Virajes, transformaciones y espejismos: La ruta de Ollanta Humala

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En los últimos 14 años, una serie de candidatos identificados con la izquierda han llegado al poder a través de elecciones en América Latina. Este “giro a la izquierda”, que ha coincidido con un contexto regional de crecimiento económico, se distingue por dos características que parecerían estar opuestas entre sí. Una es la amplitud y vitalidad de esta tendencia electoral, que aún no se extingue, habiendo tocado a casi toda Sudamérica en algún momento, así como algunos países de Centroamérica.

La otra característica es la aparente falta de un norte programático claro que sea compartido por los distintos grupos de izquierda. Ni los regímenes supuestamente más radicales, como el de Venezuela, han hecho cambios significativos al sistema económico, lo cual se debe tanto a la pérdida del referente del “socialismo realmente existente” como también a la mayor autonomía de la economía en relación a la sociedad en el contexto actual. Esto no quiere decir que los nuevos gobiernos de izquierda no hayan hecho nada, sino que simplemente el contraste con el izquierdismo de antaño, en lo que a radicalidad programática y definición ideológica se refiere, es palpable.

Hasta el año pasado, Perú y Colombia parecían ser inmunes a esta tendencia zurda, cuando de pronto, y contra la mayor parte de los pronósticos, Ollanta Humala ganó las elecciones peruanas del 2011, despertando grandes expectativas.

Después de sólo seis meses en el poder, sin embargo, la asociación de Humala con las posiciones de izquierda parece estarse desdibujando. Si bien han sido varios los gobiernos de izquierda en Latinoamérica que una vez en el poder han adoptado políticas moderadas en vez de radicales, el caso de Humala está siendo interpretado más como un viraje que como una moderación. Un giro, además, que ha permitido que el candidato que era percibido como el Anticristo por el sector económico A (que votó abrumadoramente por su contrincante Keiko Fujimori), ahora cuente con un 70% de aprobación en ese mismo estrato, según las encuestas – mientras que el vínculo de Humala con los que lo apoyaron se va debilitando. Un cambio tan dramático, en tan poco tiempo, merece atención especial.

Cuando Ollanta Humala postuló a la presidencia por primera vez en el 2006, ya llevaba un bagaje político complicado: el levantamiento del año 2000, el movimiento “etnocacerista” de su padre y su hermano, y la asonada liderada por este último en Andahuaylas en el 2005. El etnocacerismo generaba temor entre las élites políticas y confusión y extrañeza entre los analistas.

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¿Se trataba de un movimiento de izquierda radical, por su oposición a las élites y al neoliberalismo y su reivindicación de lo andino y de las políticas Juan Velasco Alvarado? ¿O se trataba de de un movimiento fascista, por su organización en torno al ejército, su utilización de categorías raciales (muy distinta al indigenismo) y su ideología “nacionalista,” término que en Europa (a diferencia de Latinoamérica y el Tercer Mundo) es asociado con la derecha?

Tras retirarse del ejército en el 2004, Ollanta funda el Partido Nacionalista Peruano,  que se aleja del etnocacerismo pero que sin duda absorbe parte del capital político acumulado por este último. Crece rápidamente en popularidad como opción para las elecciones del 2006, sobre todo en la sierra sur y entre los sectores populares.

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Durante la campaña electoral, Ollanta mantiene una retórica agresiva y un discurso crítico del sistema político y económico y a favor de la nacionalización de los recursos naturales. Pero es sobre todo su expresión de admiración por Hugo Chávez la que, para los sectores de poder, lo convierte en némesis, en personificación del “chavismo” en el Perú. Para derrotarlo, en segunda vuelta, le dan su apoyo al ex-presidente Alan García.

Los partidos tradicionales de la izquierda, aún dudosos sobre si Humala era realmente uno de los suyos, y preocupados por las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos que se le imputaban, habían presentado tres candidaturas propias, todas las cuales recibieron una votación muy baja.

(En este contexto, vale la pena no perder de vista los dos sentidos que comúnmente tiene la palabra “izquierda”: por un lado, un conjunto de partidos y personalidades específicas, y por el otro, una tendencia más amplia y diversa, centrada alrededor de ciertas ideas o inclinaciones que pueden estar presentes en un sector más amplio de la población, de acuerdo al juicio del observador).

Unos años después, conforme se acercaban las elecciones del 2011, al mismo tiempo que suavizaba su retórica, Humala se fue acercando más a la izquierda tradicional. La alianza que surgió de esta aproximación, Gana Perú, formuló un extenso plan de gobierno llamado “La Gran Transformación,” elaborado por conocidos intelectuales y de corte no anti-capitalista pero si claramente anti-neoliberal y a favor de un proyecto de planificación y reforma estructural. De esta manera, Humala obtiene el 32% de los votos (8 puntos más que la siguiente candidata) y pasa a segunda vuelta.

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A partir de este punto de mayor de mayor identificación de Humala con posiciones de “izquierda,” se inicia un alejamiento gradual, en tres etapas bien marcadas.

La primera no sería propiamente una “derechización” sino una “centrización:” se produce una alianza con el centro político, identificado con los partidarios del ex-presidente Toledo, algo indispensable para derrotar al fujimorismo y ganar la segunda vuelta. En este contexto, la breve “Hoja de Ruta” empieza a reemplazar al satanizado plan de gobierno original.

