El religioso presente de los gitanos

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Durante toda mi vida me ha fascinado el mundo gitano, aunque esencialmente como figura literaria, musical, pictórica o cinematográfica. Los gitanos que traté en Chile no tenían nada que ver con la idealización ni la estigmatización de su representación artística. Por eso me ha alegrado leer el libro de Lou Charnon-Deutsch:[1] de manera muy erudita y confiable analiza todo lo que se ha escrito y dicho sobre los Romani. Y algo que logré aclarar leyéndolo es que lo que se ha escrito suele ser apresurado o prejuiciado, o no toma en cuenta la diversidad que existe entre ellos.

Por ejemplo, la ausencia de religiosidad que se les atribuye sólo es válida si pensamos en templos o ídolos, vaticanos, alhambras o sinagogas. Se afirma que adoptan la religión de los lugares donde están pero esto no cuadra mucho con su condición trashumante.[2] Cambiar de religión cada vez que cruzan una frontera es difícil.[3] Yan Joors[4], que vivió parte de su infancia entre gitanos, documenta esa falta de asimilación religiosa en el uso superficial de la hagiografía católica (la Macarena, etc.)[5]

Mi experiencia con los Romani es otra. Observándolos cuando adolescente desde la ventana superior de mi casa frente a la cual había entonces un sitio baldío donde solían armar sus carpas, vi el modo “religioso” muy particular cuando se juntaban alrededor de una fogata conversando en silencio y variando entonaciones como si rezaran o cantaran y no existiera pasado ni futuro, sólo el calor de esa solidaridad. No hay que escuchar “El amor brujo” de Manuel de Falla para darse cuenta de la importancia que el fuego tiene para ellos. Es más su hogar que la carpa, aunque tenga su lado destructor.

 

En cierta ocasión en que mi ciudad era azotada por un fuerte temporal sus carpas cayeron estrepitosamente al suelo en plena noche. Se formó una gran algarabía que para nosotros, protegidos por paredes y techo, nos pareció chistosa. Un gitano, quizás el rey, se atrevió a tocar el timbre nuestro para pedir con mucha caballerosidad que le prestásemos el teléfono para solicitar ayuda.

Mi madre, al mismo tiempo que vigilaba que no robara nada, le comentó algo sobre lo terrible que estaba el viento; pero el gitano le respondió que no se preocupara, que el viento era sólo un amigo que se había enfadado. El lado ominoso, sin embargo, puede apreciarse en “Preciosa y el aire” del “Romancero gitano” de García Lorca: “Preciosa tira el pandero / y corre sin detenerse. / El viento-hombrón la persigue / con una espada caliente”. A diferencia de las religiones primitivas, ellos no hacen nada por aplacarlo, no hay rituales de adulación ni sacrificios.

Jamás vi a los gitanos verse la suerte entre ellos. Éramos nosotros los crédulos y supersticiosos. Pedían limosna y si no le daban solían maldecir.  Una vez que andaba con mi novia por una calle, una de ellas me solicitó dinero y como no le diera me maldijo: “¡Que esta noche no se te pare!”. Ellos saben que los gadji (los no-gitanos) son supersticiosos y esas maldiciones les afectan, las ven como terribles y duraderas, y así se mofan de ellos.

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Lo mismo ocurre con la luna. En la tradición gitana andaluza, al descender a tierra en el horizonte, se lleva los niños. La palidez de los angelitos, sus cuerpos inertes, son producto de la radiación lunar que, no obstante, protege a los Romani de la oscuridad nocturna. Tal como el fuego y el viento, la luna y la noche, si bien esconde al gitano de la Guardia Civil, la policía (o la SS), tiene su lado nefasto. Los elementos se confabulan para protegerlos, pero también matarlos.

Nunca vi frente a mi casa a un gitano solitario. Desde las parejas de mujeres que salen a ver la suerte hasta la promiscuidad alegre del grupo, la “fraternidad” se da muy profundamente en ese espíritu tribal de grandes familias vinculadas unas a otras, no sólo cuando celebran un reencuentro o una reconciliación, sino cuando discuten o pelean. Eso los hace felices, aunque sospecho que esa felicidad tiene que ver con sus padecimientos previos. Esa “religiosa” fraternidad entre los gitanos tiene su lado negativo como cuando corre la sangre, pero eso yo nunca lo vi o no me dejaron verlo.

