La pretérita e irreductible dualidad de las cosas, hallada en todo lo que deba considerarse como material interpretativo hacia diversos fines. Las dos caras de la moneda de las cuales, por ejemplo, no está exento el tópico del reciclaje. Aún así, en relación al impacto y las consecuencias ecológicas que este proceso ambiental conlleva, se postula que una sola de las partes es la que prevalece en favor de la ecología. Es decir que reciclar “siempre”se ve proyectado como algo superior a no hacerlo.
Se sobreentiende que la regla de las tres erres (reduce, reúsa y recicla) es la forma en que individualmente cooperamos con la causa planetaria. A tono con este mensaje se añaden a las firmas electrónicas alertas verdes de todo tipo, como: vigile si es necesario imprimir en papel, mejor guárdelo en su archivo electrónico; si es indispensable hacerlo (piénselo otra vez o…) procure que sea en un papel reusado, o reciclado cuando menos.
Pero qué sucede si no se tiene muy claro de cómo es que ayudamos al ciclo de la vida en este proceso, o de qué modo la energía invertida al usar los dispositivos electrónicos es menos perniciosa que la tala de árboles en sí misma. Leí una vez un titular que anunciaba que el dos por ciento de la contaminación mundial por emisiones de dióxido de carbono (CO2) lo generan las tecnologías de información. De modo que no imprimir en papel y acceder tropecientas veces a la información electrónica tampoco viene a ser la mejor opción.
Faltaríamos a la realidad medioambiental del presente si dijéramos que las campañas a favor del reciclaje cayeron en oídos sordos. La mayoría de nosotros reconocemos la importancia de reciclar (y lo hacemos), de preservar los bosques, los cuerpos de agua y de que es ineludible una coexistencia –tanto teórica como práctica– entre el campo y la costas, la flora, fauna y el bien encadenado proceso ecoambiental. Sin embargo, hay matices en cuanto al tema.
Los discursos que ponen en entredicho la manida consigna de recicla papel y disminuye la tala de árboles no faltan. Las personas que lo promueven –al menos como cuestionamiento y entre las que se encuentra Joseph Heath, filósofo y autor que critica la contracultura desde la óptica de la izquierda– posicionan sus argumentos no explícita y abiertamente a favor de la tala y la deforestación, pero existe connivencia en sus razonamientos en torno a la funcionalidad, digamos, que de los bosques sustentables para estos fines. Una perspectiva que dirige la discusión a otros terrenos no menos boscosos, si se me permite el adjetivo.
Si damos vuelta de hoja a la postura clásica del reciclaje se dice que la práctica de imprimir versus la abstención cumple un importante propósito. Porque al mantenerse activa la “industria” del papel se incrementa la plantación de árboles. Lo que favorece la producción natural de oxígeno y contrarresta la energía empleada por la contaminación electrónica creada a su vez durante el proceso del reciclaje. Informes relativos a este tema en concreto abundan en la Internet.
Otro planteamiento que debe considerarse es que en el afán de utilizar papel reciclado, y para cumplir con las leyes ambientales (paradojas de la vida), se emplean más químicos (cloratos y otros), lo que hace muy admisible que la primera generación de papel sea después de todo más respetuosa de lo que se piensa.
En Suecia, país desarrollado y gran exportador de madera a nivel mundial, (me pregunto si las sobrevaloradas Ikeas del mundo tendrán algo que ver en ello) la masa forestal al mismo tiempo es exorbitante. En términos reducidos de lo que se habla es que la demanda del papel trae consecuentemente la oferta de árboles.
En 2008, el vanguardista Instituto de Ingenieros Mecánicos del Reino Unido cuestionaba –trascendiendo la interrogante de si es mejor reciclar o no hacerlo– la demanda de los materiales reciclados y su costo-efectividad real para el medioambiente. En esta enmarañada discusión me parece necesario que nos preguntemos, además de discutir aspectos ideológicos del reciclaje – que por cierto, comienza con nuestra propia conciencia ambiental y cívica–: ¿adónde es que van a parar estos materiales?
Suponiendo que se lleve a cabo positivamente; es decir, que la clasificación de materiales para fines de reciclaje sea eficiente (asunto que francamente me parece muy, muy improbable, si tomo como medida lo que se observa en suelo nacional), ¿qué es lo pasa con éstos después? ¿Cuál es la ruta y misión de los residuos? ¿Habrá algún modo fehaciente de corroborar que las toneladas de desechos se transportan de una manera correcta y que salvaguardan lo importante: el patrimonio ecológico? O será un modo de lavar conciencias y ¿por qué no? dinero en todo el proceso industrial y corporativo.
Si la memoria no me falla y de acuerdo con la información ofrecida por un ex empleado de la empresa Pronatura, encargada de varias etapas del reciclaje en Puerto Rico, a saber: recolección, procesamiento y finalmente exportación de materiales reciclables; el cartón, el aluminio y el papel se venden a compañías estadounidenses e internacionales. De las cuales China compra el 60% del material reciclado.
Del plástico y el vidrio se sabe aún menos. Por lo mismo no me parece una gran afrenta plantearnos qué es lo que pasa al final del día con lo que reciclamos. Merece la pena (y la sospecha) saber cuán sacrosantos son estos procesos a favor de la mirada verde. Porque bien pudiera ser que las empresas papeleras, por nombrar al azar, estén confeccionando entre otras cosas mitos amparados en el propio lucro y que después de todo, las cosas no sean tan parcializadas.
Se requerirían variedad de estudios para correlacionar y validar cada cosa. Lo sé. Las legislaciones de cada país, seguro que tienen tela por donde cortar también… Por ejemplo, se teoriza que si no se consumieran cantidades colosales de papel los terrenos destinados a bosques industriales se reasignarían a otros fines. Dudo mucho que para sembrar yuca y poder combatir el hambre, que por cierto es un alimento que entre sus múltiples beneficios incluye textiles. El panorama es complejo, la producción de CO2 es un tema serio, tanto como lo es que intereses hipócritas laven conciencias.