Hacia un verdadero cine poético

 

Para V.C., que intentó mostrarme el camino.

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“La poesía es para mí un modo de ver el mundo,
una forma especial de relación con la realidad.
Vistas las cosas así, la poesía se convierte
en una filosofía que acompaña al hombre
durante toda su vida”.
- Andréi Tarkovski

Hace 80 años nació en la Unión Soviética Andréi Arsényevich Tarkovski. Para muchos, este nombre quizás no signifique nada, pero dentro del mundo de los cinéfilos es venerado casi unánimemente como uno de los directores más importantes de la historia del cine. Su visión particular de qué es el cine, al igual que su teoría y su praxis de creación influyeron en generaciones enteras de cineastas. Tratemos, brevemente, de resaltar algunas características de su poética.

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Valdría la pena comenzar mencionando que Tarkovski fue hijo de uno de los poetas rusos más reconocidos del siglo XX, Arseny Tarkovski. Aunque el padre se haya distanciado de la familia cuando Andréi era sólo un niño, es probable que gran parte de la sensibilidad artística y las ideas sobre el arte que desarrolló posteriormente germinaran gracias a la proximidad que mantuvo con el mundo de la poesía. El hijo, sin embargo, toma su propia ruta y decide estudiar cine, medio en el que descubre su propia voz. Podríamos afirmar que el interés inicial por la poesía, así como por la filosofía y la estética serán lo que diferenciarán su cine de sus contemporáneos.

Para el regocijo de muchos teóricos del cine, Tarkovski no desarrolla únicamente sus técnicas a través de su corpus fílmico, sino que, además, las desglosa y expande con la destreza de un filósofo en su libro Esculpir en el tiempo. Como veremos rápidamente, tanto en sus películas como en el libro, en el pensamiento de Tarkovski la función artística es inseparable de la filosófica.

En un pasaje memorable del libro vemos cómo el autor dilucida la esencia del trabajo del director cinematográfico, haciendo alusión a la metáfora que le da nombre al libro:

Del mismo modo que un escultor adivina en su interior los contornos de su futura escultura sacando más tarde todo el bloque de mármol, de acuerdo con ese modelo, también el artista cinematográfico aparta del enorme e informe complejo de los hechos vitales todo lo innecesario, conservando sólo lo que será un elemento de su futura película, un momento imprescindible de la imagen artística, la imagen total.[1]

Tarkovski, para llevar la metáfora aún más lejos, define el cine así: es la observación de un fenómeno pasando por el tiempo. Entonces, la labor del autor de cine consiste en observar el mundo sensiblemente y gracias a la tecnología, capturar el hecho. Diríamos que es casi el equivalente de encontrar le mot juste, sólo que al nivel de la imagen.

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¿Por qué poner tanto énfasis en el aspecto poético o la influencia de la poesía en la vida y la obra de Tarkovski? Es simple: para él, una de las preocupaciones principales del director debía ser hacer del cine un arte diferenciado de todas las otras que lo habían nutrido (literatura, pintura, música). Tarkovski conocía muy bien cuál era la especificidad del cine y la quería desarrollar al máximo para crear su propio lenguaje; la clave la encontró al aplicar la lógica de la poesía al medio fílmico. Más que seguir una lógica narrativa clásica o complaciente, el autor y el público ahora estarían liberados de sus roles tradicionales, para así poder crear vinculaciones poéticas entre las imágenes que presentan en la pantalla.

En el cine de Tarkovski, la idea de lo poético es una búsqueda metafísica y espiritual cuyo objetivo ulterior es develar, de alguna manera, el significado de la vida. Esta obsesión por querer entender el misterio de la existencia es compartido por el director y la totalidad de los personajes que le dan forma a su universo; es, por esta razón, que vemos una y otra vez a hombres con conflictos filosóficos y metafísicos poblando cada una de sus películas. Sólo por mencionar algunos ejemplos, podemos pensar en toda una serie que va desde el pintor medieval que vive tratando de encontrar el sentido de una sociedad en ruinas en Andrei Rublev (1966), al astronauta que viaja hacia los confines desconocidos del universo sólo para encontrarse con el lado oscuro de sí mismo en Solaris(1972), o hasta el escritor, el profesor y el stalker que se adentran en la Zona para buscar un cuarto que materialice sus deseos en Stalker (1979).

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Otra característica esencial de toda la obra de Tarkosvki es que la observación del mundo puede concentrarse tanto en el fuero interior del hombre, como en la naturaleza o aún en objetos comunes del diario vivir reajustados a una realidad poética. Nunca terminará de maravillarme la cantidad de tomas sublimes en sus películas que giran alrededor de cuerpos de agua. Agua como símbolo de la vida, como movimiento, como observación maravillada de la naturaleza. Recuerdo, por momentos, la impresión que me causó ver lluvia cayendo dentro de un bunker, u observar el agua del río que corre y dibuja con sus sombras más palabras que mil novelas. En ese sentido podríamos decir que, en ocasiones, el cine de Tarkovski puede cumplir una función similar a la que ejerce el Haiku en la poesía japonesa: una observación objetiva del momento, una impresión pura del instante.

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Esta concepción se materializa en Stalker. En un país cualquiera cae un meteorito y nadie sabe exactamente qué pasa en el espacio aledaño, pero la gente que entra no vuelve a salir. Los militares cercan esta área y la llaman la Zona. Ésta se rige por sus propias reglas, cambia en todo momento e incesantemente prepara trampas para destruir a todo intruso. Lo que realmente impresiona de este espacio es que él se encuentra a la naturaleza desenfrenada, una naturaleza que, como en el ideario Romántico, está retomando las ruinas dejadas por la sociedad. El hombre tiene que entrar con respeto, midiendo cada paso o corre el riesgo de ser destruido. Siempre que vuelvo a revisar esta obra maestra pienso en las célebres palabras de Paul Klee: “El arte no reproduce lo visible; vuelve visible”. ¿Por qué razón?

La atmósfera tensa creada por Tarkosvki en esta película se sustenta, en su mayoría, con escenas purasde la naturaleza. Paisajes que en el diario vivir veríamos sin ningún problema se convierten, en la mano de este artista, en imágenes poderosas, demoledoras, es decir, se hace visible la fuerza subyacente de la naturaleza en toda su quietud.

Notas:

[1] Andréi Tarkovski, Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine (Rialp: Madrid, 1991), 84-85.

Lista de imágenes:

1. Ivan's Childhood, 1962. Andrei Tarkovsky, director.
2. Ivan's Childhood, 1962. Andrei Tarkovsky, director.
3. Solaris, 1972. Andrei Tarkovsky, director.
4. The Mirror, 1975. Andrei Tarkovsky, director.
5. Andrei Rublev, 1966. Andrei Tarkovsky, director.
6. Stalker, 1979. Andrei Tarkovsky, director.
7. Stalker, 1979. Andrei Tarkovsky, director.
8. Stalker, 1979. Andrei Tarkovsky, director.

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