Sobre algunas distancias Il

cuadro

En el cuento “Breve de una foto” de Juan Carlos Quiñones el narrador cuenta la historia de una foto que le regala un amigo una noche borroneada por el humo de tabaco, el whiskey y la conversación.[1] Tan pronto su amigo se despide de él, el narrador encuentra en la mesa el obsequio inesperado. Decide colgarla en la pared.

El fondo de la imagen es blanco; se puede decir que su marco es muy finito, tanto así, que a los pocos días desaparece y la foto comienza una progresiva fusión con la pared. Luego, expande su tamaño. Un día se da cuenta que la pared donde había estado colgada la foto se ha convertido en una fotografía de tamaño real. Después se va a dormir. Cuando se levanta ya es muy tarde: está dentro de la foto. La imagen se ha vuelto palpable, está frente a él ocupando todo el espacio; lo ha atrapado.

grupo de gente

Se me ocurre que este cuento puede ser una metáfora perfecta de la vida en el exilio, en la distancia. Algunos nacen y viven toda su vida en el espacio natal, otros, por las razones que sea, tienen que partir. En un primer momento, cuando estamos en el territorio que llamamos casa y miramos para afuera, hacia el extranjero, lo que quizás nos viene a la mente es una imagen como esa foto colgada en la pared del cuento. Creo que es apropiado que esta imagen sea en blanco y negro, porque lo más nuestro, la experiencia más próxima, siempre tiene algo de los colores vívidos; lo más lejano, lo desconocido, tiene algo de la distancia, la irrealidad y la eternidad del blanco y negro.

Por años me he sentado en mi cuarto, imaginando los viajes que haré, las aventuras idealizadas de esta vida que quizás algún día emprenda. Pero resulta que un día me voy, de verdad. Esta imagen en blanco y negro que me he ido haciendo en la mente de repente comienza a expandirse, a fusionarse con la experiencia. Otro día (quizás semanas después, quizás años, o nunca) me percato que estoy dentro de la foto, que la realidad, que mi experiencia, ahora se lleva a cabo dentro de la foto cuyo marco ha desbordado sus límites.

Siempre me ha parecido que de todas las artes la fotografía es la que más juega, o la que mejor establece y difumina la línea paradójica entre la distancia y la cercanía. Tomo una foto. Esta imagen me acerca a un momento en el tiempo y el espacio o a un acontecimiento que está ahí plasmado para ver en todo detalle. Y al mismo tiempo, por ser puro artefacto mediador, ésta instaura una distancia categórica con el momento que intentó capturar, el espacio divisorio que se encarna en la materialidad de la fotografía.

El extranjero funciona de una manera similar. Vivo afuera, es decir que experimento o siento una realidad muy diferente a la mía, trato de acercarme a ella, de entenderla, de sentirla mía, o fotografiarla en el sentido metafórico. Pero todo esto lo hago mediado por la experiencia previa de mi vida en otro lugar; me acerco, sí, pero simultáneamente vuelvo al pasado. Comparo tiempos, sensaciones, lugares, personas, costumbres y lenguas sin cesar. Todo el tiempo estoy dividido, pensando en un aquí y en un allá.

playa

En “En el extranjero”, otro cuento de Juan José Saer, Pichón Garay, quien ha partido años atrás a París, le escribe una serie de cartas a su amigo Tomatis. En una de ellas menciona que “el extranjero no deja rastro, sino recuerdos. Los recuerdos nos son a menudo exteriores: una película en colores de la que somos la pantalla. Cuando la proyección se detiene, recomienza la oscuridad”.[2] Esta vez el extranjero se relaciona con una imagen aún más fugaz y perecedera: la del celuloide. Según Saer, lo que se crea a partir de esta experiencia son recuerdos, o dicho de otro modo, esta experiencia no deja rastros permanentes.

edificio

Las imágenes se pasean sobre el cuerpo, pero éste no logra retener nada por la misma distancia que existe entre el cuerpo, lo proyectado y lo efímero de la imagen cinematográfica. En otra carta Pichón escribe: “El ajo y el verano, son dos rastros que me vienen siempre desde muy lejos. El extranjero es una maquinaria inútil, y compleja, que aleja de mí el ajo y el verano. Cuando reencuentro el ajo y el verano, el extranjero pone en evidencia su irrealidad”. Lo que retiene la memoria son los rastros sensoriales del pasado, de la infancia, del espacio natal, esos que reaparecen a pesar del tiempo y el espacio.

¿Será que los que estamos afuera nos enfrentamos cada día a esa maquinaria inútil y compleja, con la mínima esperanza de algún día reencontrar algo parecido al ajo y el verano, o nos quedaremos para siempre atrapados en una foto de blanco y negro?

Notas:

[1] Quiñones, Juan Carlos. Brevario. Puerto Rico: Isla Negra, 2002.

[2] Saer, Juan José. Cuentos Completos. Buenos Aires: Seix Barral, 2006.

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