Descifrando la globalización

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La globalización ensalza un amplio conjunto de ideas y posiciones. En términos generales, se refiere a los flujos de mercancías, inversiones, producción y tecnología entre naciones (Petras, 2001, p. 33). Guillermo de la Dehesa (2003) la define como "un proceso dinámico de creciente libertad e integración mundial de los mercados de trabajo, bienes y servicios, tecnología y capitales" (p. 18). Según De la Dehesa (2003), la globalización está basada en ciertas libertades: "libertad de comerciar con el resto de los países del mundo aprovechando las ventajas comparativas de cada uno; libertad de invertir los capitales donde tienen mayor rendimiento; la libertad de establecerse en el país que se desee..." (p. 18). Aunque es posible hablar sobre otras dimensiones de la globalización, por ejemplo, la informática, lo cierto es que el aspecto económico siempre ha estado subyacente en esta.

El término "globalización" se utiliza principalmente para describir aspectos claves de la economía internacional. En este sentido, Jagdish Bhagwati (2005) plantea que "la globalización supone la integración de las economías nacionales en la economía internacional, mediante el comercio, la inversión extranjera directa, los flujos de capital, los flujos internacionales de trabajadores y de recursos humanos en general, y los flujos de tecnología" (pp. 19-20). Por su parte, Manuel Castells (2009) hace referencia a una "sociedad de redes" cuando se refiere a la globalización, haciendo alusión a un conjunto de interconexiones y redes globales que, en cierta medida y a nivel teórico, unifican al mundo. Entonces, la globalización y su reducción teórica de las distancias, en cuestión de tiempo y espacio, suponen la creación de una "aldea global" donde se facilitan los flujos comerciales y se acrecienta la interdependencia global.

La globalización y sus dimensiones

La globalización es un concepto que se hilvana en prácticamente la totalidad de nuestras relaciones interpersonales e internacionales. La multiplicidad de elementos que abarca el concepto obliga a realizar algunas precisiones sobre el mismo, para hacerlo más operacional a la hora de emplearlo en la definición de fenómenos que consideramos de escala global. Es este esfuerzo, Ulrich Beck (1998) subdivide la globalización en cinco dimensiones: 1) dimensión informática; 2) dimensión ecológica; 3) dimensión económica; 4) dimensión de la cooperación del trabajo respecto a la producción; 5) dimensión cultural.

Las fronteras estatales se disipan cuando nos referimos al espacio de la comunicación global. Aunque algunos estados aún ejercen cierto control de los medios de comunicación a nivel interno, resulta casi imposible que las sociedades ignoren acontecimientos que ocurre en otros espacios geográficos. Los flujos de información como ámbito exclusivo de la soberanía política del Estado se disipan. Cuando ocurre algún evento en cualquier parte del mundo y nos enteramos en tiempo real por una red trascendente de información global simbolizada por los satélites, podemos referirnos a la globalización informática.

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El problema ambiental adolece de soluciones unilaterales por parte de los estados. Nos encontramos aquí ante una situación que repercute y trasciende las fronteras nacionales. Que el daño ocurrido sea ambiental le otorga inmediatamente un matiz internacional. La contaminación, el calentamiento global, entre otros problemas ambientales, no conocen fronteras, por lo que hace falta una acción concertada por parte de la sociedad internacional. Respecto a esto, las cumbres han demostrado ser poco efectivas porque cada estado y región requiere de un tratamiento distinto. De esta manera, se hace evidente la necesidad de negociaciones multilaterales, compuestas por actores sociales e internacionales que contribuyan a la crítica y posterior puesta en acción de un sistema de contingencia que logre solventar la situación. Este proceso de emancipación ambiental que pasa desde la producción, el consumo, la arquitectura e incluso la política de transportes, lo podemos denominar como globalización ecológica.

