esta historia comienza destruida
—Yara Liceaga (2014)
La mujer se pone de pie en pleno autobús. Se le ve sudorosa, como si el bochorno de la tarde la estuviese derritiendo desde adentro hacia afuera. Asada. Se le ve tratando de cerrar la boca. Ella sabe lo que puede suceder si la abre. Y pasa lo que tiene que pasar.
—Dios me ha enviado para hablarles a todos ustedes de lo importante de aceptarlo para alcanzar la salvación. Colosenses 2:5 dice: “Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo que están sobre la tierra en cuanto a fornicación, inmundicia, apetito...”.
—¡Cállese, señora, sálgase de la guagua! —le grita una enfermera que ha salido de un turno de 16 horas.
Una estudiante joven se le acerca y le pide que sea considerada con los demás, que están todos cansados y no necesitan ni desean tener a alguien gritándoles la palabra de dios en el oído. Pero la mujer sigue gritando la palabra de dios hasta que se le tensa el cuello. Entonces, sabe que no puede parar, que ya el punto en que hubiese sido posible controlarse ha pasado para jamás volver. Se pone violeta y comienza a vomitar bendiciones, y a entonar aleluyas y a repicar jerigonzas que solo conocen los imbéciles. Hasta que de repente se aquieta con la boca abierta, mirando hacia el techo del autobús.
La gente comienza a gritarle al conductor que detenga la guagua y los deje salir. En lo que encuentra un lugar seguro donde estacionarse, una mano blanca y negra sale de la boca rígida de la mujer. Estira la piel del cuello hasta el límite, desde donde se desgarra y sale un codo, luego le explota la cabeza para dejar salir el torso —blanco, negro y gris— del zombi con corona de espinas en la cabeza, ojos perdidos y llorosos, y un pañal inmundo que le cubre el sexo en rigor mortis.
—¡Cabrón, para el autobús! ¡Déjanos salir!
La enfermera comienza a golpear al cristo-zombi con su paraguas. El afectado no entiende por qué lo golpean e igual se abalanza sobre la enfermera y la muerde. La mujer grita. Todos gritan mientras se atropellan unos a otros por salir del autobús. Una figura se queda de pie.
La estudiante saca una wakizachi de vaina en madera roja y diseños de ciruelo en flor. Desenvaina y corta la cabeza del cristozombi y la de su víctima. Se baña en ambas sangres y pronuncia:
—Este virus se tiene que acabar.
Sarai regresa esa tarde a la oficina local de la OMACZ todavía ungida en la sangre de un cristo.
—¿Tuviste un encuentro? —le pregunta Carlos.
—Obvio, ¿no?
—¿Has visto las noticias? —pregunta su jefe, el Sr. Collins.
Terrorista siembra el terror en autobús de la línea Metropol en la ciudad de Vigrid San Germain en Zanzee. En horas de la tarde, un autobús repleto de pasajeros presenció un estallido de cristofagia. La mujer, provisionalmente identificada como Carmen Suárez-Belmont, entró en fase cuatro del virus. El cristozombi que resultó del clímax fue decapitado junto con una única víctima por una miembro de la Organización Mundial Anti CristoZombis (OMACZ), que despachó a ambos objetivos de una sola cortada con una espada japonesa de menor tamaño conocida como wazikachi. Queda por saber por qué la mujer no detuvo al cristozombi antes de que cobrara una víctima. A continuación tenemos un panel con dos expertos en el tema de la cristofagia.
—Hola, Janet.
—Saludos, Humberto, Maggie. Humberto Molina es asesor de la gobernadora Christie Siouxsie. Maggie Wilmington es experta en cristofagia y ha escrito numerosos libros relacionados con el tema, tales como Salud en Cristo no es igual a cristofagia y Cómo evitar el fundamentalismo: el virus de toda una nación. Bienvenidos.
—Gracias, Janet.
—Bien, comienzo con Maggie. ¿Qué cree de todo esto?
—Es obvio que la pandemia ha ido in crescendo en los pasados 4 años, sobre todo gracias al gobierno fundamentalista de Christie Siouxsie. Es hora de que el gobierno reconozca el problema y adopte una verdadera separación entre iglesia y estado. Ya es hora de que se ataque el problema desde su raíz. Es obvio que la OMACZ no da abasto.
—Maggie, permíteme interrumpir. El gobierno de nuestra Honorable Gobernadora Christie Siouxsie no es ni ha sido nunca fundamentalista. Es la posición estatal oficial que no se promuevan visiones religiosas que pertenezcan a una u otra facción…
—Sí, pero la práctica destruye tu teoría, Humberto. ¿Cuántos ataques no se han suscitado en los pasados 5 meses? Creo que han sido 96, sin contar los de este fin de semana. Tu gobierno ni siquiera ha hecho un censo de los infectados con el virus. ¿Qué esperan?
—Quita esa mierda, John, por favor.
