Four more years, el 6 de noviembre un tuit de 13 caracteres enviado por Barack Obama, anunciaba al mundo su permanencia cuatro años más en La Casa Blanca. Esa misma noche, a 3.300 km de distancia de Chicago, en Puerto Rico los tuits que iban rebotando por cada rincón de la isla, hablaban del voto mayoritario de los boricuas para convertirse en el Estado 51 de la Unión, y convertirse en una estrella más de la bandera estadounidense.
Es la cuarta consulta que se hace a la población desde el 25 de julio de 1952, cuando Puerto Rico se convirtió en Estado Libre Asociado y se celebró en medio de unas elecciones generales, en las que isla encantada eligió un nuevo gobernador, alcaldes y parlamentarios.
Un 62% de los electores votaron a favor de la estatidad, en un plebiscito no autorizado por el Congreso y en el que había dos preguntas: en la primera se consultaba a los votantes si estaban de acuerdo con el statu quo político actual del país (a lo que un 52% de los que votaron dijeron que No) y en la segunda se preguntaba a los puertorriqueños si preferían la independencia, la integración a Estados Unidos o la libre asociación soberana, en el caso de que la primera pregunta fuera favorable a un cambio del status.
Ha sido una trascendental e histórica elección doble. Por un lado, podían manifestarse en contra o a favor de mantener una condición que arrastran desde la Guerra de Cuba como consecuencia del Tratado de Paris de 1898. En el que sin tener en cuenta los deseos del pueblo, España cedió la isla a los americanos convirtiéndola en la colonia de facto que sigue siendo hoy en día. Por el otro, elegir a un gobierno que tendrá que enfrentarse a una crisis económica y social especialmente grave, que llegó a Puerto Rico dos años antes que a Wall Street.
Pero los 800.000 votos obtenidos por el PNP (Partido Nuevo Progresista) a favor de la estatidad no van a ser ninguna garantía para que Puerto Rico acabe siendo una parte más de los Estados Unidos. La última palabra acerca del cambio de estatus la tiene, según el IV artículo de la Constitución, el Congreso de Washington que solo se manifestará favor, si las consecuencias económicas de la integración son favorables para las arcas norteamericanas.
Y a día de hoy, ni las cifras de desempleo, ni las de pobreza de la isla ayudan a que se tome en cuenta la opinión de estos votantes.
La política económica de Luis Fortuño, versión caribeña de Paul Ryan y Gobernador desde 2008 ha disparado el paro por encima del 17% y aumentado las desigualdades sociales en un país en recesión desde 2006. Su política de austeridad, un ejemplo a seguir para muchos republicanos en el Capitolio, no ha hecho más que ensanchar aún más las diferencias económicas entre ambas orillas. Serán los mismos congresistas que en la Convención republicana del pasado agosto apoyaron la gestión de Fortuño, los que ahora voten en contra de la que ha sido su principal propuesta electoral.
Además, son muchos los que piensan que el legislativo norteamericano y para abstenerse de tomar una decisión al respecto, alegará que 470.000 votos en blanco hacen del 62% que obtuvo, la estadidad una “ficción estadística”.
Un voto en blanco promovido por el candidato opositor Alejandro García Padilla del Partido Popular Democrático (PPD) y vencedor de las elecciones. A la hora de elegir nuevo gobernador de la isla, las preferencias de los electores se han cruzado y será el senador, un firme defensor de preservar el estatus político actual el que tenga que negociar con Washington.
Alejandro García Padilla que llega al poder con 41 años no solo tendrá que enfrentarse al asunto transcendental del nuevo estatus y a una economía que en cualquier momento puede convertir a Puerto Rico en la Grecia del Caribe. La inseguridad, la corrupción, la igualdad o la educación son solo parte de una larga lista de problemas que le esperan en su despacho de La Fortaleza.
La estrategia de delegar la guerra contra el crimen y el narcotráfico en el gobierno de turno americano ha fracasado. Por las fronteras de la isla siguen entrando millones de dólares en droga para un consumo local que no parar de crecer. Y todo esto con un Departamento de Policía prácticamente desahuciado por su sistemática violación de los derechos civiles, su violencia y la corrupción.
Un mal, el de la corrupción que no solo se da en la policía. Desde el comienzo del milenio, la corrupción está totalmente institucionalizada en Puerto Rico, que no olvidemos, nos guste o no, permanece bajo soberanía de los Estados Unidos. Creo que es uno de los retos más importantes que tiene García Padilla para este cuatrienio, con los independentistas de Juan Dalmau como fiscalizadores, tarea que han ejercido mucho mejor que los organismos competentes.
La situación de la mujer (80 asesinadas en lo que va de año) y la educación son los otros grandes desafíos a los que García Padilla tendrá que enfrentarse. La gestión de Luis Fortuño no ha podido ser más nefasta para el sexo femenino, en especial, para las más desventajadas: las víctimas de violencia de género, las pobres o las de la comunidad LGBT.
García Padilla tiene cuatro años por delante para poner en marcha una política de igualdad de género, fundamental para el desarrollo económico y social de la isla. E igual de importante y necesario es la necesidad de que el nuevo ejecutivo apueste por la educación pública como política de Estado.
Una educación pública en estado de coma, por culpa de los últimos gobiernos, incluidos los del PPD que apostaron por la privatización. Un envite a favor de la empresa privada, que lo único que logró mejorar fue las cuentas de las empresas adjudicatarias. Todas ellas en manos de los amigos del gobernador de turno, que querían recuperar sus donaciones de campaña en forma de contrato público.
Con una diferencia de apenas un 0,5 % de los votos respecto a Luis Fortuño, el mensaje de los puertorriqueños a García Padilla ha sido claro: quieren que gobierne por el país, no para el partido. Y aunque por aritmética electoral el PDP disponga de mayoría absoluta tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, los puertorriqueños han votado por un cambio de estilo de gobierno, en la forma y en el fondo.
Por otro lado con una izquierda sin representación política e incapaz de ponerse de acuerdo en crear un proyecto común, solo me queda confiar en que una vez llegado al gobierno, García Padilla de un giro a la izquierda con el apoyo del ala más socialdemócrata de su partido.
Que entienda la conexión que existe entre los asuntos sociales, como la sanidad y la educación y la salida de la crisis económica. Si lo hace, puede convertirse en el Obama de Puerto Rico, en el hombre que cambie la historia del país. El pueblo boricua lo ha dejado claro en estas elecciones, los referéndum, solos o en compañía, ya no garantizan reelecciones.
* La imagen número cinco por Indymediapr.org.