El poder, la maldad y el genocidio en la novela de Manuel Martínez Maldonado 'Del color de la muerte'*

“Para salvar a la nación se puede hacer lo que sea necesario”.

“Nosotros manipulamos lo que se sabe y lo que se desconoce”.

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Estas dos citas aparecen hacia el final de la novela El color de la muerte. Me servirán de leit motivpara hacer un comentario sobre este nuevo texto del amigo Manuel Martínez Maldonado. Me alegra compartir esta presentación con la estudiosa de la literatura y reconocida escritora Magali García Ramis quien está más preparada que yo para evaluar los valores literarios de esta novela. Puedo evaluarla como lector y decirles que disfruté leyéndola tanto como la novela anterior, El vuelo del dragón, que el autor también me pidió que presentara a pesar de mis limitados conocimientos literarios.

Como expliqué en aquella ocasión en que presentamos El vuelo del Dragón, conocí a Manuel Martínez Maldonado cuando me llamó para hablarme de esa novela y decirme que había utilizado algunos de mis escritos, particularmente Las memorias de Leahy, para ambientar su relato. En esta también se ha ocupado de meter de refilón al viejo almirante. Sin conocernos teníamos afinidades e intereses comunes. Nos interesa el periodo de los años treinta, la Segunda Guerra Mundial y la transición a la Guerra Fría. También nos gusta el thriller político ambientado en ese periodo.

Además, admiro a la gente interdisciplinaria y polifacética, con capacidad para incursionar en diversos campos y cultivar una creatividad que no se deja encajonar profesionalmente, que disfruta el conocer y el estudiar sobre los más diversos temas. Quizás por eso fue muy fácil que el primer encuentro que tuve con el autor para entregarme el manuscrito de El vuelo del Dragón llevara a otros y a que aflorara una amistad que creo durará bastante tiempo. Manuel Martínez Maldonado no es solamente médico, es un universitario cabal, es poeta, investigador científico e historiador. Le gusta la bohemia, la conversación, el buen comer y cultivar la amistad. Y también es novelista.

En esta obra confluyen al menos tres de sus capacidades. En primer lugar, la acuciosa investigación histórica, que es evidente para cualquiera que haya leído sobre el periodo en que está ubicada la acción de la novela, pero también aspectos más específicos relacionados con la historia de la medicina en Puerto Rico. En segundo lugar, sus conocimientos médicos propiamente, sin los cuales difícilmente hubiera podido describir procedimientos muy especializados, sustancias, condiciones de salud, etcétera. Y, finalmente, su capacidad narrativa para, a partir de eventos y personas reales, construir personajes interesantes como Víctor Caro. Debe haber sido difícil mantener al historiador bajo control para que pudiera expresarse el novelista ya que fue mucha la investigación la que hizo el autor.

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La novela se inicia presentándonos a Cornelius Rhoads, un personaje notorio en la historia de Puerto Rico, para hacer inteligible la carta en que escribió sobre los puertorriqueños, “Ellos son, más allá de cualquier duda, las raza de hombres más sucia, los más vagos, los más degenerados y pillos que han habitado el mundo. Son más bajos y viles que los italianos.” Rhoads deseaba que viniera una “tromba marina que exterminara totalmente la población” y reclamó que él había contribuido a eso matando a varios. Hoy en día su reclamo se llamaría un crimen de odio. No hay duda que esa carta la escribió Rhoads, ya que lo admitió, alegando que era un divertimento inofensivo, una broma. Nos preguntamos cómo se puede bromear sobre el genocidio o el asesinato. Solamente cuando estamos ante la maldad y la crueldad. También es un dato histórico que nunca se investigó su reclamo de haber asesinado varias personas y que a Rhoads, en medio del escándalo que su carta causó, fue sacado de Puerto Rico y protegido por el Instituto Rockefeller para el que trabajaba. Rhoads va a permanecer como una sombra maligna a través de la novela, pero no como un individuo aislado, sino como un agente de un estado que requería su malignidad.

