Singularidades sacrificables y singularidades felices

"No soy el centro del universo. Es al revés".
(Hjalmar Flax)

Lo que afirma el Mishna sobre los seres humanos es alentador a la vez que inquietante: “quienquiera que destruye una simple alma individual, es como si destruyera todo un mundo, y quienquiera que lo preservare es como si salvara a todo el mundo”. Es un claro postulado acerca del carácter único de cada individuo. Por eso es terrible que en el Talmud se interpreten ciertos pasajes de la Torah aseverando que, siendo la muerte nuestra principal forma de destrucción, hay otras formas reales de muerte como la pobreza, la ceguera, enfermedades como la lepra y (tradición judía) la falta de descendencia.[1] Sartre en su novela La muerte en el alma narra la destrucción espiritual del protagonista durante la guerra. Yo añadiría el exilio, como en El paria de las islas, de Joseph Conrad.

Nuestra singularidad, nuestra vigencia como individuos es prescindible; puede ser fácilmente descartada como innecesaria para el universo sea que lo veamos como un cuerpo ordenado o como un caos. En el primer caso, se convierte en un engranaje más de la maquinaria, como se plantea centralmente en Los siete locos, de Roberto Arlt. En el segundo, se vive inmerso en una “desordenada sucesión de eventos”, un simple destello perdido en un flujo sin sentido. El “principio de individuación” según Aristóteles renunciaría a entender lo singular en cuanto su identidad se da en su forma, lo cual reduce lo singular a lo particular (a su especie).[2]

No podemos culpar a quienes busquen con desesperación algo sustancial a qué aferrarse; algo que nos pueda conferir un grado de sacralidad y sentido. La eucaristía de las Iglesias cristianas litúrgicas proporciona un linaje salvador con Jesús y, a través de él, con su padre eterno. Pero para eso hay que tener fe en que ello es así y, además, cumplir con una apreciable cantidad de condiciones.  En las iglesias que no siguen la liturgia romana es mucho más sencillo.

Podemos pensar que vivimos en una suerte de enjambre temporal-espacial (el “time-binding” que nos distingue de los animales según Alfred Korzybski);[3] pero cuando Mara Negrón afirma que “de la animalidad no hay salida”,[4] está dejando al descubierto la banalidad de este entramado existencial.

También podemos sumergirnos en nuestro propio ser singular. De acuerdo a Schopenhauer,[5] sólo la suspensión de todo tiempo real hace posible este acto de singular arrogancia.

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¿Qué queda entonces? ¿Esconderse? ¿Hacerse eremita? O salir de nuestra miserable monada existencial y pasearnos por esa idolátrica multiplicidad de lugares que nos tientan con su apariencia de sacralidad: un espléndido jardín diseñado de acuerdo a las reglas del feng shui; esos “lugares altos” que sugieren la cercanía del cielo; la “infinita” vastedad del océano; el canto de los pájaros: la sonrisa de un hermoso rostro que es como el comienzo del amor. El mundo está lleno de bellas y saludables tentaciones. Es la seducción de la inmanencia y podemos quedarnos presos de su dulce cautividad. En Estonia, la admirable organización llamada Maavalla Koda ha tenido como principal objeto cuidar de todos aquellos sitios que consideran sagrados en su país. En Puerto Rico tenemos muchísimos además del Yunque y el Parque Ceremonial de Utuado.

Sin embargo, estos paraísos en la tierra, aunque maravillosos, están sujetos a todos los cambios que el espacio-tiempo trae consigo. La placidez desaparece con un huracán, un terremoto o cualquier otra catástrofe. Ningún paraíso, ningún encierro entre muros es eterno.

