Lisboa

(Nota del transcriptor #1) 

Para completar este escrito soborné, invadí archivos de compañías telefónicas e ignoré toda regla de confidencialidad médica. Los procedimientos específicos para la adquisición de los testimonios presentados no serán descritos ni mis fuentes reveladas.

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Transcripción de un mensaje de voz del 5 de marzo de 2010 (10:45:05 am)

Alfredo, hola. He llamado al hospital, a tu casa y a la oficina. No te encuentro. Busca en tu correo electrónico, la transcripción de un documento que encontré en una de mis investigaciones. Se mencionan lugares raros. Parece que fue escrito en distintos momentos. El documento consta de cuatro páginas estrujadas: dos hojas blancas manuscritas, una página blanca ilegible y otro folio amarillo con unos dibujos al final. Revísalos. Al salir de una reunión te enviaré más información. Muchas gracias, Vicenta.

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Transcripción de un mensaje electrónico

A: Vicenta Lago <vlago@prtc.com>

De: Dr. Alfredo Ríos Vell <drarv@medscapes.com>

Asunto: Manuscrito y Mensaje

Fecha: 5 de marzo de 2010 (11:30:58 am)

Vicenta:

Recibí el mensaje de voz y el electrónico. Luego te comentaré.

Siempre,   Alfredo

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Transcripción de manuscrito - Caso  06-879004

Los primeros recuerdos de esta situación se despiertan muy lejos. Para ser más certero me atreveré mencionar el lugar: Jauja. Muchos lo tienen por leyenda y otros ni lo conocen. No diré exactamente dónde se encuentra. Sí les mencionaré que las flores se ven todo el año y los árboles dan frutos variados. Hay dos ríos, por uno corre leche y por el otro miel. Una tarde mientras recogía algunos pescados, que saltaban del mar, una mujer joven se me acercó. “¿Quieres casarte conmigo?”, me susurró en el oído derecho. “No”, fue mi contestación. Ella me miró como si nada hubiera ocurrido y se largó. No la describiré, pero al mirarla me di cuenta del error de mi contestación. La busqué entre la multitud de pescadores, no para casarme sino para explorar su urgencia. Casarme en ese momento, jamás, si las mujeres sobraban en Jauja. Los placeres eran el desayuno, el almuerzo, la cena y hasta la merienda.

Por muchos días ese “NO” paseó por mi memoria. Busqué a la casamentera, al menos, para darle una disculpa por mi respuesta. Escudriñé la plaza de la fuente de mantequilla. Pregunté alrededor de la barbacoa de trescientos pasos de largo y nadie supo de ella. Cerca del río de miel, donde crecen unos árboles con hojas dulces, me encontré con una vieja casi de mi edad. “Buscas a Lisboa, lo sé, cuando ella habla con un hombre deja la brillantez que veo en tu mirada”.  Terminó de tragarse varias hojas. “Esta mañana salió hacia el reino de las calles de oro”. Por suerte había ido al Dorado y no al reino de Oz donde los enanos atrasan a uno con canciones y chistes pasados de moda. 

Al otro día llegué a El Dorado en un barco de vapor. Me gusta ese reino, no por sus edificios impresionantes, más bien porque la gente es seria. Muy directa. Se hace una pregunta y de inmediato se recibe la respuesta. “¿Ha visto a una mujer llamada Lisboa?”. “Ni la he visto, ni la conozco, ni me importa”. Encontré a unos niños vestidos con andrajos de brocado de oro. Les pregunté lo mismo. No me contestaron, pero me llevaron ante un viejo sabio. Sentado, desde su banqueta dorada, me invitó a fumar. Entre las bocanadas hizo algunas revelaciones. “Lisboa, sí, es una mujer extraordinariamente fenomenal y apoteósicamente inteligente”. Le cuestioné hacia dónde se dirigía ella. “Después de sus confesiones visionariamente estructuradas esa dama me dio unas instrucciones inconfundiblemente claras para usted”.

