"¿Y esto es México? Para mí se ve como más Texas".
-The Wild Bunch, Sam Peckinpah
Superposición de estructuras:
Aunque todavía estamos en Texas, me parece que ya ha empezado México.
Y es que hay una simple repetición de espacios que ya no obedece a un diseño original. La llanura semidesértica ya no está sujeta a los límites exigidos por los estándares del norte. Estos límites están esparcidos, echados allí, pero no conciernen a este paisaje ni a su infraestructura; marcan hitos, señales, como del paso de una horda de inútiles abstracciones. Por eso el esquema cultural estadounidense no se sostiene en estos parajes; podría ser borrado de un solo golpe con el soplo de un huracán y nadie se daría cuenta.
Lo que hay por aquí de Estados Unidos se torna invisible, o se convierte en moneda impersonal que cualquiera puede utilizar sin obtener más que recompensas materiales. Sus formas sólo pueden constituirse sobre el vacío; en cambio, las mexicanas necesitan de la nada. La nada, como explica Octavio Paz, es lo dialécticamente opuesto al ser. En cambio lo opuesto al vacío es lo relleno, es decir, algo puramente cuantitativo, algo que carece de sustancia; en cambio, la nada sí la tiene en cuanto es conciencia de lo que no se tiene y por ello aspira, imagina, sueña; es decir, es un concepto cualitativo. Sin embargo, Hispanoamérica, marginal y asimétrica, termina siendo subsumida por aquella otra cultura triunfadora, diversa, moderna, desintegradora, y que apenas se siente a gusto en su montura inglesa.
Desaparición de las superestructuras:
La superestructura de Estados Unidos va disgregándose en forma brusca y artificial (la frontera). Lo que queda es la perplejidad de un desierto donde la repentina aparición de una ciudad no cambia su esencial desolación, porque es vacío construido sobre vacíos. Es natural que esta desolación se produzca tan cerca del arrogante imperio material. Porque... de este modo el vacío contiene y reprime los desbordes de la aventura y la imaginación. Lo que queda de este combate no es superestructura sino materia informe que se sujeta a nuevos órdenes concebidos sin tiempo, remanencias de proyectos que jamás tuvieron peso. Irónicamente, es aquí donde Estados Unidos llega al apogeo de su miseria al negarse a través de la arrogante reafirmación de sí misma en exagerada sobrestima. Y más allá de Matamoros, en el corazón de la Nueva España, la nada se establece, aunque aún sin superestructuras que emanen de ella. Porque lo que queda por aquellos parajes del rico mundo indígena es ruina y abrojos, más una que otra remanencia para interés de turistas e historiadores.
El contexto nidal:
El individuo humano amplía su contexto a medida que crece. Se calcula que su contexto aldeano se debería superar entre los quince y dieciocho años. Si perdura como el único, puede decirse que el hombre ha labrado su propia lápida de antemano. Las aldeas, así como las regiones y las naciones, son cárceles de lo humano.
Si el habitante de Estados Unidos vive en un contexto aldeano, goza de la ventaja de que su contexto se desplaza; es decir, hay otros contextos semejantes que se multiplican idénticos a sí mismos y los va reconociendo por todo lugar. Este hombre cruza los espacios como los monos el aire: de rama en rama, iguales las unas a las otras. En cambio, si el latinoamericano escapa a su contexto, llega a contextos diferentes; se exilia; ocurren cambios decisivos: cambia el dialecto, el léxico, los nombres de las comidas, y, si no los nombres, las comidas mismas; en suma, todo lo que constituye ritual diario. Para el latinoamericano, el viaje es una aventura fuera del nido. Para el habitante de Estados Unidos es una simple traslación de un contexto a otro semejante a su nido. Si no lo encuentra, se ofende sofocado en una atmósfera que desconoce. Por eso necesita de la globalización, la “americanización” del mundo.
Algunas preguntas:
¿Qué puede hacerse con los contextos aldeanos hispanos? ¿El traslado a la gran ciudad? Las ciudades son, como llamó Lucio Vicente López a Buenos Aires (La gran aldea, 1884), grandes aldeas que a lo más guardan sorpresas cuando se nutren de afuera y gozan de la comunicación con otros contextos. ¿Es la solución la uniformidad de los contextos, como en Estados Unidos: su repetición al modo de espejos? ¿Qué contexto aldeano se escogería para su repetición? ¿O se terminaría también en un estándar de definiciones mínimas? La mayoría de los contextos que he conocido hasta ahora son decepcionantes, dominados por una pobreza vital denigrante. ¡En un sentido estricto, no habría dónde vivir!
