La Ley del Centésimo Mono… y la poesía

LA LEY

Siempre me ha llamado la atención el famoso experimento realizado en la isla japonesa Kojima, que dio origen a la Ley del Centésimo Mono. Un mono realizó un acto “singular”: lavar una batata en el agua. Se sabe que las “singularidades” son actos fuera de lo normal, no sujetos a las leyes conocidas. Son actos raros, “queer”, la mayor parte de las veces condenados o ignorados por la sociedad. Sin embargo estas singularidades pueden llegar a constituirse en “monstruosidades felices” cuando logran contagiar a los demás y, por lo tanto, generar un proceso evolutivo. Otras veces son “monstruosidades tristes” cuando desaparecen bajo el manto del olvido y no vuelven a repetirse. 

En la isla de Kojima, algunos macacos empezaron a imitar al mono solitario y a lavar sus batatas. La Ley del Centésimo Mono establece que cuando ya el mono número cien ha realizado ese acto, que antes era singular, puede entonces considerarse una norma aceptada y generalizarla a todos los monos. Eso ocurrió en Kojima: ahora todos los macacos lavan sus batatas en el agua antes de comérselos. Pero, ¿qué pasa si estos actos no tienen dirección ni control? Se expanden ciegamente en una especie de cáncer incontrolable. Una cosa es derrocar gobiernos, y otra es ver qué se hace después y cómo. Por ejemplo, en la película Buscando a Nemo, los pececitos que ayudaron a liberar a Nemo encontraron su propia libertad después, pero al llegar al mar se preguntaron: “¿Y ahora… qué?”. (A veces tengo esa rara sensación después de leer a un gran poeta).

Después del primer triunfo de la revolución mexicana y después de varios caudillos, uno de ellos primó y estableció por décadas un estado dirigido por un solo partido. De modo diferente, en Rusia el llamado por Lenin “partido de nuevo tipo” estableció una cierta “dictadura del proletariado” que después se personalizó en un culto a Stalin, como ocurrió en China con Mao. En muchas otras partes, estos movimientos fueron saboteados por su propia desesperación o ceguera, y acabaron por ser derrotados, dando origen a dictaduras reaccionarias y fascistas, como en Alemania, España y otros tristes lugares de la Tierra, como es bien conocido por nosotros. Puede desearse que China, después de los avatares de Mao, haya realmente asumido la posición pragmática de un Deng-Tsiao-Ping: “No importa si el gato es negro o blanco con tal que cace ratones”. No obstante, esto solo fue posible después de que la muerte de Mao estuvo a punto de transformar China en una dictadura de cuatro pandilleros o un estado militar sin más ideología que la fuerza.

Alguna vez pensamos que otra conocida ley, la Ley de la Transformación de la Cantidad en Cualidad, iba a ser suficiente dogma como para esperar con optimismo ese salto revolucionario que nos llevaría hacia una sociedad más justa. Pero ya sabemos que aunque la cantidad se transforme puede que solo se llegue simplemente a… más cantidad… o, peor, que la llamada “cualidad” sea o devenga de algún dictador megalómano que se eternice en el poder mediante el terrorismo de estado. Quizás la solución consista en poner atención a donde haya un mono lavando batatas, y empezar a imitarlo; así, si llegamos al mono centésimo estaremos de camino a la salvación.

LA POESÍA

En cierta ocasión, cuando era profesor en Ohio State University, el nuevo decano fue a visitar nuestro Departamento de “Español” y Portugués, y, entre otros disgustos, nos notificó que los contribuyentes de ese estado no veían con buenos ojos que se gastara el dinero en fruslerías como “analizar poesía”. Yo guardé silencio porque nadie puede ponerse a discutir con el centésimo mono, pero escribí una carta indicando todas las ventajas económicas que trae analizar poesía como: ayudar a discernir el fárrago de disparates en que, como dijo Mallarmé, la tribu convierte el lenguaje; y enseñar a los habitantes de Ohio a distinguir acepciones de connotaciones, virtualidades, ambivalencias, multivalencias y esa enorme riqueza expresiva que hemos heredado de los constructores de la Torre de Babel. Además, añadí, enseña a conocer en detalle y en forma precisa otros idiomas, y, por ende, traducir, en caso de que se estime de interés público aprender otras lenguas más allá del idiolecto de los Buckeyes.

También sirve a la sociedad en cuanto ayuda a congregar grupos humanos interesados en las letras o que sueñan con ser poetas: título que tiene la ventaja de no ser ofrecido por ninguna institución. Promueve el uso de la imaginación en cerebros apagados por el tubo y la prensa. Ayuda a que las letras del “rocanrol”, favoritos de las juventudes actuales, sean más inteligentes que “I love you, baby… you make me crazy”. Y proporciona material para enriquecer nuevas formas de expresión popular como el rap, y otros géneros musicales de nuestra era que producen muchos ingresos al estado en forma de sustanciosos impuestos. Que en ciertos casos un poema provoque un efecto afrodisíaco más eficaz que el Viagra, no creí conveniente mencionarlo en un estado americano famoso por la inocencia y pundonor de sus juventudes.

