Y a mí me dolía el alma.
—Daniel Nina
This sublime madness, as Niebuhr understood, is dangerous, but it is vital.
—Chris Hedges
Con los santos no se juega.
—Héctor Lavoe
I
Antes de leer la novela de Daniel Nina[1], repaso lo que tengo a mano sobre “El Cantante de los Cantantes”, como la biografía Passion and Pain. The Life of Hector Lavoe[2], estructurada en trece capítulos que corresponden a trece fechas, algunas tan dramáticas como esta: “Two Years in Hell: 1986-88”. Cuando abro Salsa, sabor y control[3], reculo, ante el epígrafe, una composición de Lavoe, “Paraíso de dulzura”, desde la cual la “sociología tropical” de Ángel Quintero Rivera empieza su estudio sobre la temporalidad y la sociabilidad de la salsa: “Que de donde vengo, / que pa’ donde voy? / Que de donde vengo, / y pa dónde voy? / Vengo de la tierra de la dulzura. / Que pa’ dónde voy? / voy a repartir ricura…”.
Hojeo El libro de la salsa[4] (la Biblia; el texto de los textos): “Curiosamente, el segundo gran éxito de este disco La Voz también gira en la temática religiosa: ‘Rome Saragüey,’ sólo que éste, en tanto viejo son cubano, está definitivamente matizado por los hechos y características de la santería negra” (122). Reviso la biografía que escribió José A. Pérez, hijo de El Cantante[5]: “Hector believed ‘Santerismo’ was an innocent saintly religion, and he loved and respected it. He accepted ‘Santeria’ as a culture and a religion, the Latino inherited from African slaves” (42). Leo varios artículos sobre la obra de teatro off Broadway que nunca vi, ¿Quién mató a Héctor Lavoe?[6]. Vuelvo a ver la película, El Cantante[7].
Literatura; Rompe Saragüey, primera novela sobre Lavoe, El Cantante de los Cantantes.
Descubro la conexión entre Lavoe y César Vallejo que establece Marlon Aquino Ramírez: “… los poemas de Vallejo y las canciones interpretadas por Héctor Lavoe son fenómenos socioculturales de impacto considerable que han moldeado y moldean sensibilidades e identidades desde distintas tecnologías de representación: en la escritura (Vallejo) y en la oralidad (Lavoe)”[8].
Pienso en la poesía nuyorican de finales de lo 60 y de la década de los 70; sobre todo, busco el alma gemela de Lavoe entre los poetas épicos de El Barrio, Loisaida y El Bronx. No tanto el Reverendo Pedro Pietri de Spanish Harlem, sino ¡El bandido!, el poeta-dramaturgo-guionista del Lower East Side Miguel Piñero: “dreamt i was a poet” (12)[9].
Fricción; entre las canciones interpretadas por Lavoe y la poesía de los poetas nuyoricans como El Reverendo de la Santa Iglesia de la Madre de los Tomates, Pedro Pietri, y el Piñero de “El libro del Génesis según San Miguelito,” se produce un choque religioso. ¡Estruendo! Atea, demasiado atea, la poesía nuyorican desmonta la religiosidad de la salsa lavoesiana (también nuyorican, según Rompe Saragüey).
Transcribo de Salsa: el orgullo del Barrio[10] una imagen certera de El Cantante:
… HÉCTOR LAVOE. Éste es un nombre que se tiene que escribir en mayúsculas, porque pertenece al cantante salsero por excelencia, es decir, a un héroe que sintetiza en su obra y su vida la tragedia latina con todos los ingredientes: pobreza, riqueza, amantes, traiciones, droga, rumba, desesperanza, incomprensión, risas y penas, barrio, fama y breve existencia. (87)
Abro Nación y ritmo: descargas desde el Caribe y reculo ante el epígrafe del estudio de Juan Otero Garabís: la misma referencia a “Paraíso de dulzura” de Salsa, sabor y control, pero reducida al mínimo y con diferente ortografía: “¿qué de adónde vengo? ¿qué pa dónde voy?”[11]. Esta composición, en La máquina de la salsa: tránsitos del sabor, Juan Carlos Quintero Herencia la identifica como emblemática “in extremis” de la idealización literaria de la isla: Puerto Rico como un “territorio afectivo”, “producido por” y “habilitado para” el sabor (211)[12].