Al terminar esta declaración ordenó a sus sirvientes traer el desayuno. Nos sirvieron manjares sobre una mesa de cincuenta comensales. Frutas de colores cegadores, vegetales de texturas perfectas, carnes diversas y unos pastelillos cubiertos con un polvo amarillento. Traté de averiguar las instrucciones de Lisboa antes de finalizar el festín, pero el anciano se había dormido. Llegó la hora del almuerzo. Entre bocados y tragos tampoco me habló. Más tarde disfrutó la siesta. Esperé unas horas y despertó. Recibió la visita del Ministro de asuntos áureos. En la cena nada me fue revelado. “Quédese con nosotros hasta el irremediablemente llegadero mañana”. Me acosté, pero unas chicharras doradas no me dejaron dormir. Por la mañana, el sabio reveló el recado. “Al hombre que me sigue, dígale este mensaje: aunque me busques en las nieves no me encontrarás”.

Vagué, por un rato, por las calles de adoquines de oro pensando en Lisboa. Aunque en el fondo no me importaba mucho. En realidad esta búsqueda era una misión impuesta por mí. Un juego para entretenerme y cambiar de ambiente. Para encontrar a Lisboa podía ir a Portugal. Pero yo buscaba a otra Lisboa. Que nombre sin sentido le habían dado a esa muchacha. Lisboa debió haber nacido en esa ciudad de Europa o  sus padres tenían algún recuerdo de esa capital o a lo mejor les salió de la nada llamarle así o quizá sea la combinación de dos palabras: Lis, de la flor de lis y boa, de la serpiente. 

Mis pensamientos permanecían agarrados al acertijo: “aunque me busques en las nieves no me encontrarás”. No dijo nieve. Usó el plural, las nieves. Debe ser un sitio conocido por su blancura; tal vez el el Polo Norte o el Sur. No, allí no hay ciudades y ésta parece ser una mujer de ciudad. Lisboa. Las nieves. ¡Claro!, recordé la agencia de viajes de Jauja. “Vaya a las nieves de Shangri-La y regrese renovado”.  Demonios, que lejos se me ha ido Lisboa.

(Nota del transcriptor #2: Una página blanca de rayas luce  manchada con tinta roja. Es ilegible. El texto continúa en otra hoja amarilla.)

...porque gracias a Shambala, un médico tibetano, pude salir vivo de esas fiebres. Días después el cansancio no me soltó. Se me cerraban los ojos como si la mosca del sueño me hubiera picado en esas latitudes. Me atribularon pesadillas recurrentes sobre ciudades llenas de humo. Allí se veían edificios altos hechos de espejos. La gente era de dos tipos: barbudas y apestosas o lampiñas y demasiado perfumadas. Unas máquinas sobre ruedas negras casi me aplastaban. En ese punto del sueño despertaba con frecuencia. Hablé con Shambala. Un ritual de toque de campanas y cánticos en tonos bajos, alternados con notas altas, espantó mi resquemor. Lisboa, mira lo que has hecho, pensé.

Pero los sueños se repitieron cada noche, hasta que un día amanecí arropado con cajas de cartón. Sentí un sol diferente al de Shangri-La. El olor a humo me provocó náuseas. Las miradas de transeúntes lampiños me intimidaron. Corrí hacia un parque para esconderme en la arboleda. Me limpié la cara en un estanque. Allí vi mi reflejo. Mi barba lucía con más canas, la calva limpia. Uno de los papeles, con mis escritos, cayó al agua. La tinta roja se corrió. Lo reescribiré, fue mi pensamiento.

Allí encontré a un caballero, muy similar a mí, recogiendo objetos metálicos cilíndricos. “Saludos. ¿Conoce usted a la señorita Lisboa?”, pregunté. Me contestó, “¿Senorita Listoa?”. Lo corregí. Recogió otro de los objetos coloridos. “Nunca la he conocido”. Se la describí y señaló a una mujer que entraba a una edificación. Me acerqué a un edificio más alto que los vistos en El Dorado. “¡Lisboa, soy yo!”. La llamé desde una muralla con vigas metálicas. Ella miró, pero pareció asustarse y entró de prisa al edificio. Debe de odiarme con mucho amor, me dije.

Cené con el caballero de las latas, así se llamaban sus objetos atesorados. “Algún día serán más valiosas que el oro”, explicó. Comimos unos exquisitos pedazos de carne con mendrugos de pan bañados en miel. Este país es muy parecido a Jauja. Aquí se encuentra comida en unos cestos de metal colocados en los callejones. 

Esa noche traté de dormir en el parque sobre unos asientos de madera bastante incómodos. El sonido de los insectos nocturnos no me dejó descansar. Por momentos pensé que el insomnio fue causado por la proximidad de Lisboa.

