La Cría

Viejo San Juan, Primavera 2012 - Poet’s cafe- antes de la hora de almuerzo.

Madre e hija sellan su encuentro en un café del centro histórico con una charla obsesiva, del tipo que los padres evitan y los hijos más tarde, no en el momento, suele ser más tarde, resienten.

—Pero­­ es que vivir en un lugar donde existe el derecho a la posesión y portación de armas no garantiza, mami, que la criminalidad, esa palabra tan viciada en las opiniones que escuchas y a las que tanta importancia concedes, se vaya a resolver. Con expedir licencias de armas a cuanto pelagato las requiera no se fomenta otra cosa que guerras individuales y pasiones a la merced de un tiro. Así no es como funcionan las cosas—. La irritación que siente cada vez que alguien de los suyos trae el tema del derecho (¡vaya chapuza inconveniente ese lenguaje del sistema legal, corrupto e insensible!) a la portación de armas en individuos corrientes para defensa propia es tanta que su timbre de voz se agudiza y adopta el remanente del acento extranjero que reserva para estos temas.  

—Vale mami. ¿A ti cómo es que te afecta la criminalidad?, ¡Mejor!, ¿cómo es que resolverías tú teniendo un arma en la mesita de noche?

—Cargaría con ella en la cartera—, precisó la doña de bermudas color turqueza y blusa de volantes que combinaba con las tonalidades del pantalón y los accesorios de fantasía fina. El monocromatismo de sus prendas delataba la percepción de subjetiva elegancia.

—El propósito es confundir el panorama para que el mercado de las armas legal e ilegal; da igual, mantenga su circuito de autosustentabilidad y en los ratos libres la gente se entretenga aniquilándose.

—Hoy día el desempleo afecta a más personas… no sólo a los desempleados. Y, cuando la gente está vaga adquiere malasmañas; eso siempre ha sido así.

—El ocio no es el problema. Esas ideas fascistoides tuyas son las que me joden la velada.

—¿De qué velada hablas tú? Son las 11 de la mañana. Hace aaaaños que no compartes con nosotros en ninguna de las verdaderas veladas familiares—. La madre modula su voz para imitar otra al instante que sus cejas se arquean. —La hija de Ernesto y Lydia ya no los visita.

—Es eso es lo que a ti te jode: el qué dirán los demás.

Socarrona pero apenada, la madre advierte—: Si vieras lo desagradable que te ves siendo tan grosera. Delante de tu padre no te atreves, no me hablarías así si él estuviera aquí.

—Lo siento. Eso estuvo demás—. Emitió un chasquido oral al levantar la mirada hasta encontrar la de la madre, pero sus ojos giraron y permanecieron fijos hacia el suelo nuevamente. Se concentró en decir algo adulto, pero la manía pueril de gesticular en lontananza mientras se quejaba solo servía para que su progenitora ganara terreno en sus propósitos. Cualesquiera que fuesen.

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—Para ustedes mis decisiones son sólo impasses afectivos, —se quejó—: La voluntariosa, eso es; ¡me despachan! Siento vergüenza de que mis compañeros sepan que soy hija única y aún así no puedo contar con la ayuda económica de mi hogar para afianzar esta gran oportunidad. ¡Mi vida es un hazmerreír y lo enfrento cotidianamente en el trabajo!

La hija rabió con su lengua como si izara bandera para dejar claro hacia dónde dirigía su conversación.

 —Tu padre y yo hicimos lo que pudimos. Contigo y con tu hermano fuimos a todo dar. ¿Aún no has dicho a tus compañeros que Alex falleció?

—No hablo de mi vida privada en el trabajo.

—Hace un minuto te has referido a ti misma como única hija.

—Si te invité a este café —aceptó contrariada—, es porque quiero hablar calmada sin que me arrincones.  También porque deseo que trates de convencer a papi. Eres tú quien llevas las riendas del hogar…— Se dio cuenta de la frase hecha y ordinaria que acababa de pronunciar. Con ellas las adulaciones funcionan, pensó.

A su madre, como a todas las mujeres que conocía, la noción de ser una vasija llena de ingredientes sabrosos e irresistibles para sus esposos era una intención seductora. Si algo se cocina bien en su interior (un plan, un favor o requerimiento) el resultado está asegurado. Pobres mujeres. Hasta sus metáforas se reducían al ámbito de lo doméstico.

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Con todo eso, ella misma no tenía claro porque la psicología masculina se rendía una y otra vez a los viejos trucos femeninos. Pues los “novios” que había tenido, fueron –los tres–, compañeros muy escurridizos. Ninguno quiso acompañarla una sola vez a comer con sus padres. Vamos, que ella misma los nombraba “compañeros” evocando más a un ideal, o un sueño, que a una relación propiamente. Ya se sabe que algunas historias de ficción repetidas terminan percibiéndose como ciertas.