Cuando leo la “Dedicatoria” de Cada cabeza en su mundo (relatos e historias de Héctor Lavoe), el epígrafe con el que empieza el libro Jaime Torres Torres hace rechinar los dientes: “Vengo de la tierra de la dulzura / Que pa’ donde voy, / Voy a repartir ricura… / La sabrosura, / Rica y sandunguera / Que Puerto Rico puede dar… / Lelolai, lolelai,lolelolaa…”[13].
“Paraíso de dulzura”; tema lovoesiano del que se aleja estratégicamente Rompe Saragüey. Novela que, por otro lado, termina en el paraíso cristiano, donde Lavoe, después de muerto, canta, contra la ley celestial: “El Todopoderoso” (1975).
II
Rompe Saragüey; novela breve, de prosa limpia y línea corta. Habla Lavoe:
Chico, no, yo estoy en ley y orden con mis mayores, con mis ancestros. A Changó que me ama, y a todos los Orishas que hoy me bendicen. Pero, sobre todo, me froto con mi [ungüento] Rompe Saragüey, para que me dé potencia y conquiste a todas esas mujeres que hoy me quieren conocer de cerca. (51)
Novela narrada en seis capítulos, establecidos a partir de fechas clave en la biografía de El Cantante, y un prefacio: “En este trabajo he intentado apreciar por otra vía, lo que fue el valor de la música en la formación de una identidad nacional desde la diáspora de Nueva York” (16). Pieza de relojería narrativa; 5 capítulos terrenales y carnales que terminan en el Paraíso: “Héctor Lavoe había entrado al Reino de los Cielos” (106). Lugar sin memoria y sin deseo, sin alcohol y sin drogas, donde El Cantante (o su espíritu) se reencuentra con Ismael Rivera (o su espíritu). Paraíso en el que Lavoe canta su tema crístico por excelencia, escrito con Willie Colón, “El Todopoderoso”, después de haber escrito en la camiseta blanca de Maelo: “El Sonero Mayor, Ismael ‘Maelo’ Rivera – yo le canté al ‘Nazareno’”; y en la suya: "El Cantante, Héctor ‘Lavoe’ Pérez – yo le canté al ‘Todopoderoso’” (110).
Música, escritura y memoria: ¡hasta en el Cielo!
Seis capítulos que rearman la figura del Lavoe que conocemos, la cual la novela narra de una manera acrónica, intercalando en un mismo capítulo, “Parte III [1963] [1978]”, espacio-temporalidades diferentes, dramáticamente diferentes; o, como en el primer capítulo, “Parte I [1988]”, mezclando épocas que exceden el año del título. En este caso, el casi final de Lavoe tras el intento fallido de suicidio en 1988 en Condado, Puerto Rico: “Ay mami, ay mami que ve voy. Que voy a volar. Esto se jodió” (17); y el nacimiento y la identidad del “bandón” de Willie Colón a finales de los 60 y principios de los 70 en Nueva York. Habla Lavoe:
Pero también hicimos algo, antes que mucha gente incluyendo nuestros maestros como Puente y Barreto, que fue juntar todos los ritmos similares del Caribe… Willie era un genio, pero más que nada, un genio que creía en mis locuras… Y sólo nosotros, Willie, yo y los muchachos de la banda, creímos en ese ritmo. (23)
Rompe Saragüey; breve polifonía de voces que, en seis partes, encuadran a El Cantante que conocemos en una luz novedosa e interesante: ¡Lavoe como uno de los tonos de la experiencia nuyorican!
III
Novela crística, vallejiana, que —a partir del dolor, “No hay mucha gente que aún me quiera” (89), la soledad, la muerte— transforma a Lavoe, el Cantante de los Cantantes, en hombre-pájaro, ¿vinculado a los orishas Osaín y Osún?, resuelto a tirarse desde el décimo piso de un hotel, frente al Atlántico azul de la modernidad/colonialidad: “Yo lo que quiero es volar… tengo los poderes para volar, y con eso, como El Todopoderoso, como el Cristo Negro de Portobelo, o como Changó, nadie, pero nadie, me podrá parar” (87-88). Crístico, El Cantante modula su agonía: “tengo que volar para que nadie me vuelva a tratar mal… (89).
