El mercado capitalista internacional y sus diversos instrumentos financieros han utilizado diferentes herramientas para adaptarse a las diversas crisis cíclicas, inherentes al sistema, a lo largo de su historia. Por ejemplo, en medio de la depresión que ocurrió en el sistema económico global a finales de la década de 1920, surgió como respuesta el modelo keynesiano de intervención gubernamental. Sin embargo, cuando los grandes capitalistas vieron sus posibilidades de crecimiento y lucro atadas por las regulaciones de los poderes gubernamentales, estos abogaron entonces por la liberalización de los mercados. Es así cómo, a partir de la crisis de 1972, mejor conocida como la crisis del petróleo, se empieza a elaborar un nuevo sistema de adaptación para la supervivencia capitalista. Ya durante las dos siguientes décadas, dicha adaptación se profundizó y culminó con la implementación de diversos paquetes de recomendaciones elaborados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Las mismas serían implementadas a cambio de la otorgación de créditos a diversos gobiernos que habían plasmado sus esperanzas de crecimiento en la producción nacional, sustituyendo las importaciones –principalmente de aquellos bienes de consumo basados en tecnologías avanzadas.
Hoy día, en el mercado internacional capitalista se vive una nueva etapa de adaptación. La misma, en una primera fase (desde finales de la década de mil novecientos noventa hasta dos mil siete), se basó en el crecimiento especulativo a través de la promoción de diferentes productos financieros.[1] La segunda fase de adaptación, ante el reconocimiento de la crisis económica de los mercados en el norte opulento, la estamos viviendo justo en estos días. Diversas agencias como Standard & Poor’s o Moody’s, empresas cuyo fin es la venta y clasificación de activos financieros, actúan contra los gobiernos electos de forma democrática –al menos formalmente– degradando los diferentes tipos de bonos que emiten variadas entidades de los gobiernos para recaudar dinero. Estas agencias, que en parte fueron responsables de la especulación financiera desatada en el mercado internacional, basada en la creación de dinero utilizando el dinero mismo como materia prima, han decidido tomar el papel protagónico en un nuevo modelo de adaptación. El capitalismo había pasado definitivamente de una etapa en la que predominaba la generación de valor mediante la producción de bienes manufactureros a una en la que se generaba valor a través del mismo dinero, especulando con él.
Es por eso que debemos reivindicar el concepto de ciudadanía y estar alertas a las acciones de tales mercados contra nuestros gobiernos; sean estos de diferentes tendencias en el amplio espectro ideológico político, social y económico. Debemos estar vigilantes ante los ataques de los mercados a nuestro poder soberano de ciudadanos y a cómo los gobiernos actúan frente a tales ataques de los mercados.
Muchas veces escuchamos cómo desde diferentes entidades gubernamentales en Puerto Rico, y más ahora en tiempos de las múltiples crisis del sistema económico capitalista,[2] se nos habla de la vuelta al crecimiento constante y del consumo como las salidas para estas crisis. Ante este panorama se hace ineludible examinar diferentes propuestas alternas, que desde la teoría crítica de las ciencias sociales han sido planteadas.
El sistema económico capitalista, en todas sus variantes —reguladas y liberalizadas—, basa sus expectativas en el crecimiento constante, infinito y desmedido en aras de la producción de ganancias. Estas expectativas de crecimiento constante como salida a la crisis no toman en consideración que dicho crecimiento no se traduce necesariamente en más cohesión social, creación de empleos y felicidad para el colectivo social. Es por eso que la teoría del decrecimiento nos hace un llamado a analizar los discursos dominantes tanto en los medios de comunicación corporativos como los de las entidades económicas y gubernamentales.
Un bosque indemne no contabiliza como riqueza para el Producto Interno Bruto (PIB) de un país. Mientras tanto, ese mismo bosque talado para construir un gaseoducto sí rentabiliza una importante cantidad de dinero para la cifra del PIB. Es por eso que desde el enfoque decrecentista se nos hace el llamado a pensar lo político y lo económico con la sensibilidad de que habrá un mañana en el cual probablemente las generaciones venideras, tanto en el norte opulento como en el sur empobrecido, tendrán que decir por primera vez: vivimos peor que nuestros padres. Por añadidura, como parte de la propuesta del decrecimiento se nos hace un llamado a ir desmontando los andamiajes de la economía tradicional capitalista, a ir pensando en modelos alternos de austeridad voluntaria, consumo colectivo y producción alterna de bienes.
En estos momentos de múltiples crisis de todo un sistema se hace urgente que la ciudadanía cuestione y se apodere en sus comunidades para romper el aislamiento al que nos hemos acostumbrado y que ya asumimos como normal. En cada comunidad podemos asumir diferentes modelos alternativos al dominante. Si nos dicen que tenemos que consumir alimentos alterados genéticamente, podemos crear huertos comunitarios; si nos someten a la dictadura del petróleo, podemos compartir el transporte o manejar bicicletas en los cascos urbanos; y si cada vez hay menos empleo, podemos dividirnos las tareas para que todos dispongamos de más tiempo libre tanto para compartir con amigos, familiares y para buscar maneras alternas de ocio creativo que no impliquen el consumo desenfrenado de los centro comerciales.
[1] El año de 2007 fue clave en el reajuste de esa etapa de adaptación debido a la crisis que se desató en el mercado de los Estados Unidos de América, cuando estalló la burbuja financiera de las hipotecas subprime. Varias entidades financieras como Lehman Brothers, Freddy Mac, Bank of America y Citigroup, entre otras, se vieron comprometidas a reconocer que la mayor parte de sus activos estaban copados por los clasificados como “de alto riesgo”.
[2] La crisis financiera, la de recursos energéticos, la del crimen, la de la educación, la de la salud, la de la producción de alimentos, la del desequilibrio ecológico, entre muchas otras crisis.