He decidido matar a todos los ciclistas*

He decidido matar a todos los ciclistas*. No detener la marcha de mi auto ante el pito del líder de la pandilla y con tan solo un toquecito a la rueda trasera del más lento, verlos caer como dominós en la carretera.

Yo no sé compartir. O más bien, mi buena fe parte siempre por el medio al desvalido, al infeliz. Ni tan infelices, sabes. Después de todo, andar en bici es un lujo. No se trata de madres solteras con sus crías en la canasta rumbo al río a lavar. Todos tenemos madre, desde luego. Así que perdóneme señora mía, pero su hijo ha invadido mi carril. Y en mi país la invasión es un tema harto delicado.            

Pago $18.98 por medio tanque de gasolina y cojo la autopista ventanas arriba, pestillos abajo, dispuesto a sembrarme en un atolladero de autos, cual cementerio de elefantes, y me siento morir chiquititamente por llegar del trabajo a la casa sin caer preso a un tiroteo de carro a carro. Dios me libre.

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Y es eso, ¿no? El miedo a estar expuesto por un periodo prolongado de tiempo a lo que sea que pueda sucederme allá afuera; sujeto a que me partan la madre en la carretera inocentemente. Ni tan inocente, sabes.

Mi bicifobia radica en que aún no comprendo esa curiosa disposición a verdaderamente salir a la calle, andar juntos, y desplazarse por el espacio público como un colectivo ¿de qué? Ni idea. Pero el mero cuestionamiento es esperanzador. Algo así como la ciudad se derrumba y ellos encantados, pedaleando entre ruinas. En mi país la ruina es un tema harto delicado pero fácil de compartir. La carretera, la economía, la moral, todas son ruinas, por ejemplo.

 

Pago $20.11 por medio tanque de gasolina y me tiro a la calle dispuesto a sembrar el carro en el primer hueco que me tope, agarrar mi mochila y andar hasta toparme con el primer ciclista dispuesto a montarme en su canasta y sumarme a su pandilla.

He decidido rescatar al ciclista en mí—esa curiosa disposición a vivir juntos, a quedarme afuera, como un sujeto entre otros, aferrado a lo que sea que nos pueda suceder. 

Nota:

*Variación del texto de Josué Montijo, “He decidido matar a todos los tecatos” en El Killer (Ediciones Callejón, 2007).