—En este sitio antes había un Starbucks. Que debió haber hecho buen negocio, sin embargo la dueña del local, bueno del edificio completo –corrigió– los echó porque no quisieron honrar el aumento en el alquiler—. Le constaba que la anécdota estaba siendo bastante alterada, pero, entre ciertas mentiras radican fundamentos de la persuasión. —Y bueno, así fue que montó este negocio de café artesanal. Se percató  de que el público ya existía, era sólo cuestión de aprovechar el mercado, pero de manera digna: el café proviene de diversas cafetaleras nacionales.

—Es delicioso te lo iba a comentar. Ahora, yo no pago 2.75 por un café cada día. ¿Dijiste que vienes aquí siempre?

—Es que los vale. Estamos pagando cada parte de la cadena de consumo, madre querida. Si queremos echar pa’lante, como dice el slogan ese, como colectivo debemos comenzar a boicotear los negocios que no invierten en nuestro país, que tienen subsidios por parte del gobierno o son inversores extranjeros que evaden el fisco del país donde establecen negocios. Como Wal-Mart, por darte otro ejemplo cercano y conocido, que crea  —gesticula el entrecomillas— montones de empleos pero son part-times que no dan para sustentar una familia, ni siquiera a una persona. Arrasan con la economía local de pequeños comercios y para acabar de estrangular no dejan dinero al erario.  El mensaje es: no vayas a Walmart a comprar un televisor cuando puedes conseguirlo en la mueblería del pueblo.

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—Comprendo lo que dices, en la radio escucho análisis similares, pero en casa vivimos del seguro social y la pensión de escolta de Ernesto y poco más: no podemos estar cuidando el futuro del país cuando el costo de vida, las utilidades y los impuestos crecen cada trimestre.

—¿Pero qué le vamos a dejar a la gente del futuro?

—Los del futuro tendrán un panorama tan distinto al nuestro que no es mucho lo que se pueda hacer realmente… Ya se acostumbrarán ellos a manejarlo como mejor les convenga. La gente tiende a hacer lo que le corresponda, no necesariamente lo mejor.

—Ese credo pseudopragmático, individualista y harto penoso afecta las oportunidades que tenemos los que queremos hacer el cambio por nuestro país.  La ocasión puntera de hacer la diferencia y soltar amarres para ser autosuficientes.

—¿Qué es lo que quieres? ¡Que nos metamos hasta el cuello en una cuenta de casi mil quinientos dólares mensuales por Dios sabe cuánto tiempo!

—4 años y medio, pontificó.

—Para que tú dejes un buen trabajo porque no estás cómoda allí. A tu padre le costó mucho terciar para que te dieran ese puesto de confianza. Sólo somos fieles al partido no pertenecemos a alguna elite local ni somos de dinero viejo.

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—Mi salud emocional reducida a tus números.

—La inestabilidad de tus padres en jaque por un chantaje emocional, es lo que quieres decir—, dijo a voz en cuello descargando sobre la mesa un manotazo que hizo que la diminuta taza donde hubo brebaje orgánico rodara por la mesa hasta alcanzar el regazo de la hija, que a estas alturas miraba con mayor preocupación a los presentes que a sus muslos manchados.

—Sabes que si no consumimos lo que se produce en esta tierra corremos el riesgo de permanecer siendo un país de mantenidos, sin capacidad alguna para estimular nuestro propia economía y permitiendo que corporaciones millonarias salgan mejor que toda una comunidad vecina entera. ¿Te das cuenta de lo ofensivo que es dejar el cheque en Costco, Walgreen y Walmart? Má: ¿dónde están la honestidad y el compromiso?, ¿te suenan de algo estos adjetivos? ¡Crecí en una casa que seguía estos conceptos como estrella del norte—! Alterada como estaba presintió el triunfo. —Los invito a pagar tres pesos cada día por un buen café, tres pesetas más por una cerradura comprada en la ferretería local o a que simplemente eviten gastar el dinero en transnacionales cuyos beneficios jamás veremos cómo potenciarán el crecimiento del producto interno bruto del país donde vivimos, ¡que es éste!

—Tienes demasiada conciencia hija mía—. Los argumentos de la madre se volverían solipsistas y los de la hija tozudos. La obstinada tarea de hacer que la otra entienda las razones de quien proclama se manifestaba cíclica, aburrida a ratos.Con una demostración frugal de pesadumbre la madre examinó la mancha del café derramado en las piernas de la muchacha y se resignó a cambiar el tema. 

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—Cuéntame bien de qué va el negocio que tienes pensado.

—Es algo que hace falta: se trata de una oficina para agilizar la expedición de permisos dirigidos a la formación de nuevos comerciantes. Todo el proceso administrativo de sellos, comprobantes y licencias que todavía se suministran a través de Hacienda pueden ser trabajados a través de unos mecanismos legales –una ventana legal que se creó hace poco– por medio de conexiones y personal de suma confianza—. La hija guiña el ojo a su madre, emite el segundo chasquido sonriente y agrega: —¡en este circuito entro yo!

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