El quehacer económico se ha ido transformado. La economía virtual de corrientes monetarias transnacionales se ha tornado cada vez menos deudora del ámbito material y cada vez más inclinada hacia los sistemas informáticos y de la información en general (Beck, 1998). Estos aspectos especulativos o instrumentos financieros traspasan los controles estatales prácticamente inadvertidos, incluso hurtan a las economías nacionales de sus propios cimientos, sin que exista un sólido marco reglamentario que regule estas economías transnacionales o globales de una manera efectiva. A este proceso de transnacionalización de la empresa y flujos económicos (por ejemplo: Amazon, EBay) que inevitablemente produce el debilitamiento de la institución soberana del Estado (en la medida que burla algunos controles estatales como pueden ser los impuestos en aduana), se le conoce como globalización económica.

Los puestos de trabajo se están exportando. Así como se organizan viajes internacionales para disfrutar de la primavera en los distintos continentes, así también se podrán repartir, teóricamente, procesos de trabajo y de producción en todo el globo terráqueo; pagados a la tarifa más baja y garantizando el rendimiento deseado en el plano de la colaboración (Beck, 1998: 19). Piezas de productos pueden fabricarse en lugares distintos, y el ensamblaje final llevarse a cabo en un tercer lugar, cuyo único vínculo con los primeros más allá es la conformación del proceso de producción, partiendo de los costos de producción y el transporte en beneficio de la empresa. Esta dimensión es la globalización de la cooperación del trabajo respecto a la producción.

Cuando un artista no occidental logra insertarse en el mercado musical occidental, vemos un efecto de la globalización: se dota a distintas culturas musicales regionales con la capacidad de influir y obtener audiencias más allá de sus entornos inmediatos, incluso a nivel planetario. Este fenómeno, que no solo abarca el ámbito musical, sino el cultural en general, y la reciprocidad de influencias cotidianas que intercambian estados y regiones forman parte de la globalización cultural.

El modelo actual de la globalización

La globalización en esencia es amorfa, pero moldeable. No tiene ideologías específicas, pero contiene gran capacidad de absorción ideológica. No tiene un fin en sí misma, pero toma la dirección que se le otorgue. A través de la historia, la forma, la ideología y la dirección que han caracterizado la globalización han sido cambiantes. La globalización ha acortado las distancias y reducido las dimensiones del mundo de manera progresiva. Esto, en esencia, no es una mala cualidad.

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Actualmente, gracias a este fenómeno, podemos conocer lo que está pasando alrededor del mundo en tiempo real; transportarnos a cualquier parte del hemisferio de manera más efectiva que hace apenas un siglo; comunicarnos con personas en casi cualquier rincón del Planeta; e incluso enfrentar problemas que aquejan a nuestra sociedad, que en otros tiempos eran imposibles de tan siquiera conocer. Sin embargo, la globalización presenta elementos que han beneficiado de manera desigual a distintos estados del mundo. Al ser moldeable, toma la forma que se le otorgue; de modo que aquellos estados con mayor capacidad, económica y bélica principalmente, han sido quienes han conseguido moldear los procesos a su favor.

Bajo este principio, las características subyacentes al concepto han ido cambiando con el paso del tiempo. Por ejemplo, no cabe duda que los mayores beneficiarios de la globalización en la era colonial fueron los estados europeos que colonizaron los nuevos horizontes encontrados, por lo que una definición elaborada en los siglos XVI al XIX probablemente hubiese partido del concepto "colonización" como elemento definitorio.

Al parecer, la globalización se ha desarrollado como un proceso profundamente divisivo. Una porción de la población mundial ha estado excluida de los beneficios que responden a su capacidad de influencia global (Held, 2003). Las nuevas tecnologías han hecho avanzar la globalización, al tiempo que la han ido transformado. La globalización ha permitido la conexión entre grupos de personas que históricamente han estado fuera del panorama internacional. Aun así, el balance sigue siendo desproporcional entre quienes influyen en la globalización con mayor facilidad y aquellos que intentan entrar en el juego.

Con el fin de la Guerra Fría terminó la era bipolar que en cierta medida "balanceaba" ideológicamente al mundo: EE. UU. consiguió posicionarse como potencia hegemónica incuestionable. Desde la Guerra Hispanoamericana, EE. UU. había aparecido como potencia emergente a ser tomada en consideración, y luego de la Segunda Guerra Mundial comenzó a utilizar la globalización para exportar su imagen y modelo económico-político-social alrededor del mundo. El “American Dream” se convirtió en el anhelo de sociedades menos desarrolladas, no democráticas e incluso de muchas occidentales. Pero no fue hasta el 1991 que EE. UU. logró posicionarse como potencia hegemónica sin paralelos ni contrapesos en cuestión de poder e influencia global. Es entonces cuando la globalización comienza a adquirir las cualidades de su modelo actual.