¿Otro “poeta aéreo”, como el nuyorican de Víctor Hernández Cruz en Snaps (1969): “a new york airpoet” (96)?[14] Locura sublime de El Cantante; espiritualidad poética (y neobarroca). Ficción desde la biografía. Herido, “no aguanto más el dolor. Las traiciones de esta vida de ser cantante” (90), Lavoe pone a prueba su sincretismo religioso: “Cuando uno mira el abismo, sabe que lo que le queda a uno son los dioses que están ahí para protegerle. Se lanza uno al vacío y va recorriendo los pisos del edificio de otra manera, más rápido. Piso 10, piso 9. Y uno sabe que está volando, pero no como uno pensaba” (92).
Poetización de la caída (¿cómo la de Altazor en 1931?)[15]. Espiritualidad transmoderna que atraviesa el ateísmo emblemático de la modernidad:
Dios mío no volé como yo esperaba, pero no estoy muerto tampoco… Gracias a Yemayá. Gracias a Changó. Gracias a Obatalá. Gracias a Olofi, que hoy me cuida. Gracias a mis ungüentos de Rompe Saragüey, pero, sobre todo, a Aguanilé, que me protegió. No estoy muerto. Pude volar. Pude volar. (92)
Novela crística que trasciende el dolor y el sufrimiento. Gracias a los orishas, Lavoe sobrevive la locura sublime de volar. Cuando muere finalmente en 1993 de sida, va directo al Cielo, donde el sincretismo religioso deja de ser una realidad. Habla Ismael Rivera, Maelo, que también está en el Paraíso:
Te cuento [le dice a Lavoe]. Aquí las reglas son claras: no hay alcohol, no hay drogas, no se fuma, no se habla malo, no hay deseo, y más que nada, todo el mundo vive en paz y felicidad. Solo hay un dios, Dios. (107)
Rompe Saragüey: ¡con los santos sí se juega! (literariamente).
Notas:
[1] Nina, D. (2016). Rompe Saragüey. San Juan, P.R.: Isla Negra Editores y La Mágica Editores.
[2] Shapiro, M. (2007). Passion and Pain. The Life of Hector Lavoe. New York: St. Martin’s Griffin.
[3] Quintero Rivera, A. G. (1998). Salsa, sabor y control. Sociología de la música tropical. México: Siglo Veintiuno Editores.
[4] Rondón, C. M. (1980). El libro de la salsa. Crónica del Caribe urbano. Caracas: Editorial Arte.
[5] Pérez, J. A. (1999). The Hector Lavoe Story. New York: Infante Publications
[6] Cabrera, P. (1999). ¿Quién mató a Héctor Lavoe?
[7] León Ichaso. (2007). El Cantante. DVD. Nuyorican Production.
[8] Aquino Ramírez, M. “Héctor Lavoe, el cantante, y César Vallejo, el poeta”. A la rumba con sandunga. http://rumbaconsandvnga.blogspot.com/2013/04/hector-lavoe-el-cantante-y-cesar.html
[9] Piñero, M. (1985). La Bodega Sold Dreams. Arte Público.
[10] Romero, E. (2000). Salsa. El orgunllo del Barrio. Madrid: Celeste Ediciones.
[11] Otero Garabís, J. (2000). Nación y ritmo: descargas desde el Caribe. San Juan, P.R.: Ediciones Callejón.
[12] Quintero Herencia, J.C. (2005). La máquina de la salsa: tránsitos del sabor. San Juan, P.R.: Ediciones Vértigo.
[13] Torres Torres, J. (2004). Cada cabeza en su mundo (relatos e historias de Héctor Lavoe). San Juan, P.R.: Editorial El Yunke.
[14] Hernández Cruz, V. (1969). Snaps. New York: Random House.
[15] Huidobro, V. (1931). Altazor o el viaje en paracaídas. Madrid: Compañía Iberoamericana de Publicaciones.
Lista de imágenes:
1. Repeating Islands
2-3. Web