estado Palestino al lado de Israel.
En un país cada vez mas conservador y religioso, es sin duda el programa electoral del partido de Mohammad Barakah, el que más y mejor recogía las reivindicaciones de los asambleístas y manifestantes del bulevar Rothschild de Tel Aviv (lugar de acampada del 15-M israelí). Además de luchar a favor de la igualdad y en contra de los recortes, también lo hacen en contra de un mal cada vez más extendido en el país: el racismo. El controvertido oxímoron de “judeo-nazis” acuñado por el filosofo Yeshayahu Leibowitz, hace meses que ha vuelto a ser recuperado en las editoriales de la prensa progresista del país, como recordaba hace poco la periodista Ana Garralda en un articulo en El País.
A pesar del discurso de renovación interna de la líder del partido y de que las encuestas -que han fallado estrepitosamente- coincidían en que los laboristas capitalizarían el descontento social persistente en el país, el partido que un día encabezaron Golda Meir e Isaac Rabin no ofrecía ninguna propuesta verdaderamente novedosa.
La mitad de la lista electoral no se hablaba con la otra mitad y, a pesar de incluir algún que otro nombre ajeno a la política -además de Saffir y Shmuli, figuraba el periodista Mickey Rosenthal-, predominaban las viejas glorias del laborismo. Políticos acostumbrados al poder en un partido que dominó la vida política israelí durante décadas, y que no dudaron en coaligarse con la extrema derecha, con tal seguir conservándolo.
Y teniendo en cuenta lo ajustado del resultado electoral de las recientes elecciones, no sería nada improbable que Netanyahu y Lieberman se viesen obligados a contar -otra vez- con los laboristas para poder formar una mayoría de gobierno estable. O en una coalición con los centristas de Hay futuro, entre otros, o bien en un gobierno con los partidos religiosos.
Mucha gente se pregunta, cuál sería entonces la postura que adoptasen los recién llegados al legislativo. ¿Aceptarían los líderes del estallido social poner en manos de Netanyahu la esperanza de cambio de todas y cada una de esas miles de personas que se manifestaron en contra de su política?
Ambos han defendido su entrada en política con argumentos muy parecidos: era la siguiente fase después de la acampada y las manifestaciones. Llevar la calle al parlamento e influir desde dentro. Un paso lógico para un movimiento que logró cambiar el discurso político y económico del país.
Sin embargo, no parecía lo mas lógico hacerlo desde el Partido Laborista, que aunque siga esforzándose en venderse como un partido renovado, continúa conservando todos los vicios de la vieja política israelí. Intentar representar a esos más de 300.000 manifestantes desde una plataforma electoral nueva, si no querían hacerlo desde cualquier otra formación de izquierda hubiera sido mejor entendido, aún a riesgo de haber fracasado. Cosa que parece improbable teniendo en cuenta el apoyo que ha recibido Yair Lapid, el auténtico “ganador de las elecciones” después de conseguir 19 escaños en su primera contienda electoral.
Muchas editoriales han llamado la atención sobre la rapidez con la que Stav Shaffir y Itzik Shmuli se han adaptado a la disciplina de los laboristas. Además han insistido en lo poco que les ha costado pasar del lenguaje de la pancarta al de la alta política, y de cómo han aprendido a rodear el eterno tema de la política israelí, La Seguridad.
El gobierno de Netanyahu les acusó de ello, y se comenta entre aquellos que compartieron horas de activismo con ambos. Pero si los líderes del descontento popular usaron el movimiento de protesta como trampolín político, solo lo sabremos a lo largo de la próxima legislatura. Ojalá que se equivoquen (que nos equivoquemos) y su labor parlamentaria sea una continuación de su batalla en la calles.
Lista de imágenes:
1. Getty Images, Israelis demonstrators gather in their tent camp in the coastal city of Tel Aviv on August 1, 2011 as they continue protesting against rising housing prices and social inequalities, 2011.
2. Haaretz, De izquierda a derecha: Yonatan Levi, Daphni Leef, Stav Shaffir y Regev Kontas, 2011.
3. Haaretz, Iztik Shmuli en campaña por el Partido Laborista, 2012.
4. Time Out Israel, Alon Lee-Green, Stav Shaffir, and Yonatan Levi, leaders of the Israeli Social Movement, 2012.
5. Ariel Schalit, An Israeli child joins a protest march against the rising living prices in central Tel Aviv,Israel, Thursday, July 28, 2011. About 2,000 parents participated in the Tel Aviv march, protesting the exaggerated fees charged by daycare centers and nursery schools, as well as the overall high prices of basic babies and children's products. The Hebrew sign say"Bibi(Israel's Prime Minister) go Home, we will pay for fuel," 2011.