Afirmando la nación…Políticas culturales en Puerto Rico, 1949-1968 de la autoría del colega e historiador, Martín Cruz Santos, procura brindar una mirada acuciosa del andamiaje jurídico de las políticas culturales en Puerto Rico entre 1949 y 1968. Su limitación temporal, como toda monografía histórica, no es fortuita. Responde a un periodo histórico fundacional y fundamental para el Puerto Rico contemporáneo; el surgimiento, expansión y consolidación del proyecto político, económico y social propuesto por el Partido Popular Democrático de la mano su insigne líder Luis Muñoz Marín. A través de una mirada nada lisonjera, Cruz Santos propone que el estado Muñocista requirió de un grupo de intelectuales orgánicos (siguiendo los planteamientos de teórico político Antonio Gramsci) capaces de construir y legislar política pública cultural que atenuara la contradicciones sociales y culturales del proyecto político y económico concomitante. Es materia de este libro, pues, explicarnos tanto los factores que precisaron la presencia de estos intelectuales como los fundamentos teóricos, filosóficos y pragmáticos de sus propuestas legislativas.
El libro, que consta de cuatro capítulos, examina en primera instancia los conceptos de ideología, identidad y cultura; todos estos ineludibles para comprender los aspectos teóricos en los cuales se fundamenta su investigación. Además, ubica y problematiza las políticas culturales en contextos más amplios que los insulares a los que le dedicará mayor atención posteriormente en su obra. Su segundo capítulo, por otra parte, entreverá las categorías de nación y nacionalismo con el discurso gubernamental de cultura e identidad, postuladas esencialmente por Luis Muñoz Marín. Aquí Cruz Santos dialoga con los excelentes trabajos de José Rodríguez Vázquez en El sueño que no cesa: la nación deseada en el debate intelectual y político puertorriqueño, 1920-1940, y el excelente ensayo de María Elena Rodríguez Castro, “Foro de 1940: las pasiones y los intereses se dan la mano”.
Su conversa historiográfica atisba una arqueología del pensamiento muñocista en la que da cuenta de los cambios ideológicos que a surcó el pensamiento del líder sobre el nacionalismo. Adelanta, además, su definición del fenómeno antes aludido. En su explicación Cruz Santos esboza, “que el nacionalismo puede considerarse como un movimiento a la vez que un proceso ideológico de carácter sociopolítico edificador de un discurso cuyo propósito tiende hacia la integración y diferenciación de la identidad del conglomerado social que lo construye” (Cruz Santos, 50). Es revelador el carácter polisemántico y plural de su definición, toda vez que enmarca la construcción del fenómeno (al cual identifica como social y político) y la variedad de acepciones que coexistieron en Puerto Rico en el periodo de estudio del libro.
Su importancia estriba, para ser un tanto más concreto, en que le permite comprender al lector el distanciamiento de Muñoz Marín de un nacionalismo político y la cimentación ideológica del nacionalismo cultural que eventualmente se institucionaliza. Aquí Cruz Santos coincide con Pedro Reina y Rodríguez Castro al destacar que el “el distanciamiento de Muñoz del nacionalismo albizuista lo acerca a la afirmación cultural nacionalista mientras lo aleja de la liberación nacional como estrategia política frente al poder colonial estadounidense” (Cruz Santos, 68).
La visión cultural de nacionalismo en detrimento del nacionalismo radical fue el culmen estratégico previo a la institucionalización de la cultura por parte del estado, la cual constituyó, como reitera Cruz Santos, “un discurso erigido para cohesionar al ‘pueblo-patria’, en oposición al ‘estado nacional soberano’” (71). Sin embargo, los postulados culturales de Muñoz Marín no eran entelequias, sino fundamentos mismos de una praxis estatal que bien se vinculaba con los aspectos económicos y políticos de su proyecto. He aquí cómo la institucionalización de la cultura requirió de un grupo de intelectuales que fungieran como interlocutores de las configuraciones muñocistas. El segundo capítulo concluye en conversación crítica con los trabajos de Arlene Dávila, María Margarita Flores y Catherine Marsh Kennerly, todas estas académicas que, desde variadas perspectivas disciplinarias, escudriñaron los procesos de institucionalización de la cultura.