La gran aventura de la religión y la poesía sería conectar lo singular con lo universal, una postura no-aristotélica en que lo individual se acoge al amparo de lo universal sin someterse a la mediación de ninguna particular burbuja. Es la experiencia de Abraham y Moisés: escuchar a Yaweh; pero también la de poetas como Neruda, especialmente en el Canto general y las Odas elementales, donde lo singular va siempre atado a una dimensión cósmica.[6] El tono trágico de César Vallejo se debe a que ese lazo se ha roto.[7]

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La total ruptura con lo universal puede darse en la soledad del calabozo, la tortura, la muerte, la enfermedad, es decir, formas extremas de la negación del ser humano.[8] Una espantosa vivencia de la nada puede encontrarse en ese dramático testimonio de Oscar Wilde, De profundis, que presenta como ningún otro texto que yo haya leído la soledad del homosexualEntonces no parece haber otra salida que la incorporación del individuo a una suerte de comunidad futura que en nuestro presente se encuentra sólo en potencia a la manera del dogma judío del “mundo por venir” y que no debe confundirse con el sentido cristiano de la esperanza.

Pero esta salvación en la comunidad nos merece dudas porque el individuo tiene a disolverse en ella. Un caso extremo es el del mundo de las hormigas y las termitas: total inmersión. Nadie ha visto a dos hormigas deteniéndose a platicar o saludarse. Las termitas no tienen bares ni van a iglesias. Las abejas no salen a pasear por los campos a visitar a sus vecinas.

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Los individuos en soledad son por excelencia los más débiles de la tierra. Y resulta paradojal que justamente de esa fragilidad pueda resurgir el ser humano como el ave fénix de las cenizas o como emerge Jesucristo del silencio de su sepulcro. Aquí cabe apelar al sentido actual de la palabra “singularidad”: un espacio-tiempo inconmensurable hasta el orden de lo infinito. Nuestra subjetividad puede desbordar todo límite impuesto por su temporalidad como se lee en los cantos ya mencionados de Neruda.  Cuando Stephen Hawkins nos describe los “agujeros negros” en el cosmos, postula que todo es devorado por la gravedad y todo cálculo es imposible; pero el tiempo lo ha llevado a concluir que también hay un fenómeno de rebote. Los agujeros negros a la vez que atrapan materia, la expelen. Son a la vez fin y comienzo. Nuestra singularidad se defiende a sí misma situándose en el momento justo de la creación (el big bang o el fiat lux), es decir, la singularidad por excelencia.[9] Es como si hubiéramos sido transferidos al fin o al comienzo del espacio-tiempo. Nos convertimos en un paréntesis creador, una pausa antes de la fundación. 

El caso es que, al lado de 
(a) singularidades sacrificables, en el sentido que explica Agamben (homo sacer), hay 
(b) singularidades felices, en la forma que se puede observar en los versos de la madurez poética de Neruda, Orozco, Paz o Borges.
Y esto equivale a vivir una cultura de resurrección. Lo divino se ha hecho disponible para nosotros; ha descendido de las nubes y reside en el corazón y las mentes de los individuos. Las singularidades (que somos o podemos ser) ya emergen de sus mausoleos, sepulcros o closets. Es el éxtasis del solitario (aunque nunca estemos realmente solos como dice Alejandro Jodorowsky:[10] vivimos rodeados de mucha gente).

La universalidad tiene su punto de partida en el individuo mismo y lo único que tenemos que hacer es no entregarnos al placer de lo gregario ni a la comodidad de algún grupo en particular. La lealtad a nuestras “raíces” puede ser a veces un apoyo existencial siempre que las tengamos y no impidan que lo universal se manifieste en nosotros. 

Al apercibir el abismo que es nuestro yo, tenemos por delante muchas opciones, pero todas ellas fluctúan entre dos extremos radicales: 
(1) esforzarnos por alcanzar un estado de nirvana, una total supresión de toda creencia y toda fe a la manera como lo predica el maestro budista Osho,[11] o buscar un adanismo existencial como en Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, 
(2) someternos a un ser supremo (Islam) o aceptar la presencia en nosotros de un Espíritu Santo como explica el apóstol Pablo en su carta a los Gálatas.[12]
Otras posibilidades: 
(a) reclamar un linaje secular con nuestros ancestros como propone la religión Shinto, 
(b) dejarse poseer por dybbuks, demonios, ángeles o equivalentes, 
(c) escrutar las estrellas, 
(d) echar dados, cartas u otra técnica azarosa como el I-Ching que nos ofrezca un oráculo redentor, 
(e) interpretar sueños, pretender oír voces, consultar los espíritus, tener visiones, de lo cual hay innumerables ejemplos en la Biblia,
(f) encontrar una conexión oculta en números y cifras como en la tradición judía de la cábala.  
Si incluimos el alcohol, las drogas y otros alucinantes, el tema se alarga abrumadoramente.

