They worked / ten days a week / and where only paid for five.
-P.P. Puerto Rican Obituary (1973)
Hemos pasado el fin / hacia regiones del asombro.
-Y. S. El pájaro loco (1972)
Nueva York: poesía. Una vez terminada la relectura de El pájaro loco —quién puede olvidar los primeros versos: “Bajamos hacia donde siempre es peligroso que se baje”—, subo el volumen del Obituario puertorriqueño (1977) para que el poemario nuyorican se oiga en la traducción (en vez del inglés original) y para que desde esa traslación, el verso se transforme en prosa: “Juan, Miguel, Milagros, Olga, Manuel, todos murieron ayer hoy y morirán de nuevo mañana…”
Como consecuencia de esa ferocidad funeraria, el poemario neosurrealista de Yván Silén —atento, muy atento a la poeticidad de Pietri (aunque el Obituary se publica en 1973, tiene una historia oral anterior a la publicación)—; el poemario neosurrealista, El pájaro loco, aletea en seco sobre el papel. Como Silén, Pietri vive en la Poesía. Desde sus correteos citadinos por la manzana podrida (Nueva York), el pájaro se voltea: “porque hay un pájaro-loco / que toca la guitarra / que sabotea / que mata / que mete”.
¡Cronos! Primera mitad de los setenta (último lustro de la carnicería en Vietnam); la poesía de Silén (en español) y la de Pietri (en inglés), se miran. Frente al espejo de la modernidad puertorriqueña (el ELA), exclaman al unísono: ¡diáspora!
Lo diferente se asemeja. Entre El pájaro y el Obituario se cruzan las páginas. La tinta se contamina de semen. Los puertorriqueños de Pietri se reafirman en su mortandad citadina y turuleca (el trabajo los aniquila; la ideología los mata): “Todos murieron aborreciendo las tiendas de comestibles que los convencieron creer en hacer bifes habichuelas y arroz a prueba de balas”.
El pájaro se vuelve lúcidamente loco: “pero a mí nada me / importa / yo-soy el insensible... camino hasta las tumbas abiertas / y mi madre me invita a un desayuno”.
Hambre de ser, por encima y por debajo de Nueva York (una bomba en estallido etno-político). ¡Imantación feroz! Apetito. De El Pájaro al Obituario; de lo boricua (Silén) a lo nuyorican (Pietri), los libros se tiran a la calle. La poesía camina por las aceras de Nueva York. El pájaro “silena”: “[P]egados a la realidad / … / descubriendo los caminos / como quien descubre los límites del tiempo / … cruza avanzando realidades”.
Bajo el efecto mariposa, el aleteo de El pájaro, abocado a la visión del Obituario, aumenta sus ráfagas de poemario emputecido. Encabronado con la realidad chata del realismo socialista. Según recorre líricamente las calles de Nueva York —las mismas por las que transitarán las dos primeras novelas de Silén, La biografía (1984) y La casa de Ulimar (1988)—, el pájaro se crece en sus vuelos intrasubjetivos; viajes de guerrillero enloquecido con la libertad absoluta de la poesía: “al gobernador hay que matarlo”.
Cuarenta años después de ese aleteo poético, en Tannie Lee y los cuentos de la nada (2012), el pájaro se transmuta en ángel, de alas quebradas que, al estrellarse, se rompe el falo (su cara de hombre): “Me lo agarré con las dos manos para que no terminara de romperse, o para que no acabara de desgarrarse… [días después] pude observar que estaba cosido y que también, para horror mío, estaba grapado. Me desmayé”.
Los muertos de Pietri, que nunca “supieron que eran puertorriqueños”, y “que nunca se tomaron un descanso de los diez mandamientos para tomar un café y MATAR MATAR MATAR”, se vuelven a morir “soñando con un viaje a Puerto Rico”. Poemario sarcófago, “donde los ratones viven como millonarios”, el Obituario se muere de amor étnico.
