Sólo lo escrito

Toda evidencia científica parece indicar que nuestro universo es un ciego torrente de energía que, en un magnífico despliegue de fuegos artificiales, gravita hacia una inevitable implosión en el encogimiento último de un diminuto agujero negro. Y es curioso que sea la lingüística la que venga a demostrarnos que ese no es necesariamente el caso. Por lo menos esto se deduce de los estudios del italiano Andrea Moro en su libro Boundaries of Babel.[1]

Podríamos decir que si bien el universo no fue creado, sí lo fue el orden, el logos, el verbo; y ese orden no es un esquema calzado arbitrariamente sobre el caos, sino que resulta del hecho de que las cosas mismas para poder existir no pueden desbordarse más allá de sus límites. Todo tiene bordes, orillas, contornos, cáscaras, piel, pellejo... Nada tiene ser fuera de sus límites, por mucho que las circunstancias, el dasein y, como decía Jaspers, el encompassing, procuren parte sustancial del material que afectará sus existencias. Es la inevitable eficacia formadora de los límites lo que hace que las cosas tengan figura y presencia ante nuestras miradas.

foto

Incluso en la diseminación de los colores en una pintura impresionista no perdemos la percepción de una figura como puede apreciarse en cualquier obra de Van Gogh. En las escalas musicales de un Mozart no perdemos la noción de una melodía aunque ella se oculte en la voluptuosidad de los arpegios. Hasta en el jazz, que a veces se dilata en un flujo de notas que suben y bajan, hay en el fondo una forma que nos regocijamos en saborear si acertamos a detectarla. Se puede jugar fútbol con una pelota de trapo en plena calle, pero tiene que haber un arco y una invisible línea entre dos zapatos como el límite demarcatorio del gol.

Siempre fue para mí un misterio esa ley de la dialéctica hegeliana, a la luz de un Politzer o un Lenin, que proclama “la transformación de la cantidad en calidad”. ¿Cuándo es que esto ocurre? ¿Qué es eso del “salto revolucionario”? Nos quedamos perplejos ante preguntas como ser: ¿a partir de qué número de libros podemos hablar de biblioteca? ¿Cuántos feligreses ha de tener un culto religioso para que sea considerado una legítima denominación o religión? ¿Cuántos episodios sangrientos hacen una revolución? ¿Cuántos deben morir para que se hable de masacre? ¿En qué momento una invasión se transforma en “guerra”? Y aunque buscar el límite exacto de la transformación resulta una quimera, no nos cabe duda de que se trata de conceptos claros y distintos.

foto

Los más recientes avances de ciencias especializadas como las matemáticas modernas, la astrofísica y la nanofísica, además de nuevas formulaciones conceptuales como las teorías del caos y de las catástrofes, los quanta, la teoría de las cuerdas (strings), nos pueden demostrar que hay límites fuera de los cuales nada puede existir a no ser que sea un imaginario vacío, éter o antimateria..., o cualquiera de las otras dimensiones (7 además de las 4 donde residimos) ya calculadas desde la generación de filósofos neo-positivistas como Ernst Mach.

Si el mundo es energía, será interesante que nos expliquen con claridad cuando el colisionador de protones en Suiza logre por fin detectar aquello que da nacimiento a las partículas, esto es, a la materia de la que estamos hechos. Y sea lo que sea lo que se descubra, no puede ser otra cosa que límites, envolturas, cáscaras, piel, pellejo… o bosones. El átomo existe como entidad probablemente debido a una “envoltura” consistente en el girar a la velocidad de la luz de incontables electrones. Romper esa barrera desata una formidable explosión de energía; todo vuelve al caos y a la destrucción.

La evolución puede ser un tren desbocado, pero no puede correr sobre arena: necesita rieles sobre los cuales desplazarse.

foto

Lo que Moro demuestra, en estudios iniciados por Noam Chomsky, es el hecho de que las lenguas evolucionan de acuerdo a ciertos protocolos inevitables fuera de los cuales no pueden existir. No hay “lenguas imposibles”. Es un paso adelante del estructuralismo genético del maestro de MIT.

El universo puede ir avanzando a tientas, pero no necesariamente en todas direcciones. En el microcosmos de nuestras vidas personales, un número indeterminado y generalmente imprevisible de casualidades, coincidencias, situaciones afortunadas o desgraciadas nos arrastra en una dirección u otra. Si nos remontamos al siglo XIX, la probabilidad de que individuos como nosotros llegáramos a nacer era más que mínima.  Sin embargo, lo que nosotros somos como personas no puede ser tan abrupto y arbitrario. 

