Probablemente no nos ha llegado el tiempo de leer a Yván Silén. Hemos sido, quizá, vedados de ese acceso como meros durmientes ante la magnificencia de una creación que se autoengendra.
—Elidio la Torre-Lagares
Vale más lo que se ve con los ojos
que lo que se imagina con el deseo.
Eso también es una vanidad.
—Eclesiastés
Espina que esputa libertad
Otra vez, la fiesta del pavo que celebran en Usamérica y Canadá lo agarra listo, incólume, con el paraguas en la mano, centrado como una piedra que rueda sobre sí misma (según dice la canción cubana). Si nunca lleva instrumento, ¿por qué se llama el jazzista? Las preguntas como estas no lo perturban.
Impertérrito, se pone un anaranjado que revienta contra el azul rubendariano del fondo. Pero el choque no produce estallido ni chisporroteos de luces de bengala. En vez, el anaranjado se alía con el rojo y el sombrero se torna cónico, como un embudo que organiza el pelo en sus colores. La mirada se arquea y se desvía; los labios se enrojecen.
Clave. El lenguaje se cifra: ¿qué toca el jazzista? El azul se electrifica. Entre una copa de vino a la izquierda y un florero a la derecha, la pregunta queda encuadrada en una retórica de espacio público. ¿Humo? Más bien, pose a la que le cae la luz de frente. Desde el rojo, el anaranjado trata de romper los espejos: ¡Qué nadie se parezca al jazzista! ¡Qué no imiten al que parece que orina con el paraguas en la mano! ¡Qué el jazzista del bar sea único en su balance y estabilidad!
Como quien dice, la poesía vomita sus rarezas en colores, previamente cultivadas en otros libros de Yván Silén, como Los paraguas amarillos (1983), Los narcisos negros (1997) y Los gatos azules (2004). ¿Escupe tinta la pintura poética de Silén? El “poeta prohibido” pinta al músico en fuga neobarroca. El movimiento busca la quietud. La poesía se mira en el reflejo de los colores que estallan desde el pincel; el jazzista afina sus cuerdas frente al público que escucha lo inédito: “¡Gracias, Señor, por los peces podridos!”. Como si estuviera en alguna rumba de esquina del Viejo San Juan durante la última parte de los años setenta, el jazzista zapatea adjetivos y adverbios sin soltar el paraguas, mientras repunta, culinario, en un solo compartido: “¡Gracias por mi alma podrida que mastico contigo!”.
Entre el juego de colores que atentan con salirse de la pintura, sinestésico y descolonial, el jazzista insiste en su flow, a la vez que resiste el calendario hegemónico de la modernidad protestante: “¡Gracias [Señor] por este día de Thanksgiving que no existe”. El amarillo choca contra el blanco del cinturón (¡apenas un suspiro!). El rojo de las adivinanzas y de las maldiciones, de la vida y de la muerte, gotea de la camisa como un hilo que cae de la noche oscura del brazo derecho. ¿Y el púrpura de la entropía? ¿O el negro de los narcisos? ¿Dónde está el color que apesta a muerte? El jazzista aprieta el paraguas sin abrirlo —el suyo no es para la lluvia—; se ladea y cuenta hasta tres: “¡Gracias [Señor] por los que comen tierra con un poco de agua! ¡Por los que comen semen con un poco de sida!”.
Sin salirse de pose, echando humo por la boca como si estuviera fumándose la poesía moderna francesa y la del peruano Martín Adán, evoca al fantasma que interpela desde un pronombre: “¡Gracias por Ti y por las dudas!”. Hace que va a abrir el paraguas con un gesto violento: “¡Gracias por los sueños y por las pesadillas!”. Pero no lo abre. En vez, se ríe. Con los labios de un “neomístico”, presa de la “zensación”, levanta el brazo derecho —un bastoncito de hilo— para escribir en el aire como lo haría un poeta que escribe con tinta invisible: “¡Gracias por los que jugamos dados con la muerte! ¡Gracias por tu Pavo Real que guinda de las cruces!”. Extático, el jazzista se voltea, libidinoso, hacia el vino y saliva (o silena) como una madre muerta (¿Filí-Melé?). Hace una referencia épica, inundada de ironía autorreferencial: “Gracias por tu Volkswagen amarillo”.
Silencio: Contemplación rápida de la quietud pintada en colores estridentes. El ambiente se relaja. Desde el hilo que le cuelga del brazo derecho, el jazzista agarra la copa de vino y se la toma de un golpe. Medita con los ojos abiertos. Respira hondo. Como un Cristo encolerizado por las monedas, revienta de un bastonazo la copa de cristal. Los vidrios parecen nieve. La violencia transforma el vino en sangre. Iluminado, enardecido, aprieta el paraguas como si en ello le valiera la vida: “¡Gracias [Señor] por la resistencia Damocles de mi falo!”.