Por su parte, el tercer y más extenso capítulo toma como eje central la legislación cultural del Estado Muñocista antes y después de la fundación de Estado Libre Asociado en 1952. Una vez delineadas las bases teóricas e ideológicas de las futuras políticas culturales en el capítulo dos Cruz Santos subraya la necesidad del proyecto muñocista de reclutar y valerse de un cohorte de intelectuales que estructurara las bases jurídicas con el ulterior fin de normativizar la praxis institucional de la cultura. Era perentorio para el autor revelar los debates internos del proceso del quehacer legislativo. En este renglón Cruz Santos aborda la legislación cultural previa al establecimiento del Estado Libre Asociado en 1952 de una manera un tanto descriptiva. El trato, sin embargo, no es en menoscabo de la obra legislativa en sí, sino a su interés en profundizar en los resquicios de dos debates más intensos y transcendentales; la creación del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1955 y los lineamientos de la Operación Serenidad.
Del primero el autor reconoce las aportaciones pioneras de Ricardo Alegría, primer director del recién creado Instituto. No obstante, el autor cuestiona la renuencia del mismo director ejecutivo del ICP al parecer este distanciarse de las influencias partidistas en la configuración de la cultura a nivel estatal. Lo ubica, por el contrario, como “el artífice administrativo principal de la idea de puertorriqueñidad esbozada por el gobierno de Muñoz Marín y promulgada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Ubicarlo como “artífice administrativo” sugiere contravenir, hasta cierto punto, la supuesta autonomía, agenda y agencia intelectual de Alegría en su obra como forjador de la puertorriqueñidad institucionalizada. Su análisis es sugerente y reafirma a la vez el maridaje estratégico entre las ideas de cultura y la praxis política de Muñoz Marín.
Operación Serenidad aglutina los fundamentos filosóficos que resguardan la obra y legislación cultural del estado muñocista. El germen, se podría argumentar, ya se encontraba presente en el vate de la Fortaleza desde sus años mozos de visiones socialistas transmutadas ahora a un humanismo necesario e imperante por el contexto político y económico. Aquí Cruz Santos indaga con detenimiento las razones de la búsqueda de serenar al pueblo. Este anhelo de serenar da muestras de frustración, de un saber fracasado en una empresa de mayores objetivos morales y, por tanto, humanos. Cruz Santos cita in extenso uno de los documentos más interesantes de las palabras de Luis Muñoz Marín en 1962. Aquí solo citaré brevemente, con la finalidad de revelar de manera sucinta los objetivos y fundamentos de la Operación Serenidad, la cual, de acuerdo a Muñoz Marín:
“significa entender que el progreso económico, la lucha y el esfuerzo por eliminar la miseria no son un fin en sí mismo; la miseria es una carga sobre la vida. Hay que descargar la vida de esa carga. Una vez descargada hay que usar la vida. Esa es también, y fundamentalmente, la Operación Serenidad” (en Cruz Santos, 169).
Las entidades creadas en las décadas anteriores como la División de Educación de la Comunidad y el Instituto de Cultura Puertorriqueña fueron “instrumentos fundamentales” para coadyuvar en el afianzamiento de una personalidad puertorriqueña pero no fueron suficientes en la persecución de objetivos mayores, más profundos y más humanos, antepuestos inclusive a nacionalismos culturales y anclados, como bien indica Cruz Santos, en la educación cívica de todos los miembros de la comunidad.
A mi juicio, sin embargo, una de las más significativas aportaciones del libro reseñado estriba en la elegancia y sutileza con que el autor entreteje la figura y la obra legislativa de Águedo Mojica Marrero en un marco más amplio, el cual incluye, pero no se supedita, al contexto puertorriqueño. “Águedo Mojica Marrero: Representante a la Cámara e intelectual orgánico (1957-1968)”, título del cuarto capítulo, estudia “las vinculaciones entre los dos ejes de la agenda legislativa cultural predominante en el transcurso de los años finales de la década del 1950 y hasta el 1968: promoción cultural y educación formal” (Cruz Santos, 15). Mojica Marrero, figura desconocida para una inmensa mayoría de puertorriqueños, toma un rol protagónico en la narrativa de Cruz Santos. Es el epítome del legislador orgánico, además de colaborador crítico de Muñoz Marín en su paso por la legislatura.