Son innumerables las existencias alternativas que pudimos tener, pero el caso es que sólo tenemos una y esa es la jaula que a la postre nos define. Pudimos ser innumerables otros pero somos sólo lo que somos. Contrario a lo que dijo Yogi Berra, cuando llegamos a una bifurcación no podemos tomar ambos caminos.

No somos tampoco el resultado de monstruos felices que lograron reproducirse y fundar especies, sino de “criaturas bendecidas” que pudieron sobrevivir dentro de nuevos límites cuando los anteriores ya no servían para enfrentarse a desafíos inesperados.

foto

El universo aparentemente caótico y casual oculta en sí, o más bien fuera de sí, en sus contornos, un orden que restringe su desorden dentro de límites que pudieron seducir a Newton y compañía. Porque no podemos hablar del universo como si fuera una maquinaria sino más bien como un barco a la deriva, un poco como el “barco ebrio” de Rimbaud. Y aun así ese barco imaginario nunca acabó en la tristeza de los pontones porque quedó fijo para siempre en las palabras del poema. En poesía, eso basta.

Desde luego podemos concebir una diversidad de diseños como posibles alternativas que hubieran podido actualizarse, cosa que puede ocurrir en nuestra rica imaginación y en las mejores narrativas fantásticas o de la ciencia-ficción (basta ver un episodio de Doctor Who). El lingüista francés Bernard Pottier estaba todavía trabajando con algunos colegas en los años 80 en un diccionario de virtualidades semánticas (virtuemas)[2] y aunque por entonces todavía no habían llegado a la letra ‘b’, se trataba de una empresa posible, de ningún modo una locura fáustica.

La existencia misma del ser humano está sometida a límites fuera de los cuales no podemos escaparnos. Se da la paradoja de que la misma jaula en que vivimos constituya el pilar de nuestra existencia: el tiempo, los espacios, el dolor, el estado de alerta, el amor, la angustia, la muerte, y no faltará quien añada la culpa.  Jaspers habló de situaciones limítes (bounding situations), pero esta situaciones no son nuestra condena, sino nuestra esencia misma a partir de las cuales tenemos que construir nuestra vida, nuestro proyecto o, como él escribe, nuestra existenz. El mar no existe sin sus orillas; los ríos no fluyen como tales sin sus riberas.[3]

foto

Es por ello que resulta infinito el decurso que va desde nuestros recuerdos a lo que efectivamente nos sucedió y que generó ese recuerdo. Es tratar de buscar la esencia de la cebolla pelando sus láminas: terminamos quedándonos sin nada. ¿Por qué salimos de nuestras aldeas originales? ¿Por qué emprendimos ese largo viaje? ¿Por qué nos desviamos del camino o por qué seguimos atados al placer de la familiaridad que nos daba el hogar de nuestros padres?

Citaré tres casos a los cuales se les puede aplicar esta imagen de la cebolla. Por ejemplo, Moisés. ¿Era realmente hebreo? ¿Por qué trata de “ustedes” y “ellos” a los que eran supuestamente de su raza? ¿Era tartamudo o no sabía el idioma de los descendientes de Jacob? ¿Por qué no había circuncidado a su hijo? Ahmed Osmán[4] afirma que el faraón Akhnaten, el primer monoteísta, el que fuera derrocado y aparentemente asesinado, en verdad no murió sino que se exilió, y después de varias décadas habría regresado como el líder y legislador de los israelitas; es decir, sería el mismísimo Moisés. Freud[5], judío, afirma algo parecido: cuando “psicoanaliza” a su pueblo cree descubrir en ellos un trauma de “infancia”.

Nunca llegaron a aceptar a Moisés plenamente como uno de los suyos y acabaron asesinándolo, y ese hecho terrible sigue proyectándose en la relación posterior de los judíos con sus profetas. Sin embargo, me parece que se ha hecho caso omiso de este libro de Freud y que la verdad que importa reside no en qué pasó sino en la escritura: la Torah, los libros históricos y proféticos del Tanakah, y, después de la destrucción del templo en el año 70, el Talmud, o, más bien, los talmudes que, iniciados en Babilonia y Jerusalem, siguen escribiéndose.

foto

Más radicales son las teorías del luterano Rudolph Bultmann que afirma que el Jesucristo histórico, aunque un asunto legítimamente merecedor de detallado y metódico estudio, no tiene tanta trascendencia como el Jesucristo de los evangelios, su proclama (kerigma), su valoración del amor por encima de la ley mosaica y su sacrificio en la cruz. Joseph Ratzinger[6] considera que Bultmann[7] es el “culpable” de fundar las bases para la “teología de la liberación” que tantos problemas le ha causado y sigue causando a las “iglesias” en nuestros días.