No voy a decir mucho más de la trama de la novela, excepto que abarca los dramáticos acontecimientos que ocurrieron en Puerto Rico durante los años treinta, cuarenta y comienzos de los cincuenta alrededor de la figura de Pedro Albizu Campos y el Nacionalismo, desde la elecciones de 1932 hasta el ataque a Casa Blair. La acción de la novela no se limita a Puerto Rico, abarca también eventos en Nueva York, un desastre con armas químicas en la ciudad de Bari en Italia durante la invasión Aliada (sobre lo cual había escuchado algo pero no conocía la magnitud de este evento real en que estuvo involucrado Winston Churchill) y otros lugares como Panamá que estuvieron vinculados a los eventos en Puerto Rico. El autor ha sido cuidadoso en su investigación de los eventos históricos que le sirven como materia prima para su novela. Muchos de los eventos que narra son verídicos, pero no creo que se deba juzgar a una novela con los criterios de la investigación histórica. Tampoco el lector podrá saber a ciencia cierta dónde termina el evento histórico y comienza la imaginación literaria del autor.

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Quiero referirme en mi comentario a un tema que ocupa un lugar muy prominente en esta novela y la anterior. Se trata de la preocupación del autor sobre la relación que existe entre los requerimientos del poder del estado, lo que en el Renacimiento se le llamó la razón de estado, y la maldad humana. En El vuelo del dragón los dos personajes principales cumplían funciones importantes para los estados o movimientos a los que servían, funciones que siguieron cumpliendo para otros estados ya que su capacidad de crueldad trascendía cualquier convicción política o racionalidad. Ellos ocupaban un espacio delimitado por la razón de estado, por la necesidad del estado de ejercer la fuerza, la violencia en formas no convencionales, asesinar, eliminar a los enemigos, un espacio tan antiguo como el poder mismo. Y no nos referimos al ritual de la guerra como parte de la acción del estado, sino la capacidad de disponer de medios para actuar de forma encubierta para “hacer lo que sea necesario”. La razón de estado tiene que ver con la eficacia del poder y no con la vigencia de normas, como lo sustentó Maquiavelo.

El estado siempre ha cultivado las más diversas formas de matar, torturar, triturar seres humanos, incluyendo a sus propios ciudadanos. No creo que haya que argumentar demasiado este punto. ¿Es el poder en general el que inevitablemente tiene esta faceta destructiva o es el estado nación moderno el que ha perfeccionado el uso de la violencia para imponerse como forma política dominante en todo el mundo? Al fin y al cabo, Max Weber definió al estado como la institución que tenía el “monopolio legítimo de la violencia”.

La filósofa Hannah Arendt es quien más ha explorado este tema en varias obras como Eichmann en Jerusalem y en Los orígenes del totalitarismo, donde formuló el concepto de la banalidad del mal, que probablemente serviría para describir a este personaje de Rhoads que encontraba placer jactándose de su crueldad y luego trivializándola como si se pudiera bromear sobre el genocidio. Para Arendt, Eichmann no fue más que un servidor público que quiso cumplir con sus funciones leal y eficientemente y que respondía a otras instancias, a la jerarquía de poder en el estado al cual servía, sin por eso poder evadir su culpa.

¿Cómo se relaciona este concepto de la razón de estado con la maldad humana? La idea que los intereses del poder pueden justificar cualquier acción requiere de personas que estén dispuestas a llevar a cabo las acciones necesarias. ¿Esas personas actúan como robots sin voluntad propia y por lo tanto sin responsabilidad, o el estado crea las condiciones para que se exprese la maldad humana y atrae a personas como Rhoads o como los asesinos de la novela anterior a su servicio? ¿Hay tal cosa como un sadismo oficialmente sancionado? ¿Podría hablarse de una malignidad del poder, malignidad que va más allá de un estado o circunstancia histórica en particular? ¿No llama la atención que este tipo de experimento o crímenes masivos lo hacían también para aquella época otros estados, Japón en Corea y China, Alemania en Polonia y Rusia y contra los judíos, Rusia bajo Stalin contra su propia población y muchos otros pueblos y hasta los Aliados al bombardear las ciudades alemanas y japonesas?

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Les quiero referir una cita de Juan Ginés de Sepúlveda de 1550 del Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, rebatiendo los remilgos de Fray Bartolomé de las Casas y otros clérigos:

L- ¿Qué derecho, qué ley es la que autoriza para despojar a un pueblo o a un hombre de su libertad o de sus bienes?

D– Una bien obvia, que ponen en ejecución a cada paso los hombres más buenos y justos, porque está apoyada en el derecho natural y en el derecho de gentes; es a saber, que las personas y los bienes de los que hayan sido vencidos en justa guerra pasan a los vencedores… Pero cuando por mandamiento o ley de Dios se persiguen y se quieren castigar en los hombres impíos los pecados o la idolatría, es lícito proceder más severamente con las personas y los bienes de los enemigos que hagan contumaz resistencia.