La narrativa resalta los vínculos tenues que Mojica Marrero sostenía con el partido en el poder, lo que le permite, hasta cierto punto, mayor libertad de pensamiento y acción. Su labor legislativa se dirigía, entre otras cosas, a mejorar la instrucción pública, incluido el desarrollo de la Universidad de Puerto Rico. Sin embargo, Cruz Santos nos presenta a un intelectual agudo, hábil en sus lecturas y consciente de la realidad en la cual se inscribía. Mojica Marrero se percataba, en palabras de Cruz Santos, “de un clima de desasosiego creado por el mismo proyecto que pretendía transformar a Puerto Rico” (220). Su obra, anclada en visiones humanistas, se abocaba en instrumentar medidas que fomentaban un ser humano, un ciudadano esencialmente íntegro y libre, tal y como lo conciben las humanidades.
Finalmente, Cruz Santos reflexiona sobre los resultados y objetivos alcanzados del proyecto amplio, signado como Operación Serenidad, ya cuando a todas luces el Estado Muñocista daba indicios de desgaste político y, sobre todo, social. Preocupa, pues, a Cruz Santos todo lo concerniente a las políticas culturales enmarcadas en la realidad política, económica y social que se produjo antes y después de la creación del Estado Libre Asociado y su concomitante reestructuración económica planificada.
El trabajo refleja un viso histórico institucionalista. Es decir, si bien las riqueza de las fuentes institucionales consultadas ameritan loas, Cruz Santos limitó su esfuerzos investigativos a éstas para sustentar sus argumentos cardinales. Entonces, ¿qué excluye el autor en su análisis? El ejercicio histórico es dialéctico y multifactorial, por lo que requiere de múltiples miradas para su interpretación y, sobre todo, engendrar una explicación plausible que ilustre la complejidad de la historia. Me parece que el mismo autor reconoce esta cualidad del quehacer histórico al referirse a la creación del Instituto de Cultura Puertorriqueña y su evidente microfísica del poder, en “cuyo interior también coexistían dinámicas cotidianas de resistencia y validación del orden instaurado” (Cruz Santos, 123). El autor sugiere —más no profundiza— en esas “dinámicas cotidianas de resistencia y validación” que reconoce.
Por otra parte, Águedo Mojica Marrero fue un puertorriqueño negro que, si leemos el silencio de Cruz Santos, no acusó su color en una sociedad fuertemente racista. ¿Acaso fue Mojica Marrero cómplice del discurso socioracial de blanqueamiento que imperaba en la isla? El que diversos académicos, en diferentes periodos históricos y estudiando distintos momentos históricos, hayan desmitificado dicho discurso socioracial es indicativo no solo de la existencia de jerarquías raciales en Puerto Rico, sino de todo el manto de encubrimiento del mismo. Entonces, ¿cómo lee el autor el silencio de Mojica Marrero en los asuntos raciales de Puerto Rico? Me parece que el trabajo de Cruz Santos se hubiese enriquecido aún más si hubiese tenido la oportunidad de expandir e interpretar las dinámicas raciales en la cuales, y no me cabe duda, Mojica Marrero vivió y se desarrolló como ser humano.
No cabe duda que la obra de Martín Cruz Santos captura al lector por su prosa fluida y su riqueza analítica. Su diálogo constante con la historiografía puertorriqueña lo inserta en ella, no como un espectador pasivo, sino como un miembro activo en el desempeño de la interpretación de nuestra realidad actual e histórica. Basta con leer sus excelentes conclusiones para percatarse de su ojo abarcador y crítico del Puerto Rico de ayer y de hoy.
Lista de imágenes:
1) Portada de Afirmando la nación…Políticas culturales en Puerto Rico (1949-1968), (San Juan, Ediciones Callejón) de Martín Cruz Santos, 2014.
2) Luis de Casenave, Luis Muñoz Marín cuando entraba en la escuela Barbosa, de Puerta de Tierra, para depositar su voto en el referéndum del 10 de diciembre de 1961, llevado a cabo para enmendar la Ley de Relaciones Federales con Puerto Rico suprimiendo las limitaciones del Estado Libre Asociado de Puerto Rico y sus municipios para incurrir en deudas.
3) El autor del libro reseñado, Martín Cruz Santos, el autor de este artículo, Hugo Viera Vargas, y la Decana de la Escuela de Ciencias Sociales, Humanidades y Comunicaciones de la UMET, en la presentación de Afirmando la nación…Políticas culturales en Puerto Rico (1949-1968).
4) Foto de la Fundación Luis Muñoz Marín.
5) De izquiereda a derecha: Hipólito Marcano, Luis Muñoz Marín y Águedo Mojica Marrero.