“[A]rrebatado de la realidad”, el ángel silenista se vuelve a tocar la cara de hombre roto: “Me lo aguanté con las dos manos para que no terminara de romperse, o para que no acabara de desgarrarse. Tenía miedo de verlo caer contra el suelo como un cáliz de cristal de roca”.
Temeroso de perder el vuelo, el ángel de Tanni Lee involuciona desde la prosa. Con alas rotas de García Márquez, “se vuelca sobre la piel de las ratas” que le pasan por encima. Apesta; analéptico, el ángel regresa al pájaro enloquecido del poemario alado (las imágenes del pájaro en bicicleta, con sombrero de copa y pantalones campana, se multiplican a lo largo del libro).
Los sustantivos en El pájaro se trastocan (“losojos,” “el reló,” “flooooores”). El inglés, “its not unusual”, se cuela por una ráfaga de referencias griegas (Clío, Calíope, Erato, Melpómene, Polimnia, Orfeo, Euterpe, las Parcas, el Hades, Tersícope). Desde el sinónimo (“cáfila”) y la sentencia epigramática, “Mirar era inútil,” el pájaro politizado vuela sobre sus muertos (que tampoco serán, como los de Pietri, en vano).
A nivel metapoético, El pájaro se desnuda esquizamente. Mirándose en la página del poemario, se multiplica: “Comencé a escribir… y comprendí… que a lo lejos, / un hombre escribía en mi escritorio”. La sicosis poetiza. Frente a la montaña de citas que acuartela el poemario, el pájaro delira en claro y en seco; con la mano sobre el papel, “ahora que tomo el poema desde las letras”, dispara varios de los fusiles que, como el Che, lleva consigo: “puedo gritar hasta romper el silencio”.
Dando vueltas por la ciudad que detesta (Nueva York), “ahora, detrás del tiempo, ¡toco la flauta!” El pájaro circula por dentro y por fuera de la realidad, que quiere romper de un plumazo plural.
Como si estuviera metido en un poema largo, que reclama su realidad, “te toco como a un libro nuevo / y te siento contra mi nada”, El pájaro sueña despierto: “¡todo es monstruoso! / pero hemos llegado a la ciudad maldita / y toda la ciudad es un canto de ceniza / todo Nueva York es un grito sin sonido / y los túneles se abren hacia arriba…”
Frente al Obituario, que se orina y “silena” ante la muerte de los puertorriqueños que no saben que son puertorriqueños (Silén gritará después que los boricuas matan por Estados Unidos, pero no por Puerto Rico), Pietri se transformará, con el ir y venir de los libros, en el Reverendo de la Santa Iglesia de los Tomates: “Levanten la Mesa, levanten la Mesa, la muerte no es muda e inútil”. Con el estuche de la Biblia en la mano, el Reverendo ríe; y se reinventa desde el negro, color en el que se vestirá hasta su muerte. Tinta nuyorican; fango de East Harlem.
Desde el poeta que fuma en papel de Biblia, el teólogo de la etnicidad boricua se hace piedra (pietri) de la iglesia nuyorican (los Young Lords). Cagándose en “la supremacía blanca de las biblias,” que usa “como papel higiénico”, el Reverendo sube el telón de la ciudad y le predica al barrio, “hacer de sus almas latinas la única religión”.
El pájaro bracea; “antipoético,” “antifilosófico”, como si hubiera caído en un vacío, pedalea sin que se le caiga el sombrero de copa ni se le enreden los pantalones campana. Desde la bicicleta (que devendrá en El velocípedo de Jesús, 2011), El pájaro se multiplica en la pluralidad que lo constituye desde el viaje: “yo sigo mi camino como / caperucita / diciendo mi cuento viejo / hasta la puerta del ahorcado”.