El segundo momento de “des-radicalización” se da una vez ganada la elección, cuando Humala concede ante las presiones de los grandes empresarios y la prensa televisiva, nombrando como Ministro de Economía a Luis Miguel Castilla, viceministro del gobierno anterior, ortodoxo y neoliberal. De esta manera, Humala pasaba por alto a sus asesores económicos de primera vuelta (Jiménez) e incluso a los centristas/toledistas de la segunda (Burneo). La selección de Castilla, sin embargo, es aceptada por los partidarios de Humala como una concesión necesaria para un gobierno de concertación. Además, se veía compensado con el nombramiento de gente de izquierda o de centro a otros ministerios.

El tercer momento, ya una derechización propiamente dicha, se da cuatro meses después de iniciado el gobierno, en Diciembre del 2011, cuando el conflicto social por el proyecto minero Conga lleva a la renuncia del premier Salomón Lerner y su reemplazo por Óscar Valdez. Salen también la mayor parte de los ministros de izquierda o centro-izquierda, así como prácticamente todos los asesores que habían integrado el equipo de campaña. El nuevo gabinete parece ser una mezcla de figuras de centro-derecha, como Valdés y Castilla, y otras de perfil apolítico.

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La derechización del gobierno se ve reforzada por varias declaraciones del nuevo premier anunciando el fin del cualquier intento de “Gran Transformación” y expresando su admiración por el primer gobierno de Fujimori, al mismo tiempo que se ve enfrentado a los movimientos sociales que llevaron a Humala al poder. Se habría suavizado ligeramente la línea de derecha dura que mantuviera el segundo gobierno de Alan García, pero más allá de eso el continuismo de Humala con los gobiernos anteriores parecería haber predominado antes que cualquier transformación – la excepción siendo quizás en el ámbito de Relaciones Exteriores, donde se ha pasado a una política de amistad con todos los países de América, incluyendo Venezuela, Cuba y Bolivia.

A menos que se produzca un nuevo viraje, el tan temido radicalismo de Ollanta Humala habría resultado ser un espejismo. Humala buscará asegurar el apoyo de los que votaron contra él y al mismo tiempo mantener el respaldo de por lo menos parte del sector menos politizado entre los que si votaron por él (aquellos que votaron con la esperanza de que un militar como Humala pusiera “orden”, o simplemente esperando un gobierno honesto y no corrupto).

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Tres factores podrían debilitarlo: 1) Un enfriamiento de la economía; 2) Una percepción de su gobierno como corrupto; 3) Su respuesta ante los conflictos sociales (que en Perú giran alrededor de las industrias extractivas), si es que es percibido como demasiado cercano a los intereses de las grandes empresas.

Estamos en una era en Latinoamérica en la cual una parte considerable del electorado tiende a votar por posiciones anti-neoliberales o de alguna manera contestatarias, pero al mismo tiempo el capital mantiene el poder que acumuló en años anteriores. Además, la izquierda aún no desarrolla suficientes propuestas programáticas claras para reemplazar las que alguna vez tuvo y perdió. Todo esto significa que los gobiernos de izquierda se ven sujetos a mucha presión cuando llegan al poder, y por tanto tienen que desarrollar sagacidad y creatividad política para no abandonar sus principios. Ollanta Humala hasta ahora no ha podido o no ha querido responder de esta manera.

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Para la derecha, el capital y los sectores medios y altos, todo esto significa que Humala “ha aprendido” o que se ha dado cuenta de cuál es el único camino a seguir –el del crecimiento y la “modernidad”. Según estos sectores, cualquier política que no esté conforme al 100% con los deseos del gran capital corre el riesgo de “dinamitar” el crecimiento y hacer “retroceder” al país. Hasta cierto punto, esta creencia refleja “correctamente” el inmenso poder del capital (“Los cambios son malos, pues si hacen cambios nosotros retiramos el capital del cual ustedes dependen y se mueren de hambre”) y la tendencia que tiene de cerrar vías alternativas y rehacer el mundo a su imagen.

El problema es que esta visión toma lo que es una condición estructural del sistema –la dominación del capital sobre la sociedad- y la celebra y glorifica, elevándola al nivel de una doctrina. Este punto de vista olvida que con un poco de creatividad, si es que la coyuntura es favorable, la sociedad puede ponerle ciertos límites y condiciones al capital, para alcanzar objetivos sociales, culturales y estructurales que considere justos, sin necesariamente detener el proceso de acumulación a corto plazo. También olvida cuales son las consecuencias a largo plazo de una dependencia excesiva del mercado y del capital.

Lista de imágenes:

1. Mítin de cierre de campaña de Ollanta Humala, Junio 2011 – Fotografía del autor.
2. Ollanta Humala, un militar retirado de izquierda de 49 años, asume el poder en Perú, 28 de julio de 2011, (AFP).
3. Noche de triunfo de Gana Perú, 6 de junio de 2011.
4. Carátula diario El Comercio, 25 de Marzo 2011.
5. Carátula diario Correo, 28 de Abril 2011.
6. Carlín, La República.
7. Centro de Lima, Junio 2011 – Fotografía de Elizabeth Lino Cornejo.
8. Tasso, Ollanta el desfigurado.