Si tomamos el modelo actual de globalización y lo deconstruimos, resaltan dos particularidades que han pasado a entenderse como sus cualidades intrínsecas. Primero, la globalización es económicamente capitalista; y segundo, es políticamente neoliberal. El carácter capitalista ha merodeado en la globalización desde finales del siglo XVIII, inicialmente como un sistema mercantilista[1], pero ha sido más bien una cualidad subyacente y no una característica propia. El capitalismo ha sido un componente intermitente de la globalización, que incluso ha tenido que compartir protagonismo con el socialismo durante gran parte del siglo XX. Pero ahora, sin contrapeso y promovido por el neoliberalismo, asumirá un rol más protagónico. Por su parte el neoliberalismo, nacido del liberalismo decimonónico, también ha conseguido considerable protagonismo. Este considera contraproducente el intervencionismo del Estado en asuntos principalmente económicos, promoviendo el libre mercado capitalista y la privatización del sector público. Durante la década de los 80, se comenzó a exportar el modelo neoliberal defendido principalmente por Reagan y Thatcher, el cual fue puesto a prueba en Chile luego del golpe de Estado de 1973. Pero no es hasta la década de los 90 que su despliegue global se hace más efectivo y contundente.

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El neoliberalismo y la globalización

En el libro Camino de servidumbre (1944), Friedrich Von Hayek ataca ferozmente las limitaciones que los estados aplican sobre los mecanismos del libre mercado, catalogados como amenazas a las libertades económicas y políticas, presentando los primeros vestigios del neoliberalismo. El texto surgió como reacción teórica y política contra el estado de bienestar e intervencionista, apuntando inicialmente al Partido Laborista que estaba perfilado a ganar las elecciones inglesas de 1945. Tres años más tarde, en 1947, Hayek convocó una reunión en Mont Pélerin, Suiza, con quienes de alguna u otra manera compartían sus posiciones ideológicas. La reunión recibió personalidades reconocidas en el ámbito internacional como Milton Friedman, Karl Popper, Lionel Robbins, entre otros. Entre adversarios del estado de bienestar y enemigos del New Deal estadounidense, se fundó allí la Sociedad de Mont Pélerin.

La Sociedad tenía como propósito expreso combatir el keynesianismo para preparar otro tipo de capitalismo para el futuro. Sin embargo, durante las décadas de los 50 y los 60, el capitalismo comenzaba a pasar por un gran auge, y la globalización, por un proceso de aceleración, con lo cual las advertencias neoliberales traídas por la Sociedad parecían inverosímiles. No fue hasta la década de los 70, que el proyecto neoliberal apareció como uno acertado para algunos líderes mundiales. Según Hayek (1944): “Las raíces de la crisis estaban localizadas en el poder excesivo y nefasto de los sindicatos y, de manera más general, del movimiento obrero, que habían socavado las bases de la acumulación privada con sus presiones reivindicativas sobre los salarios y con su presión parasitaria para que el estado aumentase cada vez más los gastos sociales”. La ofensiva neoliberal comenzaba a madurar. El remedio parecía claro: mantener un estado limitado en el ofrecimiento de los gastos sociales y en las intervenciones económicas, pero fuerte para quebrar el poder de los sindicatos y el control del dinero (Anderson, 2003). El Estado debería estar limitado a establecer y mantener una estabilidad monetaria que contenga el gasto social y establezca una tasa “natural de desempleo” o, lo que es lo mismo, un ejército industrial de reserva de desempleados. Además, debían crearse reformas fiscales que incentivaran a los agentes económicos. Así, una “nueva y saludable” desigualdad estaría supuesta a dinamizar nuevamente las economías avanzadas, potenciando el crecimiento económico.