Por eso, en “El pequeño manifiesto”, vuelo en prosa, El pájaro comienza el poemario con las alas abiertas: “la moral será siempre un muerto en el camino, la religión una momia de museo y la política un perro sarnoso…”
El Obituario se escurre. Entre las alas del pájaro guevariano, “yo-soy el que soy / el que tengo la llave en mi verso / y un revólver 38 en el bolsillo”, El pájaro acoge al Reverendo de la Santa Iglesia de la Madre de los Tomates (Pietri) con las plumas abiertas y las páginas escritas con semen. Entre aleteos que llenan las aceras de páginas silenistas, El pájaro se despluma frente al Obituario; sobre el féretro de tantos nombres en español que mueren en el Nueva York de Pietri, El pájaro pedalea como Orfeo “hacia el abrazo de ese hombre / solamente-solo”, que habita en el inconsciente de los poetas malditos (Silén).
Como el texto crítico que es, el Obituario se resiste a sí mismo; “esperando que el jardín del edén estuviera de nuevo abierto y bajo un nuevo gobierno”, se opone a la ruta de la muerte que nombra desde el título (su cara de hombre que defiende la vida), porque “[E]s un largo viaje que no da ganancia desde el Harlem español hasta el cementerio de Long Island”.
Desde ese olor a muerte, El pájaro merodea el cementerio puertorriqueño (inundado de odio). Mientras la piedra va y viene, entre la poesía (y el teatro) de Pietri (el gran peñón nuyorican), el hacha silenista golpea sobre el papel de la literatura puertorriqueña de Nueva York, escrita en español (poesía que se hará con los libros —y así se desea— escritura hermafrodita): “Vengo tras de ti / porque te has quedado al otro lado del amor”.
De ahí que en la última parte de El pájaro, la poesía se extralimite; se salga de sí, volcándose a la narrativa (el cuento) con que termina el poemario alado (que empieza con un manifiesto en prosa): “Luisa se movió intranquila. Dentro de media hora llegaría Pablo. Ella siempre se había esmerado por tener la comida preparada”.
El pájaro da vueltas sobre el ensayo, la poesía y el cuento; aletea sobre el Obituario como si fuera una nube cargada de lluvia. ¿De “pus”? Las páginas del Obituario se vuelan con los aleteos de El pájaro. Cuando llega la calma, el libro de Pietri queda abierto donde dice, “Confinados a la supremacía de los gusanos en el cementerio de Long Island”. El pájaro sube de las alcantarillas de la ciudad y de las del yo burgués, por las que el Obituario transita al nivel de la calle: “Miguel terminó odiando a Milagros porque Milagros tenía un equipo de televisión…”
Desde la escritura subterránea, El pájaro, “dos rostros se funden en la noche / como las letras de un libro”, se mira en la última estrofa del Obituario, que termina así: “Aquí aquí no hay dial para las sopas comerciales… / Aquí los almuerzos televisivos no tienen futuro…”A partir de esa tempestad, El pájaro vuela; se esfuma y se fuma varios poemas de Pietri.
El pájaro y el Obituario se enredan a otro nivel. En 1972, Silénhabla en el poemario de su ex amigo, Matilla, el mismo Alfredo que en 1977 traduce el Obituary en Obituario: “Aquí se habla español todo el tiempo.” Picoteo; El pájaro se lleva en el pico estos versos del Obituario: “Si solo ellos regresaran a la definición del sol después de la primera nevada mental en el verano de sus sentidos”. Como un trapecista que se juega el día en una cuerda demasiado floja, el Obituario grita: “Todos ellos murieron como muerte un héroe con ropa del distrito en un sandwich a las doce en punto de la tarde”.
De ese navajazo zen, el pájaro vuelve a la realidad del ángel de alas rotas y de pene grapado, socorrido por el encantamiento de Tanni Lee: “Ella se acercó a mí vestida ahora, desnuda en los amaneceres y en los crepúsculos, y colocó la almohada detrás de mi cabeza. Me acomodó y comenzó a darme sopas”. Como si fuera un personaje de Pietri, el ángel “realida” en un sentido característicamente silenista: “Me acomodó y empezó a darme sopas. Contemplé la cuchara que temblaba entre sus dedos y que entraba y salía del plato hondo. Contemplé su mano rígida. Contemplé sus ojos infinitos como el dolor de mi glande”.
