Carta desde El Mozote, El Salvador

Desde todo principio.
desde las eternas luchas populares,
desde el pan expropiado,
desde cada cicatriz admonitoria,
desde todos los puños impetuosos
y del fondo del grito y las montañas […]
Hemos visto tu rostro y tus cadenas:
te nos has hecho
un agitado dolor obligatorio.

-¿Desde dónde, patria?, Roque Dalton

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I.

Hace treinta años, en el departamento de Morazán en El Salvador, se efectuó una de las peores masacres registradas en los tiempos modernos en América Latina. Durante los días nueve y trece de diciembre de 1981 el Batallón Atlacatl, dirigido por el Coronel de las Fuerzas Armada de El Salvador (FAES), Domingo Monterrosa, llevó a cabo un ataque a la población civil de siete caseríos en el departamento arriba mencionado. El saldo de dicho ataque fue alrededor de mil campesinos muertos; incluyendo niños, niñas, ancianos y ancianas. Por otro lado, el próximo enero se cumplirán veinte años de los celebrados Acuerdos de Paz de Chapultepec, México, los cuales pusieron fin al enfrentamiento armado entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

Muchos se preguntarán, ¿y a qué viene todo esto de los aniversarios? Pues es que esos acuerdos pusieron fin a la guerra civil, pero no acabaron la violencia estructural que había sido la chispa de la crueldad de actos como los de El Mozote. La violencia continuó y en otros casos se transformó. Una de las continuidades que tomó esa violencia estructural —no sólo son las maras y las pandillas— fue la impunidad de los crímenes de lesa humanidad que ambas partes en conflicto cometieron contra la población civil e incluso contra sus miembros.[1] Dicha impunidad, que se sancionó con una Ley de Amnistía General en marzo de 1993, continúa hoy día vigente.

Corto-documental Las masacres de El Mozote, (2011).

Por esa razón, por ejemplo, la Audiencia Nacional del Reino de España ha requerido al gobierno de El Salvador la extradición de veinte militares responsables de la masacre de los cinco miembros de la Corporación de Jesús que dirigían la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA). Haciendo uso de la jurisdicción internacional, el juez Eloy Velasco ha emitido un auto de procesamiento y una orden de búsqueda y captura contra los militares responsables de aquellas muertes que han quedado impunes, pero tanto las FAES, como el gobierno, han optado por aplazar el proceso.

II.

La pregunta que en este punto pudiera ser pertinente hacerse es: ¿cómo podemos departir sobre la democracia y la paz cuándo no ha habido políticas dirigidas a descubrir la verdad de los hechos, para la justicia y la reparación de las víctimas de la guerra? ¿Cómo podemos cercar el problema de la violencia actual a los pandilleros cuando no hemos sido capaces de adjudicar responsabilidades a quienes las tienen por graves actos violentos cometidos durante la guerra civil?

Muchos tuvieron la expectativa de que con la entrada al gobierno, en 2009, de lo que fue la fuerza guerrillera en aquellos años, el FMLN, se pusieran en práctica políticas públicas dirigidas a la recuperación de la memoria histórica, la justicia y la reparación de las víctimas; incluyendo las de sus propios actos; como el asesinato de Roque Dalton. Sin embargo, el llamado cambio sólo ha permitido la continuidad de la amnistía y el abandono psicosocial de las víctimas de violaciones a los derechos humanos.

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III.

Durante mi estancia en San Salvador, por motivos de la investigación que realizo sobre la violencia en las sociedades posconflicto, tuve la oportunidad de conocer a Chiyo. Es el nombre de combate de Lucio Vásquez, usado como legado de memoria de uno de sus hermanos (el mayor, en este caso); asesinado por la Policía Nacional en una manifestación en el centro de la ciudad de San Salvador, junto a otros veinte estudiantes y campesinos en octubre de 1979. Cinco meses después, en febrero de 1980, otra fuerza represora del estado asesinó a su madre y a su hermana (Feliciana y Teodora, respectivamente) en su propia casa en Morazán. La represión ya no sólo se hacía presente en la ciudad, sino que, como en 1932, retornaba al campo.

