Es usual que al escuchar la palabra cómic de inmediato ocurre un transporte al mundo de la infancia. Uno recuerda su primer cómic del mismo modo y con el mismo temblor que recuerda la primera revista porno, ya entrados al mundo de la adolescencia. Del mismo modo ambos descubrimientos están marcados por el mundo de la colección; la del cómic es la visible, la de la revista porno, la que se guarda dispersa en la lógica que apuesta a los confines ocultos de la habitación: si capturan una, todavía conservo las otras.
El cómic hace mucho ha dejado de ser un género menor. Un vistazo a las tiendas especializadas en venta de cómics confirma no sólo la amplia oferta de historias para ser consumidas, sino los distintos registros en las historias. Tanto, que hay historias en cómic que tienen una densidad literaria capaz de poner en aprietos a literaturas consideradas como mayores. De hecho, para quien suscribe, una de esas historias es la de Batman: The Dark Knight Returns, de Frank Miller. Las dos partes. Una adicional sería Wonder Woman: The Hiketeia, de Greg Rucka, historia que me llevó a una discusión agria sobre ese concepto en un pasaje de la Ilíada con una “losétodo” que ni vale la pena nombrar.
Empero, mi confesión aquí. No hay nada más fascinante que el cómic de corte autobiográfico. Porque es un regreso a una literatura menor, al mundo de la confesión y el secreto. En mi colección de cómics hay infinidad de relatos de corte autobiográfico mandados a buscar por todo el mundo (i swear). Argentina, Italia, Francia. Estados Unidos. Relatos que para mí son un regreso a ese mundo íntimo, fundamental, secreto de la infancia, aún cuando desde la perspectiva del ahora son un mero simulacro. El cómic autobiográfico tiene esa misma tesitura que la de hojear en secreto una revista porno, fijarse en la imagen procaz de la desnudez (en mi generación, llena de pelos púbicos) que llevaban al deleite convulso y al sonrojo. Aún sabiendo el simulacro de simulacros que es el acto de leer, no hay nada más fascinante que atisbar(se) al mundo muchas veces cotidiano, muy cotidiano de ese otro que dibuja y narra.
Lo que me lleva a la belleza cotidiana, muy cotidiana de Días. Todavía recuerdo con temblor una historia de Rosaura en el primer número. La historia narra una serie de eventos aparentemente desconectados entre sí, pero su cierre los engarza con una belleza que sólo alguien que ha experimentado una terrible carencia puede narrar. En el último recuadro de la historia, la voz que narra en primera persona se encuentra con un gato muerto; lo acaban de atropellar. Quien narra mueve el gato fuera de la carretera, no vaya a ser que lo atropellara otro auto, y le pone una cantidad de flores sobre el cuerpo muerto. En Occidente es un mandato el cuidar de nuestros muertos, de darles sepultura: Antígona desafía el decreto de Agamenón sobre el cuerpo de su hermano para no desacatar a las Furias, que de hecho, custodian las relaciones de hospitalidad entre los humanos. Pero en este caso es un gato: cualquiera, todos hemos visto gatos y perros tirados en la calle, aplastados una y otra vez y nadie hace un gesto de conmiseración, nadie derrama una lágrima: nadie recibe el castigo de las Furias. Sin embargo, ella lo recoge. Lo custodia en su muerte como uno de los suyos. Le da lo que nadie da a un animal: le brinda su lugar en la memoria. Le brinda un cierre. Lo recuerda en su muerte.
Cuando leí esta historia recuerdo que tuve un estremecimiento que hacía tiempo no tenía. ¿Quién es esta Rosaura? ¿Cómo es posible que llevara a cabo tan delicado acto? ¿Cómo es posible que esta nena me cayera tan mal? Porque me caía mal. Terrible. Y sin embargo…
Lo próximo fue hablarle con entusiasmo sobre esa historia. Cuando a mí me gusta algo por definición me vuelvo obseso. Así que trataba de contener mi entusiasmo amén de las ganas de darle un abrazo no fuera que se pusiera a gritar “creeper! creeper!”. Anyway, yo creo que ella lo pensó. El punto es que a partir de ahí, quien toque a Rosaura, se las ve conmigo. Pero en serio, a partir de ahí soy yo el que se siente honrado de tener a Rosaura en términos fraternos.
Una segunda historia, y ya. Por eso de que el Banuchi no se me enchisme. Del Banu hay un chorro de historias que me encantan. Las penurias del trabajo, el chequeo de jevas habitual. En el número nueve de Días, Banuchi presenta una serie de viñetas sobre el mundo de la infancia. El regreso a lo menor, a la escuela, el padre, el misterio femenino. Ese mundo de la infancia, es el mundo fundamental en el que usualmente uno descubre, en una lectura febril, el cómic.
Es empero en el cómic número ocho donde encuentro la historia que más me encanta de Banuchi: cinco recuadros que tienen como relación los edificios del MCS y del Banco Popular en la Milla de Oro, una silueta, y la hora 6:47 en el edifico del Banco Popular. No queda claro si son las 6:47 de la mañana o de la tarde, la zona de la Milla de Oro es un constante trajín de tapón. Pero esta figura mira al edificio del Banco Popular de desde una azotea, se presume por el relato que es el edificio de MCS. Un zoom de la imagen lo pone al borde de la azotea, uno sabe qué va a pasar; quisiera gritarle a la imagen regresa, “no te quites”, el famoso eslogan que hace un par de años repitieran como papagayos ante el incremento dramático de suicidios en el año de la Ley 7. Una figura mira al Banco Popular, otrora porta estandarte de una “vitrina de la democracia”, hoy signo en debacle de una Isla no Estrella, sino Estrellá. De una isla, como el tecato, sumida en una economía destinada al puro consumo. Todos vimos el desastre y no hicimos nada por remediarlo. Entonces esta figura, igual que la mujer que detuvo su carro en medio del expreso y se lanzó por un puente, igual que el abogado que gritó no puedo más y se lanzó del edificio de Hacienda, esta figura, hizo lo que estaba posible en su horizonte futuro de eventos: quitarse. El último recuadro es una imagen abierta al vacío. Nosotros nos quedamos croando, en la miasma insular, no te quites. No te quites.
Quisiera puntuar otras historias que conforman el cuerpo de esta primera colección de Días, pero con toda honestidad, siento que abuso de su tiempo. Así que con todo amor, les digo: tolle, lege: tomad, leed. Disfruten de esta colección.
Lista de imágenes:
1. Una de las separatas de Días.
2. Paquetes de Días para distribución en una clase.
3. Rosaura Rodríguez de y según Días Cómic.
4. Omar Banuchi de y según Días Cómic.
5. Colección de Días (en libro), disponible en la mayor parte de las librerías del país.