Dramático, consciente de sí y de que, además, era mirado por nosotros, el ángel engulle: “comí las sopas sin decir una palabra. Comí ciegamente, como si estuviera celebrando la eucaristía: pan negro y ajo molido; cebolla como el olor de su cuerpo y vino derramado por mis labios”. Acto seguido, el ángel se apresta a bajar el telón del drama con estas palabras: “La muerte, aunque el lector lo dude, posee esa extraña actitud de retrasarse…”
Disfrazado de pájaro loco, metaliterario, “no sabía si era el principio de la muerte o el génesis de la vida”, el ángel da el aleteo final: “Es hora de cerrar todos los libros”.
De Silén a Pietri: una cartografía mínima. Con los libros cerrados, termino con lo menos que se pude decir de la relación Silén-Pietri: a saber, que la imantación de Yván hacia Pedro ha sido una constante de la literatura silenista. Empezando en 1972, el acercamiento estalla por partida doble. Primero en El pájaro loco, pues Silén le dedica el poema epónimo, “El pájaro-loco”, a Pietri; y después en The Puerto Rican Poets / Los poetas puertorriqueños, antología en la que, como co-editor, incluye un poema de Pietri, “The Broken English Dream”:
“…………………….
……………..
…………………….
……………...”
Entre finales de los setenta y mediados de los ochenta, Silén convoca a Pietri de varias maneras. Leyeron juntos en una actividad del Partido Socialista Puertorriqueño; formaron parte de lo que Silén llamó “Los cuatro jinetes del apocalipsis” (Ramos Otero, Pedro Pietri, Néstor Barreto e Yván Silén); y sobre todo, Pietri es homenajeado en la antología que preparó Silén, Los paraguas amarillos. Los poetas latinos de Nueva York (1983), en la cual su poesía es la única escrita en inglés: “Looking for something I had lost / I came across a flawless blank page
Sin embargo, la relación personal entre Silén y Pietri se rompe.
En los noventa, desde un “antiensayo latinoamericano” que defiende la ontología del poeta (“Original-es-ser-para-lo-inevitable”), Silén lo privilegia, desde el adverbio y el subjuntivo, en Los ciudadanos de la morgue (1995): “Quizás por esto Pedro Pietri se equivoque al tratar de convertir a los versificadores neoyorquinos (esos apalabristas de la sociología del ‘ghetto’) en el cimiento mismo de la poesía del exilio”.
Cuando muere en marzo de 2004, Silén le dedica una elegía en enero, “Hay que joderse, Pedro Pietri” (2005): “¿Quien lo hubiera creído / que después de morirte una vez / murieras tantas veces / a las cinco de la tarde?” En La poesía piensa o la alegoría del nihilismo (2010), junto a la de otros poetas fundacionales, Silén considera la de Pietri como parte del estallido original: “Todo el universo ‘ha sido’ ya y tal vez no se repita”.
Por eso, cuando leo esta autobiografía de Silén, celebro también a Pietri: “Soy, pues, aunque mis enemigos no lo deseen oír, el Antinihilista por excelencia; el Anticristiano de las letrinas de la teología de la pobreza”.
Lista de imágenes:
1. Pedro Pietri en la Antología Poetas del Siglo XXI.
2. Frank Espada, Young man with a Puerto Rican flag, Washington, D.C., 1974.
3. The cook's boy, mushroom farm, Kennett Square, PA, 1981.
4. Frank Espada, At the Subway, 1980.
5. Frank Espada, El Ministro, at Pentecostal service, East New York, 1964.
6. Frank Espada, Williamsburg, Brooklyn, NY, 1984.
7. Frank Espada, Dancers, Mott Haven, 1979.
8. Yván Silén en la revista Media Isla.