Comenzó a experimentarse con este modelo en el Chile de la dictadura de Pinochet durante la década de los 70, impulsado principalmente por los llamados “Chicago Boys”[2]. Unos años más tarde, la Inglaterra de Thatcher sería el primer país que abrazaría abiertamente las políticas del modelo neoliberal junto a Reagan en EE. UU., Kohl en Alemania y otras de las economías más avanzadas, las cuales paulatinamente se fueron adhiriendo al nuevo paradigma. Poco a poco se fue dando una ola de “derechización”[3] que acaparó gran parte de los Estados más desarrollados. Además, en el contexto de la segunda etapa de la Guerra Fría, los defensores del neoliberalismo se propusieron ganar aún más terreno ideológico a nivel internacional. En este contexto, alimentaron el anticomunismo, apoyando financiera y armamentísticamente al movimiento Talibán contra la expansión soviética en Afganistán.

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Hubo varios acercamientos al proyecto neoliberal por parte de los Estados. Inglaterra asumió la mirada que actualmente denominamos "clásica": Thatcher bajó los impuestos sobre ingresos altos, elevó las tasas de interés, contrajo la emisión monetaria, abolió controles sobre flujos financieros, elevó la tasa de desempleo, aplastó huelgas, impuso una nueva legislación antisindical y cortó los gastos sociales de su gobierno (Anderson, 2003). Además, lanzó un amplio programa de privatizaciones que iban desde la vivienda pública hasta industrias básicas como el acero, la electricidad, el petróleo, el gas y el agua. Si bien es cierto que Reagan, al igual que Thatcher, redujo los impuestos a favor de aquellos con los mayores ingresos, también elevó las tasas de interés y aplastó huelgas durante su gestión. Su gobierno se centró en una competencia militar sin precedentes, adoptando un acercamiento algo distinto en EE. UU. La ausencia de un estado de bienestar de corte europeo permitió a los EE. UU. concentrar gran parte de su presupuesto en una carrera armamentista que eventualmente haría quebrar a la Unión Soviética. Así, concibió el contexto neoliberal como una estrategia para quebrar la economía soviética, adhiriéndose al más férreo anticomunismo. Otras potencias europeas adoptaron un neoliberalismo más cauteloso que las anglosajonas, enfatizando la disciplina monetaria y las reformas fiscales más que el recorte de gastos sociales.

Con todo esto, en muy poco tiempo el neoliberalismo logró alcanzar una considerable hegemonía. Inicialmente, tuvo un éxito innegable en detener la inflación de la década de los 70. En el conjunto de los países de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD), la tasa de inflación cayó de 8,8% a 5,2% entre 1970 y 1980, y continuó bajando durante la década de los 90 (Pain, 2008). En cuanto a la deflación, durante la década de los 80, el neoliberalismo consiguió que las ganancias de los países de la OECD aumentaran a 4,7% de un 4,2% que arrastraba de la década de los 70. Esto se debió principalmente al aumento en las tasas de desempleo que casi se duplicaron en la década de los 80, lo que contribuyó a la derrota del movimiento sindical y, a su vez, a la notable contención de los salarios.

Luego de un álgido momento en la economía internacional tras la Segunda Guerra Mundial, la crisis de 1973 representó un momento de desaceleración económica y de factores de producción que solo a partir de la década de los 90 comenzaron a sanarse (Ford, et. al., 1991). Con el neoliberalismo como herramienta, se intentó volver a colocar la curva económica de manera ascendente; pero, aunque hubo ganancias para el sector privado principalmente, los gastos sociales que representa el desempleo no pudieron ser disminuidos y resultó en enormes gastos para los Estados neoliberales. Además, la desregulación financiera creó un ambiente más propicio para la inversión especulativa que para la inversión productiva.

A modo de conclusión

Los estados con las más férreas cualidades neoliberales son quienes han conseguido dominar el panorama mundial por las últimas décadas. El neoliberalismo ha conseguido legitimarse como proyecto democrático, y, pese a las críticas, ha subsistido en el ámbito internacional, consiguiendo que se confunda con lo que habitualmente denominamos "globalización". El neoliberalismo ha pasado a ser una forma de organizar el capitalismo, logrando además una hegemonía ideológica que parte de una concepción particular de democracia que no solo lo legitima, sino que consigue naturalizar en algunos sectores el empobrecimiento y la represión violenta.