Por la mañana la esperé, pero no apareció temprano. Tal vez no me recordaría. Por lo menos ayer respondió a su nombre. Tras varias horas salió, pero no me atreví a llamarla otra vez. Me diría que no quiere saber de mí. Se fue en una de esas máquinas metálicas de cuatro ruedas que tantas veces me trajeron a la realidad durante aquellas pesadillas en Shangri-La. Mañana tendré el valor de enfrentar a Lisboa.

(Nota del transcriptor #3: Fin del manuscrito. Luego aparecen los siguientes dibujos.)

dibujo

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Transcripción de dos mensajes electrónicos

A: Dr. Alfredo Ríos Vell <drarv@medscapes.com>

De: Vicenta Lago <vlago@prtc.com>

Asunto: Información adicional

Fecha: 5 de marzo de 2010 (1:26:39 pm)

Alfredo:

Ya salí de la reunión y, como te prometí, te mencionaré otros pormenores. El documento (copia del manuscrito) fue encontrado, hace dos días, en el bolsillo de un mendigo que falleció, atropellado, al perseguir a tu paciente Lisa Boadilla (LISa BOAdilla). Necesito más información acerca de ella. Sé que estuvo hospitalizada hace algunos meses con ustedes.

Gracias de nuevo,

Vicenta

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A: Vicenta Lago <vlago@prtc.com>

De: Dr. Alfredo Ríos Vell <drarv@medscapes.com>

Asunto: Adelanto

Fecha: 5 de marzo de 2010 (1:50:48 pm)

Vicenta:

Una copia del expediente médico será muy útil para tu investigación. Sus padres te autorizarán. De nuevo, la paciente se encuentra en nuestra institución por motivo de la persecución del 3 de marzo. Te daré un adelanto.

Los eventos que el vagabundo describió concuerdan con la narración dada por la chica al llegar al hospital durante la primera hospitalización. En esa ocasión la muchacha sufrió alucinaciones en donde vio peces saltando del mar a la costa. En ese periodo de desvarío ella nos contó que se enamoró de un anciano, le solicitó matrimonio y posteriormente huyó de él tras ser rechazada. En sus pesadillas repetitivas, que a veces no podía distinguir de la realidad, viajó por varios lugares imaginarios, Jauja, El Dorado y Shangri-La; los mismos presentados en el manuscrito.

Te envío unos detalles adicionales. Según nuestros expedientes, durante la estadía de la chica en Shangri-La, también conoció al tibetano Shambala. Bajo la tutela de este médico la joven realizó unos mandalas de arena, (me imagino que sabes de estos dibujos circulares, bastante complejos realizados con polvos de varios colores, y que son representaciones de fuerzas reguladoras del universo). Según mi paciente, a la llegada del anciano al templo, ella se escondió. Al visualizar los diseños hechos por ella en el suelo, su perseguidor quedó fascinado. A los pocos minutos una ventisca esparció los granos por el suelo.

Una enfermedad febril se inició en el mendigo. Ante la escasa mejoría del anciano, la mujer partió para evitar presenciar una muerte que, según ella, era inminente. Incluyo en este mensaje los dibujos que mi paciente alega haber elaborado en el mencionado templo de Shangri-La como centros de los mandalas y que reprodujo durante una de las evaluaciones durante su primer ingreso con nosotros.

Alfredo

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(Nota del transcriptor #4)

Algunos allegados invocaron a mi cordura ante la posible publicación de esta información. Me hicieron recordar casos de escritores clandestinos, exiliados o asesinados a causa de arranques de veracidad. No seguí las recomendaciones. Confieso la satisfacción que me ha brindado destapar esta verdad. 

Lista de imágenes:

1. Las Burbujas no. 1, Laurence Demaison, 1998. 

2. Otro no.7 (Ondas), Laurence Demaison, 1998.

3. Mercurio no. 4, Laurence Demaison, 2003.

4. Burbuja no. 2, Laurence Demaison, 1998.

5. Los Otros no.9, Laurence Demaison, 2010.

6. Dibujo suministrado por el autor.

7. Un día sangre no.6, Laurence Demaison, 2006.

8. Los otros 141, Laurence Demaison, 1998.

9. Dibujo suministrado por el autor.

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