Como un ángel que humea por la nariz en voz baja (“¡gracias por los orgasmos de las musas, de las niñas y de las Piérides!”), el jazzista apaga los colores para sentirse desnudo en la parte más oscura del cuadro. Frente a las miradas que lo escrutan (¡espina que esputa libertad!), estrangula el paraguas (porque abrirlo sería letal: la madre muerta no se lo perdonaría) como si fuera una gallina. Retrocede; agarra el jarrón amarillo de las flores y, como hacía el trompetista Miles Davis, le da la espalda al público. Se escucha oscura, nublada, tensa, su voz en off: “¡Gracias, Señor.....por los peces purulentos de tu mesa!”.
El jazzista se pierde entre los colores, cuya intensidad ha regresado con furia, luz y fuego. ¡Salpicadura de pigmentos! Lubricidad en estallido. La imagen del músico se deshace en un remolino anaranjado, que deja al paraguas degollado sin su mano. Re-ligar. El piso se encharca de colores vivos, que pronto se alinean en el soneto del poeta que pinta “El jazzista” y que escribe “Thanksgiving, 2014” (Silén, 2014):
¡Gracias, Señor, por los peces podridos!
¡Gracias por mi alma podrida que mastico
Contigo! ¡Gracias por este día de Thanksgiving
que no existe! ¡Gracias por los que comen
tierra con un poco de agua! ¡Por los que
comen semen con un poco de sida!
¡Gracias por Ti y por las dudas! ¡Gracias
por los sueños y por las pesadillas!
¡Gracias por los que jugamos dados con la muerte! ¡Gracias
por tu Pavo Real que guinda de las cruces! Gracias por
tu Volkswagen amarillo! ¡Gracias por la resistencia
Damocles de mi falo! ¡Gracias por los orgasmos
de las musas, de las niñas y de las Piérides!
¡Gracias, Señor.....por los peces purulentos de tu mesa!
Continuidad de los bares (¡oda a Cortázar!)
Cambio de colores, pero no de intensidad. El frío también quema. Mangas largas. ¿No hay “soles de medianoche” en la literatura puertorriqueña? El jazzista se transforma en El mago (2014): ¿Otro músico sin instrumento? La copa de vino —ensoñación— se mueve como un alfil; diagonal que se acerca a la ingravidez: vino puesto en el límite de la madera y el abismo nietzscheano. La copa no se apoca en la frontera, más allá de la cual la pintura se sale de la ficción y nos mancha de verde o de rojo. Por eso, desde su mano izquierda, el mago plantea la clave: embrujarnos a partir del tres, número cristiano, demasiado cristiano. Nietzsche se revuelca desde el aristócrata. Como el ángel silenista que es, el mago nos muestra el otro lado del “Paria”, personaje que en Nietzsche o la dama de las ratas (Silén, 1986) confrontó al aristócrata. La ingravidez del globo rojo, suspendido bajo la copa de vino, apunta a la simetría: ¡Pie de tres dedos!
El mago transforma el paraguas amarillo del jazzista en un tridente de Poseidón. ¿Espada o martillo? Desde su excepcionalidad con pelo suelto, embruja el lenguaje para que, como los globos rojos, se multipliquen los neologismos que saca del sombrero que no tiene: “me zeno y te esquizo. Te anorexio, te bulimio (en nombre de cristofobia, de yvanofobia, de orfeofobia). Te ilusionizo…”. ¿Se ha vuelto loco el mago? ¿Tienen hambre? ¿De qué?
El fondo azul se estrella en la oscuridad. Brujería elevada al cuadrado desde el tres, la cual el mago gastronomiza como si fuera un solo hechizado del jazzista: “Caníbal de tu lengua, te muerdo y te devoro, te antropófago, te eucaristío, te bebo, te manyo, te mastico, en nombre de Jesús y de Buda. Te zeno y me alucino...”.
El mago mueve los dedos del pie como si fuera a patear la nada: “Me canso de masticar tu vino”. Los globos rojos se miran. Cuando repite lo que ha dicho antes, se asustan sin estallar: “Me canso de masticar tu carne”. Cambio en la mismidad: semejanza de lo diferente. Los neologismos se intensifican. Desde la violencia “embellecida” con verbos ensangrentados de adjetivos, lo siniestro se enrojece: “te feroz, te cruel”. Cacofonía, no, “metagramática”. La copa de vino estalla y cae como un chorro en el abismo. El mago se levanta. Desde los tres dedos del pie izquierdo, levita: “Todo es posible con Dios o sin Dios”. La mesa flota como los globos, ahora imantados a tres personajes literarios: “Autores”, “Prolegómenos” y “Esquizo”.