—No lo trabajaste como debías. ¿Qué te pasó?
—Que me apesta mi trabajo. Eso pasa. Que no puedes matar a tanta gente sin sentirte mal en algún punto.
—¿Quieres que hablemos con la Dra. Walters?
—No necesito una psicóloga ahora mismo. Necesito un equipo. Necesitas tomar la decisión de formar uno. Gente igual de entrenada que yo. Es todo.
—Los directivos de la OMACZ no han dado la orden todavía.
—La van a dar en cinco minutos —dice Sarai mientras corre hacia el ascensor.
—¡No, espera! —Pero ya es demasiado tarde. La puerta se ha cerrado tras su jefe, quien comienza a subir escaleras, despavorido desde el piso 6 hasta el 12, donde la Junta Directiva comienza una reunión de control de daños.
El ascensor se abre y la recepcionista intenta detenerla.
—Si quieres conservar tu mano, ni se te ocurra.
La recepcionista se queda congelada, mientras Sarai patea la puerta doble de madera de cerezo. Los hombres y mujeres reunidos allí la observan, faldita de colegiala llena de sangre negra, manchada igual su blusa, rostro y cabello.
—Sarai, este no es el momento.
—Nunca es el momento. Cállese. Me van a escuchar. ¡No puedo sola con esta mierda! ¿Qué carajo esperan para aprobar el cabrón presupuesto?
Sarai golpea la mesa ovalada con su puño. La vibración del golpe hace temblar hasta la alfombra.
—¡El país se va al carajo y ni siquiera puedo tomar vacaciones, cabrones!
—Sarai… Ya lo aprobamos.
—Sí, Sarai… eso iba a decirte antes de que salieras de la oficina —contesta John Collins, que aparece detrás de ella, sudado en las axilas e hiperventilado.
—¡Quiero dos miembros más!
—¿Qué tal cuatro?
Sarai cobra color en sus mejillas. Se le dibuja algo que remotamente podría considerarse una sonrisa. En alguna pesadilla, quizás.
—Suena bien. Gracias.
—No hemos terminado —responde una mujer de cabello cenizo—. No entiendo por qué permites que el cristozombi salga completo de la víctima.
—Por si hay oportunidad de salvarla.
—¿Salvarla cómo? Piensa que el brazo de un zombi sale de tu boca. ¿Te imaginas el daño irreparable a su tráquea?
—Olvídese. Siempre existe la posibilidad de salvar a un inocente.
—Esa es una respuesta emocional. Es la contestación de una niña llena de temor. Una mujer hecha y derecha sabe más que eso.
—El que sea emocional no la hace menos válida que una respuesta racional. Ser adulta es buscar ese imposible balance.
La mujer de cabello cenizo se queda pensativa. Sarai Sabra se retira.
—Te presento a tu nuevo equipo: Caliandra Guns, Kitty Whiplash, Gordon Craft y Søren Archerland.
Los observa. Caliandra Guns se ve dura, marimacha de mandíbula cuadrada, cabello negro crispado en rizos, brazo derecho cibernético capaz de convertirse en la pistola o rifle de su predilección. Por otro lado, Miss Kitty es una stripper, de eso no cabe duda. Tiene tetas doble D, para una cintura que no puede sostenerla sin el corsé que lleva puesto. Me pregunto cómo puede lidiar con el dolor que de seguro debe tener en su espalda. Kitty carga con una espada enrollada en su cuerpo. Podría ser un látigo o una espada. Hay ocasiones en que una no podría distinguirse nunca de la otra.
Gordon Craft es el afeminado alto de máscara y cabello largo rubio en una trenza. Lleva el pecho descubierto y una serpiente tatuada en la espalda. Bien ochentoso. Su mano derecha carga un guante con tres navajas que se ven afiladas. Finalmente, Søren Archerland tiene un arco y una alijaba con solo cuatro flechas.
—¿De dónde sacaste a esta gente, John?
—De donde mismo te sacamos a ti.
Y el recuerdo le llega como fluido vaginal en un encuentro fortuito, lento pero seguro. Ella es Sarai Sabra, mercenaria internacional, experta en 18 idiomas, conocimientos tecnológicos a nivel hacker, ocho artes marciales distintas con todos sus estilos, conocimientos sobre venenos y práctica mitridatista, y un peritaje en espadas japonesa. A ella la arrancan del seno de su familia a los seis años cuando ven cómo juega con el cuchillo de la mantequilla en el comedor de su escuela. Entonces, la llevan a FRIGGA, la instalación militar de Vigrid San Germain, escondida en el valle Sura por las imposibles cordilleras de Hann.