Su papá entonces decidió que a ellos no los iban a matar. “[N]o quedaba otra opción, que era abandonar los campamentos [de desplazados]… que a esas mujeres las habían matado como a perros, pero a nosotros nos iban a matar de otra manera: luchando y si era posible con armas en la mano”. Así llegó Chiyo a los primeros campamentos de la guerrilla, siendo un niño, en los cuales los insurrectos se encargaban de guiarles para evitar los operativos represivos de las FAES. Allí, junto a otros niños, fue enviado a un campamento de refugiados en Honduras, pero él decidió regresar seis meses después. Para ello caminó solo durante dos días. Se reencuentra con su padre y éste le envía a la escuela de menores de un campamento guerrillero (“en abril o mayo de 1981”). Eran de noventa a cien niños que compartían la experiencia “de haber perdido hermanos, primos, papá, mamá. Ahí éramos entrenados y educados en el monte. Así aprendiendo a leer y a escribir, porque yo sólo dos meses tenía de haber ido a la escuela cuando abandoné la casa”. Entre tareas de la escuela, Chiyo compartió con otros niños y niñas las “tareas revolucionarias”: mensajero, dejar comida, radio-operador… Eran los llamados “samuelitos” de las columnas guerrilleras.

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Chiyo es un ejemplo de cómo la humanidad puede llegar a vencer y prevalecer en medio de un conflicto armado. Pero el suyo no fue un proceso fácil. Al final de la guerra Chiyo emigró a México con la promesa de nunca más empuñar un arma; “juré no volver a empuñar un arma, y lo he cumplido”. Allá completó su educación formal: fue a la escuela nocturna, lavaba carros, aprendió edición de materiales audiovisuales, aprendió a manejar la cámara y trabajó en estudios de grabación como asistente, aprendió a tocar la guitarra y a jugar al fútbol, entre muchas otras cosas que perdió de niño. Cosas que un niño de entre 9 y 11 años de edad tuvo que dejar a un lado para entrar a uno de los campamentos guerrilleros en el departamento de Morazán, allá donde hace treinta años masacraron a unos mil campesinos.

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IV.

El próximo enero, Chiyo presentará su libro el cual ha titulado Los siete gorriones. En una entrevista accedió a adelantarnos algunos de los trozos de memoria que hilan su relato y algunos datos del libro.

Chiyo: En junio del ochenta y dos muere mi hermano Huber Valerio.

JG: ¿Ese era el tercer hermano que perdías?

Chiyo: Era el cuarto hermano que perdía. Dos en San Salvador, mi hermana Teodora y era el cuarto. En mayo del ochenta y cinco muere Romeíto. Y en agosto del ochenta y seis muere mi último hermano mayor que era Benavides Juan Bautista Vásquez.

JG: ¿Cómo pudiste mantener tu humanidad entre tanta guerra? ¿Cómo lograste mantener tus sentimientos ante tanta pérdida familiar sobre todo?

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Chiyo: Yo creo que a mi edad... Mi misma niñez no me permitía dimensionar lo que perdía cuando yo perdí a mi madre. Y perder a mi madre, si yo no lo dimensioné en ese tiempo a tal grado, no lo iba a hacer en el caso de mis primeros hermanos que perdí. Aunque sabes qué es la muerte y que te hacen falta. Pero también el ambiente en la guerrilla —en todas las áreas que queras verlo, los niños, las mujeres, los viejos, los jóvenes, los combatientes más aguerridos— fue un ambiente de solidaridad que yo nunca he visto en otro lado. Era un ambiente así de compañerismo. De un cigarro fumaban tres, de una tortilla, comían dos, de un atado de dulce de panela comíamos doce o diecisiete.

JG: ¿Cómo era la experiencia de ver la intervención extranjera en tu país y ver cómo gracias a esa intervención era más reprimida la población civil y más reprimida la guerrilla? Lo hacía más difícil, ¿no?

Chiyo: Exactamente. Ellos cambiaron las flotas, creció el ejército en bombas, en municiones, bueno en todo. En el ’82, empezando el ’83 se valora que la guerrilla ya había acabado al primer ejército que había comenzado la guerra y el ejército sabía, el Estado Mayor de El Salvador, si es autocrítico, reconocieran eso. Gracias a los norteamericanos que después le zamparon un millón y medio de dólares diarios en El Salvador fue que sobrevivieron. Cambiaron la flota y cambiaron todo.

JG: ¿Cómo fue el proceso de escribir un libro, Chiyo?

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Chiyo: Yo empecé a narrar a algunos compañeros como fue que murieron mis hermanos.

JG: ¿Te diste cuenta que faltaban algunas cosas?