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Creo que este planteamiento del siglo 16 está relacionado con otro que hizo sobre Puerto Rico a principios de siglo 20, específicamente de 1906, un autor llamado Eugene P. Lyle, Jr. Este era un periodista pro imperialista que estuvo involucrado en negocios en México antes de la Revolución Mexicana. En un artículo titulado "Our Experience in Porto Rico", Lyle se quejaba del "pathetic impracticality" de los nativos. Según él los puertorriqueños eran “tramposos”, " Spigs," (sic), "ladrones de la hacienda pública”, “un pueblo ingrato" de "niños". Para colmo le provocaba horror la mezcla de las razas. Alegó que económicamente Puerto Rico era una carga para Estados Unidos, por lo cual se preguntó para qué servía. Su respuesta fue que su único valor era estratégico y que hubiera sido mejor tener “una isla vacía” en la que no “hubiera isleños”. Sólo le faltó aludir a la tromba marina de Rhoads. Lo cito:

The true answer to the question is that we are getting an island that we need. Our problem would be simple enough, and we ourselves would be much happier, were there no trade at all, which is to say, were there no islanders. We were not yearning to make Porto Rico a training school for Americanization when we took it over. We simply have to have the island for strategic purposes. And, for the same reason, we could not afford to let anybody else have it. Spain had Porto Rico because of the opportunities it gave to exploit the natives. But we, on the other hand, give the natives full value for the strategic advantages that come from the occupation. It is a fair bargain. . .

Es muy difícil no ver en esto un deseo genocida, como si ese fuera el sentido del imperialismo y el racismo, entendido como una forma extrema del poder, en sus últimas consecuencias, en su forma químicamente pura. Creo que Franz Fanon pudo ver este carácter violento del poder imperial por su experiencia en otra isla caribeña.

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Es interesante que Sheridan, uno de los agentes estadounidenses en Del color de la muerte, le atribuyó el fracaso del Nacionalismo a su incapacidad para ejercer la violencia sin contemplaciones, como hacían ellos.

Los nacionalistas perdieron su oportunidad por ser unos tímidos sin preparación para la guerra de verdad. Perdieron y murieron por ser ineptos. Piensa lo que pudieron haber conseguido si no hubieran tenido reparos para, de ser necesario, matar algunos de los suyos de vez en cuando... Los puertorriqueños no son revolucionarios de verdad.

Para este personaje de lo que se trataba era de que sus enemigos se convirtieran en lo que eran ellos, adoptaran la violencia sin reservas morales, entraran plenamente en el torbellino de la violencia colonial.

Quizás por esto es que Gandhi, que conoció de cerca el racismo en África del Sur y el imperialismo británico en la India, vio tantos peligros en usar la violencia para derrocar el orden colonial. La violencia tenía un poder de seducción y de  transformación, como la sortija de Tolkien, y al fin era una vía ineficaz. Cito a Gandhi, “si yo no puedo tener nada que ver con la violencia organizada del gobierno, aún mucho menos tendré que ver con la desorganizada violencia del pueblo. Preferiría que entre ambos me aplastaran”. También señaló que “los medios violentos darán una libertad violenta. Eso será un peligro para el mundo y para la India". No pretendemos resolver este dilema de la violencia en una situación colonial pero es uno de los temas más relevantes de la novela. Fanon pensó que la contra violencia era una especie de epifanía purificadora y Mao sentenció muy brevemente que el poder sale de la boca de un cañón.

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Habiendo hablado del estado como fuente de violencia, quizás valga la pena citar a Freud sobre el tema de la maldad humana en El malestar en la cultura. Ese  escrito expresa la preocupación con una coyuntura histórica en que se habían abierto las compuertas para la expresión catastrófica del Tanatos por la acción represiva del autoritarismo religioso y político. ¿Cómo no pensar en algunos de los personajes de estas dos novelas de Martínez Maldonado al releer estas líneas de Freud sobre el alma humana?

La aceptación del instinto de muerte o de destrucción ha despertado resistencia aun en círculos analíticos; sé que muchos prefieren atribuir todo lo que en el amor parece peligroso y hostil a una bipolaridad primordial inherente a la esencia del amor mismo. Al principio sólo propuse como tanteo las concepciones aquí expuestas; pero en el curso del tiempo se me impusieron con tal fuerza de convicción que ya no puedo pensar de otro modo. Creo que para la teoría de estas concepciones son muchísimo más fructíferas que cualquier otra hipótesis posible, pues nos ofrecen esa simplificación que perseguimos en nuestra labor científica, sin desdeñar o violentar por ello los hechos objetivos.