Lo que más parece proteger a los gitanos que he conocido es el olvido. No hay más que un presente que se asume sin cargas pretéritas ni proyectos existenciales. No tienen paraíso perdido ni tierra prometida.[6] Parafraseando a Borges, es como vivir en el recodo de un río: no se ve más allá de las dos vueltas del río. Esto general una religión de la inmanencia en que sólo existen las personas que nos rodean.

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Desde “La gitanilla” de Cervantes, pasando por Esmeralda en “Notre Dame de París” y especialmente en la Pura en “El embrujo de Sevilla” de Carlos Reyles, la danza es descrita como un éxtasis de locura. Pero yo nunca tuve la suerte de verlos bailar entre ellos ni menos así, y tengo la impresión de que es más bien un espectáculo para los gadji. La primera vez que presencié un “auténtico” baile calé fue en un show del Sacromonte en Granada, y a veces me pareció que ellos se divertían más viéndonos a nosotros. 

Isabel Fonseca destaca la reciente rebusca de identidad Romani en algunos gitanos reapropiándose de la mitología hindú. En general, el papel de la danza en muchas religiones de la India es una forma de devoción religiosa. Esa exuberancia y colorido puede verse en cualquiera de las películas de Bollywood y ya parece seguro que los gitanos realmente salieron del Punjab, al Norte de la India y Pakistán desde donde trajeron una mitología hindú, como la diosa Kali, de la que ya hace siglos se olvidaron.

Entre los gitanos que conocí más que baile religioso había zangoloteo y cháchara. El baile como la música parecía ser más bien un espectáculo para los gadji, desde los violines húngaros hasta la guitarra andaluza, y que les reportaba dinero y admiración. Hay un jazz gitano (el gypsy jazz) con guitarras, violín, contrabajo y, a veces, acordeón, en el cual se ha destacado uno de los mejores exponentes del jazz mundial, Django Reinhardt, nacido en una comunidad Roma en Bélgica, pero cuyo público es sobre todo internacional.

Los gitanos andaluces bailan flamenco para españoles y turistas; para ellos es el cante jondo… y generalmente sentados. El flamenco se ha podido imitar hasta en Japón, pero el cante jondo dudo que se halle en otros lugares. El cante jondo no sigue escalas melódicas, sino las simples tonalidades y timbres de la voz humana acompañada de guitarra y de ruidos que emanan del interior de sus cuerpos (las castañuelas, panderetas o chasquidos de dedos o golpes en los muslos son más bien del flamenco).

Para García Lorca, el cante jondo es como el canto de los pájaros desplegado en palabras. Es ahí donde puede sentirse la tristeza Romani. Esma Redzepova, gitana de Macedonia (Skopje es una de las ciudades donde hay más concentración de Romas en el mundo), usa esos tonos cuando canta en “Szelem szelem”[7] la tragedia de los más de doscientos mil gitanos asesinados por los nazis.

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Para sobrevivir, los gitanos dependen de los gustos y miedos de los blancos. Usan su aspecto desordenado y hasta su mal olor, pero gozan entreteniéndolos. Entre los más famosos se destaca Charles Chaplin, nacido en un campamento gitano en las afueras de Londres. Como muchos, ocultó su origen. Famosos futbolistas como Jesús Navas, Andrea Pirlo, Zlatan Ibrahimovic nunca han comentado (que yo sepa) su identidad Romani, y con razón. En muchos estadios de España solían “insultar” a nuestro gran Iván Zamorano gritándole “gitano” que no lo era pero lo parecía. Saliendo de las cuevas y de las carpas, se transfiguran en espectáculo. Si los gadji se quejan de su suciedad, ellos se ensucian más a propósito. Quienes se han atrevido a visitar sus cuevas las han visto razonablemente ordenadas y pulcras.