Lamentablemente creo que en este esfuerzo de educación no logramos llegar más allá del décimo mono.

MOMENTOS DE SINGULARIDAD

En todos los países hay momentos singulares que, repetidos cien veces, se convierten en moneda común. Lo interesante es cuando sucede algo que nunca antes había ocurrido, algo no sujeto a la Ley de los Cien Monos, que se convierte en pequeños estallidos de nueva poesía, big bangs en el entramado de las palabras. Tanto a nivel nacional como global, estos momentos llegan a ser fácilmente reconocibles, aunque no en un principio. Por ejemplo, escribir sin someterse a las leyes comúnmente aceptadas es justamente lo que hacen los poetas que no escriben para monos comunes o por compromiso (y aquí no me refiero al compromiso existencial propuesto por Sartre), sino que de pronto deciden lavar, no la batata, el lenguaje que han heredado y leído en abundancia. 

En Puerto Rico, como en otros lugares, estos quiebres periódicos están ya bastante estudiados, constituidos por los o las poetas que se veneran o, por lo menos, recuerdan como notorios: Palés Matos, Julia de Burgos y, saltándonos un largo trecho, Hugo Margenat, José Luis Vega, José María Lima, Hjalmar Flax, Anamaría Dávila (de Animal fiero y tierno), entre otros(as). Hay muchos que nos conmueven por su compromiso con ciertas causas políticas o morales. Hay una clara singularidad que cada vez es más aceptada y es la de los poetas de orientación LGBT —como Daniel Torres, Lilliana Ramos-Collado o Manuel Ramos Otero—, antes ominosamente condenados (pese a incluir a grandes poetas en el curso de la historia), pero ahora aceptados, no como materia de comedia, sino con legítimo orden de existencia. Incluso los frecuentemente citados versos de Manuel Ramos Otero (“…de alas, ¿para quién? ¿de machos necios que acusáis al maricón sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis?”) no son una ocurrencia ingeniosa, sino que forman parte del doloroso epílogo de El libro de la muerte (1985).

No todos los quiebres poéticos dejan huella, quizás porque su singularidad resulta temporal o espacialmente inoportuna —como la de Yván Silén, Luzma Umpierre o Gianina Braschi, cuyo tiempo puede todavía no haber llegado— o por razones puramente de envidia o de emplazamientos a la persona y no a sus escritos. El caso de Che Meléndez es distinto: su singularidad consiste principalmente en el uso de la tipografía fonética. Es más difícil reconocer las singularidades que pudieran dejar auténticos rastros tras sí, las que generan nuevas formas de lenguaje poético, las que “quedarán”… Naturalmente hay que recurrir a la experiencia personal, a la fortuna y, claro está, al gusto. 

Hay esfuerzos que generan el placer de un día y otros que nos acompañan diariamente en nuestro velador o escritorio. Cerca mío reposan libros donde veo singularidades que evolucionan claramente hacia la cantidad estadísticamente requerida, por ejemplo, lo que va desde El día del polen, Pachamama hasta El viaje de los besos de Etnairis Rivera; desde El libro del agua hasta El libro del aire, de Yvonne Ochart; desde Llama del agua hasta Perseguido por la luz, de Ángel Darío Carrero; desde El retorno del ojo pródigo hasta Instrumentario y Elegía Franca, de Rafael Acevedo. Hay quienes están continuamente perfeccionando su lenguaje y logrando un claro reconocimiento como Noel Luna, Aurea María Sotomayor y otros(as), y muchos que trabajan seriamente en su proyecto personal.

Una forma objetiva de atreverse a prejuzgar (si fuese realmente necesario y posible) sería averiguar cuáles son los libros que se publican, los que se presentan, los que se venden y, sobre todo, los que se leen, pero depender de los lectores para este propósito es materia de debate. Un amigo muy sabio y buen lector optaba en sus lecturas poéticas exclusivamente por las celebridades y, en ciertos casos, los amigos: por un lado, aquellos que han superado la cuota de los cien monos, o, por el otro, aquellos que expresan su consustancialidad íntima con nosotros… por decirlo así, de mono a mono.

Lista de referencias:

Ramos Otero, M. (1985.). El libro de la muerte. Río Piedras: Editorial Cultural.

Lista de imágenes:

1) Sandra Paz, La Ley del Centésimo Mono, 2010.
2) 2011-2015 awesomemcnugget.
3) HubPages.
4) George Grosz, The Poet Max Herrmann-Neisse, 1927.

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