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Me doy cuenta de que siempre hemos tenido presente en el sadismo y en el masoquismo a las manifestaciones del instinto de destrucción dirigido hacia fuera y hacia dentro, fuertemente amalgamadas con el erotismo; pero ya no logro comprender cómo fue posible que pasáramos por alto la ubicuidad de las tendencias agresivas y destructivas no eróticas dejando de concederles la importancia que merecen en la interpretación de la vida. (Es cierto que el impulso destructivo dirigido hacia dentro escapa generalmente a la percepción cuando no está teñido eróticamente.) Recuerdo mi propia resistencia cuando la idea del instinto de destrucción apareció por vez primera en la literatura psicoanalítica y cuánto tiempo tardé en aceptarla. Mucho menos me sorprende que también otros hayan mostrado idéntica aversión y que aún sigan manifestándola, pues a quienes creen en los cuentos de hadas no les agrada oír mentar la innata inclinación del hombre hacia «lo malo», a la agresión, a la destrucción y con ello también a la crueldad.

En todo lo que sigue adoptaré, pues, el punto de vista de que la tendencia agresiva es una disposición instintiva innata y autónoma del ser humano; además, retomo ahora mi afirmación de que aquélla constituye el mayor obstáculo con que tropieza la cultura.

Freud estaba hablando elípticamente del ascenso del fascismo, la celebración más extrema del poder del estado, de sus símbolos de fuerza, de la idea que todo se puede en nombre de la nación, incluyendo la destrucción de quienes la contaminan racialmente.

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Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, al comentar Heart of Darknessde Joseph Conrad, que quizás deberíamos releer, dice lo siguiente:

Al margen de todo freno social y de toda hipocresía, contra el telón de fondo de la vida nativa, el caballero y el delincuente sintieron no solo la proximidad de hombres que compartían el mismo color de piel, sino el impacto de un mundo de infinitas posibilidades para los delitos cometidos en el espíritu del juego, para combinación de horror y de risa, es decir para la completa realización de su existencia espectral…

El mundo de los salvajes nativos era un escenario perfecto para hombres que habían escapado a la realidad de la civilización.

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Para Arendt el racismo-antisemitismo y el imperialismo son los antecedentes del totalitarismo.

Del color de la muerte nos obliga a reflexionar sobre esa compleja y muy antigua relación entre el poder y la maldad. A preguntarnos si la dinámica imperial creó la oportunidad para personajes como Sheridan, Gillson o Rhoads, o si son excrecencias necesarias de un poder que siempre viene combinado con un deseo de muerte. También nos plantea las complejidades de la respuesta que se le dio a la violencia que ellos representaban, complejidades que quizás encuentran su mayor expresión en el personaje de Víctor Caro.

 Presentación de la novela Del color de la muerte en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 2 de mayo de 2014.

Lista de imágenes:

1. Jack Delano, Una enfermera y un médico inmovilizan a un bebé para hacerle un examen físico, 1942.
2. Portada de la revista Time, dedicada al Dr. Cornelius P. Rhoads, 12 de junio de 1949. 
3. Foto de archivo del Rockefeller Institute for Medical Investigations, 1931.
4. Carta comprometedora en donde Rhoads manifestaba su desprecio a los puertorriqueños y, de paso, alegaba, que había matado varios de ellos e inoculado células cancerosas a otros más, 26 de febrero de 1936.
5. Robert Ehret, Rodriguez General Hospital, Fort Brooke, Puerto Rico, ca. 1949. 
6. Luke Birky, Un médico misionero canadiense contempla a Gurabo desde la montaña, ca. 1950.
7. Wilbur Nachtigall, Una serie de pacientes hacen fila en el Centro Médico de La Cuchilla, Puerto Rico, 1949-1954.
8. Robert Ehret, Procesión funeral en el casco urbano de Río Piedras, ca. 1950.
9. John Lehman, La famosa "ambulancia puertorriqueña": un par de hombre llevan en hamaca a un paciente al hospital, 1950.
10. Robert Ehret, Procesión funeral por las calles del pueblo de Orocovis, ca. 1949. 

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