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Los seres humanos han estado continuamente derivando hacia lo particular y efímero, hacia la distracción y el entretenimiento, en sí nada negativas mientras no constituyan nuestra única inclinación. Quizás el comienzo de un verdadero resurgimiento sea, primero, asumir nuestra total soledad sin ningún vínculo sustancial con lo que nos rodea. Vivenciar el salmo 88, el único que no tiene consuelo (“¿Por qué, Jehová, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro”), y asumir la enseñanza de la cruz (“¡Por qué me has abandonado!”). Es cuando nos sentimos totalmente alejados de todo que empezamos a regresar.

Es bueno revivir esos buenos momentos que nos ofrece la historia y la literatura. El Cantar de los cantares es una hermosa plegaria del amor que se inflama ante su dichosa imposibilidad. La unión se consigue en un último sublime momento místico no desemejante a la muerte. Eros se ata a Thánatos, como en el Liebestod.[13]

Así es como para los cristianos Cristo es una verdadera singularidad en la historia de la humanidad, un triunfo de la inteligencia moral y un cuerpo que absorbe en sí todas las religiones habidas y por haber. Es una oportunidad única (khairos)[14] en que un ser singular y sacrificable se asoma al umbral de lo eterno.

 

Notas:

[1] Rabii Adin Steinsaltz, Avodah Zarah 5a-b, Different types of death. Gemara on the Talmud, Agosto 19, 2010.

[2] Para una amplia discusión sobre este tema: Paulo Faitanin, Introducción al problema de la individuación en Aristóteles (Cuadernos de Anuario Filosófico, Serie Universitaria, U de Navarra: 1991) y el extenso artículo de Luis Alberto Fallas López, “El individuo aristotélico. Entre la particularidad y la singularidad”  (U de Costa Rica: 2005), entre muchísimos otros.

[3] Alfred Korzybski, Manhood of Humanity (Nueva York: Dutton, 1921).

[4] Mara Negrón, De la animalidad no hay salida (U of Puerto Rico Press, 2009).

[5] Arthur Schopenhauer, The World as Will and Representation, trad.del alemán por E.F.J.Payne (Dover: 1969). Para este tema recomiendo especialmente los capítulos XLVIII (On the Doctrine of the Denial of the Will-to-Live), XLIX (The Road to Salvation) y L (Epiphilosophy) en el volumen II.

[6] Neruda: “Buenos días al vuelo del cielo que volvió a mi tejado”(“Oda a las alas de setiembre”, en Navegaciones y regresos).

[7] Vallejo: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo” (“Espergesia”, en Los heraldos negros).

[8] Giorgio Agamben, The Coming Community, trad. de Michael Hardt (U of Minnesota Press, 2009; ed. orig. en italiano: 1990).

[9] Stephen W.Hawking, A Brief History of Time: From the Big Bang to Black Holes (Bantam: 1988).

[10] Alejandro Jodorowsky, Psicomagia: esbozos de un terapia pánica (Dolmen: 1996).

[11] Osho, The Book of Wisdom: The Heart of Tibetan Buddhism (Osho International Foundation, 1979).

[12] An excellent commentary of this letter can be found in Francisco Javier Goitía Padilla, Gálatas y Efesios (Minneapolis: Augsburg Fortress, 2008).

[13] “In the surging swell, in the ringing sound, in the vast wave of the world’s breath – to drown, to sink unconscious – supreme bliss” (Liebestod, Tristan und Isolde).

[14] See: Manfred Kerkhoff, Kairos: Exploraciones ocasionales en torno a tiempo y destiempo (Editorial de la U de Puerto Rico: 1977).

Lista de imágenes:

* Tomas de Soplipsist de Andrew Thomas Huang, 2012.

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