Proposición:
¿Preparación de un modelo utópico de contexto? Ya lo ensayaron los primeros colonizadores hispanos. Para volver a ensayar, el que mejor convendría a los latinoamericanos debe tener un centro de reunión (una plaza), una iglesia, un mercado, muchas guitarras, ambiente amable y promiscuo, y así llegamos otra vez a la gran aldea. No es broma. Estamos, en verdad, comparándonos con un país como Estados Unidos que ha mal heredado la civilización burguesa europea–occidental, que en el fondo es una prolongación carnavalesca de lo europeo, su verdadera parodia, muy lejos de ser una utopía y un “American dream” para muy pocos. Hispanoamérica sufre de ser entre residual y frustradamente original. Hasta ahora su pensamiento sólo tiene la validez de un programa de lucha.
El mundo de los límites:
La superposición de estructuras se da sobre todo en el mundo de las fronteras, los confines. Allí, en la convivencia de lo diverso es posible apreciar qué valores son llamados a sobrevivir. Sobrevive lo que participa, aunque negativamente, del ser. Muere lo que se yergue fantasmalmente sobre el vacío.
Allí lo diverso convive como yuxtaposición, complementación o tensión dialéctica. Si es por yuxtaposición, la convivencia es irrelevante, casual, accesoria, efímera. La relación no es estructurante. No existe. Si es por complementación, la convivencia se reduce a lo pragmático, a la mutua conveniencia y los servicios recíprocos. Si es por tensión dialéctica, la convivencia es estructurante pero dolorosa a la vez que relevante y sustancial: espíritu aposentado en el flujo de lo existente, como diríamos después de releer a Neruda, Gorostiza o Gelman o novelas como Al filo del agua, de Agustín Yáñez.
Silencio:
Lo trágico es cuando un pueblo se somete o reposa en su silencio, echado en llanuras inmensas, tierras de olvido o precarias islas. Es allí botón de nada. Pienso en el Lorenzo Barquero de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, en Hijo de ladrón de Manuel Rojas o El topo, la película de Alejandro Jodorowsky. No hay preanuncio de forma. Es un desierto donde ni siquiera el espejismo consuela el alma.
Despertar:
Sólo se puede cambiar esta situación rechazando ambos órdenes u hordas culturales, y estableciendo un imperio de pureza, la inocencia de los primeros días visible en nuestras tierras latinoamericanos a través de sus mujeres, sus indígenas, sus seres marginados. Ya lo previó Alejo Carpentier en el personaje Rosario de Los pasos perdidos; lo encarna mágicamente Catalina en Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos; se descubre en las islas del sur en el aborigen fueguino que rechaza Londres para volver a vivir en el frío austral en la novela de Benjamín Subercaseaux, Jemmy Button, así como en varias narraciones de Luis Sepúlveda; en todos los personajes de Los siete locos, de Robert Arlt; en el inolvidable beso salvador de Nélida en Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares; en el drama del mestizo en El chulla Romero y Flores, de Jorge Icaza; en los padecimientos del Pobre negro, de Rómulo Gallegos; en la vitalidad homo-erótica de Manuela en El lugar sin límites, de José Donoso.
Poco a poco van despertando en la conciencia colectiva seres rebeldes en todos los niveles de la sociedad que anuncian lo que vendrá, inquietud que incluso llega a estremecer las cómodas clases privilegiadas de nuestros países como se ve en la angustiosa inconformidad de Ana en La casa del ángel, de Beatriz Guido, o en el agobio de seres prisioneros en sus ciudades como en El mal metafísico, de Manuel Gálvez (Buenos Aires), Lima la horrible (el ensayo de Sebastián Salazar Bondy), Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante (La Habana) o Simone, de Eduardo Lalo (San Juan).
Y este despertar no puede sino provenir de lo que somos, aunque esto implique momentáneamente separarse de todos los mundos corruptos existentes y empezar a construir desde la nada de los solitarios.
Lista de imágenes:
1. El Paso, Texas, Postal, circa 1916.
2. Cactus the Flower of the Desert, Texas, Postal, circa 1911.
3. International Boundary Commission, Morris Peters Co.'s Map of Brownsville, Texas and Matamoros, 1910.
4. International bridge between Brownsville and Matamoros, Mexico, Postal, circa 1915.
5. Traveling America, Postal, circa 1981.
6. Zócalo, México DF, Postal, circa 1988.
7. Caracas, Postal, circa 1940.
8. La Habana, Postal, circa 1945.
9. Afiche de la exhibición "Postales de América", del Museo Paillet, en Buenos Aires, 2012.