Un gitano que se “convirtió” a la iglesia de mi padre cuando yo era niño fue el rey bufo de varios campamentos. Nos hicimos amigos, pero creo no haberlo conocido realmente porque se presentaba a nosotros como espectáculo. Era, a su manera, trashumante: vivía entre Coleral y Confluencia (a dos horas de Concepción por el tren de la costa), era miembro de la iglesia en Tomé (a una) y asistía casi todas las semanas al culto en Concepción.

De pronto desapareció y sólo supimos de él que lo habían visto en Santiago feliz de la vida. De igual modo, un gitano de familia circense y de apellido Magnífico se apareció muy devoto a una iglesia en San Juan, pero después de un año desapareció dejando atrás varias deudas de dinero y sin pagar la renta. Pero era amigable y conversador, siempre de buen humor y bueno para contar chistes. Todos lo querían mucho y tienen buenos recuerdos suyos.

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Yo diría que en su mayoría viven a la intemperie; cuando tienen casas toda actividad es en el patio; no se sienten cómodos en ningún lugar, incluso cuando transforman el carromato y los caballos en camiones o Cadillacs. Su religiosidad tiene que ver con lo que se presencia, con lo que se vive o se toca. El “ser siempre ahora”. Lo único invisible con lo que parecen tener trato son fantasmas o espíritus, sobre todo las gitanas ancianas, pero no lo más religioso de ellos ni hacen nada por exorcizarlos. 

Aunque generalmente prefieren el anonimato, las Naciones Unidas en 1979 reconoció a cierta Unión Internacional Romani como representativa de un grupo étnico legítimo; pero no sé si muchos gitanos se han enterado.

Dicen que son ladrones, pero eso no es exactamente verdad. El mundo les pertenece y cogen lo que necesitan sin preguntarse si es propiedad de alguien. Como dice Proudhon, es la propiedad la que es un robo. Un dicho común entre ellos citado por Isabel Fonseca es: ‘de los judíos es el dinero; de nosotros, las papas”. Su espacio es el mundo, y su peor enemigo, las fuerzas policiales o represivas. Mi impresión es que no se sienten marginados; los marginados somos nosotros.

Jan Yoors, un holandés de 12 años que se fue a vivir con los gitanos cuenta una pintoresca y reveladora historia. Viajaban en tren hacia París. El vagón estaba repleto e iban de pie excepto por una gitanita de no más de 10 años que de pronto empezó a rascarse por todo el cuerpo, incluso debajo de la ropa. Los que iban sentados junto a ella la miraron con furia y se alejaron abandonando sus asientos. Jan y los otros se sentaron y, sin comentarios, ella dejó de rascarse. Ese asiento, por supuesto, les pertenecía.

Notas:

[1] Lou Charnon-Deutsch, The Spanish Gypsy: The History of an European Obsession(Penn State University Press: 2004).

[2] Burt MacDowell et al, Gypsies: Wanderers of the World (National Geographic Society: 1970).

[3] Ver, por ejemplo, David M.Crowe, A History of the Gypsies of Eastern Europe and Russia (Palgrave/Macmillan, 2007).

[4] Jan Yoors, The Gypsies (Waveland Press: 1987).

[5] Jan Yoors, The Gypsies of Spain (Nueva York: Macmillan, 1974).

[6] Isabel Fonseca, Bury Me Standing: The Gypsies and their Journey (Nueva York: Knoff, 1995).

[7] Hay una extraordinaria película en que ella es parte de una caravana musical con un grupo de gitanos de todo el mundo, When the Road Bends: Gypsy Caravan (2006) “Szelem Szelem” se escucha en el momento climático de “El gadji loco” (1997).

Lista de imágenes:

1. Romaníes españoles, Yevgraf Sorokin, 1853.
2. Gitana, Esperanza Gaindo, 1999.
3. Bailaora, Francisco Rodríguez San Clement (1861-1956).
4. Familia gitana, Joan Martí Aragonès, 1970.
5. El gitano, Laura Knight, 1939.