Allí, la desnudan y le meten diez latigazos cada viernes, para imprimirle la seriedad de su entrenamiento, pero también para que entienda la naturaleza del dolor humano en aras de superarlo. Luego, con la carne abierta, la bañan con agua fría. El castigo físico la inspira a evitarlo lo mejor posible, pero algo en su espíritu la hace rebelarse con frecuencia. Un día lo descubre cuando siente su vulva babosa bajo sus pantis. Se ha enamorado del látigo, de los bofetones, puños, patadas y correazos. Su maestro la gradúa el día que ella le lame el puño sangriento.
—Lo recuerdo como si fuera hace dos horas, John. ¿Cómo olvidarlo? Eras muy incisivo en tus golpes.
—Pero te hice lo que eres.
—Y lo agradezco. Pero… ¿en serio estos nenes están hechos de lo mismo?
—Lo sabremos en par de horas. Prepárate. Hay un brote de cristofagia en el centro comercial de Vigrada.
Llegamos a la hora y media. Entramos por el techo de Abercrombie & Fitch. Varios rehenes están arremolinados en un círculo, mientras cuatro cristófagos se mantienen de pie, congelados en la atmósfera, sus miradas perdidas en el techo, las bocas bien abiertas. Los rehenes casi no respiran, en un esfuerzo por que su falta de movimiento detenga la acción que saben que ocurrirá.
—Hagan lo que hagan, no los maten de inmediato.
—¿Por qué? —pregunta Caliandra Guns.
—Siempre esperen hasta el final. Podría haber un sobreviviente.
Los demás se observan extrañados. Gordon y Kitty le hacen señas al resto del grupo de que se van a separar. El centro comercial es pequeño, pero aun cinco personas no son suficientes. Caliandra también se separa. Søren regresa a un punto alto desde donde puede disparar flechas de ser necesario.
Se escucha un latigazo de metal: la espada-látigo de Kitty. Pronto se escuchan ruidos guturales y aullidos de dios muerto. Los cristófagos frente a Sarai explotan para dar paso a cristozombis de varias estaturas y representaciones culturales. La muchacha los decapita todos con su wazikachi.
—¡Llévate a los rehenes! —le grita a Søren.
—¿Qué vas a hacer?
—Voy a buscar a los demás.
Cuando sale de la tienda Abercrombie & Fitch, toma hacia la derecha. Corre en dirección hacia la fuente. Las tiendas están llenas de rehenes. Sarai los guía como puede hacia la salida. Varios cristozombis se acercan por la esquina de la joyería. Los decapita sin sentirlo. Es casi como si la espada se le moviera sola. Si su arma es una extensión de sí misma, entonces esta misión fallará porque sus nuevos compañeros no son una extensión de ella. Sus camaradas no son armas de su pertenencia. Así, encuentra a Kitty Whiplash batallando contra siete cristozombis y dos cristófagos a la vez.
—Sarai, ¡encárgate de los dormidos!
La muchacha se abalanza sobre los que todavía no han explotado, mientras “Doble D” baila con su espada-látigo, disparando su arma por este y otro lado, cercenando una cabeza aquí, un torso completo acá… Sarai llega tarde. Los cristófagos explotan y los tiene que decapitar.
—¿Dónde están los otros?
—Mordieron a Gordon. Caliandra lo tuvo que decomisar.
—Vamos por ella.
—¡AH!
La asesina profesional se voltea. Un cristozombi negro tiene a Kitty mordida del hombro.
—¡Mátame! ¡No me quiero convertir!
Sarai empuña el battoujutsu de viento y sin tener que llegar hasta donde él, le corta el miembro superior al cristozombi con la brisa afilada de su wazikachi. Kitty cae, en shock, luchando por salvarse.
—¡No me dejes convertir, por favor!
—Shh. Calla. Todo va a estar bien.
—No…
—¿Qué sientes?
—Ganas de predicar.
—¡Resístelas! ¡Tú eres mejor y más fuerte que eso!
—No… la salvación… Cristo viene. Cristo está aquí. ¡Con nosotros! ¡¡Cristo vive!!
Sarai se prepara para el avistamiento. Kitty se congela y mira hacia arriba. Un brazo se va materializando poco a poco y sale de su boca. Resiste, Kitty, resiste. Sobrevive, vamos. ¡Vamos! Pero el brazo le destroza la quijada. Y para la mercenaria, está claro lo que debe hacer.
El total de cristófagos muertos asciende a 98. El total de inocentes convertidos, 17. Los cristozombis decomisados llegan a 54. La cantidad de muertes es de 115. Søren y Caliandra ayudan a Sarai a disponer de los restos de Kitty y Gordon.
—Sarai. ¿Estás ahí?
—John. Tuvimos dos bajas.
—¿Encontraste sobrevivientes de avistamientos?
—No. Es imposible sobrevivir cuando te conviertes en cristófago.
—¿Aprendiste algo?
—Sí. O los matamos o se quedan con todo.
Lista de referencias:
Liceaga, Y. (2014). El mundo no es otra cosa. San Juan: Editorial La secta de los perros.
Lista de imágenes:
1-6. arte medieval de las cruzadas, Web.