Del verde al azul oscuro, como un calamar literario con cuello de los años setenta, el mago desaparece en su turbulencia mágica: durante un instante que parece un milenio, la pintura se borra. El cuadro se queda en blanco. El silencio ciega.
Cuando reaparece, el mago tiene la copa en la mano de cinco dedos. Entre el caos y la entropía, se apresta a otro truco. Por eso, da varios bastonazos literarios en el piso con el tridente y escribe en la madera un poema siniestro, atroz, emblemático del silenismo culinario más libidinoso, que titula “Te bulimio” (Silén, 2014):
Caníbal de tu lengua, te muerdo y
te devoro, te antropófago, te eucaristío,
te bebo, te manyo, te mastico, en nombre
de Jesús y de Buda. Te zeno y me alucino,
me zeno y te esquizo. Te anorexio, te
bulimio (en nombre de cristofobia, de
yvanofobia, de orfeofobia).
Te ilusionizo detrás de Autores. Detrás
de Prolegómenos, detrás de Esquizo.
Me canso de masticar tu vino. Me
canso de masticar tu carne. Todo es posible con
Dios o sin Dios: te feroz, te cruel, te canto.
¡Orfeo, está cantando en el infierno!
¡Jesús, está cantando en las navajas!
El mago filosofa frente a un espejo que no existe, donde su imagen se ve al revés: todo comer implica una violencia, pero comerse el lenguaje —la lengua— es lo mejor, porque comer es saber. Conocimiento al cuadrado. Epistemología gástrica. ¡Sor Juana! Meterse algo de fuera, dentro del cuerpo: intersubjetividad. Tocar tierra como el que llega a la luna. Plantar bandera: ¡te como! El plato está servido; los cubiertos brillan. El poema radical de César Vallejo se sale del menú: “y me han dolido los cuchillos de esta mesa” (2014, p. 227). Comer es una política que se practica tres veces al día: en el desayuno, con William S. Burroughs; en el almuerzo, con Arcadio Díaz Quiñones; y en la cena, con Lezama Lima. El banquete de Platón tiembla en la navaja de la poesía (Silén silena), venganza que también afila La razón del gourmet (Onfray, 1995): el antiplatónico (el ateólogo).
Comer para no ser comido. Marcar el mediodía del cuerpo con la leche de la entropía. Ingesta: la sopa está en la mesa. ¡Qué no se enfríe! El mago se ensopa; se toma el asopao. Frente al humo que sale de la muerte, posa con la cuchara en la boca. Y los cuchillos de esta mesa, ¿dónde están?
Se estira las lengüetas verdes del cuello, que parecen los bigotes de Dalí; se afila los dientes como los gatos de la literatura. Pero no maúlla; en vez, ladra. Lo primero que se aprende en la vida, dice citando al poeta Miguel Hernández, es el hambre.
Comer para resistir el poder. Se oyen los gritos de la poesía: “el amor es tan importante como la comida, pero no alimenta” (Gabriel García Márquez). El mago cuenta hasta tres y da otro bastonazo con el tridente: ¿y quién se ocupa de la sed de los que ni siquiera tienen la posibilidad de que el pan, como a los poetas, se le queme en las puertas del horno (César Vallejo)?
Lista de referencias:
Onfray, M. (1995). La razón del gourmet. Buenos Aires: De LA Flor S.R.L. Ediciones.
Silén, Y. (1983). Los paraguas amarillos. Binghamton, N.Y.: Ediciones del Norte.
Silén, Y. (1986). Nietzsche o la dama de las ratas. México: Editorial Villicaña.
Silén, Y. (1997). Los narcisos negros. San Juan, P. R.: Editorial de la Universidad de Puerto Rico.
Silén, Y. (2004). Los gatos azules. New York, N. Y.: RivartiCollection.
Silén, Y. (2014, Noviembre 26). Thanksgiving, 2014 [Entrada de blog]. Tomado de http://revista.escaner.cl/node/7559.
Silén, Y. (2014, Noviembre 26). Te bulimio [Entrada de blog]. Tomado de http://revista.escaner.cl/node/7559.
Vallejo, C. (1998). XXVIII. En R. González (E.), Poemas completos (p. 227). Quito: Libresa.
Lista de imágenes:
1) El jazzista (2014), Yván Silén.
2) Foto de Jessica Rolland/growin’Up de la obra Bloom (2010) de Sam Spencer at The Wapping Project.
3) All the broken glass, de writeitdown2908.
4) Foto de Fernando Anchorena.
5) Nietzsche – “Desconstruindo gigantes” de Emerson Pingarilho.
6) El mago (2014), Yván Silén.
7) The Well-Stocked Kitchen (1566), de Joachim Beuckelaer en Rijksmuseum Amsterdam.
8) Portadas libros Yván Silén.