Chiyo: Ajá, faltaban algunas cosas y un día me dijeron, bromeando, “mira, ¿por qué no te pones a escribir?” No, ¿qué putas voy a escribir si yo soy un pobre pendejo que apenas aprendí a leer y a escribir? “Sí, pero tu vida ha sido bien paloma y cómo lo has superado; eso no es de cualquier humano, porque hay gente que puede terminar loca. Uno no sabe cuándo te pueden quebrar[2] y tu historia...” Y cuando ya me dijeron eso ahí dije que era cierto. Así fue como fue surgiendo la idea. Yo escribía y borraba y hacía ensayos de pequeños episodios de mi niñez. ¿Cómo era mi cantón? Pero no me gustaba y lo botaba. Hasta que llegó un momento en que ya escribiendo de las diez de la noche en adelante, ya me concentraba mejor y aprendí a escribir rápido. En Radio Venceremos yo aprendí a escribir rápido y a sintetizar; de una entrevista, las palabras clave, de un parte de guerra, las claves… Vas afinando y agarrando práctica y eso me dio habilidad a mí también. A parte de que en México fui a primaria, y aunque fue nocturna, pero también. Fíjate que llegó un momento en que una libreta de cien páginas me la acabé en tres horas.

JG: ¿Cuándo sale el libro?

Chiyo: En enero de 2012.

JG: ¿Se harán presentaciones?

Chiyo: Sí, se van a hacer presentaciones. Mi hermana que vive en Los Ángeles y que anduvo en la guerra también, que es un ícono de amistad, de cariño y de solidaridad… A esa vieja la querían. Ella también está escribiendo. Ella me dice que nunca imaginó que un niño que “yo llevaba huyendo” iba a escribir algo así.

JG: ¿También va a estar presente tu papá?

Chiyo: Sí, mi padre tiene noventa años. Imagínate, él ya tiene muchas dificultades físicas. Pero, imagínate, cuando yo le diga que esto está dedicado a su familia y a su frialdad y a la calma que usted nos dio en la guerra, con todo lo que perdimos. Porque nuestro padre nos ha dado serenidad, de seguir hacia adelante sin rabia, sin odio y sin venganza.

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V.

El caso de Chiyo no sólo representa una búsqueda individual de una sanación, de la recuperación de la memoria de los hechos históricos de un país. También representa cómo muchas veces han sido las víctimas las que han tenido que hacer sus propias investigaciones, sin ayuda de instituciones estatales, en búsqueda de la historia de sus seres queridos. Como bien dice Chiyo no se trata de venganza, se trata de saber la verdad y de que no haya más impunidad. Por individuos como Chiyo, ante el abandono del Estado, se tejen nuevos hilos de historia.

Para concluir, y conectar a Puerto Rico con la historia actual de El Salvador reflexiono, sobre la no confirmación en el Senado federal estadounidense de la embajadora (puertorriqueña), Mari Carmen Aponte.[4] Tuve la oportunidad de conocerle durante esta estancia. Me alegró mucho de que la undécima embajadora estadounidense haya nacido en Puerto Rico.

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Los republicanos que recurrieron al filibusterismo para evitar su nombramiento, argumentaban que pudo haber sido cooptada durante los años noventa por el Servicio de Inteligencia Cubano debido a una pareja que tuvo, el cual visitaba la Sección de intereses cubanos en Washington, D.C. o por su apoyo a la igualdad de derechos civiles de los homosexuales en El Salvador. Sin embargo, esto será un aliciente para que la señora Aponte pueda reflexionar sobre el papel del gobierno que estuvo representando ha llevado a cabo en este país; sobre cómo su injerencia aún sigue provocando cambios recientes en el relevo y nombramiento de ministros o cómo nunca los Estados Unidos han pedido una disculpa oficial o indemnizado al país por los daños causados por su intervención en la guerra; como el asesoramiento técnico al batallón Atlacatl, aquel que cometió las masacres de El Mozote, Morazán.

Notas:

[1] En concreto la Comisión de la Verdad de la Organización de las Naciones Unidas (onu), adjudicó a las faes el 46,59% de los hechos; a los cuerpos de seguridad el 20,87%; a las organizaciones paramilitares el 16,62%; a los escuadrones de la muerte el 7,18%; a grupos no identificados el 5,42% y al fmln el 3,32%.

[2] Asesinarte, debido a la gran violencia social existente.

[3] Ver la reseña que hiciera José A. Delgado en Casa Blanca critica nombramiento de embajadora boricuahttp://goo.gl/g39lV

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