Como lector y escritor de poesía, mi caso favorito es el de Laura por el cual peregriné recientemente a Avignon. Arrastrado por mi afición proxémica a recorrer los espacios descritos en los textos (las minas de Lota de Baldomero Lillo, la lenta caminata de Aísha en La gloria de don Ramiro por Toledo hacia su inmolación, la Isla Verde de la novela Cartagena de Rodríguez Juliáetc.), quise conocer el lugar donde Petrarca un viernes santo de 1327 vio por primera y, quizás, única vez a Laura, que puede o no ser una invención suya o ser aquella Laura de Noves que tenía 17 años, casada y ya probablemente con el primero de los 11 o 12 hijos que iba a tener.

foto

De la capilla del convento de Sainte Claire donde la vio queda sólo un fragmento de su ábside. Ahora hay allí un teatro y una placa recordatoria. Pero la verdad es que, incluso tratándose de un misterio fascinante que nos gustaría develar, no importa nada lo que en verdad haya ocurrido porque sus límites reales están dados en los 366 poemas que le dedicó, algunos versos en que la describe  y algunos párrafos en que rememora el maravilloso encuentro. 

En cualquiera de estos casos, sólo contamos con lo escrito (en palabras, imágenes o sonidos) por dudoso que pueda ser. Lo mismo puede ocurrir con la pretensión de conocer los secretos del universo. Hasta los sueños terminan en narrativas que varían cada vez que se cuentan y nunca podrán reproducir lo soñado.

Lo que puede ser una consecuencia fascinante de todo esto, y de temibles ramificaciones teológicas es de que el mundo, o, mejor dicho, el orden del mundo, sea el resultado de un diseño sin agente diseñador. Peor aún: que desentrañar este enigma no tenga mayor importancia, porque para los cristianos[8] y, según Martin Buber[9] también para los judíos, el agente divino que sí importa y tiene realidad no es el demiurgo sino el que habla y dialoga con ellos.[10]

foto

La escritura, sea en palabras, imágenes o sonidos, es el límite que nos identifica, nuestra jaula y nuestra verdadera residencia en la tierra.  Si en el principio era el Verbo, en el final también.

Notas:

[1] Andrea Moro, The Boundaries of Babel: The Brain and the Enigma of Impossibles Languages (MIT: 2008).

[2] Virtuema: conjunto de semas (rasgos) virtuales connotativos de una unidad léxica. Hay un número abundante de connotaciones posibles en toda palabra o lexía, pero no es ilimitado. El estudio léxico-gráfico consiste en reconocer esos límites. Por ejemplo, la palabra “perro” puede tener muchos virtuemas, pero será difícil encontrar una combinación pragmática en que le atribuya la connotación de “techo”. Y si se llegara a encontrar, no es una  virtualidad de la palabra  misma sino de un tropo, un salto ingenioso de la analogía: “Salí a caminar con mi perro por un descampado y como se echó a llover lo usé como techo”. Hay, pues, virtuemas imposibles.  Ver los numerosos estudios de Pottier a partir de los años 80. 

[3] Karl Jaspers and Rudolf Bultmann, Myth and Christianity: An Inquiry into de Possibility of Religion Without Myth (Prometheus, 2005). 1a.ed. en alemán: 1953.

[4] Ahmed Osman, Moses and Akhenaten: The Secret History of Egypt at the Time of the Exodus(Vermont: Bear and Co, 2002).

[5] Sigmund Freud, Moses and Monotheism (Nueva York: Vintage, s/f). 1a.ed.en alemán: 1939.

[6] Joseph Ratzinger, “Presupuestos, problemas y desafíos de la teología de la liberación” [Paramillo5, 1986, 574-580].

[7] Ver nota 2.

[8] Ver Salmo 141.

[9] Martin Buber, Yo y tú (Buenos Aires: Nueva Visión, 1984).

[10] Incluso para el Islam, la relación personal de Allah con los creyentes es primordial.

Lista de imágenes:

 

1. Chapelle Ste. Claire, Provenza, foto de Ilda Casati.

2. Calle de Provenza, foto suministrada por el autor. 

3. Ruinas de la capilla del convento de Sainte Claire, Jean Marc Rosier, agosto del 2008.

4. Fachada del Theatre des Halles, wikicommons, foto por Verónique Pagnier, 21 de julio del 2011.

5. Choeur Sainte Claire, foto por Verónique Pagnier, 21 de julio del 2011. 

6. Placa de la fachada del convento de Sainte Claire, foto por Jean Marc Rosier, agosto del 2008.

7. Cuadrángulo donde se encontraba el convento Sainte Claire, foto suministrada por el autor. 

8. Placa que cuenta como Petrarco vio por vez primera a Laura, foto suministrada por el autor.

9. Parte del ábside de la capilla Sainte Claire en Avignon, foto suministrada por el autor.

Categoría