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El neoliberalismo ha tomado un proceso histórico objetivo (la globalización), lo ha subordinado a su lógica y ha modelado su operatividad en función de extraordinarios beneficios para unos pocos grupos sociales, sobre la base de la explotación de otros (Martínez, 2005). La hegemonía neoliberal se rehace con alternancias entre partidos políticos, incluso en algunos países entre regímenes políticos y militares, con lo cual no se afecta su rol en la economía y en el mercado (González, 2003). Es aquí donde reside la preminencia del neoliberalismo en la globalización y su imaginario intrínseco: anclándose la visión de que la globalización es un proceso puramente neoliberal. Así, se excluyen las posibilidades de algún proyecto alterglobalizador, donde pueda participar una mayor cantidad de sociedades. Debemos asumir como realidad que la cualidad del modelo actual de la globalización es capitalista y neoliberal, pero que esta no es su cualidad intrínseca. Entonces, romper con esta visión rígida de la globalización y abrirnos a las posibilidades de que, como fenómeno cambiante, puede ser nuevamente transformada.


Notas:

[1] Concepto creado por el escocés Adam Smith en el siglo XVIII y que sentó las bases para el modelo capitalista.  
[2] Concepto acuñado en la década de los 70 para los economistas liberales que estudiaron en la Universidad de Chicago bajo la dirección de Milton Friedman y Arnold Harberger, entre otros. 
[3] El concepto proviene de la Revolución Francesa, cuando en procesos de votación en la Asamblea Nacional Constituyente del 11 de septiembre de 1789, se situaron a la derecha de la asamblea los que pretendían conservar el poder de la monarquía. Desde allí se hace la referencia al ala conservadora de la derecha, frente al ala izquierda algo más liberal.


Lista de referencias:

Anderson, P. (2003). Neoliberalismo: un balance provisorio. En La trama del neoliberalismoMercado, crisis y exclusión social. Buenos Aires: ed. CLACSO. 
Beck, U. (1998). Qué es la globalización. Barcelona: Paidós. 
- (2004). Poder y contra-poder en la era global: La nueva economía política mundial. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S.A. 
Bhagwati, J. (2005). En defensa de la Globalización: El rostro humano de un mundo global. Madrid: Arena Abierta.
Castells, M. (2009). Comunicación y poder. Madrid: Alianza Editorial. 
- (2009). La era de la información. Economía sociedad y cultura. Madrid: Alianza Editorial. 
Chomsky, N. (1994). El nuevo orden mundial (y el viejo). Barcelona (traducción al castellano 1996): Crítica S.L. 
De la Dehesa, G. (2003). Globalización, desigualdad y pobreza. Madrid: Alianza Editorial.
Ford, R., & Poret, P. (1991). Infrastructure and private-sector productivity. París: OECD. 
Friedman, T. (2006). La tierra es plana: breve historia del mundo globalizado del siglo XXI. España: Mr. Ediciones. 
García Segura, C. (1998). La globalización en la sociedad contemporánea: dimensiones y problemas desde la perspectiva de las relaciones internacionales. En Cursos de derecho Internacional y Relaciones Internacionales de Vitoria-Gasteiz. Madrid: Servicio Editorial Universidad del País Vasco / Tecnos. 
González, F. et. alt. (eds.). (2003). Orden económico mundial: globalización y desarrollo. Coruña: Netbiblo, S.A. 
Harvey, D. (2007). El nuevo imperialismo. Madrid: Ediciones Akal.

Hayek, F. (ed. 2008). Camino de servidumbre. España: Unión Editorial S. A. 
Held, D. et. alt. (2003). Globalización antiglobalización: sobre la reconstrucción del orden mundial. Barcelona: Paidós.
Martínez, O. (2005). Neoliberalismo, ALCA y libre comercio. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales. 
Morin, E. (2011). La vía para el futuro de la humanidad. Barcelona: Espasa Libros. 
Petras, J. (2001). Globalización, imperialismo y clase social. Buenos Aires: Editorial Distribuidora Lumen Humanitas, SRL.


Lista de imágenes:

1-6. David McLimans